La experiencia de gobernar Madrid: 919 días. ¡Sí se podía!

Buceando en la mitología griega encontramos la historia de Dédalo, quien, por encargo de Minos, construyó un laberinto para encerrar al Minotauro, un monstruo mitad humano y mitad toro en la isla de Creta. Era una construcción con incontables pasillos, recovecos y calles sinuosas que parecía no tener principio ni final. Si algo no quería Minos era que alguien pudiera conocer el secreto de la salida y, por eso, después de terminarlo encerró a Dédalo junto a su hijo Ícaro.

Dédalo e Ícaro no deseaban otra cosa que escapar de su prisión, pero Minos lo hacía materialmente imposible. El rey imponía una férrea y estrecha vigilancia sobre cualquier barco que pasaba por la isla y todo tipo de obstáculos para evitar la elusión de la misma. A pesar de que Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo optó por no conformarse y decidió huir por aire. Y por eso, junto a más gente, pensó en la fabricación de unas alas para él y su hijo. Cuando ambos estuvieron preparados, no dejó de advertir a Ícaro que no volase a demasiada altura para que el calor del sol no derritiese la cera, ni demasiado bajo para evitar que la espuma del mar mojara las alas impidiéndole volar. Después de estos sabios consejos, ambos comenzaron a batir sus alas y huyeron volando del laberinto. Surcaron Delos, Samos y Lebintos y llegaron más lejos de lo que jamás podrían haber soñado. Pero Ícaro comenzó a ascender cada vez más hasta que el ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y estas se despegaron. Aunque agitó sus brazos de manera desesperada, las leyes físicas actuaron de manera inexorable. No le quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y se precipitó al mar.

Hay quien se queda con un regusto amargo, con la parte de la historia en la que Ícaro, por subir demasiado arriba, finalizó el extraordinario viaje de una forma tan triste.

Sin embargo nosotros pensamos que el final, no precisamente feliz, no debe ocultar la historia de esfuerzo y superación que protagonizaron Dédalo e Ícaro. Ellos no se conformaron con permanecer en la prisión a la que les había condenado Minos e idearon un método para superar los límites impuestos. Demostraron, ni más ni menos, que se podía volar. Tuvieron claro desde el principio que solo puede ser derrotado quien decide pelear.

Y de eso va el libro que Eduardo Garzón y yo hemos publicado para relatar los hitos más sonados e importantes del gobierno de la ciudad de Madrid[1]. De demostrar que otra política económica era y es posible.

Porque si hay un mantra neoliberal muy extendido es el que sostiene que la izquierda no sabe gestionar adecuadamente la economía. En el imaginario colectivo, moldeado con éxito por el sistema actual, impera la idea de que tenemos buenas intenciones y que anhelamos la igualdad, pero que nunca somos capaces de alcanzar nuestros objetivos porque son, al fin y al cabo, utópicos. Estos mensajes nos vendrían a decir que es imposible aunar justicia social y eficiencia económica, de forma que si gobiernos de izquierda se dedicaran a perseguir el primer objetivo, acabarían distanciándose notablemente del segundo. La experiencia de Ahora Madrid[2] en política económica demuestra que ese mensaje es falso: se puede mejorar la vida de la gente con las políticas públicas y además hacer eso compatible con el saneamiento de las cuentas públicas. Aunque lo más conocido fue la vertiginosa reducción de deuda pública, no es de lo que nos sentimos especialmente orgullosos. El éxito fue el gran incremento del gasto y la inversión social que iban de la mano de esa política de desapalancamiento. No es lo mismo que una administración pública cuadre sus cuentas recortando salvajemente en gasto e inversión o asfixiando a la población con elevados impuestos, que hacerlo mientras aumenta los servicios públicos y reparte las cargas tributarias de forma justa. La primera forma no es sólo la más deshumanizada sino que también es la más fácil, mientras que la segunda es la más justa y también más complicada.

