Teatro: el espectáculo de un mundo nuevo

Alguien que diga algo, y alguien que escuche. Y nada más. Bueno, sí. Que coincidan, en el tiempo y en el espacio. Y nada más. Un mínimo de dos personas que se concedan el respeto, el cariño, el cuidado, el momento. Alguien que necesita atención y alguien que necesita un nuevo mundo posible. Teatro. Nada más. Y nada menos. Nada más humano, nada más político, nada más ciudadano, nada más sencillo y necesario que la comunicación, que el rito, que el mito, que la imaginación. Nada más sublime que la reunión. Nada más auténtico que el diálogo y el pensamiento, que la ficción. Nada más revolucionario que la belleza y la crueldad, que la diversión. Nada más y nada menos que el teatro.

Las cualidades diferenciadoras del teatro, como práctica artística, son dos, y en su unión encontramos su esencia. Por un lado, es un arte literario. Por otro, espectacular. Quizás la primera sea la más reconocida. Desde Aristóteles, en las diferentes poéticas, así como en los diferentes manuales que explican la literatura, le otorgan la categoría de género literario al drama, tal y como hacen con la lírica y la épica. El drama es lo que se actúa y tiene la finalidad de ser representado frente al público. Ahí reside su espectacularidad. Su singularidad: el teatro es efímero, único, un acto comunitario. Una representación teatral nunca más se va a volver a repetir. Tan sólo las personas que se dieron cita en un determinado recinto, en un momento concreto, fueron testigos de esa experiencia. Y nadie más. Al día siguiente podrá celebrarse otra función. Otra. Distinta. Porque el público es distinto, y sus risas, y sus juicios e interpretaciones, y sus respiraciones. Porque el momento es otro.

¿Es quizás esta combinación lo que hace que el teatro nunca pase de moda, que siempre sobreviva a la permanente “crisis del teatro”? Es la combinación de presenciar en vivo y de una manera comunitaria una ficción, un discurso que plantea un mundo distinto, un mundo posible, una crítica, lo que hace del teatro un acto político, revolucionario. El teatro, incluso el que no utiliza las palabras para expresar, cuenta una historia, y eso no es más que estructurar de una manera verosímil y coherente una alternativa a la realidad, o una perspectiva de la propia realidad. Y esa alternativa se comparte con los actores y actrices que se mueven sobre las tablas, con el técnico que ilumina distintas realidades y modifica las percepciones en nuestras imaginaciones, con la espectadora que, sentada en la butaca de al lado, entrecorta su respiración al escuchar unos versos o se contagia de la risa proveniente de dos filas más adelante, producida por la caída del poderoso en el escenario.

El teatro es comunidad, es pueblo, es equipo. Hemos hablado del público, de los actores y actrices, del equipo técnico, de vestuario, de dirección, de dramaturgia. El teatro es un arte colectivo. Y cada artista, cada creador, cada trabajador en una producción, es imprescindible. Y cada función, cada tarde, en el teatro, todas las personas involucradas arrancan al compás marcado por la dirección, se apaga la luz del patio de butacas, se descorren los telones y aparece el nuevo mundo. Se apagan los teléfonos móviles. Y cada trabajador defiende su puesto de trabajo, y cada trabajador reivindica su labor y demuestra que a pesar de la cruzada gubernamental contra las artes, contra la escena, y de los abusos de algunos empresarios del sector, la dignidad del ser humano se defiende, y que desde la creatividad, desde el arte, se puede generar una afilada defensa de la dignidad.

Dicen los textos de historia del teatro que este género deriva de los cultos a Dioniso, el dios del vino y la alegría, y que, por lo tanto, su origen es sagrado. En estos ritos había una especie de coro que desarrollaba cantos a los dioses. Fue el dramaturgo Tespis, en el siglo VI antes de nuestra era, el que sacó a un personaje del coro, el protagonista, para establecer un diálogo con él. Más tarde, Esquilo y Sófocles extraerían un segundo y tercer personaje del coro. De este modo, lo que en un principio era una ritual de canto a los dioses se fue humanizando y convirtiendo en un diálogo entre personas. Paralelamente en la Antigua Grecia iba surgiendo una primeriza e imperfecta democracia. El poder emanaba de la sociedad, de lo humano, ya no descendía de lo divino. El teatro y la democracia iban de la mano. ¿Se podría extraer algún paralelismo con el actual momento histórico? ¿El diálogo, de tú a tú, entre ciudadanos, revitalizaría hoy en día la actual e imperfecta democracia?

En el actual momento histórico, social, político y cultural, necesitamos crear nuevos mundos, nuevos discursos y pensamientos. Es por ello esta revista. Es por ello un hueco en esta revista para el teatro. Hay que hablar de la profesión teatral, de sus retos creativos y laborales. Hay que hablar de la memoria, de las personas que contaron lo que contaron y que por contarlo fueron relegadas al olvido, a la prisión, a las cunetas. Hay que hablar de los personajes que se sirvieron de las tablas para pasarse de hombre a mujer, de mujer a hombre, degenerando. Hay que hablar de tantos temas vinculados al teatro que no pueden ni siquiera ser enumerados en este artículo. Pero, quizás, sirva este texto para abrir un telón, para calentar la voz, para que el público vaya tomando los asientos e incluso para invitarle a que suba a las tablas, a que se atreva a ser protagonista. Este texto sólo es un punto de partida, una llamada de atención. Y nada más. Bueno sí, un compromiso, un compromiso de que continúe la función, de que no termine aquí. Y nada más. Y nada menos.

Cuando escribo estas líneas me entero del fallecimiento de José Monleón, crítico y teórico teatral, dramaturgo, director de escena, fundador de la revista “Primer Acto”. Pepe es, sin duda, una de las figuras claves del teatro del s. XX español. Él introdujo autores, tendencias del extranjero en este país, durante la dictadura. Él ayudó a que nuestro teatro estuviera a la altura del teatro que se hacía fuera. Él siguió la estela de tantos dramaturgos que se exiliaron tras la Guerra Civil, incorporando sus trabajos a nuestro repertorio, extrayéndolos del olvido. Pepe Monleón, como nadie, unió la libertad de creación teatral, la necesidad de una estética trabajada, junto al cambio político y social. Gracias Pepe. Seguimos.

Fotografía de Álvaro Minguito ®.