Greta tiene razón

«Tan grande es el imperio natural de la costumbre,
que consideramos las convenciones más arbitrarias,
a veces incluso las instituciones más defectuosas,
como regla absoluta de lo verdadero y de lo falso,
de lo justo y de lo injusto».

Virtud y Terror

Robespierre

 

«No nos está permitido enloquecer en una época demente,
aunque nos pueda quemar vivos un fuego cuyo igual somos».

Indagación de la base y la cima

René Char

 

El Coro Minero de Turón contra el desastre climático

Si existe un claro ejemplo de reconversión industrial fracasada, ese lo encontramos en las comarcas mineras. La ineficiente e irregular gestión de las ayudas para la reestructuración económica, en la aplicación de los Planes del Carbón entre los años 2006 y 2017, ha sido una de las causas principales de la incapacidad para desarrollar una alternativa que cree empleo para las familias trabajadoras y clases populares de las zonas afectadas.

Para ellas, la minería no significaba solamente un tipo de relación salarial, sino una forma de vida que sustentaba lazos afectivos y solidaridad. Pero la solidaridad obrera se ejercía contra aquellos que los explotaban, no fetichizando su condición salarial. El orgullo de clase era un grito de rabia contra la mercantilización de su fuerza de trabajo, no la naturalización de su dominación. Así era como se forjaba comunidad, sentimiento de pertenencia.

Hoy día somos gobernados a través de la precariedad[1]. No es que haya desaparecido el empleo, sino el régimen fordista de empleo que aseguraba ciertos niveles de inclusión social y seguridad vital. No es que la actividad industrial ya no sea necesaria, sino que esta ha sido deslocalizada para que las empresas capitalistas obtengan mano de obra más barata y logren así maximizar su tasa de ganancia. En Asturias, el último caso ha sido el de Vesuvius, una empresa con beneficios, elevados índices de producción e importantes ayudas públicas para su implantación territorial. En definitiva, las consecuencias de esta transformación económica y social para las comarcas mineras han sido desoladoras.

El jueves 12 de diciembre de 2019, el Coro Minero de Turón pueblo de quien aquí escribe actuaba en la Cumbre del Clima (COP25) celebrada en Madrid. No había contradicción alguna en ello. Lo hacían recordándonos nuestro pasado combativo en torno a la minería, pero sin melancolía. No procurando la restitución de un tiempo idílico que nunca existió como tal (trabajo mecánico, obediencia, contaminación, sexismo, enfermedades, sufrimientos, muertes), sino animándonos a luchar por un presente y futuro mejor para las familias trabajadoras. Siendo por tanto conscientes de que uno de los mayores problemas de nuestro tiempo lo representa la crisis climática. De ahí su participación en la Cumbre. También para lanzar el mensaje de que, en el contexto asturiano, resulta prioritario planificar una transición energética justa que renueve y potencie el sector industrial estratégico, no que lo merme. Lo hacían junto a nuestro admirado Rodrigo Cuevas. Porque esta es también una cuestión de clase: la transición ecológica no puede desarrollarse, en ningún caso, a costa de los que menos tienen.

Greta, ni visionaria ni marioneta. ¿Cómo se atreven?

En dicha cumbre también intervenía Greta Thunberg. Y lo hacía diciendo verdades como puños. “La esperanza no está dentro de los muros de la COP25, no viene de los gobiernos y las empresas; la esperanza está en la gente, en el pueblo[2]. Denunciaba así la inacción de los máximos responsables políticos ante el cambio climático. «El peligro real es que los políticos y presidentes ejecutivos hagan como si estuvieran tomando acciones reales, cuando en realidad no se hace nada más que implementar planes astutos de contabilidad y publicidad creativa”, añadía.

Greta siempre ha querido subrayar que ella es “una parte pequeña de un gran movimiento” (cuya génesis radica en Fridays for Future), poniendo en valor así el activismo ambientalista de otras miles de personas en todo el planeta. De hecho, durante su primera intervención en COP25 optó por mantenerse en un segundo plano en favor de las reivindicaciones de jóvenes indígenas de EEUU, Uganda, Filipinas y de las Islas Marshall. No obstante, por encima de su voluntad, Greta se ha convertido en un icono mediático. De alguna manera, ya es una institución. Por eso conviene distinguir el valor de verdad de sus afirmaciones (proposiciones) respecto a la figura simbólica que en torno a ella se ha construido.

En tal sentido, debemos huir de dos concepciones límite entre las cuales suelen pendular las izquierdas. Por un lado, la de quienes advierten (sin pruebas empíricas) la acción de manos negras y poderes ocultos por todos los lados. Por otro, la de aquellos que creen en la espontaneidad de las acciones políticas y en la armonía universal de las mismas. Para los primeros, detrás de las confusas apariencias se ocultan siempre las auténticas realidades (reservadas para el conocimiento de unos pocos se sobreentiende, sin problematizar demasiado este extremo). Desde este punto de vista, que algunos ya han calificado como propio de una “izquierda amargada”, Greta sería simplemente un teleñeco, una marioneta del poder cuyos hilos acaso mueva un “genio maligno” que emplea “todos su industria” en engañarnos. Para los segundos, las acciones políticas se agotarían en su contenido directo, sin remitir a otros fenómenos o estructuras con las que estas ensamblarían y nos permitirían comprender mejor su significado. La realidad política sería plana. Desde esta óptica, que otros considerarán ilustrativa de la “izquierda naif” o “pánfila”, Greta será vista más bien como un personaje cristalino y sin aristas, una iluminación, un “ser de luz”.

Pero Greta Thunberg no es ni una marioneta ni una visionaria. Más allá de la creencia en conspiraciones, lo cual es mucho suponer, o en discursos puros que emergen de súbito, lo cual es suponer ingenuamente muy poco, lo que dice Greta Thunberg es, en líneas generales, cierto. Como en su enérgica admonición a los Jefes de Estado y líderes mundiales reunidos en la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU: “La gente está sufriendo. La gente se está muriendo. Ecosistemas enteros están colapsando. Estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y de lo único que pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico eterno. ¿Cómo se atreven?[3]. Sí, efectivamente, Greta tiene razón.

La verdad no tiene fuerza de obligar

Ahora bien, las ideas verdaderas no tienen fuerza por sí mismas. Dicho de otro modo: la fuerza de una verdad no se afinca en la verdad misma, sino en los afectos, que son la energía movilizadora de la vida. Como afirmara Spinoza, “el verdadero conocimiento de lo bueno y malo no puede, en cuanto verdadero, reprimir ningún afecto”[4]. También Kant consideraría que la razón siempre es empujada por un Trieb, una pulsión o instinto, hacia lo incondicionado. En síntesis, la grapa que une la verdad y la aceptación social son los afectos. Pero sostener que el tejido político se enhebra con afectos no quiere decir que no sea racional[5]. No se trata de contraponer afectos y razones, como si fueran esferas separadas, sino de reparar en que la racionalidad es intrínsecamente afectiva. Solo inviestiéndolas de afectos pueden las verdades producir efectos (morales, geopolíticos, etc.) y generar adhesiones (individuales y grupales).

