Imperiofilia e Historia Global en el siglo XXI

No hace mucho tiempo, la globalización era definida como un fenómeno natural regido por la inalterable lógica interna de los mercados: «escucho a la gente decir que tenemos que parar y debatir sobre la globalización. También puede usted debatir si el otoño debería seguir al verano», expresaba Tony Blair en octubre de 2005[1]. En el ámbito académico, historiadores reflexionaban sobre la necesidad de abrir nuevas formas de pensar la historia en clave post-nacional. En Writing History in the Global Era, Lynn Hunt afirmaba que era necesaria una aproximación global del pasado que diera cuenta de la realidad interconectada de las sociedades de nuestro tiempo. Para la historiadora americana, la historia global debía hacer lo que la historia nacional hizo durante el periodo de construcción nacional: crear lazos de unión entre personas que pertenecían a grupos étnicos, religiosos y sociales diferentes y separados entre sí[2]. Si la historia había evolucionado de manera simbiótica en relación con un mundo pensado en clave nacional durante los siglos XIX y XX, era lógico pensar que en un mundo progresivamente globalizado, la historia terminaría también por converger con la globalización y buscar aquellos elementos en el pasado que dieran cuenta de un presente histórico cada vez más interconectado.

Como después de la primera globalización del mundo ibérico, la creencia ciega en el inalterable rumbo de la globalización ha dado paso en nuestro tiempo a una desilusión más propia del desengaño barroco. Después del colapso financiero de 2008, el progresivo regreso de la tribu ha surgido como una suerte de grotesca aparición fantasmal y el relato inclusivo de la globalización se muestra ahora como el recuerdo de una ficción imperfecta del pasado. Sin embargo, si bien fueron menospreciadas por la historia global, las narrativas nacionalistas y xenófobas que emergen en nuestro contexto de polarización estuvieron siempre inmersas en formas mutuas de intercambio y devoción trasnacional. Como escribía Jeremy Adelman, a pesar de los mantras de la integración a escala planetaria, la historia global produjo “una forma de segregación que comienza con el lenguaje. Aquellos historiadores que trabajaban sobre una historia sin fronteras produjeron modos de comunicar que crearon nuevos muros»[3]. En ese sentido, tanto el relato inclusivo de la historia global como la historia entendida en clave nacional se muestran ahora insuficientes a la hora de producir nuevos vínculos entre comunidades y realidades cada vez más fragmentadas.

Con el título España, una historia global, el libro del diplomático Luis Francisco Martínez Montes es un ejemplo de cómo la etiqueta historia global puede responder a principios opuestos a los planteados inicialmente en el ámbito de la historia global. Presentado desde la perspectiva de la contribución de España a la globalización, Martínez Montes nos dice que su libro trata “de cómo España, y el más amplio Mundo Hispánico, ha contribuido a la historia universal y, en concreto, a la historia de la civilización, no sólo durante el apogeo del imperio español, sino a través de un período mucho más amplio”[4]. El libro de Martínez Montes estructura los capítulos y la finalidad del libro en torno a la serie Civilización del historiador británico Kenneth Clark, la cual excluye España de su obra audiovisual. Martínez Montes inicia cada capítulo haciendo referencia a los episodios de la serie televisiva del historiador británico para reparar la ausencia de España de la historia de las civilizaciones y explicar su contribución a la historia universal.

A pesar de presentarse como una historia global, el libro de Martínez Montes no busca pensar cómo otras realidades del mundo convergen o han contribuido a la construcción del relato nacional, ya que su objetivo se reduce a mostrar cómo España ha dejado su impronta a través de continentes y océanos con el fin de reparar su injustificada ausencia de la historia de las civilizaciones. Desde esa perspectiva, España, una Historia Global da continuidad a Imperiofobia y la leyenda negra de María Elvira Roca Barea. Aunque en el título no se alude directamente al imperio y a la leyenda negra, España, una Historia Global se inscribe dentro de un mismo género narrativo. Si para Lynn Hunt la historia global debía narrar los lazos de unión entre sociedades y grupos separados, la aproximación global del pasado que se promueve en el libro de Montes obedece a una nueva retórica en la que la escritura del pasado imperial se proyecta desde una visión que enfatiza la excepcionalidad de España en el mundo del siglo XXI. Como señala Martínez Montes, «otros países europeos construyen sus historias nacionales a la contra de la gran potencia que era España, por oposición a una realidad política de alcance transcontinental como la Monarquía Hispánica»[5].

En lugar de centrarse en los vínculos que las sociedades pueden crear entre ellas hoy a través de relatos compartidos sobre el pasado, España, una Historia Global e Imperiofobia son libros que separan y enfrentan mundos al pretender reparar una historia que consideran injustamente menospreciada. Ambos libros forman parte de una narrativa de largo recorrido que José Luis Villacañas ha identificado en su libro Imperiofilia y el populismo nacional-católico con una renovada forma del populismo intelectual reaccionario. Para Villacañas, Imperiofobia es un libro que se inscribe dentro de una ofensiva que busca “disputar la lucha por la hegemonía cultural española” y promueve la idea de que “la opción imperial sigue abierta.”[6] Como señala este autor, el libro de Roca Barea “pretende ser por encima de todo la defensa de la forma política «imperio»”[7]. Citando la obra Visions of Empire del historiador Krishan Kumar, Villacañas muestra cómo otros autores han explicado con mayor rigor que “los imperios permiten generar grandes espacios de paz entre pueblos muy diferentes, pueden manejar las diferencias y, de este modo, constituyen un poderoso sistema de integración, de intercambio, de mutuo conocimiento de los pueblos y naciones”[8]. En esa línea, Villacañas explica que “el imperio muestra que el Estado no es siempre la solución adecuada para mantener de forma pacífica algunas realidades sociales y humanas”, y que “en muchas ocasiones, el proceso expansivo va por delante de todo proceso federativo y el imperio es la única forma de avistar un horizonte mundial”[9].

