La necesidad de un nuevo paradigma partidista para transformar la sociedad

En torno a la crisis del Coronavirus o COVID-19, algunos observadores han visto un cambio de paradigma hacia nuevos modelos sociales. El grave impacto humano y la escala de la amenaza han requerido un nivel de intervención estatal sin precedentes. Defensores de reformas agresivas que adelgacen el Estado del bienestar, como Macron, han salido tras la crisis convencidos de la necesidad de un sector público fuertemente apoyado política y económicamente. Los movimientos de izquierda occidentales, estén en el gobierno o en la oposición, ven confirmadas sus hipótesis respecto a los riesgos derivados de futuras catástrofes climáticas, que se añaden a una frágil economía que jamás se recuperó de la pasada crisis. A pesar del duro coste en el día a día, muchos piensan que la crisis puede servir de lección para construir un sistema más humano cuando haya pasado. Sin embargo, un contexto que puede parecer favorable a la intervención estatal y la protección de los más vulnerables no necesariamente se traduce en un mayor apoyo social para la izquierda partidista. La mejor manera de entenderlo es examinando las consecuencias de la crisis anterior.

En el año 2008, el antiguo Director General de la Reserva Federal norteamericana Alan Greenspan comparecía en el Congreso estadounidense. Un comité de Republicanos y Demócratas trataba de esclarecer las causas de la crisis financiera, que después se trasladó a la economía real. Greenspan gobernó este banco central de 1987 a 2006, durante un período en que, al menos superficialmente, la economía parecía haber dejado atrás las crisis de los 70. Su período de gestión coincide con la llamada “Gran Moderación”, que Ben Bernanke, su sucesor en la institución, asociaría con la independencia de los bancos centrales, flexibilidad laboral y una menor politización de la gestión económica[1]. En resumen, un momento de retroceso para políticas de redistribución de la riqueza; al contrario, la desigualdad y bienes de los más ricos aumentaron sin precedentes. La aparente prosperidad compartida hizo que tanto partidos socialdemócratas como comunistas y postcomunistas descendieran en las encuestas; excepto aquellos que aceptaron claudicar al pensamiento único.

Durante esa sesión de control en 2008, los enfurecidos representantes políticos y periodistas esperaban que el octogenario evadiese responsabilidades. Sin embargo, Greenspan admitiría lo siguiente: “Cometí un error asumiendo que el interés propio de las organizaciones, específicamente bancos, es tal que eran los más capaces de proteger accionistas y valores en las empresas… He descubierto un fallo en el modelo que percibo es la estructura crítica en funcionamiento que define cómo funciona el mundo”[2]. Esta es la misma época en que Sarkozy hablaba de refundar el capitalismo. De hecho, el Capital de Marx se convirtió brevemente en un superventas. Algunos pensaron que eso se traduciría en un resurgir de opciones políticas anticapitalistas. Sin embargo, la izquierda parlamentaria mundial se encontraba en un momento de debilidad notable. Como relatan Philip Mirowski o Adam Tooze, la gestión de la recuperación se tradujo en un reforzamiento de las políticas neoliberales y de la hegemonía estadounidense; a pesar del fracaso absoluto de su sustento teórico.

En un momento reciente de máxima debilidad sistémica, los partidos de izquierda fueron incapaces de absorber el descontento; algo que podría suceder de nuevo. Al mismo tiempo, es reseñable que en la más reciente fase de estabilización económica la izquierda radical haya logrado estar tan cerca de ocupar el gobierno de la primera y la sexta economía mundial. El ejemplo debería servir para relativizar la derrota de Corbyn y Sanders; y en general la insurgencia comenzada por Syriza a mediados de década. En resumen, aunque las ventanas de oportunidad influyen en las posibilidades de cambio, no lo son todo. Hay que entender también la influencia de las tácticas electorales y las formas organizativas que han articulado estos movimientos. ¿Qué factores han sido más relevantes en este periplo de la izquierda partidista desde la crisis económica? En primer lugar, la influencia de la revolución digital en la evolución del asamblearismo a los partidos plebiscitarios. En segundo lugar, el fracaso de la maquinaria de guerra electoral digital y de la radicalización de los programas. Finalmente, como solución, se plantea la promoción de ecosistemas partidistas con múltiples organizaciones en todos los frentes para salir del impasse actual.