En todo caso, ni siquiera las verdaderas científicas logran necesariamente, en virtud de sus contenidos universales, adquirir credibilidad o causar impacto en el ámbito sociopolítico; o incluso, a veces, tampoco en la “comunidad científica”. Las leyes de la herencia biológica, promulgadas por Gregor Mendel, fueron ignoradas durante 35 años, hasta que los científicos Hugo de Vries y Carl Correns lograron reconstruir los postulados del monje agustino a través de nuevos artefactos (microscopios, técnicas de tinción, etc.) y nuevas series de operaciones (en el campo de la morfología, de la fisiología celular, etc.) que demostraban su verdad.

Otro buen ejemplo lo ofrece la figura de Albert Einstein. La teoría de la relatividad no sólo llegó a ser conocida por dar explicación a una serie de “observaciones” desconcertantes (fundamentalmente, que la luz procedente del Sol se desplazara hacia el extremo rojo del espectro). Su verdad no se impuso de golpe por la lógica inexorable de unos experimentos cruciales y heroicos (el experimento de la deriva del éter de Michelson y Morley en la década de 1880, que sería reforzado por la observación de Eddington durante el eclipse solar de 1919). Si esta se convirtió en titular de periódico, como sostienen Harry Collins y Trevor Pinch, fue debido en gran medida a “la fuerza unificadora de la ciencia en un continente fracturado tras la Gran Guerra”[6]. Tras la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias necesitaban un consenso científico, y lo brindó la teoría de la relatividad.

A su través, Einstein alcanzó máxima notoriedad y comenzó a codearse con famosos de la época. Lo que le permitiría divagar, más allá de la ley de equivalencia de la masa y la energía, sobre cuestiones que trascendían el campo de la física, desde el significado de Dios hasta la posibilidad de una futura guerra nuclear, en una muestra evidente de lo que Althusser diagnosticaría como “filosofía espontánea de los científicos”. Autocalificándose de hereje, Einstein se burlaría de los físicos veteranos lanzando al cubo de la basura el éter y renunciando a encontrarle al Sistema Solar un fundamento absoluto. En este contexto, afirma Peter Galison, “La relatividad y la relatividad del tiempo en particular llegó a ser sinónimo de física moderna y de modernidad en sentido amplio”. Lo que demuestra también que “la imagen de un Einstein oracular o pensador puro […], es falsa”.[7]

Ahora bien, y retomando el hilo, la política siempre está constituida por seres capaces de afectar y ser afectados. Como hemos dicho, la acción política en su acepción más genérica es un asunto de afecciones, afectos y deseos colectivos, de cuerpos que se encuentran, se agregan o disgregan[8]. Siguiendo en esto a Frédéric Lordon, podríamos considerar spinozianamente que “mis encuentros (afecciones) me hacen algo (afecto), y en consecuencia me hacen hacer algo (redirección del conatus)”[9]. Pero, ¿en qué ámbito? ¿Cuál es su plano de inmanencia? Este es el punto crucial donde se produce el hiato entre los resbaladizos conceptos de naturaleza y la cultura.

La paradoja naturalista de la “izquierda cultural”

La Naturaleza no es algo que descubramos detrás de un gran ventanal, algo que sería contemplado por un ego trascendental tras descorrer las cortinas, sino que designa redes plurales de actantes (compuestos inorgánicos, vegetales, animales, humanos, ecosistemas, etc.) que se codeterminan y coevolucionan de diversas formas y en distintos niveles (geológicos, bioquímicos, climatológicos, etc.). En efecto, como afirma Bruno Latour, “hay que dejar de lado el pseudorealismo que pretende trazar el retrato de humanos que se pavonean ante un decorado de cosas”[10]. Entonces, la Naturaleza no es un escenario o marco previo a la acción humana. Y quienes así piensen, aunque sea de manera inconsciente, o precisamente por ello, es porque permanecen anclados en la concepción teológica medieval según la cual el Hombre sería el centro de la Creación divina; concepción esta poco natural y sí muy metafísica, que mutará en el materialismo decimonónico en la epopeya de la conquista de la Naturaleza por el trabajo humano.

Partimos siempre in medias res en términos de Marx de las “relaciones metabólicas entre los seres humanos y la naturaleza”. No hemos de contraponer, por ende, un modelo baconiano de dominación de la naturaleza con su culto romántico. Tampoco de adornar su supuesto dominio con un ramillete de valores ecológicos[11]. De esta manera, no existen dos series de sustancias ya preestablecidas (sujetos y objetos) que posteriormente se relacionan o interactúan, como si fueran sistemas paralelos. Tampoco hay “organismos de un lado y medioambiente de otro”. En realidad, así como la composición del aire depende de los seres vivientes que lo transforman al respirar, el medioambiente también es resultado al menos en parte de la actividad de los sujetos operatorios vivientes (animales, humanos… ¡y cyborgs![12]), de su evolución y capacidad performativa. Naturaleza y Cultura no son dos espacios ya acotados, sino antes bien dos campos que se traslapan, con zonas de pasaje, cuyos elementos se agitan, se mueven de un lado a otro y se entrecruzan. Por formularlo con Alenka Zupančič, “lo que está en juego no es una coincidencia entre dos entidades ya establecidas, sino una intersección que genera a ambos lados que coinciden en ella”. Y en sentido estricto, no hay partición previa a tal intersección[13].

Por eso, desde una perspectiva materialista que atienda a las condiciones históricas, a la genealogía cultural e ideológica y a las relaciones de poder que conforman las prácticas sociales, invocar a la Naturaleza con fines justificatorios de un fenómeno o acción resulta contradictorio. Pero, como veremos, también con fines desaprobatorios o de repulsa. Principalmente por dos motivos: en primer lugar, porque tal mención a la Naturaleza camufla su impronta normativa, esto es, puesto que hace pasar por natural aquello que es cultural. Esta era la denuncia explícita que Marx realizaba a los economistas burgueses: “Para ellos no hay más que dos clases de instituciones: las unas, artificiales, y las otras, naturales. Las instituciones del feudalismo son artificiales, y las de la burguesía son naturales. En esto los economistas se parecen a los teólogos, que a su vez establecen dos clases de religiones. Toda religión extraña es pura invención humana, mientras que su propia religión es una emanación de Dios”[14]. En segundo término, porque reintroduce la idea de que la Naturaleza es una realidad dada previamente a la agencia humana, lo cual se ha probado como falso. La Naturaleza no es un escenario pre-dispuesto para la acción humana, al igual que tampoco las cuadrículas de longitudes y latitudes son anteriores a las luchas geopolíticas de clases y Estados.

