Chega: populismo en tiempos hiperpolíticos

Durante años, la aparente inmunidad de España y Portugal ante el auge internacional de una nueva “internacional reaccionaria” pasó a conocerse como la “excepción ibérica”.  En España, esta idea se extendió a través de una metáfora precursora del imaginario pandémico: el 15-M, nos decían, había “vacunado” a la sociedad española frente a los contagiosos avances de la extrema derecha. Y de un modo muy similar, de Portugal se aseguraba que su 25 de Abril –el levantamiento cívico-militar que acabó con la dictadura de Salazar– había dotado a los portugueses de los anticuerpos democráticos necesarios para curarse en salud.

Una década después, la realidad política de nuestra península y sus archipiélagos luce muy diferente. Tanto que la premisa de nuestra “excepcionalidad” se ha revelado como la hipótesis fútil y desencaminada que siempre fue. En su diagnóstico sobre España, una confusión de deseos y realidades que pecaba de ingenuidad y exceso de confianza. En sus conclusiones sobre Portugal, una amnesia peligrosa. Y es que desde el surgimiento de la “cepa española” en octubre de 2018, los supuestos “anticuerpos excepcionales” no tardaron en esfumarse. Y en dos años, no solo VOX pasó de la marginalidad política y la irrelevancia mediática a ser la tercera fuerza más votada en el país, sino que su fuerza “gemela” en la nación portuguesa consiguió (aunque fuera tímidamente) ganar su primer (y único) escaño la Asamblea de la República.

Aunque sobre Vox se hayan vertido ríos de tinta, el caso del auge de Chega sigue resistiéndose al debate y la reflexión colectiva. Sin embargo, ahora que los debates, discrepancias y pugnas internas entre las izquierdas portuguesas acercan tanto nuestras realidades en sus dimensiones-desastre, se vuelve crucial dar la vuelta a esa tendencia. Hace solo tres años Ventura parecía un trapecista volatinero tambaleándose sobre una cuerda floja. Como explicaba Steven Forti por aquellos días, Chega, con un solo escaño y menos de cien mil votos, permanecía como una hipótesis que bien podría convertirse en “una nota al pie de página de la historia portuguesa o en una referencia más de la geografía de la extrema derecha 2.0”. Hoy, con las encuestas cada vez más reñidas entre el Partido Socialista de Antonio Costa y el confusamente llamado Partido Social Demócrata de Rui Riu (el principal partido de la derecha portuguesa), Chega parece encaminada a ser la tercera fuerza más votada en los sillones del Palacio de São Bento, por delante de la alianza entre verdes y comunistas (la Coalición Democrática Unitaria) y la izquierda progresista coaligada en el Bloco de Esquerdas. ¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí?

El auge de Chega, a mi modo de ver, ha de entenderse sobre todo como el triunfo de una derecha política que ha aprendido a capitalizar la crisis de representación que asola a la democracia portuguesa a través de una removilización inteligente de su espacio social, aún circunscrito en lo que entendemos por “derecha”. Pero también como el producto de una forma de hacer política a través de la provocación estratégica que se amolda mucho mejor a las formas de la “hiperpolítica” actual que los modos de la izquierda. Aunque de nada sirviese aspirar a imitarlos, ambos movimientos  resultan sumamente estimulantes para pensar nuestras dos realidades. Realidades que cada vez están más cerca entre sí aunque sea para mal.

Haz el sistema temblar: Chega y el antielitismo de las nuevas derechas ibéricas

El de André Ventura, así como el de Giorgia Meloni, Santiago Abascal o Eric Zemmour, es sobre todo un proyecto de intervención política dentro del campo de las derechas. En este caso, dentro de un espacio marcado por el desplome del actor mayoritario, un PSD desplomado por debajo del 30% y un CDS al borde del naufragio. Sin embargo, y a la vez, también es un proyecto que se enmarca dentro de un contexto general más importante de crisis de representación política donde el hartazgo y la resignación se materializan en exorbitantes cotas de abstención electoral. Más de un 50% en las últimas elecciones legislativas de 2019, más de un 60% en las presidenciales de 2021 y casi un 50% en las municipales de hace tan sólo unos meses.

Como en casi todo el conjunto de las “nuevas derechas radicales”, la receta cheguista para afrontar este escenario ha sido la de combinar el “complejo vitamínico” nacionalista (usando la expresión de Juan Carlos Monedero) con una calculada articulación del populismo tan evidentemente impostada como retóricamente antielitista. Un discurso que parte, en el caso de André Ventura, de una acusación hacia la derecha tradicional portuguesa (de la que él mismo formaba parte hasta escindirse y forjar Chega) de ser una fuerza rehén de su “elitismo social”, sus “privilegios” y su “clasismo”; que, de un modo marcadamente nacionalista, siempre ha asociado más a sus modos de vida, sus valores y su forma de entender qué significa ser portugués que en sus posicionamientos en materia económica.