La construcción de la máquina de guerra electoral verticalista

A comienzos de la crisis, la izquierda occidental tenía un nivel mínimo de apoyo. En las elecciones europeas de 2009, el Partido de la Izquierda Europea obtuvo apenas el 7.1% de los votos en todo el continente (la alianza socialdemócrata un 26.56%). El Democratic Socialists of America, el partido de Bernie Sanders y Ocasio Cortez, recomendó votar por Obama en 2008 (en 2004 apoyaron al todavía más conservador John Kerry). En general, con excepciones, los partidos estaban muy poco preparados para las insurgencias populares de los Indignados, Occupy y otros. En el momento más inmediato, teóricos de la multitud como Hardt y Negri[3] o anarquistas como David Graeber[4] dieron la bienvenida a estos levantamientos libres de jerarquías, intelectuales orgánicos o discursos “hegemónicos”. Sin embargo, esto no era del todo cierto. Por ejemplo, en las acampadas de Nueva York las mujeres tenían problemas para hacerse escuchar en asambleas[5]. Segundo, como la figura del mismo Graeber y la prominencia de otros atestiguan, no todos los activistas que participaron en la revuelta global tuvieron la misma capacidad de difundir sus perspectivas en medios. Finalmente, los indignados y otros movimientos (o por lo menos sus portavoces) convergían entre un discurso más o menos coherente e incluso populista en cierto grado. Eslóganes como “el 99% contra el 1%”, demandas como la renta básica, mecanismos como asambleas constituyentes; pertenecen al acervo colectivo de los movimientos anti sistémicos descritos por Arrighi, Hopkins y Wallerstein[6]. En resumen, la narrativa de que hubo una “traición” partidista al movimientismo inicial no es del todo cierta, dado que los principales tics institucionales existieron en las plazas desde el principio.

El giro partidista, particularmente en España, está ya envuelto en leyenda. Por ejemplo, la autodescripción de Podemos entendida como respuesta a la provocación del Partido Popular a que el 15-M se presentase a las elecciones[7]. Pero cualquier participante honesto en el movimiento sabe que muchos de sus asistentes eran, en cualquier caso, ya miembros de partidos, sindicatos y otras asociaciones políticas progresistas; o al menos simpatizantes y cuadros informales en medios, ONGs y otros. La creación de Podemos sólo acelera esa tendencia, dotando de casa común a los que no estaban ya organizados. En Grecia, Syriza es una coalición de partidos existente desde principios del nuevo siglo. En Reino Unido, los directores de campaña de la insurgencia corbynista en 2015 habían organizado protestas estudiantiles en 2010 y Occupy el año siguiente. En Estados Unidos, coordinadores de las acampadas en Wall Street rápidamente se unieron a la campaña de Sanders para conquistar las primarias demócratas en 2015[8]. Careciendo el autor de información más precisa sobre otros lugares, lo cierto es que más o menos al mismo tiempo (2014-2015), muchos activistas se convierten en cuadros partidistas y empiezan a pensar cómo ganar elecciones. Muchos otros eligen no hacerlo y aún hoy participan en otras iniciativas apartidistas; pero por motivos de espacio no es posible cubrir sus motivos o adscripciones ideológicas. De nuevo, no es algo inaudito. Ya pasó en la insurgencia de 1968 en Europa occidental; pero también en los movimientos sociales antineoliberales que precedieron a la “marea rosa” latinoamericana.

Media década de “máquina de guerra electoral”, como apodó Íñigo Errejón a Podemos[9], han resultado en un escenario incierto. Sí, a nivel estrictamente electoral y aun con los últimos retrocesos, es innegable el aumento en popularidad y cuota de poder de partidos e ideas de izquierda. Pero las derrotas de Syriza, Corbyn y Sanders, y las alianzas en subordinación con la socialdemocracia (como en España y Portugal); han dejado al movimiento lejos de transformar profundamente la sociedad. Ni siquiera se ha llegado a revertir la austeridad, ni mucho menos emular a los líderes latinoamericanos a la hora de ocupar instituciones clave u obtener la hegemonía en el sistema de partidos.