De acuerdo a lo antes dicho, debe deducirse que no es la condición natural de algo aquello que nos obliga a aceptarlo ni tampoco a rechazarlo, sino el conjunto de valores, razones y normas que empleamos a tal fin. De otro modo: el carácter natural de algo no es razón suficiente para su justificación[15], pero tampoco para su repudio o desprecio. Depende en todo caso de nuestros principios y acciones. La condena de las derechas políticas a la homosexualidad (y, desgraciadamente, hasta hace pocas décadas de buena parte de las izquierdas) no se debe a que esta práctica sea un “acto contra natura”, aunque así puedan considerarlo desde sus planteamientos, sino que obedece a motivaciones ideológicas y culturales concretas; en este caso espurias. A sensu contrario, si deseamos proteger la selva amazónica, no será porque la deforestación provocada suponga un “crimen contra la Naturaleza”, como si esta fuera una entidad autónoma, sino por razones ecológicas y políticas que están profundamente entrelazadas: mantenimiento de la biodiversidad, reducción de la temperatura global, crítica del extractivismo depredador, etc. Lo que se denuncia es cómo el abuso y explotación de entidades naturales por parte de unos determinadas instituciones (empresas multinacionales, gobiernos neoliberales, etc.) causa perjuicio a otros grupos y estratos sociales (pueblos indígenas, clases populares, etc.) de manera irremediable. Y cómo para evitarlo se hacen necesarias otras formas de relacionarnos con el resto de actantes no humanos del Planeta, nuevos acoplamientos, modos de producción, de cooperación y de sentido. En palabras de Isabelle Stengers, lo que hace falta es “crear una vida después del crecimiento, que explore conexiones con nuevas potencias de actuar, de sentir, de imaginar y de pensar”[16].

Porque no hay sociedades humanas si no es por mediación de múltiples realidades naturales, con sus incomensurabilidades, discontinuidades y estremecimientos. Así, lo que denominamos “Naturaleza” como comenta con acierto Latour nuevamente es más bien “la superposición de condicionamientos mutuos que recomponen todas las acciones[17]”. En consecuencia, la Naturaleza no se puede concebir como una sustancia homogénea animada, dotada de unidad de acción. “Gaia” añade Stengers “no requiere ni ser protegida ni ser amada ni puede ser doblegada por la manifestación pública de nuestro remordimiento”. La Naturaleza no es desde luego una Divinidad “new age”, sino un conjunto caótico e inestable compuesto por diferentes naturalezas dinámicas imbricadas. Y aunque su concepto se talle indudablemente a escala antrópica las de las mujeres y los hombres[18], remite a una maraña de actantes que descentra y desborda recurrentemente a los sujetos que operan de manera simultánea, o que sencillamente se van sucediendo en el tiempo. Y es de este modo como adquiere su preciso significado la hermosa reflexión de William James: “La Naturaleza no es sino el nombre para el exceso”.

Del negacionismo al catastrofismo, pasando por el capitalismo verde

Ante el fenómeno del calentamiento global, son varios los tipos de discursos, tendencias y estrategias las que se han ido adoptando. De un lado, el negacionismo climático rechaza que el calentamiento global sea provocado por la acción de los seres humanos. Esta posición desafía el consenso científico y es promovida sobre todo por empresas, inversores privados y estados con abundantes reservas fósiles (especialmente EEUU pero a este club también pertenecen Irán, Arabia Saudí, etc.), o por países cuyas economías son muy dependientes de las mismas. La negación del calentamiento global se coordina a través de campañas financiadas por think tanks neoliberales e industriales, en complicidad con científicos climatoescépticos u opositores a sueldo, que procuran generar “una niebla paralizante de dudas alrededor del cambio climático”[19].

Para ello, acusan al ecologismo de sembrar una alarma innecesaria y de causar la destrucción de puestos de trabajo. Cometen así la clásica falacia por falsa disyunción, como si la creación de empleo y el cuidado del medioambiente fueran excluyentes. Contrariamente, según el Informe Stern los costos generales por no actuar sobre el cambio climático son equivalentes a una pérdida anual del 5% del PIB mundial cada año[20]. En verdad, a los negacionistas quizás no les preocupen tanto los puestos de trabajo como los beneficios privados de las empresas extractivas de combustibles fósiles.

Además, estos afirman que el cambio climático es una teoría no sustentada en la observación de hechos contrastables. Pero este enfoque es erróneo: entre las teorías y los hechos no se puede ejecutar un corte limpio. Las teorías interconectan hechos, así como estos están cribados, clasificados y moldeados por teorías. No hay hechos desnudos ni teorías vacías[21]. Por tanto, el cambio climático involucra tanto hechos como teorías, mediante la construcción de modelos, definiciones, clasificaciones y otros modi sciendi[22].

En la otra punta, se pueden escuchar los llamamientos catastrofistas que anuncian la llegada del Apocalipsis: “el milenarismo va a llegar”. Básicamente se sustancian en la idea de que no hay alternativa. O de que ya es demasiado tarde. Una modulación ingeniosa, erudita y provocadora de este discurso la ofrece Paul Kingsnorth. Por ejemplo, cuando afirma: “la sostenibilidad es un fraude […] se necesitará un colapso para que cambiemos”[23]. En ambos casos, se considera que no hay nada que hacer, bien sea porque no es necesario o por falta de voluntad: contraria sunt circa eadem.

Pero la dialéctica entre intereses comerciales, relaciones diplomáticas y factores geopolíticos es mucho más enrevesada. En la Conferencia de París sobre el Clima (COP21), celebrada en diciembre de 2015, 195 países firmaban el primer acuerdo vinculante mundial sobre el clima. Se establecía así un plan de acción mundial para contener el calentamiento global por debajo de 2 ºC. Los países firmantes parecían empezar a comprender, ¿con cierto horror?, que su modelo capitalista de crecimiento es insostenible en el tiempo. Sin embargo, es notorio que las medidas para revertir esta situación han sido hasta el momento muy modestas (el acuerdo no establece plazos concretos ni objetivos específicos para su cumplimiento). A este respecto, y como antecedente, resulta significativo el dato que nos ofrece James Hansen: desde 1997, fecha en que se firma el Protocolo de Kioto, hasta 2015, las emisiones globales de CO2 aumentaron un 50%, a pesar de que durante todo ese período se celebraran decenas de reuniones gubernamentales para atajar supuestamente la crisis climática. Lo que nos debería hacer reflexionar, por lo demás, sobre la fuerza de obligar de estos “acuerdos” y “protocolos”[24].

