La era atómica como punto de irrupción del Antropoceno

Para Ramón Fernández Durán. In memoriam et ad honorem

Si nacieron antes de 1950, apuntaba Javier Salas en un artículo publicado a mediados de septiembre de 2016, “puede que ahora se vaya a sentir algo más mayor: ha vivido en dos épocas geológicas distintas”. La Tierra ha entrado en una nueva página del calendario geológico, el Antropoceno, “la edad de los humanos” [1]. Una de las pruebas de que el mundo ha cambiado para siempre, proseguía, estaba en la playa de Tunelboca, en la Ría de Bilbao, “en una franja de siete metros de sedimentos acumulados por la industrialización”. Allí se han ido depositando durante casi un siglo escorias vertidas por los altos hornos.

Así pues, estamos en otra era. Un grupo de científicos, el Anthropocene Working Group [2] (Grupo de Trabajo del Antropoceno, AWG por sus siglas en inglés) acordó a mediados de 2016 que la Humanidad ha superado el Holoceno, la hasta ahora última época geológica del período Cuaternario, un período interglaciar en el que la temperatura se hizo más suave y la capa de hielo se derritió, lo que provocó un ascenso en el nivel del mar [3]. La huella de las actividades humanas “quedarán para siempre grabadas en todo el planeta como una línea bien identificable en los estratos que se verán dentro de miles o millones de años en cuevas y acantilados, una referencia permanente para los científicos del futuro”. Si existieran.

El colectivo científico al que hemos hecho referencia, tras siete años de trabajo, ha decidido datar el comienzo de la nueva era en 1950. El Antropoceno, como ya nos advirtiera el malogrado Ramón Fernández Durán, sería el momento en que nuestra especie ha cambiado con sus actividades desarrollistas, descontroladas e insostenibles el ciclo vital de la Tierra. Es el momento en el que la Humanidad ha sacado a nuestro planeta de su variabilidad natural, tal y como ha explicado Alejandro Cearreta, un investigador y profesor de la Universidad del País Vasco que formaba parte del equipo de especialistas que tenía como misión determinar si de verdad vivíamos ya en otra era geológica.

Pero, ¿de dónde esa fecha de demarcación?, ¿por qué en 1950 y no antes o después? La respuesta: la marca que se ha acordado son los residuos radiactivos de plutonio acumulados tras los numerosos ensayos con bombas atómicas realizados a mediados del siglo XX. Hablando propiamente, “1952 sería más concreto, porque es cuando todos los isótopos radiactivos provocados por esas bombas se asentaron en todo el planeta». Ni que decir tiene que esa bombas fueron lanzadas por las grandes potencias atómicas sin control alguno. Los machos-imperiales se enseñaban falocráticamente sus poderes de destrucción. Para entrar en un momento geológico distinto tenía que haber una señal inequívoca, «global y sincrónica», del cambio planetario. Aunque inicialmente se había propuesto 1800 como fecha de inicio de esta nueva era por referencia a la Revolución Industrial, se descartó finalmente esa “señal” porque su huella no llegó por igual y al mismo tiempo a todos los países del globo terrestre. El capitalismo fue inicialmente, sabido es, una creación occidental.

La intervención humana ya se nota desde hace miles de años. Pero la clave actual es que se trata de un cambio de ciclo en el comportamiento del planeta entero provocado por la propia Humanidad y sus plásticos, sus emisiones de gases, la contaminación radiactiva, los desechos de sus industrias, la alteración de ecosistemas, la desaparición masiva de biodiversidad, la acidificación de los mares… Muchos de estos cambios son geológicamente de larga duración. Algunos son irreversibles.

No se trata de un juicio político, como algunas voces interesadas han reprochado a este grupo de investigadores. Falacia ad hominem conocida y practicada Es un hecho científico contrastado: se está acumulando un registro geológico. La evidencia del Antropoceno va a durar para siempre (Herrero, 2016) [4]. Su llegada es una prueba, comenta críticamente Cearreta, de «nuestro fracaso como sociedad». «¿Es bueno o es malo que se extinguieran los dinosaurios? No entramos a juzgarlo, pero ahora se ha producido un cambio claro en el Sistema Tierra», asegura este científico, que no oculta que estuvieron fuertemente presionados por estados, instituciones y corporaciones cuando tomaron su decisión durante la votación realizada en el Congreso Internacional de Geología celebrado en Sudáfrica. Representaba otra crítica, clara y distinta, a la apuesta atómica de la Humanidad. A sus sectores dominantes, hegemónicos e irresponsables, dicho con más precisión.

