La constitución fetichista de nuestra democracia

Este artículo sirvió de base para la presentación del libro de José Luis Moreno Pestaña “Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político” (Akal, 2021), dentro del ciclo Miradas al Mundo del Instituto Universitario de la Paz y los Conflictos (UGR). El vídeo del diálogo con el autor del libro se puede consultar aquí.

La editorial Akal ha publicado recientemente, en el marco de su Premio Internacional de Pensamiento 2030, la obra de José Luis Moreno Pestaña, Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, autor que se ha convertido en una referencia imprescindible para pensar la política actual de nuestro país. Este ensayo, escrito durante los meses del confinamiento producto de la pandemia de la COVID-19, supone una vuelta de tuerca más a la reflexión que Moreno Pestaña viene desarrollando desde hace tiempo sobre los límites de nuestra democracia y las poderosas razones para desbordarlos. Pero esta vez nos propone abordar el reto de hacer más democráticos nuestros modelos de representación y deliberación desde el sugerente concepto de fetichismo político, que sirve para denunciar que, aunque nos la traten de vender como la única alternativa posible y viable, no estamos condenados a la actual configuración de la democracia representativa ni a la actual relación asimétrica entre representantes políticos, expertos y ciudadanía.

El libro refleja un rumor de época, a veces subterráneo pero que siempre termina aflorando de manera más o menos virulenta, sobre la reivindicación de más y mejor democracia al servicio de la mayoría. Para dar respuesta a este anhelo, Moreno Pestaña vuelve de nuevo, como ya hizo en su anterior libro, Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico, a las experiencias de la democracia antigua para extraer enseñanzas para el presente, pero no como receta a imitar a pies juntillas, sino, tal y como lo entendía Castoriadis, como un germen, un espacio de creación que nos presenta objetivos que aún son nuestros. Un ejercicio de recuperación del pasado que no solo nos puede ayudar a articular una relación no excluyente entre ciudadanía, políticos y expertos capaz de fortalecer la democracia, sino que puede devolver la esperanza a un horizonte político dominado por el eclipse de la fraternidad.

De la esperanza asamblearia a la tiranía de los expertos

Los pocos y los mejores resulta una reflexión a caballo entre dos crisis, la que se inició en 2008, poniendo patas arriba los consensos que habían dado estabilidad al régimen político de nuestro país, y la que comenzó con una crisis sanitaria global en 2020 y cuyas consecuencias últimas todavía están pendientes de develarse. Ambas crisis han supuesto diferentes formas de poner sobre la mesa la desafección de la ciudadanía respecto al modelo tradicional de representación política y al neoliberal de gestión de los recursos.

La crisis global que comenzó en 2008 tuvo en España un impacto particular que se expresó no solo en términos económicos, sino también políticos, sociales y culturales. De todas las movilizaciones que surgieron en este contexto, el movimiento que mejor representó simbólicamente la creciente desafección y descontento fue el movimiento de los indignados o 15M. El 15M tuvo la capacidad de canalizar el malestar social e integrar a amplios y heterogéneos sectores de la población, al tiempo que configuró una nueva cultura política basada, entre otros aspectos, por la ocupación pacífica del espacio público y el modelo asambleario. Frente a la democracia de la delegación, se reclamaba una democracia de la apropiación en la que la política no se agota en lo institucional. Esto tuvo un fuerte impacto en el escenario político de nuestro país, desembocando no solo en nuevas agendas sino también en el surgimiento de sujetos políticos que cosecharon buenos resultados electorales en el ámbito municipal y estatal. A medida que se consolidaba el asalto a las instituciones, lo que no estaba exento de mérito, las prácticas políticas asociadas al 15M fueron languideciendo, las plazas no volvieron a llenarse y las posibilidades abiertas de innovación democrática que se intuyeron tras 2011 quedaron en el apartado de “tareas pendientes”.

Casi una década después de la ocupación de las plazas, en 2020 nos adentramos en otra crisis que, aunque en forma de virus, ha hecho aflorar de nuevo la fragilidad de nuestros sistemas (en términos ecológicos, económicos, sociales, políticos, etc.). En esta ocasión, la expresión de la incertidumbre, del descontento, ya no se pudo canalizar a través de las plazas físicas, sino que se hizo virtual o doméstica. De ocupar las plazas pasamos a mostrarnos en los balcones y en las redes sociales.