Es sabido en cambio que, desde entonces, las cinco grandes firmas petroleras que controlan el mercado energético (ExxonMobil, Shell, Chevron, BP y Total) han gastado más de mil millones de dólares para bloquear medidas contra el cambio climático[25]. Mientras que, mediante estrategias lobbystas, se dedican a presionar a los gobiernos para que estos no impongan ecotasas, o a promover en las redes sociales los beneficios de los combustibles fósiles, en paralelo articulan medidas de greenwashing (de lavado de imagen verde) lanzando campañas publicitarias multimillonarias que retratan a las empresas altamente contaminantes como respetuosas con el medioambiente.

La pregunta que inmediatamente debemos hacernos es: ¿por qué estas compañías empezaron a tomarse en serio la alerta climática? ¿Será porque encontraron en este escenario nuevas posibilidades de hacer negocios? Ahora bien, suponiendo que esto sea así, ¿acaso no implica admitir, de alguna manera, el contenido de verdad del cambio climático antropogénico, la robustez de sus planteamientos y conclusiones[26]? Sigamos con este razonamiento: cuando en junio de 2017, el gobierno estadounidense con Donald Trump como centinela– decide retirarse del Acuerdo de París sobre el clima, ¿no estaba entonces reconociendo vía negativa la importancia geopolítica del calentamiento global? Haciendo una lectura más crítica: y si es aceptado que la cuestión del cambio climático reside en el corazón mismo de los retos geopolíticos, ¿no es que está directamente vinculada con las injusticias y desigualdades sociales existentes?

Pero sigamos. En octubre de 2018, el informe especial[27] emitido por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) alertaba, de forma categórica, de la aceleración de las emisiones del calentamiento global y sus repercusiones: en caso de que el umbral crítico de 1,5 º C sea sobrepasado, se pondrá directamente en peligro la vida en el Planeta “tal y como lo conocemos” (aumento del nivel del mar, inundaciones, desaparición de bosques boreales, pérdida masiva de biodiversidad, generalización de fenómenos climatológicos extremos, escasez de agua y alimentos, etc.).

Un año más tarde, se celebraría la 49ª edición del Foro Económico Mundial (popularmente conocido como el “Foro de Davos”), cuyo lema fue “Globalización 4.0: Formando una arquitectura global en la era de la Cuarta Revolución Industrial”. En él Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del foro, definiría el cambio climático como “el mayor desafío existencial de la humanidad” y exhortaría a la élite global de jefes de Estado, directores ejecutivos (CEOs) de las empresas de la lista Fortune 500 y, en general, a todos los “Tíos Gilito” ahí congregados, a organizarse para construir “una plataforma global pública y privada para la acción climática”[28]. Usando términos marxistas si se nos permite la ironía para que “elevaran su conciencia de clase”.

Sin lugar a dudas, este es el contexto donde cuaja el actual capitalismo verde, consistente en la pretensión de conjugar el imperativo de la competencia económica con la responsabilidad ecológica. Desde esta palestra, el mensaje para el “mundo de los negocios” es contundente: hay que adaptarse al cambio climático para extraer beneficio de él, explotando nuevos nichos económicos. Pero, con este objetivo, se precisa la integración de la economía de mercado y el Estado burocrático. En el neoliberalismo, el Estado no es una “víctima”, sino que se alinea con el capital corporativo global, ahora enverdecido.

Así, la mitigación de los problemas ambientales no prioriza la seguridad ciudadana y el control democrático de los recursos (la soberanía energética, alimentaria, etc.), sino que antepone la resiliencia del sistema capitalista. De esta forma, las injusticias y desigualdades multiplicadas por el cambio climático no son siquiera apreciadas como errores sociopolíticos, sino como una fuente de turbulencias sociales que deben ser neutralizadas[29].

En esta sintonía, el Banco Mundial apunta en su informe The Changing Wealth of Nations 2018: Building a Sustainable Future: “los inversores y las empresas privadas del sector de los combustibles fósiles siempre pueden desinvertir y reinvertir en otros campos más beneficiosos y sostenibles[30]. Además, según un estudio realizado por la Academia de Ciencias estadounidense, «existen en la actualidad tecnologías de eficiencia energética capaces de ahorrar el 30% de la energía usada en la economía estadounidense y al mismo tiempo ahorrar dinero”. De manera similar, un estudio efectuado por McKinsey sobre países en vías de desarrollo concluyó que, usando solo tecnologías existentes en la actualidad, las inversiones en eficiencia energética podrían generar, para todos los países de rentas medias y bajas, ahorros de costes energéticos del orden del 10% del PIB total[31].

Como se apreciará, las reivindicaciones ecologistas son asimiladas y traducidas a intereses económicos, monetarios, procurando triturar sus elementos de disenso. “Sale ya más barato invertir en energías renovables que seguir insistiendo en explotar yacimientos fósiles”, leemos en un editorial de Tinta Libre[32]. Para ello, se empleará a fondo la línea retórica del emprendimiento: se trata de “convertir la urgencia climática en una oportunidad”, en un reto, en un desafío. Veamos.

El 31 de octubre de 2019 se celebraba en Madrid el primer Congreso Internacional de Sostenibilidad del Medio Ambiente (CISM), organizado por el Grupo EIG Multimedia, editor de Cambio 16. Gorka Landaburu, su presidente y director, apuntaba en el editorial del nº 2.262 de la decana revista: “La sostenibilidad implica una gran oportunidad económica que generará progreso, crecimiento y puestos de trabajo. El sector financiero ya lo ha comprendido y tiende a ajustar su inversión a los criterios de conservación medioambiental. Las empresas que no quieran o no sepan verlo serán penalizadas por un consumo que les dará la espalda”. No sorprenderá que el congreso estuviera patrocinado por empresas tan importantes como Coca-Cola, Glovalbia, Porsche,  BBVA o Endesa.

Esta última, una de los pilares del oligopolio eléctrico español, promociona «la excelencia medioambiental como un valor fundamental de su cultura empresarial». Llamativo cuanto menos considerando que, según los datos de la Oficina Española del Cambio Climático, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente, Endesa es la empresa más contaminante de España, con aproximadamente el 10% de todas las emisiones del país[33]. Para colmo y remate, aquellas empresas que más contaminan en términos globales nos apremian cínicamente para que seamos individuos ecológicamente responsables. No es que la realidad supere a la ficción, es que esta la conforma.

Desde el sector bancario, Antoni Ballabriga, director global de Negocio Responsable de BBVA, estima que los Objetivos de Desarrollo Sostenible “van a crear mercados por valor de 12.000 millones de euros en 2030”. Y añade: “en BBVA estamos comprometidos a alienarnos a los objetivos marcados en el Acuerdo de París porque estamos convencidos de que la sostenibilidad es la mayor oportunidad de negocio para la banca en los próximos diez años”. ¡La sostenibilidad es un negocio!

