Honneth y Marx: el mercado contra el capital

El mercado como criterio normativo en la obra de Honneth

Honneth empezó muy pronto a interesarse por el mercado, ya desde su tesis doctoral[1]. En esa obra, Honneth cuestiona la concepción, que Habermas desarrolla en Teoría de la acción comunicativa, del mercado como un subsistema diferenciado respecto del mundo de la vida en el que queda institucionalizada la acción instrumental, lo cual implica concebirlo como un ámbito de acción carente de normatividad, regulado únicamente por principios de coordinación sistémicos que resultan funcionales respecto a la tarea de la reproducción material de una sociedad compleja como la moderna. Honneth considera una ficción teórica esta imagen del mercado capitalista, ya que no tiene en cuenta en qué medida las instituciones de la sociedad moderna (incluyendo al mercado) son el fruto de las luchas sociales por el reconocimiento que han dado forma a la sociedad actual. Tales luchas (en las que habría que incluir las luchas por la democracia, las luchas sindicales, el movimiento feminista…) apuntan en cada caso, en primer lugar, a la ampliación de los caracteres y aspectos de la persona que deben requieren reconocimiento social y, en segundo lugar, a la ampliación de los colectivos sociales objeto de reconocimiento en el seno del marco institucional vigente.

Pues bien, a partir de la Revolución Francesa tales luchas habrían conducido a la institucionalización en la sociedad moderna de tres principios normativos reguladores de tres esferas de praxis social: la esfera de las relaciones afectivas interpersonales (cuyo principio normativo sería el amor), la esfera del derecho y de la participación política (cuyo principio normativo es la igualdad) y la esfera de la economía (cuyo principio normativo es el mérito o rendimiento (Leistung)). Según esta teorización de la sociedad moderna, el ámbito del mercado económico no se habría constituido, tal como sostiene Habermas, a partir de su diferenciación respecto del mundo de la vida y su constitución en un sistema regulado por mecanismos sistémicos de integración de la acción (la ley de la oferta y la demanda) y por el medio de comunicación deslingüistizado que es el dinero. Para Honneth, el mercado se habría constituido como tal y habría adoptado su forma actual a partir de las luchas sociales, primero contra el régimen social y político de la sociedad feudal y luego, dentro de la propia sociedad moderna. El mercado laboral actual no está regulado por mecanismos únicamente funcionales, sistémicos, sino que asuntos como los niveles salariales, la duración de la jornada de trabajo, las condiciones laborales, las diferencias económicas en la retribución de las diferentes ramas profesionales… sólo se comprenden como el resultado de las luchas (y, fundamentalmente, de las luchas por el reconocimiento) realizadas en el plano económico-social. Se trata de luchas por el reconocimiento moral, que han apelado a los principios normativos de la igualdad jurídica y de la valoración social del mérito. La consecuencia de ello es que el estado actual del mercado laboral debe ser entendido como conteniendo en él un determinado acuerdo normativo, siempre precario y provisional, frecuentemente bajo cuestión, dado el carácter dinámico de las luchas por el reconocimiento. El mercado puede ser concebido como parte de las “instituciones constituidas normativamente” de la sociedad moderna, debe ser concebido como la materialización de un consenso moral entre los grupos sociales.

A pesar de que en su tesis de habilitación Honneth dejó abierta la cuestión de si las luchas por el reconocimiento que se producen en el plano socio-económico, al orientarse por principios normativos generadores de solidaridad postradicional, puedan ser o no compatibles “con las condiciones de una sociedad capitalista”[2], lo cierto es que las exposiciones sistemáticas de su teoría de la sociedad, sobre todo en el marco de su discusión con N. Fraser y en su obra El derecho de la libertad, el capitalismo aparece caracterizado como poseyendo un carácter normativo.

