Di qualcosa D’Alema! El largo invierno de la izquierda italiana

La película Aprile (1998), del icónico cineasta italiano Nanni Moretti, nos dejaba para el recuerdo una escena que veinte años después continúa más vigente que nunca. La cinta mostraba al propio director y protagonista de la película sentado delante de su televisor viendo un debate entre Silvio Berlusconi (Forza Italia) y Massimo D’Alema (Partito Democrático della Sinistra, antiguo Partido Comunista). Moretti se lamentaba de la incapacidad del líder excomunista de rebatir los argumentos de Il Cavaliere, y poco a poco se iba encendiendo ante la pasividad de D’Alema. «Di algo de izquierdas, D’Alema, di una sola cosa de izquierdas, D’Alema», gritaba Moretti, que al rato, ante la absoluta inacción del candidato del PDS, terminaba suplicando a la pantalla «di cualquier cosa D’Alema, di lo que sea, pero al menos di algo».

Veinte años más tarde, y justo tres años después de las elecciones que encumbraron a Salvini y al Movimento 5 Stelle, la sensación del votante de izquierdas en Italia sigue siendo parecida a la de Moretti en su film del 98. La izquierda continúa sin decir nada en el país que contó con el Partido Comunista más poderoso de Europa Occidental. Tan solo el socioliberalismo progresista del Partido Democrático (PD) tiene fuerza suficiente para plantar cara en las instituciones a una extrema derecha que lleva años en auge. Junto a él, varios partidos progresistas muy minoritarios, la mayoría escisiones del propio PD, conviven en un espacio que representa menos del 25% de votos donde ninguna fuerza puramente de izquierdas ha sido influyente en los últimos años.

Recordemos que en Italia, a diferencia de otros países como el nuestro, no hubo una explosión popular similar al 15-M, donde se congregaran sensibilidades de distinta índole que pidieran una salida a la crisis con más política y de mejor calidad. El «no nos representan» era un alegato a una mayor representación (sustantiva y descriptiva), y no una mera proclama antipolítica. En Italia, por el contrario, tuvo lugar el Vaffanculo Day (el «día de a tomar por culo» o V-Day), una serie de manifestaciones de carácter cínico cuya raison d’etre era mandar a tomar por el culo a la clase política. De esta manera, mientras en países como Grecia o España la crisis dio lugar a nuevos movimientos y actores políticos progresistas, en Italia el descontento fue cooptado por el Movimento 5 Stelle (M5S).

El M5S fue desde sus orígenes un partido con un discurso antipartidista y ambiguo que mezclaba elementos supuestamente de izquierdas como el énfasis en la democracia participativa o una especie de renta básica, con posicionamientos que rozaban la extrema derecha en materias como la política migratoria. Con una visión más destructiva que propositiva, el M5S inundó la sociedad italiana de proclamas populistas sin apenas contenido ideológico. Un partido al que erróneamente se ha comparado con Podemos y que llegó a gobernar con la Lega de Matteo Salvini y con el PD sucesivamente tras ser primera fuerza en 2018.

A fecha de hoy, el auge del M5S parece definitivamente desactivado, y la formación se encuentra diluida en un gobierno político-técnico guiado por Mario Draghi, la quintaesencia de una tecnocracia que el propio partido criticó fervientemente hace unos años. Según todos los sondeos, el M5S se situaría actualmente entre un 10 y un 15% en unas hipotéticas elecciones, cuando hace tres años obtuvo casi el 34%. Una caída estrepitosa que, sin embargo, no se ha traducido en un aumento de las perspectivas electorales de la izquierda. El PD continúa anclado en un 20%, y a su izquierda ninguna fuerza política crece sustancialmente, a diferencia de lo que ocurre en la extrema derecha. ¿Qué es lo que le ha pasado a la izquierda italiana, y por qué a día de hoy solo parece tener hueco el tímido reformismo que propone el PD?

Del PCI al PD. La progresiva pérdida de identidad de la izquierda italiana

Para tratar de entender el declive de la izquierda italiana es necesario remontarnos a los años 90. En medio de los procesos de Tangentopoli que acabaron con la Democracia Cristiana (DC) y el sistema de la I República, un grupo de dirigentes del Partido Comunista Italiano (PCI) decidió que era el momento de dar un giro que terminara con la exclusión del poder que llevaban décadas sufriendo los comunistas. Las siglas pesaban demasiado, y con una DC acorralada por los escándalos judiciales, el momento era un ahora o nunca para el segundo partido del país. La caída del muro de Berlín precipitó los acontecimientos, y unos días más tarde en el barrio de la Bolognina, una de las «zonas rojas» de Bolonia, Achille Occhetto, secretario general del partido, abrió la puerta a una refundación que incluía la posibilidad de abandonar el nombre y la simbología comunista.