En el ámbito financiero, para terminar, datos de Global Sustainable Investment Review recogen un crecimiento hasta los 30.000 millones de euros de dólares en inversión sostenible el pasado año. Y de acuerdo con el Institute of International Finance (IIF), este año se alcanzarán los 350.000 millones emitidos en bonos y préstamos corporativos sostenibles formalizados en todo el mundo, un 30% más que el año pasado.  El apetito de los inversores en “productos sostenibles” parece irrefrenable. Parafraseando a Wittgenstein, estos podrían sentenciar solemnemente: “los límites de mi lenguaje financiero son los límites de mi mundo”.

El fin del mundo (capitalista) va a llegar

Se atribuye a F. Jameson la humorada de que, en nuestros días, parece más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Y en efecto, la preocupación por el cambio climático está teniendo más que ver, bajo el prisma de los “poderes fácticos”, con una preocupación por el fin del capitalismo, de los límites a la reproducción ampliada, que por el fin del mundo, a secas. Pero a decir verdad, el comentario original de Jameson era mucho más sutil: “Alguien dijo una vez que es más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Ahora podemos revisar esa aseveración y ser testigos del intento de imaginar el capitalismo por medio de imaginar el fin del mundo”[34].

A saber: no es tanto que sea “más fácil” imaginar “el fin del mundo” que el “fin del capitalismo” como que, en su fase actual en un sentido histórico amplio (crisis financiera, ecológica, política- el fenómeno de “los populismos”-, etc.), el capitalismo está siendo pensado de manera generalizada a través de la imagen global del fin del mundo (en el cine, las series de televisión, la literatura, etc.). Y que también de forma recíproca, el fin del mundo se está concibiendo fundamentalmente desde un enfoque capitalista. Lo que nos lleva a concluir que ¡el fin del capitalismo representa el fin del mundo!

En otras palabras, el hecho de que “el fin del mundo” sea uno de los relatos principales con que estamos pensando el “hipercapitalismo”, puede que nos muestre síntomas de su agotamiento, pero también de su prodigiosa capacidad para mudar de piel. Opera como una advertencia, una llamada de atención: o se refunda el capitalismo o se arriesga a su desaparición. Entonces, si lo que persigue es lo primero, los inversores deberán reasignar su capital a estrategias sostenibles, entendiendo que es posible obtener mayores beneficios a través de inversiones de impacto social y medioambiental positivo. En una vuelta de tuerca más, este hecho podría interpretarse como una verdadera anástasis: hay que descender a los infiernos del sobrecalentamiento global para lograr ascender al cielo de los activos éticos. ¿Quién dijo crisis? “La mejor manera de ahuyentar los vientos revolucionarios de los corazones es participar, adaptarse y hacer cambios, incluso concesiones. Porque si no cambiamos el capitalismo, alguien lo hará por nosotros”, sostiene con franqueza Anne Richards, consejera delegada en Fidelity International[35].

Desde estas coordenadas, todos los esfuerzos para revertir los daños ecológicos tienen un elemento común: las causas subyacentes al problema no son cuestionadas. Como enseñó Marx, el capitalismo es un sistema de expansión perpetua, en el que los propietarios deben invertir capital, explotar a los trabajadores para obtener ganancias y acumular más capital del que se invirtió originalmente, una y otra vez, para no ser barridos por aquellos capitalistas que logren generar aún más ganancias. Wallerstein lo comparó con un rueda de hámster: “Los capitalistas son como ratones en una rueda, que corren cada vez más deprisa a fin de correr aún más deprisa”. En el capitalismo, la alternativa entre «crecer o morir» determina la trayectoria suprapersonal de todas las principales instituciones económicas[36]. La competencia nacional e internacional entre capitalistas impone un imperativo de crecimiento para todos. De acuerdo a esto, el modelo productivo capitalista es inseparable de la depredación ecológica de nuestro planeta. La destrucción del medio ambiente está integrada en su núcleo.

Así, no es cierto que la causa del colapso ecológico sea la sobrepoblación, sino la distribución desigual de riqueza y recursos entre poblaciones y clases sociales. Según Intermón Oxfam, el 10% de la población más rica explota el 60% de los recursos de la tierra, produciendo el 50% de las emisiones del C02. En promedio, el 10% más rico emite 60 veces más que el 10% más pobre. Por otra parte, como pudimos comprobar con el huracán Katrina, que en 2005 devastó Nueva Orleans y sus alrededores, cuando un desastre climático golpea a las naciones ricas, son los pobres, las mujeres y las personas “racializadas” quienes más lo sufren. Igualmente, el huracán Sandy mostró en 2012 las hondas desigualdades de la sociedad estadounidense. Nuevamente fueron los distritos pobres los que más padecieron la catástrofe, teniendo que pasar meses para que las familias trabajadoras pudieran recibir ayuda con la que poder reparar sus viviendas, recuperar la electricidad, calefacción, etc.

Tampoco descansa en la codicia humana, porque la codicia no es una esencia prístina o un universal antropológico. En todo caso, la codicia es antes un efecto de unas determinadas formas de producción, intercambio, distribución y consumo, que su causa. En este sentido, conviene subrayar que los daños ecológicos provocados por las poblaciones precapitalistas estaban relacionados principalmente con sus bajos niveles tecnológicos y sus sistemas de conocimiento y creencias, no con “la codicia” en su registro conceptual moderno. En consecuencia, esta sería una explicación psicologista, no política, y atemporal; por tanto, metafísica.

Igualmente, no puede achacarse a la “adicción al consumo”, porque la crisis ecológica no se soluciona con terapia, sentándose en el diván o atiborrándose a pastillas con objeto de neutralizar las conductas consumistas (lo cual sí podría constituir, paradójicamente, un caso de “adicción al consumo”). Como afirma Zygmunt Bauman, “el consumo es el mecanismo fundamental de transformación del consumidor en un producto[37]”. Lo que quiere decir que el consumidor es, sobre todo, un producto de las relaciones sociales.

Por último, la situación de emergencia climática no se debe a la “estupidez” de “los políticos”, como si estos fueran una clase homogénea, dada al margen de las estructuras económicas y sociales (intereses comerciales, geopolíticos, etc.). Repárese en esto: aunque Donald Trump y Martínez-Almeida fueran unos estúpidos, como ha supuesto Javier Bardem, habrá que convenir que no todos los estúpidos son (como) Donald Trump y Martínez Almeida. O si se quiere: los negacionistas o climatoescépticos serán o no unos estúpidos, pero no todos los estúpidos son negacionistas o climatoescépticos. Luego no es esta la causa.

Consumo responsable: ¡tú eres el culpable!