En su confrontación con Fraser, Honneth expuso de manera sintética su concepción de la sociedad moderna fundada en su teoría del reconocimiento moral. Ahí propuso explícitamente concebir la sociedad capitalista como un “orden institucionalizado de reconocimiento”. El “orden capitalista de reconocimiento” está estructurado en “tres esferas de reconocimiento”: el amor, el reconocimiento jurídico y la valoración social del mérito en el marco de la división del trabajo. En este contexto, Honneth expone cómo la transformación del “orden social de estatus” del Antiguo Régimen que dio lugar a la sociedad burguesa capitalista implicó la institucionalización de la promesa normativa de que “cada uno disfrutaría de la estima social según su éxito como «individuo productivo”. Tal es el principio normativo que reguló una de las esferas de reconocimiento de la sociedad moderna, a saber, la valoración social de las aportaciones de los sujetos a la sociedad en forma de trabajo. Ahora bien, Honneth es consciente de que tal esfera “estaba jerárquicamente organizada desde el principio de un modo ideológico inequívoco, porque el grado en el que algo se interpreta como «logro», como aportación cooperativa, se define en relación con una norma de valor cuyo punto de referencia normativo es la actividad económica del burgués varón, independiente, de clase media”. Tal interpretación restrictiva y unilateral del principio normativo del logro tiene consecuencias perversas en el plano de la distribución material: “Este principio alterado del orden social representa (…) un momento de violencia material, en la medida en que la valoración unilateral, ideológica, de ciertos logros puede determinar qué proporción de recursos tienen legítimamente los individuos a su disposición”. Esta situación define la dirección de las luchas por el reconocimiento en este ámbito de la sociedad moderna como una lucha en torno a la interpretación del principio normativo del logro o mérito, que lo depure de los aspectos sexistas y clasistas que lo contaminan y le otorguen un contenido lo más depurado posible, de manera que el mérito sea valorado en virtud del valor para la sociedad de las aportaciones individuales.

El mercado y la libertad social

En El derecho de la libertad Honneth lleva a cabo una reformulación de su teoría de la sociedad moderna. Ahora el concepto decisivo de su teoría de la sociedad moderna es el de libertad social, el cual es definido a partir de su previa concepción del reconocimiento moral. La libertad social se realizaría en instituciones en cuyo seno la interacción de los sujetos es regulada de tal manera que pueden entablar relaciones de reconocimiento mutuo y concebir la realización de los fines de los demás como condición de posibilidad de la realización de los propios fines. Tal concepción de libertad había sido teorizada por Hegel y, posteriormente, por Durkheim, y en ella se realizaría y conservaría el contenido de verdad de las concepciones de la libertad negativa (la libertad delimitada por la ley y el derecho) y de la libertad reflexiva (la libertad subjetiva sostenida en la capacidad individual de juicio moral). Pues bien, en El derecho de la libertad se sostiene que al mercado económico moderno (es decir, al mercado capitalista) le es inherente una promesa normativa: la promesa de que las relaciones económicas mediadas por el mercado constituyen un ámbito adecuado para la realización de la libertad social, es decir, un ámbito en el que los sujetos económicos pueden reconocerse recíprocamente como miembros de relaciones de colaboración en las que el cumplimiento de los propios fines se realiza a partir del cumplimiento de los fines de los demás. La realización de la libertad social en el ámbito económico requiere que no existan excesivas desigualdades y asimetrías en este plano, para que resulte factible a los sujetos representarse las relaciones económicas como posibilitando el reconocimiento mutuo. Esto conduce a Honneth a sostener que la adecuada realización de la promesa normativa propia del mercado económico moderno de representar una esfera de libertad social exige la implementación de una serie de medidas políticas conducentes a impedir que surjan y se consoliden diferencias económicas entre los sujetos de tal calibre que frustre la experiencia de las relaciones económicas como relaciones de reconocimiento. Tales medidas son fundamentalmente la restricción del derecho de herencia, el fomento de la igualdad de oportunidades, seguridad salarial y del puesto de trabajo y cogestión democrática del trabajo en la empresa[3].

La publicación de esta obra provocó una ola de reacciones críticas, respecto a la que Honneth se ha mostrado sensible. Como reacción a estas, La idea del socialismo trata de establecer las distancias entre mercado y capitalismo, y sostiene que para una crítica de “la teoría económica hegemónica no es el concepto de “mercado” el que debería ser objeto de crítica, sino su fusión con peculiaridades capitalistas”[4]. De manera que la posición de Honneth parece haberse modificado hasta sostener en la actualidad que “el principio de la libertad social en la esfera económica sólo podría realizarse mediante el socialismo de mercado”[5].