Lógicamente estos avances fueron combatidos por el poder desde el ámbito mediático, político e institucional. El contexto hacía necesario poner un dique a una experiencia, que de confirmarse como exitosa, generaría una importante vía de agua a la derecha en este país. En 2015 había ocurrido algo excepcional en Madrid, ya que una ciudad que tradicionalmente vota de forma mayoritaria a fuerzas conservadoras dio la victoria en sufragios a la izquierda. No hubo mucha diferencia, poco más de 6.300 votos[3] pero fue suficiente para alcanzar un gobierno que, sumado a Barcelona, Zaragoza, Valencia, A Coruña, Cádiz, Zamora, Ferrol, Alicante, Córdoba, Ferrol o Rivas Vaciamadrid, desequilibraron el panorama político municipal del Estado español.

Y en ese marco, al Partido Popular le suponía un grave problema que el gobierno de Ahora Madrid estuviese sacando a la luz los trapos sucios y expolios de 26 años de gestión plagada de corrupción con Alberto Ruiz Gallardón y Ana Botella, que aumentase la carga fiscal a las grandes empresas y grandes fortunas y, sobre todo, que estuviese demostrando que la izquierda transformadora, los “perroflautas”, los “bolcheviques” podían gobernar mejorando el bienestar de la ciudadanía al mismo tiempo que saneaban las cuentas públicas. No podían dejar que prosperase un ejemplo de política económica tan potente, protagonizado por Izquierda Unida, en un lugar con tanto eco como el de la capital del país, así que maniobró con contundencia para parar los pies a nuestra actuación.

Lo hizo a través de Montoro que, aunque tuvo el papel de “villano” en esta historia, no fue más que el brazo ejecutor de quienes veían en nuestra actuación política y económica un serio obstáculo para los objetivos de las élites. Su hostilidad no era personal. Y por eso, en su papel de implacable defensor de las políticas ortodoxas, debía atacar sin piedad a los ayuntamientos gobernados por unas fuerzas de izquierda que estaban demostrando su capacidad de hacer compatible los incrementos del gasto público, especialmente el social y las inversiones, con elevados superávit y reducción de la deuda. Porque todo eso ponía en entredicho su papel bastante oscuro en la historia negra de nuestro país. No solamente por ser el impulsor de una amnistía fiscal que el Tribunal Constitucional declaró nula por haber sido aprobada por la puerta de atrás y por haber alterado el reparto de la carga tributaria entre los contribuyentes. Es que además estamos hablando del protagonista de la financiación de las políticas públicas durante 15 años participando en la elaboración de cuatro Presupuestos como Secretario de Estado del primer ejecutivo de José María Aznar y en otros once como ministro, con José María Aznar entre 2000 y 2004; y con Mariano Rajoy desde 2011. Su balance en los más de 3.800 días en la sede de Alcalá, 5 no era precisamente positivo. Porque el máximo paladín y defensor de la estabilidad presupuestaria acumuló en los presupuestos de los que fue responsable más de 403 mil millones de euros de déficit e incrementó la deuda pública en un importe superior a los 415 mil millones de euros. Comprendió claramente el efecto perverso que para sus intereses y los de su organización política tenía la gestión que se estaba realizando en corporaciones locales gobernadas por grupos de signo político diferente y opuesto a quienes han arruinado a la mayoría social. Tenía que ahogar la alternativa que se estaba extendiendo. Y actuó.

Montoro se aprovechó de las diferentes sensibilidades que existían en Ahora Madrid. Era consciente de que la presión haría saltar los goznes de una confluencia que costó mucho construir en 2014 y 2015. Si algo se le da bien a la derecha es dividir y si algo nos cuesta a la izquierda es consolidar la unidad popular.

Y Manuela Carmena claudicó y aceptó las condiciones que el PP impuso.

Salvando las distancias, no hizo nada diferente a lo que protagonizó el gobierno español con Rodríguez Zapatero a la cabeza en 2010 o  Tsipras al frente de Grecia en 2015.

Una vez más, se sometió a los gobernantes, no a la gente, a la que no quiso consultar, a ese falso dilema de la necesidad de elegir entre lo malo y lo peor, entre los recortes o el caos.