La lectura de los acontecimientos de Occhetto y sus partidarios fue sencilla. El desplome del bloque soviético inauguraba una nueva época, por lo que era necesario un impulso renovador. Si querían gobernar, había que transformarse y abrirse a sectores de la población que eran inaccesibles para un partido que contenía la palabra comunista. La transición no fue plácida ni mucho menos, y una parte significativa de la militancia la entendió como una claudicación imperdonable.

Aproximadamente un tercio del partido se posicionó en contra de las tesis de Occhetto y los miglioristi, la facción más moderada y posibilista del PCI, principal impulsora del cambio. El proceso no solo supuso una ruptura entre las distintas corrientes del comunismo italiano, sino que como cuenta Lucio Magri, militante contrario a la disolución, también supuso una fractura entre los dirigentes y la militancia. Magri escribió hace unos años El Sastre de Ulm, una obra clave para entender el comunismo italiano que radiografía el partido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su disolución. En ella, el antiguo militante narra con desazón esta ruptura que disolvió el partido en apenas dos años, dando lugar a dos nuevas formaciones: el Partito Democratico della Sinistra (PDS), integrado por los partidarios de la vía de Occhetto, y Rifondazione Comunista, donde terminó el ala izquierda del partido contraria a la disolución. En medio de esta ruptura, 800.000 del 1.400.000 de afiliados que tenía el PCI jamás volvió a la militancia, dejando según Magri un terreno fértil para la demagogia populista, cuyas consecuencias Italia vive desde hace décadas.

El PDS apenas duraría siete años, y en 1998 los excomunistas confluirían con otras formaciones de izquierda moderada en los Democratici di Sinistra (DS), una formación que ya abandonaba cualquier vestigio comunista y se integraba definitivamente en el universo socialdemócrata. Bajo la DS losex comunistas alcanzarían el gobierno en dos ocasiones, la primera en 1998, donde su secretario Massimo D’Alema se convirtió en primer ministro, aunque apenas aguantó un año en el cargo. La segunda, como parte de la coalición El Olivo encabezada por Romano Prodi, en la que confluyeron con los socialcristianos de La Margarita (exmiembros del ala más progresista de la DC).

La oposición a Silvio Berlusconi había logrado unir en apenas diez años a los excomunistas con el ala más progresista de la histórica Democracia Cristiana. Una unión que se materializaría definitivamente con la creación del Partido Democrático (PD). En 2007, un grupo de dirigentes excomunistas y socialcristianos entendieron que el bipolarismo del sistema de la II República les estaba reclamando un cambio. Fruto de esta necesidad surge el PD, un partido contenedor que aglutinaba en su interior a los excomunistas y exsocialistas de DS y los democristianos de La Margarita. Doce años después de los escándalos de corrupción de Tangentopoli los restos comunistas y democristianos acababan confluyendo en un mismo partido de forma definitiva.

La solución impulsada por dirigentes como el exalcalde de Roma Walter Veltroni fue abrazada con ilusión por el socioliberalismo europeo e italiano. Sin embargo, lo cierto es que esa máquina electoral diseñada para ganar que pretendía ser el PD solo ha logrado gobernar desde su creación con el apoyo de los centristas, de Berlusconi o del M5S. Unos resultados modestos, que unidos a la pérdida de credibilidad del espacio político hacen que el partido se encuentre estancado actualmente en un 20%.

Por el camino, los históricos dirigentes comunistas tuvieron que elegir entre el ostracismo o cambiar de chaqueta política. A ninguno le fue bien. Por un lado, Rifondazione Comunista fue perdiendo votos hasta desaparecer de las instituciones, y por otro, la izquierda del PDS y DS fue perdiendo peso y credibilidad en las sucesivas confluencias con los exdemocristianos. El New Labour a la italiana no funcionó y a día de hoy tal vez algunos se pregunten si fue una buena idea prescindir del ala izquierda del partido hace quince años.