El mercado de Honneth no es un mercado capitalista al uso, sino que exige una conversión de perspectiva de los individuos, quienes deberían buscar modos de ajustamiento entre lo que pueden exigir y lo que reciben. Y esto conlleva instituciones sociales específicas. Para entrar en el mercado, los individuos deben ser libres y para ello ciertas instituciones deben garantizarlo en dos planos. Un primer plano es el de las condiciones del contrato de trabajo. Esto exige pensar cómo compensar equitativamente a los individuos, es decir, cómo combatir la explotación. Un segundo plano, que Honneth recoge de Hegel y Durkheim, es también importante. El mercado exige realizar actividades profesionales que permitan la dignidad humana y que sean consideradas valiosas para objetivos sociales globales. Por tanto, son dos los reconocimientos que se articulan. Llamémosles reconocimiento económico y reconocimiento simbólico.

Sobre el reconocimiento económico hablaremos más adelante. Parece importante subrayar la importancia de un mercado regulado por un sistema de profesiones que, se supone, estructuran sus objetivos de manera democrática. Las profesiones regulan la producción de ciertos valores de uso en condiciones de contratación justas. Lo primero es básico sobre todo cuando conocemos cómo el capitalismo puede alterar la producción de valores de uso: así, una camarera debe ofrecer no solo un servicio, sino también una exhibición de su capital erótico; una profesora, no solo buenas clases o investigaciones adecuadas, sino también productos rentables económicamente.

Esta cuestión de la producción de los valores de uso se comprende mejor cuando pasamos, en el mercado, del enrolamiento de los trabajadores –el contrato–, al consumo. En el consumo, el mercado promete ajustarse a las necesidades de los sujetos. Esto no se produce, nos recuerda Honneth, cuando la manipulación del consumidor genera necesidades artificiales. En ese momento, se violenta la capacidad de elección a través de técnicas de moldeamiento del sujeto. Incluso cuando esto no ocurre, el mercado puede centrarse solo en el consumo ostentoso de los más ricos, satisfaciendo necesidades cuya función exclusiva consiste en exhibir la superioridad social. Por el contrario, aquellas necesidades que tienen menor poder de compra resultan absolutamente obliteradas. Un ejemplo próximo es la política ferroviaria del gobierno español proclive a la extensión de la alta velocidad –al alcance de una franja de ingresos privilegiada– y sorda a las demandas de los usuarios que, por carecer de poder económico no “votan” en el mercado. O, lo que es más importante, votan para ofertas que se consideran poco prestigiosas: los trenes regionales y de cercanías no acercan España al modelo de tecnología que exhibe la alta velocidad, incluso aunque esta sea económicamente deficitaria. Lo mismo puede decirse de cualquier sesgo de la oferta en un mercado capitalista donde se prioriza la satisfacción de las necesidades de una minoría de privilegiados[6].

En un tercer punto, la concepción del mercado en Honneth se diferencia de la capitalista. Honneth se pregunta si ciertos bienes deben llevarse o no al mercado. Ciertos bienes, cuando se traducen en precios, desnaturalizan completamente su calidad, esto es, se modifican como valores de uso. Esta cuestión, ligada a la pluralidad de esferas de justicia, se contrapone, nos recuerda Honneth a la tendencia neoliberal a la mercantilización constante de los bienes sociales.

Así pues un mercado guiado por la libertad social se preguntaría por las condiciones económicas y simbólicas de reconocimiento de los trabajadores. También lo haría por cuáles son los medios por los que las necesidades de los consumidores pueden expresarse y satisfacerse. En fin, la interrogación recae además por cuáles son los bienes susceptibles -o no- de introducirse en el mercado y ser calibrados en un sistema económico de precios.

