La seducción de la extrema derecha: ¿cómo frenar el avance ultra?

No hay más que ver una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados para concluir que la política tiempo ha que se ha convertido en un juego de sombras donde lo relevante es la retórica. Los gestos impostados y los minutos de gloria han relegado a las iniciativas concretas a un rol subalterno. Los discursos ultradrechistas beben de fake news y argumentarios simplones cuando no embaucadores y falsarios. Pudiera pensarse que una política decente basada en la realidad y no en la ficción, en lo material y no en problemas inventados o debates superados está condenada al fracaso y allanaría el terreno a los populismos de ultraderecha. Nada más lejos de la realidad. Atajar los problemas del día a día de los ciudadanos es el mejor de los remedios ante la deriva ultra de algunos partidos que ganan adeptos con malas artes.

En mi ensayo La seducción de la extrema derecha abordo la psicología tras el voto populista y su comportamiento electoral. El objetivo del libro no es otro que tratar de dar respuesta a la pregunta de cómo es posible que una persona de clase obrera y que a priori no es racista ni homófoba vote a partidos ultras que defienden estos postulados. La ultraderecha está ocupando espacios contraintuitivos y es vital analizar la naturaleza y génesis de su éxito para revertirlo.

Algunas de las personas que ya han leído el libro me han comentado que, pese a que el ejemplo vertebrador de la obra es Donald Trump, no pueden parar de pensar en el fenómeno Ayuso. Y en efecto. La obra la concluí en enero del 2021, meses antes de que la presidenta de la Comunidad de Madrid ganara las elecciones del 4 de mayo, pero de haberse editado posteriormente, sin duda Isabel Díaz Ayuso sería la imagen de portada en detrimento del magnate estadounidense. Se han hecho muchos análisis y muy acertados sobre la campaña de los últimos comicios autonómicos en la capital. Sin que suponga querella alguna a las hipótesis, creo que hay una lectura que es evidente: Ayuso se arrogó y esgrimió el concepto de “libertad” y lo vinculó con el ocio y la hostelería, mientras las izquierdas se limitaban a rebatir su idea de libertad (con poco tino a juzgar por los resultados) y a alertar del advenimiento de la ultraderecha.

Alta efectividad

Ayuso es un claro ejemplo de cómo el populismo ocupa espacios contraintuitivos, tiñendo de azul todo el mapa de la Comunidad de Madrid. Ganó en enclaves de izquierdas tales como Vallecas, Rivas y Villaverde. En La seducción de la extrema derecha analizo los componentes psicosociales que determinan que una persona se inscriba en un movimiento de estas características. Una de las conclusiones de la investigación (invito a echarle un vistazo al libro para profundizar) es que existe una correlación entre la autoestima y la adhesión a populismos de extrema derecha.

Los ciudadanos que son relegados a un rol subalterno en un orden social imperante no encuentran satisfacción a sus demandas, por lo que son potenciales integrantes de un nuevo sujeto popular (construcción del pueblo en la teoría populista de Laclau). Según la Teoría de la Identidad Social y la Teoría de la Autocategorización, un individuo completa su autoconcepto con información aportada por la consciencia de pertenencia a un determinado grupo y ordena su entorno social en categorías en función de las saliencias (rasgos distintivos más prominentes). El corolario de este proceso es la configuración de endogrupos (aquellos a los que el individuo siente que tiene rasgos comunes) y exogrupos (los otros grupos). El Yo tiende a acentuar las diferencias con el exogrupo y enfatizar las similitudes con el endogrupo. En consecuencia, se produce un favoritismo hacia el endogrupo en detrimento del exogrupo.

Dada la incesante búsqueda del individuo de una autoestima positiva, el Yo persigue una identidad social positiva, y esta es fruto de un resultado óptimo en la comparativa entre el endogrupo y el exogrupo.

En paralelo a esto, tal y como recojo en el citado ensayo, hay sociedades con estructuras sociales cuyas barreras que separan los estatus son impermeables y, además, están consideradas ilegítimas e inestables. Esto es, que los grupos minoritarios no solo no pueden ascender de estatus a uno superior, sino que entienden que esa estructuración es ilegítima. Es en estos casos en los que surge la denominada ruptura populista.

He aquí la primera clave por la que la extrema derecha populista gana adeptos: es atractiva para aquellos ciudadanos que han sido ‘olvidados’. La necesidad de autoestima positiva hace que individuos se adscriban a nuevos endogrupos porque en la comparativa actual pierden.

¿Cómo frenar el avance ultra?

Decía Steve Reicher que “la forma en que se definen las identidades sociales da forma a las movilizaciones de masas” y “quienes quieran influir en tales movilizaciones tratarán de hacerlo formando una identidad social”. Por su parte, Ernesto Laclau escribió que “el discurso populista no expresa simplemente un tipo de identidad popular originaria”, sino que “la construye”. En otras palabras, y complementando ambos postulados, los populismos construyen identidades sociales mediante el discurso y esto constituye una poderosa arma de movilización.