¿Otra ruptura más? Perspectivas de la izquierda italiana

Hace apenas un mes, Nicola Zingaretti, secretario general del Partido Democrático, anunciaba su dimisión, avergonzado de que en su partido “solo se hablara de primarias y de sillones” en referencia a las negociaciones del gobierno Draghi. Zingaretti se convirtió de esta manera en la segunda víctima del movimiento de Renzi en apenas un mes, tras el anterior Primer Ministro Guiseppe Conte en enero. Lo que no se podía llegar a imaginar Matteo Renzi era que su movimiento fuera a precipitar la vuelta de otro archienemigo suyo: Enrico Letta.

Tras la marcha de Zingaretti, perteneciente a la corriente más socialdemócrata del partido, las aguas se empezaron a mover dentro del Partido Democrático para organizar una sucesión acorde a los tiempos. El resultado final ha sido la vuelta de Enrico Letta, primer ministro entre 2013 y 2014 al que desalojó del poder su propio compañero de partido, Matteo Renzi, que tras llegar al liderazgo del Partido Democrático consiguió mover los hilos para poner a la propia formación de Letta en su contra.

Justo siete años después, Letta vuelva a liderar el partido que le desahució del poder. A representar a una socialdemocracia italiana con un perfil —aún más— moderado, europeísta y proclive a entenderse con el M5S, única balsa electoral que le queda para intentar ser competitivos electoralmente como veremos. El nuevo líder del PD reconoció en una entrevista reciente con La Vanguardia la necesidad de entenderse con los de Grillo y Di Maio para superar a la ultraderecha. La izquierda cambia de liderazgo, aunque poco cambiará en su política de alianzas y aparentemente en sus perspectivas electorales, ya que a día de hoy quien continúa teniendo más posibilidades de capitalizar los éxitos o fracasos de Draghi es la ultraderecha. Salvini ha apostado a que el experimento salga bien, mientras que Meloni ha preferido mantener fuera a su partido, Fratelli d’Italia, para tratar de erigirse como la principal líder de la oposición. Y tanto uno como otro parecen mejor colocados que la izquierda para obtener réditos de esta experiencia. Un reparto de roles que, en menor dimensión, también ha ocurrido en la izquierda, donde mientras el PD y Articolo 1 (partido del reputado Ministro de Sanidad Roberto Speranza) han decidido apoyar a Draghi, Sinistra Italiana, otra escisión izquierdista del PD, ha decidido no sostener al nuevo gobierno para intentar hacer una oposición progresista al gobierno.

Sin embargo, la decisión de la izquierda a la izquierda del PD de no hipotecar su futuro con Draghi, no parece obtener por el momento ningún rédito electoral. Un hecho que sorprende teniendo en cuenta la vuelta del bipolarismo que ya se atisba en el horizonte italiano. El paréntesis tripolar que inauguró el Movimento 5 Stelle está dando sus últimos coletazos. Con un M5S cada vez más plegado al PD, la vuelta de la política de los dos grandes polos ha vuelto, como lo demuestran las distintas coaliciones a nivel regional entre el M5S y el Partido Democrático (Liguria, Umbría) y la posibilidad reciente de que Giuseppe Conte, el mayor entusiasta de la unión entre ambas formaciones, se convierta en el próximo líder del M5S. Incluso hay ya negociaciones para llegar a un acuerdo entre ambos en el gobierno regional de Lacio, y en Bruselas se está debatiendo introducir al M5S en el grupo del Partido Socialista Europeo (PSE). Un movimiento que puede tener hondas repercusiones en el futuro político de ambas formaciones.

Este matrimonio de conveniencia tiene que ver con una correlación de debilidades, y no tanto de fortalezas electorales. Con el desplome de los populistas y la incapacidad de crecimiento del PD, la unión es la única forma de ser competitivos con un bloque de la derecha que, incluso con Berlusconi y su Forza Italia fuera de la ecuación, podría superar ampliamente el 40% de los votos. Una cifra mágica en el actual sistema electoral italiano que podría darles una mayoría absoluta para gobernar el país durante un lustro.

