Europa se veta a sí misma

La crisis que sobrevuela la Unión Europea en las últimas semanas es otra prueba más de su deficiente estructura y de los errores cometidos durante las últimas tres décadas en lo que se ha denominado como proceso de integración europea. Los dos principales laboratorios de neoautoritarismo en Europa, Polonia y Hungría, bloquearon durante semanas los Fondos para la Recuperación de los estados miembros, poniendo en riesgo el futuro del continente. El viceministro polaco, Janusz Kowalski[1], lo dejó claro: “Veto o muerte. Este es el lema-símbolo de la soberanía de Polonia frente a las tendencias antidemocráticas de los eurócratas”. Hace unos meses se exponían los principales problemas de la Unión Económica y Monetaria[2] y ahora estamos viendo un nuevo apartado más de esa lista. Se vuelven a repetir imprevistos que no son ajenos en el seno de Bruselas. ¿Cuál es el origen?

En 2004, la Unión Europea llevó a cabo el proceso de ampliación incorporando diez Estados, la mayoría del Este de Europa, pasando así de 15 a 25 miembros. Este movimiento se consideró un paso histórico para la integración política, económica y cultural dentro del continente europeo.

En el contexto de finales de los años 90 en Europa, el final de la Guerra Fría ocupó un lugar preeminente, transitando la escena mundial de una estructura bipolar dominada por los Estados Unidos y la Unión Soviética a una multipolar. La adhesión del grupo de los PECO (Países de Europa Central y Oriental) a la UE se basa fundamentalmente en una agregación de elementos muy atractivos para el futuro desarrollo de estos Estados, como la prosperidad y el desarrollo económico o la expansión del comercio, pero también era una oportunidad geoestratégica para la Unión al pasar a influenciar y controlar a toda una región de Europa, anteriormente bajo el control de la URSS. Con la ampliación, la Unión Europea tenía como objetivos estabilizar y modernizar la región mediante la introducción de cambios políticos y económicos destinados a lograr una mayor cooperación entre Europa occidental y oriental. Sin embargo, una de las lecciones aprendidas de este objetivo inicial es que en la agenda nunca estuvo la búsqueda de un desarrollo pleno de la democracia en los PECO, sino solo centrar los esfuerzos en cumplir los requisitos económicos básicos para poder acceder a la Unión y participar en el mercado común. Pero en el apartado económico también se registraron pocos progresos debido a la situación financiera de esos Estados a finales del decenio de 1990 y principios del siglo XXI. La pertenencia a la UE no ofrece ninguna garantía de que mejore la gobernanza nacional, la visión que se tiene en Bruselas de la UE como promotora de la democracia no deja de ser un espejismo. Ya en el año 2004 la mayoría de los nuevos Estados miembros habían hecho muy pocos progresos en la esfera del desarrollo democrático y, desde entonces, se han estancado e incluso retrocedido sin que esto suponga un problema político para la UE. Los PECO llevan años mostrando una gran desconexión con el proyecto europeo y la inacción de las autoridades de la Unión ha pasado constantemente por alto la pulsión neoautoritaria que ha terminado por limitar la democracia en muchos de los países de Europa del Este.

La ampliación de la Unión Europea hacia el Este supuso un punto decisivo en la transformación de la UE de una estructura postnacional a una transnacional en la que la diversidad cultural que existe en su seno desempeña un papel destacado. Para muchos es un gran desafío para nuestra comprensión del significado de Europa como espacio geopolítico, social y cultural. Una de las premisas básicas de la ampliación de la Unión Europea fue la de crear un organismo que integrase a Europa. Pero este argumento se enmarca en una dualidad, estableciendo una distinción esencialista entre lo que es y lo que no es europeo, una división basada en cuestiones políticas, sociales y culturales. La realidad nos muestra que este criterio es selectivo a la hora de establecer qué Estados son lo suficientemente europeos para formar parte de la UE.