La nueva era atómica y sus peligros, esta nítida señal del nuevo marco geológico, es, debe ser para nosotros, un asunto central. Fukushima, por supuesto, como no podría ser de otra manera, es punto vertebrador de esta historia. Tras lo sucedido en 2011 habrá un antes y un después en la historia de una de las industrias más peligrosas generadas por la Humanidad. Su externalidad, los residuos radiactivos, es un oscuro legado que permanecerá con nosotros durante miles y miles de años. Un escritor inolvidable, un gran maestro de todos por el que es fácil sentir una gran y profunda admiración, Henning Mankell, nos advirtió de ello, con profundo pensar e indignación, en sus últimos libros.

Otra cosa distinta, y sin duda muy importante, es la entrada en una “nueva era climática”.

Los Amigos de la Tierra y otras organizaciones ecologistas han señalado que esa es la conclusión principal de la Organización Mundial de la Meteorología (OMM). En su informe anual publicado el lunes 24 de octubre de 2016, con datos de la estación de medición de Manua Loa en Hawaii, la OMM reveló que en 2015, por primera vez en la historia de la humanidad, la cantidad media de CO2 acumulado en la atmósfera superó la barrera simbólica de las 400 pmm (partes por millón), en gran parte debido al fenómeno metereológico de El Niño.

Este límite se había superado ya en algunos territorios de nuestro planeta durante algunos meses -la concentración de CO2 sube o baja con las estaciones- pero nunca antes se había mantenido como media durante un año entero y para la totalidad del globo [5]. Según Javier Andaluz, si se superase la barrera de los 450 ppm estaríamos ante un aumento de la temperatura media global por encima de los 2 grados centígrados (el límite considerado por la comunidad científica de “riesgo” por sus impactos severos, y hasta cierto punto impredecibles, sobre las sociedades y ecosistemas: pérdida de especies, sequías, hambrunas, subida del nivel del mar, nuevas enfermedades, etc). El informe de la OMM sostiene que ese valor se mantendrá así durante todo el 2016 y no descenderá en muchas generaciones.

Para llegar a un equilibrio sostenible entre lo que se emite, lo que absorbe la biosfera y lo que permanece en nuestra atmósfera, la concentración no debería superar los niveles preindustriales, es decir, unos 278 ppm. Hasta que no lleguemos a un nivel de emisiones negativas, sostiene Andaluz, “la concentración de CO2 no va a descender”. Por lo demás, todos los restantes fases del efecto invernadero han seguido aumentando su concentración durante estos últimos años. La presencia del metano es un 256% superior a los niveles preindustriales, el óxido de nitrógeno un 121%. La OMM ha reconocido la importancia de la firma del último acuerdo de Kigali para reducir las emisiones de hidrofluorocarbonos, sin embargo, “el verdadero elefante en la habitación es el dióxido de carbono”. Sin atajar sus emisiones no se puede atajar el cambio climático ni mantener un incremento de la temperatura global por debajo de los 2 grados centígrados (Villa, 2016).

Volvamos ahora a nuestra línea de demarcación y recordemos algunas caras del peligroso poliedro atómico. Detengámonos brevemente sobre un asunto, que no suele ser citado y que ha destacado muy oportunamente Helen Caldicott (2011) y, entre nosotros, el científico francobarcelonés Eduard Rodríguez Farré (2011).

En los primeros días de la energía nuclear, hace más de medio siglo, la OMS publicó declaraciones expresas sobre los riesgos de las radiaciones. La siguiente advertencia data de 1956: “El patrimonio genético es la propiedad más preciosa de los seres humanos. Determina las vidas de nuestra progenie, la salud y el desarrollo armonioso de futuras generaciones”. Como expertos y conocedores, proseguían, “afirmamos que la salud de futuras generaciones es amenazada por el aumento del desarrollo de la industria atómica y las fuentes de radiación… También creemos que nuevas mutaciones que ocurren en seres humanos son dañinas para ellos y para su descendencia”. Pero después de 1959, la OMS no ha hecho más declaraciones sobre salud y radioactividad. ¿Qué pasó entonces, qué sigue pasando ahora?

El 28 de mayo de 1959, en la 12ª Asamblea Mundial de la Salud, la OMS llegó a un -mal, pésimo- acuerdo con la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). En uno de sus puntos se afirma:

«Siempre que cualquiera de ambas organizaciones tenga el propósito de iniciar un programa o actividad relativo a una materia en que la otra organización esté o pueda estar fundamentalmente interesada, la primera consultará a la segunda a fin de resolver la cuestión de común acuerdo».