La pregunta que surge es qué supondría el fin de la tripolaridad a la ya maltrecha izquierda italiana. La respuesta, ya adelantamos, no es nada halagüeña. Aunque en un futuro cercano los populistas se alíen con el centro-izquierda, la derecha seguirá hegemonizando todo debate en torno a la cuestión migratoria y económica. La sensación de una migración descontrolada y de unos impuestos necesarios de bajar están arraigados en la sociedad italiana, con unas formaciones de izquierda que llevan años sin saber cómo contrarrestar estos marcos. Si se piensa fríamente, la única excepción en los últimos cinco años en la política italiana ha sido el alegato post-ideológico y anti-establishment que consiguió representar el M5S. Sin ambos elementos encima del tablero, y con un Salvini cada día más europeísta, el eje de competición doble que existía hasta ahora (soberanismo/anti-establishment vs. cosmopolitismo/europeísmo y derecha vs. izquierda) se simplifica y reconduce al tradicional ideológico, donde la derecha tiene todas consigo.

Lucio Magri, en su historiografía del PCI, sostuvo que para la creación de nuevos partidos (o para la refundación de los existentes) se requería de organización, ideas claras, luchas duras (pero poco demagógicas) y, sobre todo, un grupo dirigente capaz de hacer pedagogía. Si estos elementos faltaran, los bloques de electores de izquierda podrían acabar cayendo fácilmente en opciones conformistas como las ya existentes. No se nos ocurre una mejor profecía autocumplida que la que nos dio Magri hace años. El PD y el centro-izquierda en Italia siguen viviendo de estas rentas conformistas. De votantes que, ante la falta de cualquier compromiso o actor que infunda ilusión y salidas progresistas al laberinto político italiano, siguen confiando en opciones que están bloqueadas electoral y programáticamente. Al PD le sobran dirigentes, pero le sigue faltando una base social que no le vote con la nariz tapada. Mientras, a su izquierda se extiende un gran vacío de ideas y liderazgos que no han sabido aprovechar la ventana de oportunidad que se abría con eventos como le Sardine in Piazza, un movimiento popular anti-salviniano que abarrotó las plazas de Bolonia entre el 2019 y el 2020.

Ramsay MacDonald pensaba que lo verdaderamente frustrante era ser excluido del poder, pero luego comprendió que había algo peor: llegar al gobierno y caer en la cuenta de que no se podía hacer casi nada. Más de 100 años después de la creación del PCI, la izquierda en Italia parece haber salido de un callejón sin salida para entrar en otro. Aquel en el que ya sea desde la oposición (2018-2019) como desde el gobierno (2019-2021) es incapaz de ser competitiva y generar alternativas que convenzan a más de un 20% de italianos. El revulsivo es más necesario que nunca. Las antiguas bases electorales del PCI, no nos engañemos, abandonaron a sus vástagos tiempo ha, y hoy apoyan opciones populistas (M5S), xenófobas (Lega) o profesan la abstención como cultura política. Los centros de las grandes urbes votan en masa al centro-izquierda, pero los barrios deprimidos y las periferias no quieren oír hablar de una élite socio-cultural que les traicionó. El caso de Pisa es ejemplar. Una ciudad donde la izquierda (primero comunistas, luego socialistas y, finalmente, excomunistas) gobernaba desde los 70, que fue arrebatada por Salvini en 2018, llegando a aglutinar hasta el 50% en barrios populares como Cisanello. David Allegranti, periodista y autor de la obra que narra esta transformación (Come si diventa leghista, 2019), explica que el motivo fue la yuxtaposición de una izquierda que se atrincheró en su fortaleza del poder obviando los problemas reales de la gente, y un Salvini que supo escuchar a las clases populares y proponerles soluciones. «El Partido Democrático ha vivido demasiado tiempo en una fortaleza inexpugnable. […] bastaba con notar el malestar. Aquí somos gente decente, solo necesitábamos interlocutores que nos tranquilizaran sobre los nuevos miedos», sentencia el exalcalde socialista Cortopassi.

Existe capacidad de movilización todavía en Italia. Las sardinas que salieron contra Salvini a comienzos del 2020 lo demuestran. Sin embargo, la izquierda italiana lleva viviendo demasiado tiempo de rentas del pasado y del antagonismo con rivales a los que no pueden disputarles los marcos (primero Berlusconi, luego Salvini). El verdadero reto está en convertir esta capacidad en algo propositivo y no meramente reactivo. De lo contrario, Meloni y Salvini gobernarán el país transalpino durante los próximos años.

Daniel Vicente Guisado (@DanielYya) es politólogo, Máster en Análisis Político y Electoral por la UC3M.

Jaime Bordel (@jaimebgl) es estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y colaborador de medios como El Salto, CTXT y Descifrando la guerra.

Fotografía de Álvaro Minguito.