Si observamos las diferencias entre el Oeste y el Este, podemos advertir que existe efectivamente una brecha política y cultural, pero debemos preguntarnos si realmente es un obstáculo para la integración o, por el contrario, si es una característica esencial de la idea fundadora de Europa. Para autores como Perry Anderson o Marc Bloch, la división de Europa en Este y Oeste ha sido algo aceptado por la historiografía desde mediados del siglo XIX, evitando, no obstante, en la actualidad las categorías étnicas características de las clases dirigentes decimonónicas. A pesar de ello, los términos geográficos se mantienen presentes, poniendo de relieve la histórica división del Imperio Romano en un Este avanzado, más urbano y desarrollado, y un Oeste atrasado, dominado por una aristocracia más oligárquica y con una población muy dispersa en zonas rurales. El Imperio Romano de Oriente, con su centro neurálgico situado en Constantinopla, se convirtió en un sistema político y social diferente. Comúnmente se entiende la historia de Europa Occidental, e incluso en muchas ocasiones de la propia Edad Media, como el desarrollo de la síntesis de dos culturas: la grecolatina y la germánica. Ambos bloques formaron gradualmente una cultura común, aunque muy diversa en su seno.

En Europa, la constelación latino-germánica ha predominado durante siglos sobre otras como la eslava o la islámica. Los primeros se convirtieron en cristianos durante la transición de la Antigüedad al feudalismo y, más tarde, pasaron por las etapas del Renacimiento, la Reforma y finalmente la Ilustración. La UE de los “padres fundadores” era esencialmente occidental. Sin embargo, lo que algunos sectores ideológicos más conservadores, en alusión a las diferencias entre Europa occidental y oriental, denominan choque civilizacional, es en realidad un planteamiento que nace de una visión que presupone que Europa es una civilización nacida exclusivamente del bloque latino y germánico, es decir, que Europa sería solo su actual zona occidental. Durante demasiado tiempo se han empleado términos unilaterales para definir Europa, lo que encontramos aquí es un proyecto que, en un principio, se basaba en raíces culturales y de pensamiento ligadas a la tradición occidental y su posterior desarrollo. ¿Es Europa un cuerpo uniforme y cohesionado bajo una misma premisa o es una unión de culturas con una historia compartida? Quienes defendían posiciones contrarias a la ampliación de la Unión Europea argumentaban que era necesario profundizar las ideas fundacionales y no ampliarlas de manera que acabaran desdibujándose. Esto ha creado un conflicto entre dos realidades socioeconómicas diferentes. ¿A qué velocidad debería desarrollarse Europa oriental para ajustarse a la legislación de la UE? En otras palabras: ¿hasta qué punto es legítimo –o  efectivo– aplicar las políticas y el pensamiento que se han desarrollado en un entorno democrático liberal a países que se encontraban a finales de los 90 en una transición hacia ese modelo? La respuesta de la UE fue cuándo antes que cómo, priorizando nuevamente lo económico sobre lo político.

Actualmente países como Polonia o Hungría envían al Parlamento Europeo decenas de parlamentarios euroescépticos y representan modelos contrarios a lo que el espíritu europeo debería promover. Pero estas democracias iliberales, como definió Viktor Orban[3] en su ya famoso discurso, son el resultado, en parte, de un proyecto europeo que puso la quinta marcha a principios de los años 90 buscando el desarrollo económico a toda costa sin importar ningún otro factor. Hablamos de dos Estados que hacen suyo el viejo eslogan de la Francia de Vichy: “trabajo, familia, patria”[4]. El hecho de que Hungría y Polonia condicionen el Fondo de Recuperación es una prueba del grave problema estructural de la UE. Que busquen romper con lo que llaman “dogmas de la Europa Occidental” indica que el proceso de integración tuvo muchas deficiencias, ya que no se trata de una imposición cultural sino de establecer unos criterios democráticos que deben ser cumplidos.