Desgraciadamente y como resultado de esa rendición, en las elecciones de mayo de 2019 hemos dado un doloroso paso atrás. En la ciudad de Madrid la derecha superó a la izquierda en más de 50 mil votos en las elecciones de mayo. En concreto, las formaciones ubicadas a la izquierda del PSOE alcanzamos similar cantidad de votos a los logrados en 2015 pero el PSOE perdió apoyos y fueron Partido Popular, Ciudadanos y Vox quienes recuperaron terreno conjunto acumulando 40.000 votantes más que en 2015. Facilita la lectura comprobar que, mientras la participación se incrementó en los distritos de la ciudad que votan históricamente de forma mayoritaria a las fuerzas conservadoras, en los barrios en los que la izquierda suele tener más apoyo creció la abstención[4]. Pero Madrid no es “de derechas”. En ningún sitio está escrito que nos tengamos que conformar con reducidos niveles de participación en los distritos de renta más baja. ¿Por qué en Vallecas la abstención superó el 41% mientras que en Retiro no llegó al 24%? Que la renta en Retiro sea el doble de media que en Vallecas tiene mucho que ver. Quizá hay mucha gente, y no solo en Madrid, que sigue sin ilusionarse cuando llega el momento de ir a votar y esa es la cuestión que debemos resolver. Y si no se ilusionan, es muy posible que eso tenga que ver con su percepción de que las fuerzas políticas de izquierda no somos herramientas útiles de transformación, que no tenemos la capacidad de mejorar los eternos desequilibrios, las lacerantes injusticias y los problemas de su día a día. Y por eso la experiencia de gobierno de Ahora Madrid precisa de profunda reflexión y puede ayudar a dar pasos productivos en el futuro.

Cuando la izquierda transformadora llega a tener responsabilidades de gobierno, es imprescindible aprovechar la oportunidad. A nosotras y nosotros no nos basta “cubrir el expediente” y por eso, que Más Madrid e Izquierda Unida – Madrid en Pie no hayamos conseguido superar en conjunto los votos de 2015 es, indudablemente, un fracaso de la acción de gobierno realizada que no ha conseguido movilizar a la gente en los barrios en los que, históricamente, la gente se abstiene más.

El retroceso en materia de derechos y políticas públicas cuando gobierna la izquierda con políticas de la derecha genera una creciente desafección social ante un muro en el que se dibuja el descorazonador mensaje de Margaret Thatcher: “There is no alternative” (No hay alternativa).

Pero sí la había.

No tuvo por qué acabar en derrota. Faltó audacia para aprovechar una oportunidad inmejorable. La ciudad de Madrid tenía enormes posibilidades de afrontar una situación como la que vivió y superarla de forma exitosa. Capacidad de obtener recursos para ejecutar políticas públicas sin tener que recurrir a entidades bancarias para impulsar nuestro programa de gobierno. Existía, además, una necesidad compartida por los ayuntamientos de todo el país de que cambiase la situación. Eso nos colocaba en la obligación de liderar una reivindicación política tan urgente como justa.

En el momento clave faltó voluntad política para afrontar la situación. La rendición de parte de Ahora Madrid desequilibró la balanza en un momento político central en la confrontación entre las fuerzas municipalistas de la izquierda transformadora y una derecha corroída hasta el tuétano por la corrupción, obsesionada con el centralismo y al servicio de las políticas austericidas auspiciadas por la Comisión Europea. Las públicas discordancias entre las diferentes corrientes de Ahora Madrid visibilizaron una gran debilidad y falta de cohesión. Aun así nos negamos a resumir la experiencia de gobierno municipalista en Madrid con la imagen de la derrota, con la sonrisa de Montoro y de los concejales del Partido Popular al haber conseguido hacer cambiar de rumbo a la ciudad que ilusionaba al conjunto del Estado. Detrás de los elementos negativos se puede también encontrar el germen de lo que se podría hacer en la próxima ocasión. Y por eso lo ocurrido no debe ocultar una realidad muy positiva y es que hay posibilidad de gobernar de otra manera.

