Refugiados y dignidad humana

El derecho de asilo está recogido en el artículo 14 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Su reconocimiento fue pacífico, habida cuenta de que las dos guerras mundiales en el siglo XX provocaron miles de desplazamientos de seres humanos que huían de sus países por la guerra, las persecuciones, la explotación. Estas desastrosas consecuencias del conflicto bélico se sumaban a los problemas de los refugiados que preexistían en el mundo, sobre todo durante el colonialismo del siglo XIX y XX.

Además, a ello se sumó el hecho de que muchos refugiados habían padecido el horror de encontrarse “sin patria”, los apátridas, a quienes se les había privado de su ciudadanía con el fin de deportarlos por razones políticas o étnicas.

La protección del estatus del refugiado fue ampliamente desarrollado en la Convención del Refugiado de 1951, tratado internacional de obligado cumplimiento para todos los estados firmantes. ACNUR se crea, precisamente, para velar por el cumplimiento de este tratado allí donde haya desplazados. Su precedente fue la agencia UNRWA, creada un año antes para los refugiados de Palestina en el Oriente Medio, con gran presencia desde entonces en dicho territorio.

Sin embargo, como todos los Derechos Humanos, el derecho de asilo se encuentra particularmente en el ADN de las sociedades de todo el mundo, pues ha sido y es una necesidad básica advertida desde la Antigüedad. Esto reside básicamente en lo que comporta para la humanidad: el derecho a ser ayudado por otros seres humanos, a ser acogidos por estos, a respetar al máximo sus derechos básicos teniendo en cuenta su propia vulnerabilidad —alejados de su entorno familiar y social, de su medio cultural—. Es el concepto de solidaridad llevado a su máxima expresión y que estaría hermanado con la dignidad humana, valor desde el que han de desarrollarse y respetarse todos los derechos humanos.

La dignidad humana se convierte, así, en el límite que ningún poder puede traspasar ni arrollar. Todas las personas, por el hecho de serlo, son sujetos de derechos básicos y universales. El derecho de asilo, por tanto, es la expresión de la dignidad humana en su vertiente de respeto a la vida y a la integridad física de las personas refugiadas.

También implica el derecho a desplazarse, a cruzar fronteras, a ser acogido allí donde haya una mínima posibilidad de que exista una eficaz protección del derecho a las necesidades básicas, derecho a un trabajo digno, derecho a la sanidad, derecho a la escolarización, entre otros.

Si bien fue pacífico el reconocimiento del derecho de asilo como derecho humano y universal, también ha sido pacífico el alejamiento y el letargo en el que hemos estado sumidos durante décadas acerca de este gran problema que supone la constatación de más de 50 millones de refugiados en todo el mundo y la aparente falta de recursos para atenderlos mínimamente.

La silenciosa respuesta de los ciudadanos del mundo ante esta gran catástrofe humanitaria podría deberse a la perspectiva geográfica con la que la observamos, desde la lejanía.También habrá de tenerse en cuenta que los refugiados no llegan hasta nosotros porque nuestras fronteras se lo impiden. Por lo tanto, si no los vemos parece que no existen, obviamos el problema.

Los efectos de la globalización, de la sociedad de consumo, del avance del neoliberalismo y del fomento del individualismo han provocado en el ánimo de los ciudadanos de todo el mundo un adormecimiento de las conciencias hasta el punto de sentirnos libres por el solo hecho de creer ilusamente que trabajamos para nosotros mismos.

Ni siquiera hemos llegado a darnos cuenta de que esta Era de salvaje mercantilización podría dar lugar a obligarnos a pagar hasta por  respirar y, cuando llegue el momento, ni siquiera nos extrañará.

Aprovechando esta apatía, aquellos que tienen interés en que el statu quo quede intacto han venido a transmitirnos mensajes muy claros acerca del peligro que supone el extranjero, por el hecho de serlo; el riesgo a ser invadidos por terribles hordas subsaharianas que quieren llegar a España para instalarse en Europa; la dificultad económica de acoger a todos los que huyen de una muerte segura, o de la explotación, de la guerra. Se esgrime la falta de recursos para atender a los refugiados, sobre todo del recurso “empleo digno”, un derecho tan escaso en los últimos tiempos.

Todo ello podría resumirse en una sola idea: la situación de los ciudadanos occidentales, europeos, es casi trágica, debido a la crisis económica (como si de una catástrofe natural se tratara) y quienes pretenden entrar en nuestros países serán nuestros competidores naturales, nos arrebatarán el pan, el techo, el trabajo, nuestra tranquila seguridad.

Sólo podremos romper esta trampa dialéctica desde la recuperación en nuestras conciencias de la dignidad humana: aquélla que nos indica que lo que nos llega en imágenes captadas por periodistas y activistas desde Grecia, desde la costa mediterránea y desde el centro de Europa supone una grave crisis humanitaria que hay que reparar acogiendo a los miles de personas que huyen de las más trágicas vivencias y peligros.

Es el mismo proceso de agitación interna por la inhumanidad que representa el hecho de que los refugiados llegados a Dinamarca sean despojados de sus pertenencias—aquellas evaluables económicamente— a fin de pagar un peaje en especie. Es la misma indignación que nos invade cuando policías griegos o húngaros gasean despiadadamente  a la población refugiada; es la misma rabia al conocer las cifras de muertos ahogados en el Mediterráneo; es el mismo sentimiento que nos impulsa a exigir justicia ante la firma de un vergonzante acuerdo mercantil que cambia personas por dinero entre la Unión Europea y Turquía, un país que por cierto aún no ha firmado la Convención del Refugiado de 1951.

Una vez que hayamos despertado de nuestro letargo, habremos de exigir a nuestros representantes que cumplan efectivamente el derecho de asilo, que como derecho humano universal no es mercantilizable ni mensurable en cuotas basadas en la capacidad de absorción laboral de cada país. Hemos de recuperar para todos y todas la dignidad humana, que no sólo redundaría en los derechos que han de ser reconocidos a las personas refugiadas sino en el reconocimiento de todos como seres humanos libres, iguales y con derechos socioeconómicos y políticos.

Tras la denuncia social, o coetánea a ésta, entiendo sumamente relevante ejercitar la denuncia penal, cual litigio estratégico, contra todos aquellos que hayan actuado, creyéndose impunes, cometiendo crímenes de lesa humanidad. El ataque a los refugiados de cualquier forma imaginable, incluida la deportación forzosa, es un crimen de lesa humanidad aceptado en la legislación internacional y traducido en no pocos países de nuestro entorno. Nuestro Código Penal así lo incluye en los artículos 607 bis y 608.

Mediante el litigio estratégico que permite visibilizar la vulneración de Derechos Humanos por parte del mismo poder, nos podremos también movilizar exigiendo que no quede impune ningún delito que atente contra la humanidad. Un ejemplo de esto es la querella presentada contra Rajoy por la firma del llamado “acuerdo de la vergüenza entre Turquía y la Unión Europea.

Recuperando así la dignidad nos movilizaremos para exigir el efectivo cumplimiento de los Derechos Humanos reconocidos internacionalmente.