Una de las maniobras ideológicas del capitalismo verde consiste en culpabilizar de la crisis climática a los individuos considerados distributivamente, uno por uno. De este modo, las instituciones responsables de dicha crisis (empresas y compañías contaminantes, los Estados que les sirven de soporte, etc.) son exoneradas y el sistema económico-político deja de ser visto como un todo funcional. Desabrochando los nexos institucionales, se invisibilizan las relaciones asimétricas (entre propietarios de medios de producción y poseedores de la fuerza de trabajo) y se diseminan las responsabilidades individualmente. Así, la fuente de la crisis climática se desconecta de la producción y su solución es asignada a los individuos en su rol de consumidores. Los ciudadanos deben comportarse como consumidores éticos. De no ser así, sobre ellos recaerá todo el peso (judeocristiano o protestante) de la culpa. Y a su vez, la industria habrá de satisfacer la demanda de los consumidores que buscan productos y servicios respetuosos con el medioambiente. Lo cual conllevará, ¡oh sorpresa!, un aumento de sus beneficios. En suma, como es propio del darwinismo social que caracteriza al neoliberalismo, se trata de culpabilizar a la víctima, de crear mala conciencia: o reduces individualmente la huella ecológica o contribuirás a la catástrofe climática.   

Así ocurre con el reciclaje. Afortunadamente, se ha convertido en sentido común la necesidad de la recogida selectiva (clasificar los residuos en contenedores: verde, amarillo, azul, etc.), realizar compostaje doméstico y reducir la fracción resto, promover la economía circular, etc. para combatir la degradación del planeta. Pero es obvio que en todo momento la mirada se dirige a los consumidores y no tanto a las corporaciones responsables de la producción masiva de envases (de plástico, cartón, vidrio, etc.), aquellas que más toneladas de dióxido de carbono emiten, que más contribuyen por tanto al calentamiento global, etc[38]. Por poner un ejemplo muy evidente: al final, son los clientes los que pagan las bolsas de plástico y no los accionistas de las grandes superficies comerciales. ¿Se está discutiendo con la misma intensidad el excesivo embalaje de otros productos a la venta? Poco a poco parece introducirse esta controversia, al ritmo en que se transforma en negocio. Por no hablar en términos más generales: ¿se está cuestionando que los costes de producción supongan tan solo un 1% de los que pagamos por un producto, que las empresas de marketing y distribución obtengan el 50% de las ganancias, etc.? ¿Existe un debate público al respecto[39]? Está claro que no, porque esto afectaría negativamente a dicho negocio.

Los desastres medioambientales, según hemos analizado, exacerban las desigualdades económicas, de género, raza y comunidad. Desde el desarrollo de las economías industrializadas, la destrucción de la calidad de tierra, agua y aire ha afectado singularmente a las comunidades pobres. La mayoría social paga las irresponsabilidades y excesos de una minoría opulenta de privilegiados. Pero considerar que el capitalismo sólo actúa mediante una lógica expansiva no deja de ser una descripción parcial, como señala Saskia Sassen[40]. El extractivismo, la mercantilización de los bienes resultantes y su ulterior financiarización ha producido, en la era del Antropoceno, más de 800 millones de desplazamientos humanos. A partir de la década de los 80, la economía globalizada se ha definido por su tendencia sistémica a la expulsión. Más concretamente, la adquisición y el expolio de tierras por parte de gobiernos y empresas privadas se ha intensificado a partir de 2006, aumentando su difusión y volumen de manera exponencial. En ese aspecto, la expulsión de poblaciones y la destrucción ambiental han obedecido a los mismos motivos. La transformación de los territorios en espacios de extracción ha generado verdaderos “agujeros en el tejido de la biosfera”.

Cada vez más en nuestros días, la lucha de clases se expresa a través de una lógica de repliegue y contracción. Los ricos construyen urbanizaciones cerradas (gated communities) para separarse del resto de la población. Como en un mundo aparte, viven encerrados en cúpulas con sus propias reglas. Así, existe una clara voluntad de segregación que es material y simbólica por igual. En palabras certeras de Christophe Guilluy, “la sociedad abierta es la fake news más flagrante de las últimas décadas”. Más bien al contrario, a lo que estamos asistiendo es a “la secesión de la burguesía en tiempos de globalización”. Unos tiempos neoliberales marcados por la privatización de los servicios públicos, la desregulación de la industria, la laminación de la negociación colectiva sindical, la reducción de impuestos a las grandes corporaciones y el recorte de las inversiones sociales.

Los vientos revolucionarios

Si como sostiene Nancy Fraser, «la emancipación pasa por el desmantelamiento del orden que ratifica las desigualdades sociales», debemos concluir dos cosas: por un lado, la necesidad de imaginar y construir una alternativa al capitalismo neoliberal, que anticipe y desarrolle propuestas específicas; por otro, que esta alternativa habrá de ser ecologista o no será tal. Es necesario identificar el capitalismo como causa de la emergencia climática. Sin embargo, esto no significa que nuestro anticapitalismo sea exhibido como un mero estandarte. ¿No sería esta una posición sospechosamente postmoderna?

Como un ritornelo, la tarea sigue siendo dicho en términos gramscianos, la de “soldar una multiplicidad de voluntades [luchas] diversas” en unas condiciones determinadas. Esto siempre será así, porque tal empeño nunca se consumará en fin alguno de la historia; su contingencia es incancelable. Ni que decir tiene que no es fácil. Las batallas políticas libradas contra las diversas formas de dominación deben conjugarse internamente entre sí, entretejerse. Estos conflictos no son independientes, ni sus razones se yuxtaponen. No se resumen en una sumatoria o enumeración de identidades preformadas (como suele ocurrir con el mantra de clase-sexo-raza). Pero tampoco presuponen una unidad de partida o simbiosis originaria.

Las reivindicaciones ecologistas no son un suplemento a la perspectiva de clase, ni se reducen a esta. Hemos visto que la explotación económica y la degradación ambiental se implican mutuamente. No es cierto, por tanto, que la preocupación por la crisis climática suponga una distracción o desvío respecto a causas más “reales” o “profundas”, considerando como tales, según los planteamientos más esencialistas, los factores económicos y/o geopolíticos. ¡Todo lo contrario! Como también hemos apuntado, uno de los debates geopolíticos más importantes en la actualidad, que obliga a los Estados y corporaciones a tomar partido, es el de la emergencia climática. Este esquema de rancio abolengo revela un dimensión castradora[41]: es como si hubiera que elegir entre unas luchas u otras, cercenando toda posibilidad de involucración mutua. Como si se tratara casi de una norma fundacional que fijara la identidad verdadera.

Pero esto no tiene por qué ser así. Sin negar sus limitaciones, existen condiciones para articular el movimiento ambientalista las masivas, transversales e internacionales[42] movilizaciones contra la destrucción del Planeta, con la causa anticolonial y antiimperialista, el combate contra la discriminación racial, la justicia económica y las reivindicaciones feministas. No es menos cierto, y así lo hemos señalado en este artículo, que aquello que puede funcionar como una palanca de transformación también puede ser asimilado y normalizado por las propias estructuras (económicas, ideológicas, etc.) que se pretenden transformar. Nunca hay propuestas emancipadoras puras. Estas pueden generar rupturas con el orden capitalista existente, mediante la invención de nuevas formas de subjetivación, como ser absorbidas por el circuito productivo de mercancías. Pero esto, que se critica del ecologismo o el feminismo, también ocurre con el discurso de clase obrera. Conviene no soslayarlo.