Honneth y Marx: menos contraste del que parece

Según Honneth, Marx identifica el mercado con el capitalismo y por tanto es de escasa ayuda en su empresa. Mirando de cerca, la distancia no parece de tanta entidad.  Trataremos los diferendos en tres puntos. Primero el del contrato capitalista, posteriormente el de los efectos del fetichismo de la mercancía en el mercado y, en tercer lugar, el del reconocimiento profesional. Esto permitirá abordar tres problemas centrales en Marx y Honneth: el de las condiciones de la justicia económica, el de las patologías del mercado y, para finalizar, el de la regulación profesional del mercado[7].

Empecemos con la justicia económica. Marx explora el mercado en la primera sección de El capital. En ese mercado, los individuos aparecen como propietarios de mercancías que han dejado de ser valores de uso para ellos; esperan que puedan ser valores de uso para los demás. Ciertamente, para que se produzcan los intercambios, deben activarse equivalentes para trabajos socialmente heterogéneos. En ese momento, tras reducir las mercancías a un mínimo común, disponemos de parámetros que permiten intercambiarlos. Se formula entonces la ley del valor, capaz de embridar los precios de las mercancías de acuerdo al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

Hasta ahora Marx no nos propone más que una utopía de individuos que intercambian equivalentes. Esos equivalentes deben ser mensurados, lo cual supone determinar una mercancía que funciona como equivalente. Pero ese equivalente se encuentra radicalmente unido a la promoción de valores de uso, Marx establece una diferencia clara. En el mercado, los individuos persiguen ofrecer los productos de su trabajo para poder satisfacer, con los productos del trabajo ajeno, las propias necesidades: es una utopía de libertad en la que el centro se encuentra en los valores de uso y en la que los individuos actúan en un marco general de claridad y transparencia.

Pasemos ahora a las patologías del mercado. Es verdad, y aquí la descripción del mercado se separa de Honneth, que Marx introduce una importante opacidad en dicha transparencia: son las páginas dedicadas al fetichismo de la mercancía. Marx encuentra una tendencia en cualquier intercambio de equivalentes, y debido a la creación de una medida del valor, al menos a dos tendencias fetichistas. Una es atribuir valor en sí mismo a la mercancía que funciona como equivalente: aunque esta resume la eficacia social e histórica del trabajo humano, parece ser ella misma –el dinero– la fuente del valor. Así, por ejemplo la ansiedad por el atesoramiento de oro, en tiempos equivalente monetario. Otra tendencia fetichista, muy similar a la anterior, también consiste en atribuir cualidades intrínsecas a los productos del trabajo, desconociendo el esfuerzo y la dedicación humana que llevan detrás. En un mercado desconocemos todo sobre los productores y solemos restringirnos a valorar si los productos de su trabajo se ofrecen a precios competitivos. En fin, el fetichismo es intrínseco al modo de producción de mercancías. Marx considera que solo podemos salir de él mediante experimentos mentales o investigaciones históricas donde recreamos otros modos de producción.

Ahora bien, con opacidad o sin ella, en ese mercado aún no se ha producido explotación. Para que eso ocurra debe aparecer en el mercado una nueva mercancía: la fuerza de trabajo sin propiedad alguna, idónea, en el terreno de la producción, para introducir más valor que aquel implicado en el proceso de trabajo en el que se inserta.

En ese momento, el mercado ya no aparece en Marx con los rasgos de una utopía liberal, simple y llanamente porque no se conecta a individuos iguales y propietarios. Se trata ahora de un mercado dominado por el capitalismo donde no solo los equivalentes no funcionan –pues un grupo de participantes otorga más de lo que recibe– sino que en el mercado no se persigue la coordinación en una economía compleja del intercambio de valores de uso: se persigue la acumulación de capital.

De ser cierta nuestra interpretación, tanto Honneth como Marx se toman en serio la ideología liberal e intentan mostrar que sus presupuestos no se parecen al mundo capitalista. El mercado sirve para desmontar el mercado capitalista desde dentro.

No sin tensiones, claro está. En su análisis del fetichismo, Marx nos presenta un individuo inmediatamente cegado por el intercambio mercantil: ceguera respecto al trabajo contenido en las mercancías, alucinación respecto del equivalente monetario –como si este produjese riqueza sin trabajo– y naturalización del capitalismo. Si la descripción de Marx no es falsa, hay algo automático que tiende a socavar nuestra capacidad de embridar el mercado con un relato filosófico socialista.