En cualquier caso, como reseñó Jodi Dean[10], hubo muchos que en el cambio de siglo habían augurado la “muerte de los partidos políticos”. Al contrario, en la última década se ha producido un aumento sin precedentes de la militancia y el activismo dentro de organizaciones políticas progresistas. Sin embargo, estos partidos no son los que observadoras nostálgicas como Dean querrían, a la manera de las organizaciones comunistas de masas de hace medio siglo; como el Partido Comunista Italiano. Los partidos, como los Estados, tienen una autonomía relativa al régimen de acumulación como organizaciones a caballo entre la sociedad civil y las instituciones. Por tanto, la transición post-fordista y la revolución digital han resultado en una nueva tipología de partido: el Partido Digital. Un reciente estudio comparativo de Paolo Gerbaudo[11] resumía las innovaciones.

En primer lugar, su emergencia explícita como respuesta y alternativa a las limitaciones de los partidos tradicionales. En segundo lugar, su imitación de las infraestructuras de las plataformas de Silicon Valley: sistemas de votación, foros, encuestas masivas, interfaces ágiles; y de su propagación a través de las mismas, como Facebook o Twitter. En tercer lugar, y quizá más importante, la interacción entre una ideología “participatoria” (¿o quizá participadaria?) y un híperlíder. Siguiendo el paralelismo con Silicon Valley, estos nuevos partidos se comunican a través de influencers políticos y buscan generar interacciones constantes con sus seguidores. Paradójicamente, el influjo de estas figuras sobre los militantes convierte los debates internos en meros trámites. Casi todas las ocasiones (y especialmente las que atañen a decisiones clave), es el equipo dirigente el que gana las votaciones.

Por supuesto, hay otros factores que inciden en el verticalismo, como sistemas mediáticos centralizados, la ausencia de contrapesos o una sociedad civil fuerte, la falta de cuadros alternativos, la dificultad para los perdedores para refugiarse… Por ello, no hay que entender el partido plebiscitario digital y la deriva económica contemporánea necesariamente como una relación causa-efecto. Sirva la tesis, simplemente, como una descripción de la forma prevalente tras la transformación de los movimientos sociales en maquinarias de guerra electorales.

Completar el cambio y cultivar el ecosistema partidista

Si bien hasta ahora la conversación se ha centrado en nuevos partidos, la expresión más ambiciosa de esta maquinaria de guerra se ha dado en el contexto anglosajón. En primer lugar, porque tanto Corbyn como Sanders han dispuesto de recursos tecnológicos y económicos sin precedentes. Ambas campañas han compartido equipos transatlánticos de estrategia digital, orientados a movilizar cientos de miles de militantes para una variedad de tácticas[12]. Contactos puerta a puerta, llamadas masivas, apoyo de superestrellas… En segundo lugar y, sobre todo en el caso británico[13], han desarrollado un programa de gobierno coherente y con visión de futuro. Tanto el Green New Deal como iniciativas para que los trabajadores pasen a ser propietarios de las grandes empresas representan un paso más allá. Del espíritu anti-austeridad de los nuevos partidos del Sur de Europa, a herramientas para redistribuir la riqueza y las fuentes de creación de la riqueza, de una manera justa y sostenible.

De hecho, para algunos observadores externos decepcionados con Podemos o Syriza, los insurgentes anglosajones podían corregir las derrotas de estos últimos gracias a su mayor despliegue digital y activismo. Para otros, la radicalización del programa económico y discurso de clase eran la clave para llegar más allá. Ambos estaban equivocados. Ni la intensificación de la máquina ni del programa han sido suficientes. Es la forma-partido elegida para llevarlas a cabo la que está incompleta.