La deriva autoritaria en Hungría ha quedado plasmada en una ley aprobada el mes de marzo en la que se otorgaba al primer ministro Orbán el poder de gobernar por decreto por un periodo indefinido y de establecer nuevas penalizaciones a la libertad de expresión. En Polonia, Ley y Justicia, el partido del Gobierno, empleó hace dos años su mandato electoral para controlar la justicia alegando que esta reforma respondía a la necesidad de despolitizar el poder judicial. Asimismo, el pasado mes de septiembre más de 100 regiones del país se declararon “zonas libres de ideología LGTB”[5], en otro movimiento más contra las libertades civiles que en Hungría también buscan reproducir con una enmienda constitucional[6] que blinde la defensa de los “valores cristianos” para luchar contra la “ideología LGTB”. El pasado mayo en Hungría también se votó acabar con el reconocimiento legal de las personas trans. Además, en Polonia existe una campaña oficial[7], iniciada por la Iglesia y apoyada fervorosamente por el gobierno, contra los derechos reproductivos de las mujeres.

Podemos echarnos las manos a la cabeza o preguntarnos qué ha hecho mal la Unión Europea para que dos países autoritarios formen parte de sus instituciones y hayan podido bloquear algo tan crucial como los Fondos de Recuperación. No es la primera vez, ni será la última. La Unión Europea tenía varias opciones para esquivar el veto húngaro y polaco, una de ellas consistía limitarse a investigar y a crear comisiones de seguimiento, lo que continuaba una senda de excesiva permisividad. Otra opción era la de impulsar un acuerdo intergubernamental[8] que se saliese de los marcos y de los tratados europeos y, por tanto, de sus reglas. De lo que no cabe duda es que la Unión Europea no podía permitirse un nuevo fracaso, cada vez quedan menos cartuchos y el tiempo y las necesidades de la población de los Estados apremian. Finalmente se ha optado por ofrecer concesiones a los gobiernos húngaro y polaco, como una suerte de premio a aquellos que renuncian sistemáticamente a cumplir las normas y criterios mínimos. Si bien Bruselas dejó claro que se disponía de alternativas legales para superar el veto y llevar adelante el Fondo de Recuperación sin contar con ambos Estados, en última instancia Europa ha decidido nuevamente vetarse a sí misma y a todo lo que representa, tal vez por un bien mayor a corto plazo, pero, sin embargo, a costa de su propia estabilidad de cara al futuro.

Luis Marbán (@_marban) es politólogo por la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de medios como La Trivial o El Salto.

Notas

[1]  Kowalsk, Janusz. (5 de noviembre de 2020). https://twitter.com/JKowalski_posel/status/1324232765835980800?ref_src=twsrc%5Etfw

[2] Marbán, L. (6 de abril de 2020). “¿En el mismo barco?”, El Salto. Recuperado de: https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/en-el-mismo-barco

[3] Tóth, C. (29 de julio de 2014). “Full text of Viktor Orbán’s speech at Băile Tuşnad (Tusnádfürdő) of 26 July 2014”, The Budapest Beacon. Recuperado de: https://budapestbeacon.com/full-text-of-viktor-orbans-speech-at-baile-tusnad-tusnadfurdo-of-26-july-2014/

[4] Orenstein, M. y Bugaric, B. (19 de noviembre de 2020). “Work, family, fatherland: populist social policies in central and eastern Europe”, Social Europe. Recuperado de: https://www.socialeurope.eu/work-family-fatherland-populist-social-policies-in-central-and-eastern-europe

[5] Christofaro, B. (25 de septiembre de 2020). “How the EU can stop Poland’s LGBT-free zones”, DW. Recuperado de: https://www.dw.com/en/how-the-eu-can-stop-polands-lgbt-free-zones/a-55042896

[6] Walker, S. (11 de noviembre de 2020). “Hungarian government mounts new assault on LGBT rights”, The Guardian. Recuperado de: https://www.theguardian.com/world/2020/nov/11/hungarian-government-mounts-new-assault-on-lgbt-rights

[7]  Cancela, E. (23 de octubre de 2020). “Síntomas mórbidos en Polonia”, La Marea. Recuperado de: https://www.lamarea.com/2020/10/23/sintomas-morbidos-en-polonia/

[8] Íñiguez, G. (20 de noviembre de 2020). “Vencer las limitaciones de los tratados”, Política Exterior. Recuperado de: https://www.politicaexterior.com/vencer-las-limitaciones-de-los-tratados/

Fotografía de Álvaro Minguito.