Mrs. America: cosas de mujeres

Vivimos un momento en el que las series dirigidas y producidas por mujeres empiezan a abundar. Desde Fleabag, pasando por las magníficas series de Reese Witherspoon, pero también las reescrituras de villanos y héroes de Marvel y DC como Supergirl o Batwoman. Y, sin embargo, ¿cuántas veces habéis recomendado alguna obra maestra como POSE y os habéis encontrado con una media sonrisa escéptica de vuestros amigos y compañeros? A todos ellos: aprovechad los momentos de intimidad, cuando la máscara del género aprieta un poco menos, y disfrutad de una de las mejores producciones sobre política americana que se hayan hecho en mucho tiempo.

Mrs. America es una serie sobre feminismo, sí, pero sobre todo es una serie sobre las entrañas de la política americana, el poder y la comunicación. La intencionalidad es explícita desde el primer fotograma: un primerísimo plano fijo de un pastel con tres banderas de EE. UU. que en el siguiente episodio será utilizado como arma política de primer nivel. Y es que hay pocas cosas que representen mejor el hogar tradicional que el olor a dulces recién hechos cuando el marido llega a casa. De este modo, Davhi Waller empieza poniéndonos ante nuestras narices una de las disputas políticas centrales en los Estados Unidos: la familia como tronco del american way of life”.

mo nos referimos a una serie ubicada en los años 70 y protagonizada por una seguidora de Reagan, pudiese parecer que estamos hablando del pasado, pero nada más lejos de la realidad. En 2004, George Lakoff puso sobre aviso a los demócratas en relación a los riesgos que implicaba renunciar a uno de los pilares maestros de la nación y, 16 años más tarde, tuvo que llegar Alexandria Ocasio-Cortez para enseñarnos cómo se hacía. Quizás es una cuestión que ha pasado más desapercibida en el análisis, pero en su discurso contra Ted Yoho, la congresista no se limita a hacer un retrato colectivo de la situación de las mujeres, asume el riesgo de presentarse como hija de” desde una idea de familia según la cual los buenos padres son los que enseñan a sus hijas a ser libres y a no aceptar los abusos de los hombres.

Esa contradicción entre libertad y familia es una constante en Mrs. America. En el contexto español pos-COVID, parece ciencia ficción pensar en un movimiento que pudiese alzar la bandera de la libertad con más autoridad que la derecha, pero hubo un tiempo en el que la libertad era patrimonio del movimiento feminista. Phyllis Schlafly responde a esta máxima ya en el discurso del primer capítulo, donde, enlazando los mismos elementos que Alexandria Ocasio-Cortez, pero en un sentido conservador, nos viene a decir que el feminismo ataca la libertad de las mujeres que quieren seguir siendo amas de casa, convirtiendo esta figura en el sine qua non de la familia americana.

Y es que la comunicación política es uno de los fuertes de esta serie. Las discusiones en torno al trabajo discursivo del relato, el marco, la peformance pública y las técnicas de debate televisado se van reiterando capítulo a capítulo con gran brillantez. Hay tres escenas que me parecen paradigmáticas en este sentido. La primera es la propia Conferencia Nacional de Mujeres de 1977 como gran acontecimiento construido ante los medios de comunicación que supone un punto de inflexión en la historia del avance de derechos en Estados Unidos. Más allá del debate sobre si incluir o no las demandas de la comunidad de lesbianas dentro del movimiento (sí, yo también tuve sensación de déjà vu), todo el proceso de movilización social que se lleva a cabo Estado por Estado es un grandísimo ejemplo de cómo generar una catarsis colectiva que logre darle la vuelta a los relatos y marcos discursivos vigentes hasta el momento.

Los otros dos momentos en los que casi me levanto para aplaudirle a la televisión están relacionados con la lucha por el significante, en un caso universal, la patria, y en el otro, desde el enfoque del “marco mental”. La disputa de la patria que se nos presentó en el primer fotograma reaparece con toda su grandeza casi al final de la serie durante una conversación entre Alice Macray, seguidora de Schlafly, y una militante del feminismo negro. En ella, Macray se une a un grupo de mujeres para cantar This Land is Your Land. En ese momento, la compañera que está a su lado le dice que Woody Guthrie es un socialista y la activista conservadora suelta una carcajada negando con la cabeza: “es un tema patriótico”. Y ahí es cuando le contestan: «exacto». Cualquier explicación añadida destrozaría la sencillez del impacto. Finalmente, la última escena que colocaría en el top tres es la perspicacia de Schlafly para renombrar a su movimiento bajo el perenne adjetivo de profamilias.

Pero, ¿quién es Phyllis Schlafly? Cate Blanchett encarna a una mujer de clase alta y, por lo tanto, con capacidad adquisitiva para delegar el trabajo de cuidados, que desde el primer episodio evidencia una gran capacidad y ambición política. En un momento dado, Schlafly, experta en seguridad nuclear, se da cuenta en una reunión sobre dicha materia (por supuesto, ella es la única mujer) de que su opinión solamente es escuchada cuando habla sobre la Enmienda de Igualdad de Derechos, es decir, cuando habla de “cosas de mujeres”. Es a partir de ahí y no desde una decisión vocacional premeditada que decide concentrar sus esfuerzos en dicha pelea. 