La izquierda del ciclo 15-M/Occupy empezó rechazando partidos, sindicatos y medios. Pero solo ha construido los primeros, fascinados por la revolución digital. Sin embargo, su capacidad de politización es limitada; útil para ganar primarias, tener alcance y conseguir apoyo considerable, pero insuficiente para cambiar la sociedad. Es necesaria la creación de un entramado institucional dentro y (más importante) fuera del Estado. Los sindicatos de inquilinos[14] y los colectivos en torno a la huelga feminista[15] son ejemplos de organizaciones capaces de ayudar a sus miembros y, al mismo tiempo, incidir en el debate público. Necesitamos más, con ambición de permanencia, recursos propios, reuniones regulares y, sobre todo, autonomía mediática.

A principios del siglo XX, la hegemonía de los socialdemócratas en lugares como “Viena la Roja”[16] iba más allá del éxito de sus mítines y asambleas. Asociados al partido, existían todo tipo de colectivos, desde equipos de fútbol a clubes de lectura. Toda una generación de vieneses adquiría sus primeras habilidades sociales, deportivas o profesionales en la esfera del partido; sin que aquello deviniese en un triunfo de la ortodoxia. ¿Cómo se hace esto en el siglo XXI? En Reino Unido, agrupaciones como The World Transformed han apostado por festivales con formatos mixtos: talleres de hacktivismo por la mañana, raves y shows de comedia por la noche. Asimismo, representantes del Corbynismo se han asegurado de cultivar una esfera mediática alternativa, apoyando programas y revistas como Novara Media o Tribune. La “vieja política” puede ayudar de manera más directa. Ayuntamientos laboristas como el de Southwark[17] destinarán una cantidad anual a la creación y mantenimiento de un sindicato de inquilinos, para luchar contra la especulación y gentrificación allá donde el partido no pueda llegar. También hay espacio para la innovación. De Estados Unidos y el antiguo equipo de prensa de Ocasio Cortez llega una apuesta innovadora: Means TV. Esta plataforma es el primer servicio de streaming progresista, siguiendo un modelo cooperativo. Finalmente, las campañas han dejado un rico entramado de think tanks y otras organizaciones que ya se dedican con éxito a tareas como la formación mediática de economistas progresistas.

¿Por qué deberían ser los partidos generosos a la hora cultivar estos ecosistemas mixtos de partido-sindicato-medios? En primer lugar, porque se necesitan: en centros de trabajo, escuelas, viviendas, universidades y barrios. Por ejemplo, la densidad sindical en España ha descendido notablemente en las últimas décadas y, al mismo tiempo, las formas cambiantes del trabajo impiden a los sindicatos tradicionales funcionar como antaño. Necesitamos colectivos en los co-workings y otros espacios ajenos a una tradición de lucha, pero igualmente sostenidos en la explotación laboral. En segundo lugar, para generar espacios no dependientes de la victoria (o derrota electoral). Perseguir la sostenibilidad económica es importante, no solo para dotar de recursos en caso de campaña electoral, sino para tener visiones de largo recorrido. En tercer lugar, una “competencia virtuosa” entre espacios complementarios podría ayudar a que corrientes ideológicas rivales colaborasen desde formaciones de distinto tipo. En lugar de tener varios partidos en pugna, un medio financiado por el partido, pero independiente del mismo, podría dar cabida a voces discordantes que atrajesen audiencia. Existen fórmulas organizativas que permitirían diseñar contra posibles conflictos de intereses desde el inicio. Finalmente, la multiplicidad de organizaciones permitiría la entrada de ideas frescas y “viajeros amigos” que empatizasen con una o varias iniciativas; pero no necesariamente tengan que compartir todo el ideario del partido.

Entre el rechazo a todas las instituciones que caracterizó la primera fase anti austeridad, a la lealtad absoluta hacia nuevos partidos, hay un término medio por explotar. También los anglosajones, en parte por su insurgencia en partidos con aparatos en contra (el laborista y el demócrata), han sido pioneros en la construcción de nuevos entramados organizativos. Los nuevos partidos deben huir del espejismo verticalista digital y cultivar, en su lugar, nuevos espacios que cambien la sociedad de manera participativa y plural. Hay un programa político en busca de un partido capaz de implementarlo.