La primera a la segunda, la OMS a la AIEA. Así, pues, la OMS otorgaba a la Agencia Internacional derecho de aprobación previo a cualquier investigación que quisiera emprender. Un auténtico escándalo, un ejemplo de subordinación al poder corporativo.

La AIEA, recuerda Caldicott, es una organización que mucha gente piensa -incluidos numerosos periodistas y bastantes científicos- que es una institución protectora de la ciudadanía. Pero no lo es, en absoluto. En realidad, es una agencia defensora de la industria nuclear. Los estatutos del AIEA señalan por ejemplo que “el organismo procurará acelerar y aumentar la contribución de la energía atómica a la paz, la salud y la prosperidad en el mundo entero.” Paz y salud deben ser aquí, probablemente, consignas publicitarias, cabe pensar lo mismo de lo dicho sobre la prosperidad.

Pero hay más asuntos a tener en cuenta. El viernes 11 de marzo de 2011, a las 16:46 hora local -recordaba Roberto Peccia, ex Presidente del Colegio de Arquitectos de Rosario, República Argentina, y autor de Energía nuclear: réplicas humanas y urbanas (2013a)- el archipiélago japonés fue sacudido por un violento terremoto y posterior tsunami, que indujo el accidente atómico en el complejo Fukushima Daichi (Peccia, 2013b). La catástrofe en la central nuclear se produjo a causa de graves errores humanos y apuestas irresponsables, un nudo que hoy es reconocido por todos. Peccia destaca un pasaje del informe oficial de 2011, a cargo un grupo liderado por el profesor Yotaro Hatamura: “Todos fallaron en Fukushima. Está claro que este accidente fue un desastre hecho por el hombre”. La forma en que TEPCO, la multinacional propietaria de la central, enfrentó el accidente nuclear, “estuvo plagada de irregularidades, incluyó situaciones extremadamente inapropiadas (…) Las autoridades fallaron por no dar respuesta al desastre –el punto es importante, esencial- pensando en las víctimas”.

Los datos conocidos (muchas informaciones siguen ocultas) son escalofriantes: un estudio cartográfico de radiación incluyó a 18 de las 47 prefecturas japonesas (más del 38%), además de recordar el mayor vertido tóxico al mar conocido de la historia: ¡11,5 millones de toneladas de agua contaminada! Dos años después del accidente, se señalaba, no se había podido acceder al relevo de los dos reactores afectados por carecer de instrumental idóneo. Asimismo “se encuentra en delicada situación el edificio -volaron los tres pisos superiores- de la piscina de almacenamiento que contiene más de 1.500 barras de combustible a la intemperie, de muy compleja e inédita manipulación y transporte”. La OMS advertía en febrero de 2013 sobre el más que probable aumento de diversos tipos de cánceres en infantes y mujeres expuestas. No se puede negar la evidencia durante mucho tiempo.

Más nudos de este poliédrico asunto. Tomemos pie ahora en Fukushima: Japón rechaza un informe abrumador de la ONU, de Thierry Ribault, reconocido economista del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Esto nos permitirá adentrarnos en la preocupante polémica que se dio entre Naciones Unidas y el gobierno japonés.

El 27 de mayo de 2013 Anand Grover, relator especial del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, presentaba en Ginebra los resultados de su misión iniciada en noviembre de 2012 en Fukushima. Las conclusiones críticas fueron abrumadoras para el gobierno japonés. Grover constató la amplitud de la catástrofe: “la cantidad de cesio expulsada tras el accidente nuclear de Fukushima es 168 veces más importante que la liberada en el bombardeo atómico de Hiroshima”. Por no mencionar otros elementos químicos que no debemos olvidar: el telurio, el lantano, la plata y el bario.

En Fukushima ya no se pueden aplicar los mismos métodos falsarios que, ciertamente y aunque duela, se usaron en Chernóbil (Alexiévich, 2014) [6] para encubrir la realidad, “especialmente en lo que respecta a los efectos sobre la salud identificados desde entonces (aberraciones cromosómicas, aumento de la morbidez infantil, aumento del número de leucemias)”. No es posible ignorar los estudios que demuestran la relación entre la exposición prolongada a dosis denominadas “bajas” (que nunca son inocuas) y el desarrollo de cánceres.

