La gran transformación. Economía, libertad y democracia.

La relevancia y actualidad de la obra de Karl Polanyi son indiscutibles. No es que exista un renovado interés por ella, es que la recuperación editorial de su obra en castellano es continua. Así lo demuestra la última reedición de La gran transformación realizada por el Fondo de Cultura Económica (prologada por el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz) y la recopilación de textos realizada para Los límites del mercado o la nueva edición de El sustento del hombre, ambas de Capitán Swing y presentadas por el sociólogo César Rendueles.

Más allá de ese interés general, las herramientas de análisis y reflexión que nos legó Polanyi están siendo utilizadas cada vez con mayor profusión con el objetivo de comprender los dilemas históricos a los que nuestra sociedad se está enfrentando en estos momentos. No es casualidad que AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales dedicase su número de 2012 a una recopilación de artículos sobre “La Gran Restauración: sociología económica de la crisis global”, ni que el primer volumen de 2014 de Encrucijadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales tomase la forma de un monográfico sobre las “Críticas a la sociedad de mercado”. Aunque existen muchos otros textos más, tampoco habría que dejar de mencionar el ensayo de Nancy Fraser “Reflexiones en torno a Polanyi y la actual crisis capitalista” que abrió el número 118 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

La tesis principal defendida por Karl Polanyi en La gran transformación es ampliamente conocida. En síntesis, el pensador austrohúngaro demostró el carácter distópico del intento de convertir al mercado autorregulador en institución básica de organización social. Con su explicación de lo que denomina el “doble movimiento” —por un lado la ampliación de la esfera de influencia del mercado, paradójicamente promocionada por el Estado, y por otro lado la respuesta automática de autoprotección frente a él por parte de la sociedad— Polanyi vació de contenido a las creencias más arraigadas del liberalismo económico.

Sin embargo, las contribuciones de La gran transformación se encuentran muy lejos de agotarse en esas dos cruciales ideas. El libro permitió establecer el vínculo concreto existente entre la conversión del capitalismo en orden social dominante y la constitución de la economía como una disciplina separada del resto de ciencias sociales. A su vez, dio cuenta convincentemente de la insustituible base antropológica sobre la que se asientan las relaciones de intercambio, algo que le permitiría posteriormente desarrollar su definición sustantiva de la economía. Por último —y probablemente lo más importante del libro— hizo comprensible la trágica dislocación económica y social que como consecuencia de la frustrada distopía autorreguladora dio lugar al surgimiento del fascismo.

Una vez desplegadas todas estas enseñanzas, Karl Polanyi terminó por plantear una reflexión final, en la que quizás no dio su mejor respuesta (al menos por el grado de elaboración de la misma), pero para la que planteó su mejor pregunta: ¿cuál es el contenido de la libertad en una sociedad compleja como la nuestra?

Descartada como ilusoria la concepción liberal de la misma, entendida como libertad de elección en el mercado; desechada como insuficiente cualquier aproximación que no tenga en cuenta que el poder y la coacción son elementos consustanciales al funcionamiento social; nuestro autor se interrogó acerca de la posibilidad de reafirmar la libertad para “ponerla en práctica en la sociedad”, pero “sin caer en el ilusionismo moral”.

Para Polanyi fascismo y socialismo compartían la aceptación de esa realidad social de la que el liberalismo económico se había abstraído al tratar de poner en marcha su experimento de mercantilización absoluta de las relaciones sociales. Lo que los diferenciaba es que mientras que, en su respuesta a este experimento, el fascismo había renunciado a la libertad, el socialismo seguía creyendo en ella, aunque no hubiera encontrado aún la manera adecuada de implementarla.

A la hora de buscar referencias para hacer compatibles libertad y justicia, Polanyi se remitió a la figura de Robert Owen. En el pensamiento de Owen la necesidad de afrontar de cara el conflicto social se encontraba en términos generales ausente, limitando por tanto el alcance de sus propuestas. No obstante, al hacer hincapié en un autor que canalizó toda su iniciativa política al empeño de organizar de manera cooperativa la actividad económica, Karl Polanyi probablemente sí que acertó.

Hasta qué punto nos encontramos repitiendo, como farsa, la historia vivida por el pensador austrohúngaro es una cuestión pendiente de dilucidar. Está claro que la imposición del neoliberalismo nos ha hecho revivir una pesadilla prácticamente tan oscura como la que siguió al crac del 29. Afortunadamente, la respuesta en forma de autoprotección social ha comenzado a darse con mayor celeridad que en los años treinta del siglo pasado. De hecho, mientras que economistas liberales y gobiernos se han negado a aceptar las enseñanzas económicas de aquel episodio histórico (y no hay más que ver la amenaza de recaída en la recesión que comienza a aparecer en el horizonte), nuestra sociedad sí parece haber aprendido algunas de las lecciones políticas del mismo (al menos en relación al rechazo de la tentación fascista). No obstante, que esto acabe de ser así dependerá de si somos capaces de construir una alternativa democrática en el ámbito de la organización económica.

Por supuesto, ese carácter democrático se encuentra completamente vinculado a la consecución de un patrón distributivo que asegure una libertad política efectiva. Esto incluye no sólo la garantía de un trabajo digno y unas mínimas condiciones materiales de vida para toda la población, sino también la ruptura de los mecanismos de concentración de la riqueza que han dado lugar a una centralización del poder en manos de lo que se ha convertido en una auténtica oligarquía.

Sin embargo la cuestión va mucho más allá: se trata de comenzar a pensar en la manera de extender los principios de organización democrática al funcionamiento del sistema económico en su conjunto: desde el mismo lugar de trabajo donde pasamos más de un tercio de nuestras vidas, hasta la gestión de los recursos de naturaleza colectiva, pasando por los mecanismos de coordinación de la actividad productiva entre distintas empresas, sectores y administraciones públicas.

A pesar de las evidentes dificultades y obstáculos existentes para poder siquiera soñar con la posibilidad de una democracia económica, la cuestión va mucho más allá del también importante debate sobre qué medidas incluir en un programa electoral. En la capacidad que tengamos de dar una respuesta acertada a la pregunta que se hacía Polanyi se juega la posibilidad de enfrentar las múltiples e interrelacionadas crisis —económica, social y ecológica— que nos encontramos sufriendo.