Si, como decíamos, tras la crisis del 2008 tomó fuerza la reivindicación de la democracia de la apropiación, durante el último año este debate ha sido sustituido por un choque entre expertos, políticos y ciudadanía. Si la crisis de 2008 puede sintetizarse en eslóganes como “no nos representan” o “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, el coronavirus ha popularizado un discurso tecnocrático, de confrontación de opiniones expertas para justificar diferentes formas de gestión de las decisiones políticas, que bien podría responder al principio de “dime qué necesitas y te daré al experto que lo justifique”.

Habida cuenta del balance que en términos de democracia y participación se puede extraer de la última década, del desplazamiento de la participación en el espacio público hacia la demanda de una democracia de expertos que parece haber tomado fuerza en la crisis de 2020, Los pocos y los mejores nos ayuda a enunciar las preguntas adecuadas para poder explicar qué ha fallado y qué queda por hacer.

El fetichismo de la mercancía política como lastre para imaginar otros modos de relación democrática

Y la primera pregunta no es otra que, parafraseando al Marx de El Capital, ¿es posible siquiera imaginar, para variar, que las cosas podrían ser de otra manera? ¿Cómo hemos llegado al punto de creer que las elecciones y la democracia representativa son el único y excluyente repertorio de la democracia? El concepto de fetichismo político nos ayuda a explicar el actual funcionamiento del campo de la política, que cosifica lo que existe y lo presenta como lo único posible.

Moreno Pestaña reclama al Bourdieu más marxista que afirma que “los fetiches políticos son gentes, cosas, seres que parecen no deber más que a sí mismos una existencia que les otorgaron otros agentes sociales: los mandantes adoran a su propia criatura”. Este es el modelo de participación porque no hay otro. No hay un afuera político, no hay una opción de desborde, no hay una concepción de la autonomía de la comunidad política, a partir de la cual todo es susceptible de ser nuevamente constituido en función de la voluntad colectiva. Como todo elemento en el que se pierde el rastro de su origen, de su fundamento último, aparecen de forma natural los actuales mecanismos de participación democrática, ejercidos por élites políticas cuya constitución o motivaciones tampoco se cuestionan. Y esto es posible porque, como nos recuerda Juan Carlos Rodríguez, el capitalismo no solo ha conseguido que su auténtica infraestructura de explotación se vuelva invisible, sino que también se ha permeabilizado con ello en nuestro inconsciente y en nuestra piel, lastrando toda posibilidad de pensar las alternativas.

En este marco, la actividad política resultaría un arcano para la mayor parte de la población, algo inaccesible e incomprensible para lo que hace falta una especialización concreta, que en realidad no es sino una configuración particular de acumulación de capital político en forma de redes relacionales, recursos económicos y capacidades culturales que ejercen como filtro de acceso para marcar la relación de inclusión y exclusión en el ejercicio del poder.

Sirva como ejemplo de lo expuesto el carácter profundamente fetichista del modelo del híperliderazgo carismático en política. En este, la personalidad del líder aparece dotada de unos valores sobrenaturales, innatos, propios del genio clarividente capaz de ver lo que los demás no ven o de anticiparse, olvidándose las condiciones sociales que permiten dicha puesta en práctica, los dispositivos humanos, económicos y culturales que se ponen en juego. En el trasfondo de la cuestión, el rechazo de una comprensión de los recursos políticos como algo que puede ser socializado y democratizado sin mayor dificultad entre el conjunto de la población. Una posición que se remonta a los mismos orígenes del debate democrático como encontramos en diálogos como La República o El Banquete de Platón, ferviente detractor del modelo democrático ateniense y conocido por vincular pobreza con incompetencia para ejercer la política.

Adaptando la máxima de Wittgenstein que nos recuerda que los límites del lenguaje son los límites del mundo, podríamos afirmar que los límites de la imaginación en política son los límites de las posibilidades democráticas. El problema es que, en este esquema de alienación fetichista, la imaginación parece que no nos ofrece más que variaciones tecnocráticas de modelos institucionales agotados en la práctica. ¿Cómo salir de este juego de espejos que nos mantiene enclaustrados en un presente sin pasado ni futuro? Moreno Pestaña nos plantea pensar el presente con la mirada puesta en el pasado, pero con una vocación creativa y constituyente de diferentes futuros posibles.