El informe criticó también la falta de distribución efectiva a la población de tabletas de yodo y cuestionó «el sistema de protección sanitaria de los trabajadores: el acceso a los reconocimientos médicos no es sistemático (en contra de lo que prevé la ley) y no se informa de los resultados a las autoridades”. Además, “la mano de obra empleada por los subcontratistas, mayoritaria, no tiene acceso a esos reconocimientos”. Ni derechos ni cuidados… y no sólo en Japón. La atómica Francia está ubicada en la misma casilla y de manera destacada también.

Por lo que se refiere a las zonas contaminadas el relator de Naciones Unidas recordó que en Chernóbil, y en 1991, el límite máximo admisible para que se pudiera volver a vivir y a trabajar en ellas se situó en 1 mSv (miliSievert) anual. En Fukushima ese límite se ha situado en 20 mSv al año (¡20 veces más!), sin contar “que entre 20 y 50 mSv, la población puede acceder libremente a las zonas contaminadas durante el día”. La arbitrariedad es manifiesta. El peligro y la irresponsabilidad más que evidente.

El relator Grover criticó duramente otro nudo neoliberal de la situación, el que las autoridades japonesas hayan recurrido al análisis “costes-beneficios” en estas trágicas circunstancias. El argumento de Grover merece ser enmarcado e impreso con tinta enrojecida: “ese análisis no respeta el derecho de los individuos a la salud… el [supuesto] interés colectivo no puede primar sobre el derecho individual, especialmente en el caso del derecho a la salud”. Todo ello cuando la apelación a los derechos colectivos de las autoridades japonesas en realidad se reduce a los intereses minoritarios e insaciable de las grandes corporaciones.

En el ámbito educativo, Grover pedía al gobierno japonés que deje de explicarles “a los niños japoneses en sus libros escolares que por debajo de 100 mSv al año las radiaciones son inofensivas para la salud”. ¡Falsedades por certidumbres!, ¡cuentos falsarios que se suman a otros cuentos engañosos! ¿Debemos llamar “educar” a esas estrategias didácticas de inculcación de disparates?

Grover recuerda además que “no basta con limpiar los patios de los colegios: es preciso descontaminar de manera mucho más extensa, atendiendo de forma especial a los “puntos críticos” que pueden existir en zonas por debajo de 20 mSv donde la población vive de nuevo ahora”. Por último, se criticaba “haber implicado a la población, sin equipamiento y sin información, en la descontaminación” y la financiación “por parte del Estado (es decir de los contribuyentes) de los daños causados por Tepco (110.000 millones de euros señalados a finales de 2012)”.

El gobierno japonés dio a conocer, en un contrainforme que se hizo público el 27 de mayo de 2013 en Ginebra, su total disconformidad con las conclusiones de Grover. Era de esperar. Las autoridades niponas consideraron que los llamamientos del relator “a una mejor protección sanitaria de la población están totalmente fuera de lugar y son superfluos en la medida en que nada prueba científicamente que las poblaciones afectadas necesiten realmente más protección que la que ya se les ha proporcionado”. Respecto a los residuos producidos por la descontaminación, las autoridades no dudaron en mentir: “En el proceso de almacenamiento de la tierra retirada se toman medidas para prevenir el impacto sobre la salud humana, como la colocación de plásticos protectores”. Más aún: “La descripción del informe Grover en la que se señala que “los residuos representan un riesgo sanitario para los habitantes” tampoco está fundada”. Así se escribe y reescribe la historia: ¡la lucha de perspectivas (con derivadas atómicas) en el ámbito de la teoría, la cultura, las explicaciones y los relatos históricos!

En realidad, no hay buena ciencia para la Humanidad sin rigor ni honestidad, sin conciencia poliética. Por eso hemos llegado, por eso estamos instalados en el Antropoceno.

Nos va la vida -y la de las futuras generaciones- en nuestro combate antinuclear. El veneno escondido en las profundidades de una catedral excavada donde nunca podrá entrar la luz, del que nos habló Henning Mankell, no podemos permitir que aumente indefinidamente. Tenemos ya una casi sobrehumana tarea con el existente. No en nuestro nombre ni en el de la Humanidad responsable.

¡Mejor activos hoy que mañana radiactivos![7]

Notas

[1] Jorge Riechmann ha recordado un ensayo, “una síntesis de datos y análisis”, del malogrado Ramón Fernández Durán (2011): El Antropoceno: la expansión del capitalismo global choca contra la biosfera. El término fue propuesto en el año 2000 por el Premio de Nobel de química holandés Paul J. Crutzen y por Eugene Stoermer (2000). Los primeros en defender esta idea fueron, en torno al año 2000, Paul J. Crutzen, el químico atmosférico neerlandés galardonado con el premio Nobel en 1995 por su investigación pionera sobre el agotamiento del ozono estratosférico, y Eugene F. Stoermer, un biólogo de la Universidad de Michigan.