Roy W. Cobby (@WilliamRLark) es Doctorando en Humanidades Digitales en King’s College London.

Notas

[1] Bernanke, Ben. (20 de febrero de 2004). Remarks by Governor Ben S. Bernanke. The Federal Reserve Board. Recuperado de:  https://www.federalreserve.gov/BOARDDOCS/SPEECHES/2004/20040220/default.htm

[2] Clark, Andrew y Treanor, Jill. (24 de octubre de2008). Greenspan – I was wrong about the economy. Sort of. The Guardian. Recuperado de: https://www.theguardian.com/business/2008/oct/24/economics-creditcrunch-federal-reserve-greenspan

[3] Hardt, Michael y Negri, Antonio. (11 de octubre de 2011). ‘The Fight for ‘Real Democracy’ at the Heart of Occupy Wall Street. Foreign Affairs. Recuperado de: https://www.foreignaffairs.com/articles/north-america/2011-10-11/fight-real-democracy-heart-occupy-wall-street

[4] Graeber, David. (30 de noviembre de 2011). Occupy Wall Street’s anarchist roots. AlJazeera. Recuperado de: https://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2011/11/2011112872835904508.html

[5] McVeigh, Karen. (30 de noviembre de 2011). Occupy Wall Street’s women struggle to make their voices heard. The Guardian. Recuperado de: https://www.theguardian.com/world/2011/nov/30/occupy-wall-street-women-voices

[6] Arrighi, Giovanni, Hopkins, Terence K. y Wallerstein, Immanuel. (1989). Antisystemic Movements. Nueva York: Verso.

[7] Verne. (21 de diciembre de 2015). Cuando el PP invitaba a los indignados a acudir a las urnas. Recuperado de: https://verne.elpais.com/verne/2015/12/20/articulo/1450600027_413030.html

[8] Sanders, Sam. (23 de enero de 2020). The Surprising Legacy of Ocuppy Wall Street in 2020. NPR. Recuperado de: https://www.npr.org/2020/01/23/799004281/the-surprising-legacy-of-occupy-wall-street-in-2020?t=1584468216387

[9] López de Miguel, Alejandro. (23 de octubre de 2014). «Vamos a construir una maquinaria de guerra electoral». Público. Recuperado de: https://www.publico.es/actualidad/construir-maquinaria-guerra-electoral.html

[10] Dean, Jodi (2018). Crowds and Party. Londres: Verso.

[11] Gerbaudo, Paolo. (2018). The Digital Party. Londres: Pluto Press.

[12] Courea, Eleni (12 de abril de 2019). How Jeremy Corbyn’s activist army is taking lessons from the US. Politico. Recuperado de: https://www.politico.eu/article/how-jeremy-corbyn-activist-army-is-taking-lessons-from-the-us-labour-party-bernie-sanders-momentum/

[13] Cobby Avaria, Roy. (28 de septiembre de 2019). El Congreso del partido laborista y su cobertura en los media. Viento Sur. Recuperado de: https://www.vientosur.info/spip.php?article15151

[14] Sindicat de Llogateres. (2020). Página web. Recuperado de: https://sindicatdellogateres.org/

[15] #8M2020. (2020). Página web. Recuperado de: http://hacialahuelgafeminista.org/

[16] Duma, Veronika y Lichtenberger, Hanna. (2 de octubre de 2017). Remembering Red Vienna. Jacobin. Recuperado de: https://jacobinmag.com/2017/02/red-vienna-austria-housing-urban-planning

[17] Johnston, Katherine (2 de marzo de 2020). New Renters’ Union set up by Southwark Council to drive up standards in private rent sector. Southwark News. Recuperado de: https://www.southwarknews.co.uk/news/new-renters-union-set-up-by-southwark-council-to-drive-up-standards-in-private-rent-sector/

Fotografía de Álvaro Minguito.