Chega nunca ha radicalizado sus imposturas plebeyas hasta los límites de VOX, y la estética de sus actos, de su vestimenta trajeada y su vocabulario siempre han estado muy lejos de las teatralizaciones de la nueva derecha radical española. Sin embargo, toda la vacuidad de poses populistas en su estética cotidiana se contrarresta al nivel de discurso, donde abundan constantemente las embestidas contra “las élites corruptas”, “los empresarios millonarios” o nociones tan difusas como efectivas de “los poderosos”. Un discurso en el que siempre enuncia la primera persona del plural como un pueblo sometido y humillado. Una retórica donde la izquierda, como en España, es confrontada como “élite mimada” que “arruina el país desde hace 47 años”, la versión vecina del “peor gobierno en 80 años” con apología del fascismo incluida.

Su  estrategia de fondo, vehiculada a través de consignas como “¡Haz el sistema temblar!” y la promesa de “marchar algún día hasta la capital para demostrar que el gobierno (…) pertenece al pueblo”, no funciona para construir mayorías transversales. En cambio,  sí que ha demostrado que sirve para concentrar cada vez más votos a su favor acomodando el contenido nacionalista y neoliberal de sus propuestas en los códigos de un hartazgo cada vez más generalizado. Homologando la “cultura popular” a los residuos morales y culturales del Estado Novo y el “sentido común” a la racionalidad neoliberal más desacomplejada. Camuflando la oposición al estado de bienestar, vendida como una revuelta de “los ciudadanos comunes” contra el “despilfarro” y el “clientelismo” de “las élites” en abstracto, y defendiendo el ensalzamiento del pasado colonial como una lucha contra quienes ansían “humillar” y “empequeñecer” al “pueblo de Portugal”.

Las condiciones de posibilidad de este discurso no solo están en la posibilidad de ganar fuerza entre quienes ven la política con desapego y resignación. Están, sobre todo, en la posibilidad de usurpar la representación de esos sentimientos en un escenario igual de desmovilizado donde intentar arrogarse la representación de una mayoría silenciosa aún por nacer. Y eso, más que con la afinidad entre las potencialidades del populismo como discurso político y el proyecto de las nuevas derechas, tiene que ver por encima de todas las cosas con los tiempos de lo que autores como Anton Jäger han bautizado como la era de la “hiperpolítica”[1]. Una era donde la postpolítica neoliberal –obstinada en su fantasía del fin de la historia, autoconvencida del advenimiento de un mundo sin política– ha acabado sumergiéndose en una realidad magmática permanentemente convulsionada por el conflicto. Pero también igual de lejana a la participación democrática de las mayorías.

André Ventura, entrenado durante años en el debate de las tertulias deportivas y los debates de sucesos, crímenes y escándalos, refleja como nadie las dinámicas de la “hiperpolítica”. Una nueva fase de la crisis orgánica del neoliberalismo donde la volatilidad electoral y el surgimiento de nuevos fenómenos en serie jamás cristalizan en estructuras que integren el desencanto para instituirlo en alternativas, sino que más bien actúan como diluyente de cualquier proyecto transformador que aspire a traer de vuelta la democracia de masas y la implicación colectiva. Al contrario que en los albores de la crisis económica de 2008, más que en politizar el descontento y cabalgar el estallido, el reto de las izquierdas portuguesas (y de las españolas), parece estar destinado a adaptarse a este nuevo terreno desconocido. Un escenario donde “cortocircuitar” el espacio público haciendo de la provocación una estrategia ha parecido servir a la nueva derecha radical pero parece ser infértil para las izquierdas.

La campaña de las izquierdas en las elecciones Portuguesas ha estado plagada de reivindicaciones políticas en materia de alquileres, legislación laboral o defensa de los servicios públicos. Son, de hecho, los puntos centrales de su desacuerdo con los presupuestos del Partido Socialista que han empujado a Portugal hacia el adelanto electoral. Sin embargo, las maniobras de Ventura en su intento de descarrilar la conversación pública hacia polémicas cotidianas, tan intensas como vacías, han ido carcomiendo la agenda diaria hasta colocar sus reivindicaciones, con solo un diputado, en una posición cada vez más destacada del debate del día a día. Frente al auge de partidos como Chega, quizás la respuesta ya no esté solo en barajar qué nociones alternativas de la comunidad y el sentido de pertenencia pueden construir otros “nosotros” colectivos, otros “pueblos”, otras “patrias”. Tampoco, visto está, en la mera insistencia sobre “lo material” frente a las “guerras culturales”. En un contexto donde la política está en todos lados pero la transformación está ausente o se resiente, el reto parece destinado a pasar por repensar cómo desbordar dinámicas más poderosas que la apatía y la negación del conflicto que reinaba antaño. Cómo embridar un torbellino ingobernable en el que las izquierdas se acaban viendo degradadas a confrontar, digital y analógicamente, en las formas de una hiperpólitica donde el ruido las enmudece mientras amplifica las propuestas con mayor capacidad de sembrar crispación alrededor de controversias constantemente cambiantes, con poco contenido, pero con una alta carga eléctrica.

Iago Moreno (@IagoMoreno_es) es sociólogo por la Universidad de Cambridge.

Notas

[1] Jäger, Anton. (3 de enero de 2022). How the world went from post-politics to hyper-politics. Tribune. Recuperado de: https://tribunemag.co.uk/2022/01/from-post-politics-to-hyper-politics