Cuando se reduce el potencial subversivo de determinados colectivos a un registro administrativo de marcadores identitarios o etiquetas, es porque ya se ha aceptado previamente el marco neoliberal. De este modo, el autoritarismo de mercado se engalana con la benevolencia hacia “los más desfavorecidos”, sin impugnar las condiciones que causan su situación. Así, para decirlo con Wendy Brown, la política emancipatoria cede su espacio al moralismo y la crítica de la dominación a un estado del agravio, susceptible siempre de mutar en resentimiento[43].

En los años 90, durante su campaña electoral y ante una audiencia atenta, un Bill Clinton electrizante hizo famosa aquella frase de “siento vuestro dolor” (“I feel your pain”). Esta podía ir dirigida tanto a una familia sin recursos como al movimiento queer, un grupo de inmigrantes o a un colectivo de trabajadoras explotadas. Pero no basta con identificarse o empatizar con los grupos sociales que sufren oprobio o están sojuzgados. Se trata de erradicar las condiciones que lo provocan y naturalizan. La política emancipatoria es aquella que logra transformar las relaciones sociales, deconstruye y reconstruye las identidades delineadas. No se trata de ser una minoría autoafirmativa, sino de modificar el statu quo.

Existen sentimientos que reproducen las estructuras de poder, pero hay afectos y deseos que contribuyen a destituirlas, que tijeretean el orden administrado. Quizás a esto se refería Deleuze al afirmar que “la única esperanza del hombre radica en el proceso por el que se vuelve revolucionario”, entendido este como “el único modo de librarse de la vergüenza o responder a lo intolerable”[44]. Son esos los “vientos revolucionarios” que se quieren “ahuyentar de los corazones”.

Juan Ponte González (@JuanGPonte) es miembro de la Sociedad Asturiana de Filosofía y la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Notas

[1] Echaves, M, Gómez Villar, A y Ruido, M. (Eds.), (2019), Working dead, Los escenarios del postrabajo: un nuevo plano de inmanencia temporal, Gómez Villar, A., Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona.

[2] Thunberg, G. [Canal RTVE] (7 de diciembre de 2019). Discurso de Greta Thunberg. Manifestación por el Clima de Madrid. [Archivo de vídeo]. YouTube.  https://www.youtube.com/watch?v=pUmXGP8nOuw

[3] Thunberg, G. [UNICEF Argentina] (26 de septiembre de 2019). Greta Thunberg. Discurso completo ante los líderes mundiales en la Cumbre Climática 2019. [Archivo de vídeo]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=vu52uZSuPlM

[4] Spinoza (2011), Ética, IV, 14, Madrid, Alianza Editorial.

[5] Eso parece defender Brett Levinson: “Un sujeto solo puede creer en la sociedad civil, cuya creencia (como creencia), es, por definición, no es racional”. Castro Orellana, R. (Ed.), (2015), Poshegemonía: el final de un paradigma de la filosofía política en América Latina, ¿Ideología o conciencia? La ausencia de un centro (no) se sostiene. Levinson, B., Madrid, Biblioteca Nueva.

[6] Collins, H. y Pinch, T. (1996), El gólem. Lo que todos deberíamos saber sobre la ciencia, Barcelona, Editorial Crítica Drakontos, pág. 41.

[7] Galison, P. (2005), Relojes de Einstein, mapas de Poincaré, Barcelona, Editorial Crítica Drakontos, pág. 346. Cf. Einstein, A. (1995), Albert Einstein. Autobiografía y escritos científicos, Barcelona, Círculo de Lectores, pág. 28.

[8] Mientras que las ciencias particulares segregan las acciones de los cuerpos roturados simbólica y políticamente.

[9] Lordon, F. (2018), La sociedad de los afectos. Por un estructuralismo de las pasiones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora. pág. 222.

[10] Latour, B. (2017), Cara a cara con el planeta, Argentina, Siglo Veintiuno Editores, pág. 76.

[11] “La cuestión no reside en el antropocentrismo en contraposición al ecocentrismo […] sino que es, antes bien, una cuestión de coevolución”. cf. Foster, B. J. (2000), La Ecología de Marx. Materialismo y Naturaleza, Barcelona, El Viejo Topo, pág. 31.

[12] Haraway, D. J. (2000), Ciencia, Cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza, Madrid, Ediciones Cátedra.

[13] Zupancic, A. (2013), ¿Por qué el psicoanálisis?, México, Paradiso editores, pág. 72. Citar: ”De este modo no hay tal cosa como la “vida pura” (“naturaleza pura) o lo “simbólico puro” anterior a esa curiosa división o intersección”.

[14] Marx, K. (2004), Miseria de la Filosofía, Madrid, Editorial Edaf, pág. 104.

[15] Searle, J. (1994), Actos de habla, Barcelona, Planeta-Agostini, págs. 138-142.

[16] Stengers, I. (2017), En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene, Barcelona, Futuro Anterior Ediciones,  pág. 18.

[17] Latour, B. (2019), Dónde aterrizar, Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, pág. 111.

[18] Como afirma Rosi Braidotti: » […] sabemos que el modelo de Hombre que ha sido postulado como universal ha sido ampliamente criticado a causa de su parcialidad. En efecto, este hombre universal coincide implícitamente sólo con el varón blanco, urbanizado,  hablante de un idioma estándar,  heterosexual inscrito en la unidad reproductiva base, ciudadano de pleno derecho de una comunidad reconocida; ¿se puede obtener algo menos representativo?». Cf. Braidotti, R. (2015), Lo Posthumano, Barcelona, Gedisa, pág. 36.

[19] (12 de agosto de 2007), Global Warming Deniers: A Well-Funded Machine, Newsweek. Consultado el 31 de diciembre de 2017. Recuperado de https://www.newsweek.com/global-warming-deniers-well-funded-99775

[20] Nos referimos al Stern Report on Economics of Climate Change, informe encargado por el gobierno del Reino Unido y dirigido por el prestigioso economista Nicholas Stern, profesor de la London School of Economics. cf.  Tapia, J. A. (2019), Cambio Climático. ¿Qué hacer?, Madrid, Maia Ediciones, págs. 28-29.

[21] Como demuestra la tesis de la carga teórica de la observación, de N. R. Hanson. Así, tampoco es correcto decir, a la inversa, que “el cambio climático es una teoría científica y no un hecho a discutir”, como el ex vicepresidente estadounidense Al Gore. EFE. (17 de febrero de 2010), El cambio climático no es una teoría sino un hecho, según Al Gore, Público. Recuperado de https://www.publico.es/actualidad/cambio-climatico-no-teoria-sino.html

[22] cf. Hacking, I. (2001), ¿La construcción social de qué?, Barcelona, Paidós Ibérica y Bueno, G. (1993), Teoría del cierre categorial, Tomo 5, Oviedo, Pentalfa.