En un contexto de crisis de la democracia y resurgir de relatos nacionales reaccionarios, la noción de imperiofilia propuesta por José Luis Villacañas arroja luz sobre un tipo de artefacto narrativo e ideológico peligroso que merece la pena analizar con atención. El síntoma que representan libros como Imperiofobia no remite únicamente a una forma nostálgica de repensar el pasado en clave nacional-católica, sino que tiene que ver con la imposibilidad de establecer vínculos desde el relato nacional y hacer posible que comunidades distantes puedan converger hacia un espacio común. Si bien las obras de Roca Barea y Martínez Montes no ofrecen aproximaciones metodológicas nuevas, sus narrativas proponen respuestas emocionales a un contexto político de fragmentación y disrupción en todo el mundo. En ese sentido, más que una lectura sobre el pasado, el relato que se promueve en este tipo de narrativas remite a una construcción del presente en nuestro contexto de fragmentación de la esfera política.

Después de décadas de intensa globalización, el resurgir de estas narrativas son el signo de unos relatos nacionales que ya no pueden proyectar la función que desempeñaron en los siglos XIX y XX. En The demise of the nation state, el escritor Rana Dasgupta opinaba que el resurgir nacionalista de nuestro tiempo no es más que el signo de su irreversible declinar en un contexto en el que el imaginario del imperio vuelve a tener especial vigencia: “la autoridad política nacional está en declive y, dado que no conocemos ningún otro modelo, se siente como si fuera el fin del mundo”[10]. Como observa Dasgupta, “en cada país, la tendencia es culpar a «nuestra» historia, «nuestros» populistas, «nuestros» medios de comunicación, «nuestras» instituciones, «nuestros» pésimos políticos. Y esto es comprensible, ya que los órganos de la conciencia política moderna, la educación pública y los medios de comunicación, surgieron en el siglo XIX de una ideología mundial de destinos nacionales únicos”, aunque hoy “podemos comprar los mismos productos en todos los países del mundo y usar Google y Facebook, la vida política está hecha de cosas separadas y mantiene la antigua fe de las fronteras”[11].

Orientada hacia un futuro post-nacional, la reflexión de Dasgupta incide en la idea de que la globalización sigue acentuando hoy el irreversible declinar de unos relatos nacionales que encuentran en el pasado imperial la forma perfecta de imaginar, desde nuestro oscuro presente, un pasado mejor. En un contexto en el que ya no existe un relato hegemónico sobre la globalización, la escritura de la historia vuelve sobre aquellos imperios que en su momento prometieron una narrativa expansiva y orientada hacia el futuro. Sin embargo, a pesar del apoyo institucional y político que tienen hoy la imperiofilia y la historia entendida desde una perspectiva de excepcionalidad de lo nacional, es necesario hoy pensar en formas alternativas de la historia que hagan posible crear vínculos y formas de pensar lo común en nuestro tiempo de fragmentación política y de creciente desigualdad social. En lugar de crear nuevas fronteras o promover la idea de una historia “a la contra” de relatos y percepciones del pasado en continua disputa, la reflexión de la historia debe girar hacia formas inclusivas que hagan posible tejer vínculos entre personas y grupos que pertenecen a comunidades distantes o en proceso de fragmentación político y social en nuestro presente histórico.

Miguel Ibáñez Aristondo (@Mibarizt) es profesor de literatura y estudios coloniales en la Universidad de Vilanova, Filadelfia.

Notas

[1] Conferencia de Tony Blair en 2005: https://www.theguardian.com/uk/2005/sep/27/labourconference.speeches (consultado en octubre de 2019).

[2] Lynn Hunt, Writing History in the Global Era, New York: W. W. Norton & Company, 2014, p. 3.

[3] Jeremy Adelman, “What is global history now?”: Aeon, 2017. Disponible en: https://aeon.co/essays/is-global-history-still-possible-or-has-it-had-its-moment (consultado en octubre de 2019).

[4] Luis Francisco Martínez Montes, España, una historia global, Global Square Editorial, Madrid, 2018, p. 6.

[5] Lucía Abellán, “Borrell contra la leyenda negra”: El País, 9 de abril de 2019. Disponible en: https://elpais.com/politica/2019/04/08/actualidad/1554739923_611669.html (consultado en octubre de 2019).

[6] José Luis Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico, Madrid: Lengua de trapo, 2019, p. 15.

[7] Ibid., p. 24.

[8] Krishan Kumar, Visions of Empire, How Five Imperial Regimes Shaped the World, Princeton University Press, Princeton, 2017. Traducción en: Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico, p. 237.

[9] Villacañas, Imperiofilia y el populismo nacional-católico, p. 237.

[10] Rana Dasgupta, “The demise of the nation state”: The Guardian, 5 de abril de 2018. Disponible en: https://www.theguardian.com/news/2018/apr/05/demise-of-the-nation-state-rana-dasgupta (consultado en octubre de 2019).

[11] Ibidem.

Fotografía de Álvaro Minguito.