Fuimos capaces de demostrar que era compatible multiplicar el gasto y la inversión social al mismo tiempo que se recaudaba con una mayor justicia fiscal y todo ello preservando la sostenibilidad de las cuentas públicas. Y lo hicimos con todos los obstáculos del mundo colocados por quienes, aunque ahora se erijan en paladines de la estabilidad presupuestaria, no son otra cosa que campeones de los recortes. Aún con todas esas trabas que pusieron Partido Popular y Ciudadanos, el mandato acabó con más recursos públicos destinados al ámbito social y a la inversión (que es la mejor política de empleo para Madrid), con importantes ahorros en gastos tan improductivos como los alquileres  o los financieros y reduciendo la deuda hasta dejarla en algo menos de la mitad que existía cuando llegamos. En definitiva, a pesar de todos los errores cometidos hemos sido capaces de trabajar con personas diferentes buscando lo que nos unía para configurar una incipiente base para la unidad. Pero esa unidad no va a ninguna parte sin la movilización y la participación de la gente, elementos esenciales para, además de conseguir mayoría en las instituciones, ser capaces de defender los espacios y los derechos conquistados hasta el punto de convertirlos en irreversibles.

Era y es posible gobernar, en todos los ámbitos, local, regional o estatal poniendo como objetivo central el fortalecimiento de las políticas y servicios públicos. Y es posible hacerlo incluso en el marco de una injusta legalidad que es imprescindible revertir pero que no tiene que ser usada como excusa que nos impida cumplir los compromisos que asumimos con la mayoría social de este país. Imaginaos los recursos que seríamos capaces de movilizar con políticas fiscales progresivas puestas al servicio de unos presupuestos realizados bajo el enfoque de atender las necesidades sin poner límite a los derechos de la gente.

Estamos seguros de que volveremos a tener la oportunidad de ser herramienta para la transformación. Pero también somos conscientes de que, rehuyendo el conflicto, dejamos de ser útiles para la gente. Creer de manera ingenua que somos capaces de convertir en vegetarianos a los tigres de Bengala suele tener efectos desastrosos.

No encontramos mejor símil para acabar que lo que refleja la película “El Acorazado Potemkin”, basada en hechos reales acaecidos en las postrimerías del imperio ruso en junio de 1905. Muestra cómo la marinería, harta de malos tratos y de verse obligados a comer alimentos en mal estado, decide sublevarse. Las cosas no fueron bien en 1905 pero sin ese proceso de rebelión fallida no habría sido posible la revolución de 1917. La experiencia que hemos tenido en el Ayuntamiento de Madrid es, salvando las distancias, la del Acorazado Potemkin.

Carlos Sánchez Mato (@carlossmato) es coautor de 1919 días. ¡Sí se podía! (2019, Akal) y responsable de políticas económicas de Izquierda Unida.

Notas

[1] Sánchez, Mato, y Garzón, Eduardo. (2019). 919 días. ¡Sí se podía! Madrid: Akal.

[2] Ahora Madrid fue una confluencia de la que formaron parte Podemos y Ganemos. Dentro de Ganemos estaban Izquierda Unida, Anticapitalistas y personas independientes. Posteriormente al acceso al gobierno municipal, se constituyó Madrid 129, que dejó de formar parte de Ganemos.

[3] 796.658 votos tuvieron las formaciones de izquierda y 790.320 los partidos de la derecha. Casi todos los votos de la izquierda tuvieron representación al superar la barrera del 5%.

[4] La participación creció en los feudos tradicionalmente más conservadores, como Chamartín, Salamanca o Fuencarral, mientras que se redujo en los que habitualmente es más fuerte la izquierda. La abstención creció en Carabanchel (pasó del 35,93 al 38,64%), Latina (del 31,42% al 33,33%), Puente de Vallecas (del 36,68 al 41%) y Villa de Vallecas (del 31,67 al 34,91%). El total la abstención pasó del 31,09 al 31,77%. En Retiro la abstención fue del 23,47%, en Chamberí del 25,68% y en Chamartín el 24,45%.

Fotografía de Álvaro Minguito.