[23] Palomo, A. G. (diciembre de 2019), Paul Kingsnorth, TintaLibre, (75), págs. 20-23 cf. Kingsnorth, P. (2019), Confesiones de un ecologista en rehabilitación, Madrid, Errata Naturae Editores.

[24] Tapia, J. A. Op. Cit., pág. 113.

[25] (marzo de 2019), Big Oil’s Real Agenda on Climate Change, InfluenceMap. Recuperado de https://influencemap.org/report/How-Big-Oil-Continues-to-Oppose-the-Paris-Agreement-38212275958aa21196dae3b76220bddc

Herranz, D. (28 de marzo de 2019), Las grandes petroleras gastan mil millones de dólares para bloquear medidas contra el cambio climático, Público. Recuperado de https://www.publico.es/economia/big-fives-grandes-petroleras-gastan-mil-millones-dolares-bloquear-medidas-cambio-climatico.html

[26]  Cook, J., Nuccitelli, D., Green, S. A., Richardson, M., Winkler. B., Painting. R., Way, R., Jacobs, P. y Skuce, A. (15 de mayo de 2013), Quantifying the consensus on anthropogenic global warming in the scientific literature, IOPscience. Recuperado de https://iopscience.iop.org/article/10.1088/1748-9326/8/2/024024

[27] (2019), Global Warming of 1.5 ºC, The Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC). Recuperado de https://www.ipcc.ch/sr15/

[28] Schwab, K. (24 de enero de 2019), La Globalización 4.0 nos ayudará a enfrentar el cambio climático. Aquí le mostramos cómo, World Economic Forum. Recuperado de https://es.weforum.org/agenda/2019/01/la-globalizacion-4-0-nos-ayudara-a-enfrentar-el-cambio-climatico-aqui-le-mostramos-como/

[29]  Buxton, N, Hayes, B. (Eds), (2016), Cambio Climático S.A., Colonizar el futuro: cambio climático y estrategias de seguridad internacional, Hayes, B., Madrid, Fuhem Ecosocial.

[30] (2018), The Changing Wealth of Nations, The World Bank. Recuperado de https://openknowledge.worldbank.org/bitstream/handle/10986/29001/9781464810466.pdf Citado en Rifkin, J. (2019), El Green New Deal Global, Barcelona, Paidós, pág. 155.

[31] En este artículo no entraremos a debatir a fondo ninguna de las distintas propuestas políticas contra el cambio climático: crecimiento sostenible, decrecimiento, ecoausteridad, etc. Apuntaremos tan solo lo siguiente: Robert Pollin, uno de los promotores más destacados del New Green Deal, es partidario de combinar la reducción de los combustibles fósiles con el aumento masivo de la eficiencia energética, mediante la construcción de nuevas infraestructuras públicas de energías renovables e invirtiendo en tecnologías eficientes. Una de sus virtudes consiste en su apuesta por las soluciones colectivas frente a las respuestas exclusivamente individuales (al paradigma del “consumidor bio”: la posición snob basada en evitar el uso de plástico y comprar bombillas ecológicas de filamento). Pero desde la perspectiva que aquí mantenemos, la inversión gubernamental en el sector privado no debe consistir en socializar el riesgo (asumiendo los costes de puesta en marcha) mientras se privatizan los beneficios. cf. Franklin, W., Belano, R. (24 de marzo de 2019),  Un “Green New Deal” no puede salvarnos, una economía planificada sí, La Izquierda Diario. Recuperado de http://www.izquierdadiario.es/Un-Green-New-Deal-no-puede-salvarnos-una-economia-planificada-si

Para Mark Burton y Peter Somerville, defensores del decrecimiento, la reducción de emisiones y el crecimiento del PIB son prácticamente incompatibles: “expandir economía significa inevitablemente mayor extracción, producción, distribución y consumo, y cada uno de estos produce emisiones”.  Por su parte Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción, asevera que las energías renovables no son suficientes para mantener los niveles de consumo actuales, y nos advierte de que, mientras que las energías renovables son usadas hoy día sobre todo para producir electricidad,  alrededor del 85% del consumo energético mundial no es eléctrico. cf. Daly, H., Vettese, T., Pollin, R., Burton, M. y Somerville, P. (2019), Decrecimiento vs Green New Deal, Madrid, Editorial Traficantes de Sueños.

[32] Reboiras, R. (diciembre de 2019), La lucha final, TintaLibre, (75), pág. 3.

[33] (2 de diciembre de 2019), Endesa, empresa líder en emisiones contaminantes, compra la portada de los principales diarios, El Salto Diario. Recuperado de https://www.elsaltodiario.com/medios/endesa-empresa-lider-emisiones-contaminantes-compra-portada-principales-diarios

[34] Frederik, J. (2003. Mayo-junio), Future City, New Left Review, (21). Recuperado de https://newleftreview.org/issues/II21/articles/fredric-jameson-future-city

[35] Gómez Silva, M. (6 de febrero de 2020), La hora del capitalismos ético, Inversión, año 32, (1171), pág. 13.

[36] Frente a este análisis marxista, la economía neoclásica mantiene una visión pretermodinámica en virtud de la cual el campo económico es concebido como un sistema cerrado y reversible, en el que la entropía no genera desgaste ni erosión ni dispersión; todo lo contrario a la economía real y efectiva, que siempre es economía-política y está sujeta a las condiciones ecológicas. cf. Tejero, H. y Santiago, E. (2019), ¿Qué hacer en caso de incendio?, Madrid, Capitán Swing. p. 106.

[37] Bauman, Z. (2007), Vida de consumo, Madrid, Fondo de Cultura Económica de España.

[38] Magdoff, F. y Williams, C. (2017), Creating an ecological society. Toward a revolutionary transformation, New York, Monthly Review Press. pág. 113.

[39] Castro, N. (2017), La dictadura de los supermercados. Cómo los grandes distribuidores deciden lo que consumimos, Madrid, Ediciones Akal.

[40] Sassen, S. (2015), Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global, Madrid, Katz Editores.

[41] Žižek, S. (2018), El coraje de la desesperanza, Barcelona, Editorial Anagrama.

[42] “Addressing the planetary dimensions of climate change will require tackling the global dimensions of contemporary capitalism […] An effective Green New Deal is an internationalism one”. cf. Aronoff, K., Battistoni, A., Cohen, D. A. y Riofrancos, T. (2019), A Planet to Win, Londres, Verso, pág. 169.

[43] Brown, W. (2019), Estados del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía, Madrid, Editorial Lengua de Trapo.

[44] Deleuze, G. (1995), Negations, New York, Columbia University Press. pág. 171.

Fotografía de Elvira Megías.