[2] Este grupo formado por 38 científicos de sistemas terrestres fue convocado por el geólogo Jan Zalasiewicz, de la Universidad de Leicester.

[3] La división de los 4.500 millones de años de historia de la Tierra -en eones, eras, periodos y épocas- viene determinada por la Tabla Cronoestratigráfica Internacional (escala de tiempo geológico), que es administrada por la Comisión Internacional de Estratigrafía. Nos hallábamos hasta ahora en el eón fanerozoico, la era cenozoica y el periodo cuaternario, que a su vez se dividía en dos épocas: el pleistoceno y el holoceno. El pleistoceno se caracterizó por fluctuaciones climáticas y edades de hielo periódicas en el hemisferio norte, la última de las cuales se produjo hace 11.700 años y dio lugar a la época del holoceno, mucho más estable. Esta etapa ha facilitado el crecimiento planetario de la especie humana. Véase Alan Thornett (2016).

[4] La tesis central de Yayo Herrero (2016): “Necesitamos una sociedad que se marque como objetivo recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilice la investigación, la cultura, la economía y la política para avanzar hacia ese fin. Frente a este desafío las soluciones meramente tecnológicas, tanto a la crisis ambiental como al declive energético, son insuficientes. La crisis ecológica no es un síntoma más, sino que determina todos los aspectos de la sociedad: alimentación, transporte, industria, urbanización, conflictos bélicos, el drama de las migraciones forzosas… Se trata, en definitiva, de la base de nuestra economía y de nuestras vidas”.

[5] Recordemos que la concentración atmosférica de CO2 es la causa principal, no la única, del aumento de la temperatura global.

[6] Puede verse El testimonio, entre muchos otros, de Liudmila Ignatenko, esposa del bombero fallecido Vasili Ignatenko, es estremecedor. Abre el libro.

[7]Conviene hablar de la situación española en otro momento.

Bibliografía

Alexiévich, Svetllana (2014), Voces de Chernóil. Crónica del futuro, Barcelona, DeBolsillo (traducción de Ricardo San Viete).

Caldicott, Helen (2011),  “Ataque de los apólogos nucleares. Peligrosa equivocación sobre la radiación nuclear”: Rebelión, 14 de abril (traducción de Germán Leyens). http://www.rebelion.org/noticia.php?id=126411 (marzo de 2017).

Crutzen, Paul J. y Eugene F. Stoermer (2000), “The Anthropocene”: Global Change Newsletter, nº 41 (mayo).

Fernández Durán, Ramón (2011), El Antropoceno: la expansión del capitalismo global choca contra la biosfera, Editorial Virus, Barcelona.

Herrero, Yayo (2016), “Tiempos de transiciones para afrontar el Antropoceno”: Ctxt, 28 de septiembre: http://ctxt.es/es/20160928/Firmas/8623/crisis-ecologica-antropoceno-destruccion-ecologica-propuestas-reconversion.htm (marzo de 2017).

Peccia, Roberto (2013a), Energía nuclear: réplicas humanas y urbanas, Editorial Cuaderno, Rosario.

Peccia, Roberto (2013b) “Dos años de preocupante silencio”: Rebelión, 13 de marzo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=165162 (marzo de 2017).

Ribault, Thierry (2013), «Japón rechaza un informe abrumador de la ONU» (Traducido por Rocío Anguiano): Rebelión, 6 de junio: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=169275 (marzo de 2017).

Rodríguez Farré, Eduard y Salvador López Arnal (2011) , Ciencia en el ágora, El Viejo Topo, Barcelona, 2011, capítulo VI.

Salas, Javier (2016), «Bienvenidos al Antropoceno»: El País, 9 de septiembre:
http://elpais.com/elpais/2016/09/05/ciencia/1473092509_973513.html (marzo de 2017).

Thornett, Alan (2016), “Un paso de gigante hacia el antropoceno”: Viento Sur (octubre): http://www.vientosur.info/spip.php?article11798 (marzo de 2017).

Villa, Lucía (2016), «La gran acumulación de CO2 deja al planeta a un paso del colapso»: Público, 24 octubre: http://www.publico.es/ciencias/acumulacion-co2-deja-planeta-colapso.HTML (marzo de 2017).

Fotografía de Álvaro Minguito. "Columnas de vapor de agua de la central nuclear de Chinon (Francia)".