La crisis del 2008 inició una escalada de movimientos ultraderechistas que se fundamentan en estas premisas. La pregunta es: ¿es tan poderoso este fenómeno que es imparable? En La seducción de la extrema derecha insisto en la necesidad de entender por qué es tan efectivo para poder revertirlo. Y una de las respuestas es tan simple como sencilla: recuperar la política cercana.

La adhesión a movimientos ultraderechistas como cualquier articulado populista parte de la demanda. Una demanda insatisfecha. El líder de turno construye una nueva identidad social en la cual acoge a todos estos ‘olvidados’. Si bien es importante trabajar en sentido contrario y que las izquierdas hagan un esfuerzo ímprobo por recordar a la clase trabajadora que solo los partidos obreros les salvarán de las miserias del capital, también es fundamental atajar los problemas. Porque las demandas insatisfechas son eso, problemas: recortes en sanidad y educación, pérdida de poder adquisitivo, condiciones precarias de trabajo…

Unidas Podemos, el Pepito Grillo del PSOE

El Gobierno de coalición firmó un pacto ambicioso pacto de legislatura propio de un ejecutivo progresista. Sin embargo, la agenda social tuvo que ser aplazada por el advenimiento de una pandemia mundial, la de la COVID-19. Pedro Sánchez y el exvicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias, diseñaron el mayor escudo social de la historia de la democracia para proteger a las familias más vulnerables y azotadas por la crisis social, económica y sanitaria. Con el avance de la vacunación y la supresión progresiva de las restricciones, España encara dos años vitales para el devenir del país. Desde ya, socialistas y morados abordan asuntos que tocan el bolsillo de los españoles y que podrían romper las cadenas del articulado populista. De hecho, estamos ante un arma de doble filo: si el Gobierno acierta, se apuntará un buen tanto; de lo contrario, las consecuencias pueden ser nefastas.

En los últimos días hay varios claros ejemplos de lo que hablamos. El primero es el precio de la luz. Mucho se ha escrito y comentado sobre el complejo contexto del mercado de la energía eléctrica, pero al final, lo importante para los ciudadanos y ciudadanas es que “el Gobierno más progresista de la historia” sea capaz de abordar la escalada de precios. Y lo ha hecho, aunque con matices.

El Consejo de Ministros reunido el 14 de septiembre aprobó un plan de choque con medidas tales como recortar los beneficios extraordinarios de las energéticas, que serían además redirigidos a los consumidores: topar el recibo de gas y rebajar el impuesto sobre la electricidad del 5,1% al 0,5%. Sánchez finalmente intervino el mercado eléctrico, pero lo hizo obligado por la presión ejercida por sus socios de Unidas Podemos. De hecho, los dirigentes morados celebraron el paso dado: “Es la mejor de las noticias que nuestro socio en el Gobierno haya aceptado algunas de nuestras propuestas para regular el mercado eléctrico y bajar la factura de la luz”, dijo Ione Belarra, secretaria general de Podemos.

Unidas Podemos venía reclamando a los socialistas que se adoptaran medidas “ambiciosas” y “valientes”, pero estos pedían paciencia y se escudaban en la normativa europea para evitar intervenir el mercado mayorista eléctrico. “Nos dijeron muchas veces que no, pero se podía y se puede”, acentuó Pablo Iglesias. Y es que los morados tiempo ha que solicitaban a Sánchez que interviniera el mercado eléctrico y, mientras los ministros socialistas se negaban alegando que el marco Europeo no daba margen de maniobra, ellos insistieron.

Con la luz ha ocurrido lo mismo que con el Salario Mínimo Interprofesional. El Gobierno finalmente lo subirá 15 euros mensuales hasta los 965, medida a aplicar desde este 1 de septiembre. La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, abanderó la causa y pese a encontrar la oposición de la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, la iniciativa ha recibido el ‘okey’ del presidente. En ambos casos, el PSOE ha rectificado por la presión de Unidas Podemos y estos esperan que el episodio se repita en lo relativo a la Ley de Vivienda.

Resulta evidente que los morados hacen las veces de Pepito Grillo de los socialistas y su presión resulta efectiva. Pero sea como fuere, lo relevante para el espacio de las izquierdas es que el ejecutivo está tomando decisiones que afectan al bolsillo de los ciudadanos y ciudadanos de manera directa. Esta competencia virtuosa, sumada a un discurso nítidamente de izquierdas que no ceda un solo milímetro ante la ultraderecha, que no muestre complejo alguno y que sea capaz de poner la agenda social en el epicentro del debate público, puede ser la receta para contener el auge de los populismos de extrema derecha.

Adrián Lardiez (@adrianlardiez) es periodista, corresponsal parlamentario y autor de La seducción de la extrema derecha (Libros.com, 2021).

Fotografía de Álvaro Minguito.