La democracia antigua como germen de innovación política

Aristóteles, aunque señalaba que nunca los tipos ideales son puros y estables, habría clasificado nuestro modelo político como más aristocrático que democrático, precisamente por el hecho de haber desarrollado fundamentalmente los mecanismos de elección representativa y haber descuidado y marginado (no de manera casual) otros procedimientos que garantizarían el ideal democrático de “gobernar y ser gobernados por turnos”, tales como el sorteo, la rotación de cargos o la rendición de cuentas. Vemos en estos últimos unos mecanismos ideados en el marco de la democracia antigua que, como consecuencia de la alienación fetichista, nos pueden parecer interesantes, una curiosidad histórica, pero solo viables en un pasado muy remoto.

No obstante, sería también caer en el fetichismo político creer que la puesta en práctica aislada de los procedimientos mencionados funcionaría como un bálsamo que resolvería los problemas que arrastran nuestras democracias. Y aquí es donde encontramos el hilo que atraviesa Los pocos y los mejores, al plantear que lo que anima esos mecanismos no sería sino el objetivo, todavía pendiente, de democratización de los recursos políticos entre el conjunto de una población que presenta, de sobra, las competencias necesarias para ello, pero que requiere de un entramado institucional que promueva la participación. Aparece así ante nosotros un objetivo que animó la deliberación democrática en el pasado y que debería animarla también en el presente.

Conocimiento y motivación, junto con la disposición moral que ha de guiar a ambas, es la combinación que puede extraerse del laboratorio democrático de la Atenas de Efialtes o Pericles. Y no puede ser más actual. Si ponemos el foco, durante la actual crisis del coronavirus, en la gestión política de control de la pandemia, veremos cómo el conocimiento de los expertos, con las más diversas credenciales académicas, se ha utilizado como arma arrojadiza en la lógica espectacular de los platós de televisión para justificar una cosa y la contraria, sin oportunidad alguna para reconocer la propia ignorancia de los participantes. La motivación y la disposición moral que se movía entre bambalinas no ha podido estar más alejada de la consecución del bien común.

En el libro El sistema político de los atenienses, cuyo autor es popularmente conocido como el “Viejo Oligarca” se afirma con preocupación que la democracia supone el acceso de los pobres a la ciudadanía, que se ha optado por favorecer a la chusma frente a los mejores. Y he aquí el centro inalterable de la cuestión. Detrás de las concepciones elitistas de la política no reside sino el miedo a que los muchos tomen el espacio público. La aporofobia de esta posición se escuda en presentar a los pocos, a la elite especialista en el saber político, como los mejores para la gestión de lo común. El fetichismo político nos ha puesto un antifaz que nos impide ver que los muchos, los más, los pobres, los explotados, tomados en conjunto, tienes más capacidad de innovación y creatividad política que los pocos, los que se consideran excelentes.

En definitiva, en Los pocos y los mejores no solo encontramos un diagnóstico riguroso de los interrogantes y desafíos que nos presenta el actual panorama político, sino también una guía crítica para combinar de manera lúcida mecanismos como la elección, el sorteo o el recurso a los expertos en los procesos de deliberación democrática. En este empeño, la democracia antigua funciona como el germen al que nos referíamos al principio, al presentarnos un objetivo que aún es nuestro: develar el fetichismo político que impide que nos pongamos manos a la obra para el acceso de los más a los recursos políticos, pues solo así se garantiza una democracia plena y un modelo de vida buena.

Javi Moreno (@javimoga) es profesor de la Universidad de Sevilla, responsable del Área Ideológica del Partido Comunista de España y miembro del consejo de redacción de laU.

Referencias

Anónimo o Viejo Oligarca. (2017). El sistema político de los atenienses. Edición, estudio y traducción de J. L. Bellón Aguilera. Sevilla, Ediciones Doble J.

Domènech, Antoni. (2019). El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista. Madrid, Akal.

Moreno Pestaña, José Luis. (2019). Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico. Madrid, Siglo XXI.

Rodríguez, Juan Carlos. (2013). De qué hablamos cuando hablamos de marxismo. Madrid, Akal.

Fotografía de Álvaro Minguito.