En este punto, existe una propuesta de Honneth que debemos desarrollar y a la que antes nos referimos. El capitalismo tiende a degradar, buscando el beneficio, las condiciones de producción de valores de uso. Acudir a las tradiciones profesionales es una buena manera de contrarrestar dicha tendencia. Efectivamente la cultura profesional es un espacio de lucha por la interpretación y en ella nos jugamos nada menos que el sentido de los servicios que prestamos en un mercado. Por otro lado, los propios consumidores juegan un papel de primer orden en la determinación del contenido de nuestras prestaciones. Debe explorarse todos aquellos momentos en que la demanda concreta de un servicio se desacopla con la lógica capitalista[8] –porque esta tiende a prestarlo u ofrece bienes que solo interesan a minorías o que fomentan un absurdo sentimiento de distinción–. Este anticapitalismo –si se quiere, gremial– es un elemento fundamental en la constitución de agentes efectivamente críticos con el capitalismo –aunque no con el mercado.

Nadie sabe hasta dónde sea operativa tal concepción. Tiene al menos una virtud y es su capacidad para disputar al liberalismo en su mismo terreno: se trata de mostrar que el capitalismo lo desmiente. Por tanto, más que decir que otro mundo es posible, se diría algo bien distinto: para que este mundo sea lo que dice ser –el resultado de acuerdos entre sujetos libres– debemos contener, o transformar, lo que el capitalismo hace cotidianamente con él.

José Luis Moreno Pestaña es profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Granada y miembro de la Unidad de excelencia FiloLab-UGR. Su último libro se titula La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios (Madrid, Akal, 2019). En otoño aparece su próximo libro Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico (Madrid, Siglo XXI, 2019).

José Manuel Romero Cuevas es profesor de Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares. Su último libro se titula El lugar de la crítica (Madrid: Biblioteca Nueva, 2016). En otoño aparecerá su próximo libro, escrito junto a Juan José Tamayo, Ignacio Ellacuría, Teología, Filosofía y crítica de la ideología.

Notas

[1] Ver A. Honneth, Crítica del poder. Fases en la reflexión de una Teoría Crítica de la sociedad, Madrid, A. Machado Libros, 2009.

[2] A. Honneth, La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales, Barcelona, Crítica, 1997.

[3] A. Honneth, El derecho de la libertad. Esbozo de una eticidad democrática, Buenos Aires, Katz, 2014, pp. 64-90, 320-321.

[4] A. Honneth, La idea del socialismo. Una tentativa de actualización, Buenos Aires, Katz, 2017, pp. 136-150.

[5] A. Honneth, “Rejoinder”, en Critical Horizons, vol. 16, nº 2, 2015, p. 208.

[6] Una importante teorización sobre la incompatibilidad entre mercado y capitalismo se encuentra presente en la obra de Cornelius Castoriadis. Pese a tratarse de uno de sus autores predilectos, Honneth no utiliza a Castoriadis en su argumentación. Véase por ejemplo Cornelius Castoriadis, Le contenu du socialisme, París, Union Générale d’Éditions, 1979, p. 171.

[7] Para nuestra inspiración en la lectura de Marx cabe citar tres programas de lectura. En primer lugar, el de la obra de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, El orden deEl capital. Por qué seguir leyendo a Marx, Madrid, Akal, 2010 y Marx desde cero… para el mundo que viene, Madrid, Akal, 2018. En segundo lugar, el programa de Jacques Bidet en Foucault avec Marx, París, La fabrique éditions, 2014 y Marx et la Loi travail. Le corps biopolitique du Capital, París, Éditions Sociales, 2016. Tercero el valioso esfuerzo didáctico y analítico de David Harvey en Guía de El capital de Marx. Libro primero, Madrid, Akal 2014. Un trabajo sintético sobre Marx y el mercado es el de  James Lawyer, “Marx as Market Socialist”, Bertell Ollman (ed.), Market Socialism: the Debate among Socialists, Routledge, Londres, 1997.

[8] José Luis Moreno Pestaña, La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, Madrid, Akal, 2016, pp. 297-302.

Fotografía de Álvaro Minguito.