He de decir que me sentí muy representada por este suceso inicial. Cualquier mujer que lleve tiempo en política sabe perfectamente lo que significa acumular asambleas, reuniones, encuentros, debates y conferencias en los que el síndrome de la impostora te hace un nudo en la garganta y que, de pronto, cuando aparece una cuestión de género, se produzca un momento a lo Bart Simpson en el que tus compañeros te miran y dicen: venga, feminista, di tu frase”. Y no, señores, ser mujer no significa ser experta en políticas de género. La práctica institucional feminista requiere, como mínimo, la misma formación y experteza que la de cualquier economista o jurista. 

En este sentido, la historia de Phyllis Schlafly en Mrs. America es la historia de una mujer que aprovecha los recovecos que el patriarcado le deja disponibles para labrarse un futuro político. Un camino lleno de contradicciones con su marido, su familia y sus compañeras, víctimas algunas de maltrato, presentadas desde la sutileza de la descripción de un contexto social solo comparable con la inmensa Mad Men. Así, desde su plataforma bautizada como “STOP ERA”, su liderazgo le permitirá hacerse un nombre en el ecosistema mediático y, sobre todo, confeccionar una larga lista de contactos que la convierte en una pieza imprescindible para cualquier candidato republicano.

La virtud de presentar la política americana desde el papel de los lobbies y no desde los sobados despachos y gabinetes presidenciales es el verdadero hecho diferencial de esta serie. La trama empieza con Nixon y acaba con la victoria de Reagan, pero los liderazgos del movimiento feminista y de las asociaciones conservadoras permanencen intactos y siguen ejerciendo su capacidad de influencia dentro y fuera de la política hasta el final. Gloria Steinem criticó hace poco la centralidad que Dahvi Waller otorga a Phyllis Schlafly al presentarla como el principal obstáculo para la aprobación de la enmienda de igualdad ya que, según la líder feminista, el movimiento “STOP ERA” es completamente secundario a la hora de comprender los acontecimientos de aquellos años.

Sin embargo, la profundidad política de Mrs. America radica precisamente en la originalidad de plantear la política institucional como un espacio de intervención permeable que está en constante negociación con la agenda de las organizaciones de la sociedad civil cuya influencia logra transcender los partidos políticos. Una riqueza que nos aleja de la imagen maniquea que los europeos acostumbrados al pluralismo partidista solemos lanzamos sobre el bipartidismo americano. En la serie, dicha cuestión está brillantemente planteada a través de la tensión entre asimilación y autonomía que recorre permanentemente los debates dentro del movimiento feminista.

Como en todas las producciones audiovisuales de un tiempo a esta parte, Mrs. America tampoco se libra del pesimismo asfixiante que embriaga la atmósfera política. Es cierto que las dirigentes de la Segunda Ola son presentadas con todas sus contradicciones y debates estratégicos, y, también, desde el mal llamado maquiavelismo. No obstante, se establece una dicotomía clara entre la pureza de sus convicciones y el muro institucional conformado, básicamente, por la agenda personal de los políticos profesionales. Así, el feminismo une y salva las vidas de algunas de las protagonistas de la serie, mientras que los partidos siguen siendo ese espacio oscuro que traiciona constantemente los compromisos con su pueblo.

En estos días se leen muchas críticas a las alabanzas de algunos líderes políticos a Baron Noir. Y es cierto que más allá de documentales propagandísticos como el que se le hizo a Emmanuel Macron para su campaña de las presidenciales, el optimismo brilla por su ausencia cuando hablamos de los instrumentos que nos hemos dado como sociedad para organizar la vida colectiva. Sin embargo, no es menos cierto que ese desánimo general se refleja también en todas las producciones cinematográficas que insisten en dibujar un futuro siempre distópico. Solemos pecar de ombliguismo cuando vemos el malestar que han generado las fracturas de las oleadas democratizadoras de los últimos diez años y, en realidad, no hay nada únicamente español ni catalán en la sensación de caos decaído que vivimos. Más en este contexto pos-COVID en el que empezamos a percibir que tampoco el día después de los grandes acontecimientos como es el de una pandemia mundial nos abrirán nuevos mundos el día de mañana. En este sentido, Mrs. America no es una serie para soñar, pero sí para mantener la esperanza. Porque la complejidad desde la que Dahvi Waller mira la política es siempre el principal enemigo contra la impotencia de quienes presentan el poder como un bloque monolítico sin fisuras.

Cuando me preguntan por un manual para la militancia política, suelo recomendar siempre el libro de Clara Serra de Leonas y zorras. Últimamente no paro de hablarle a todo el mundo de que la mejor actualización de la novela undeground que haya leído la ha logrado Virgine Despentes con su triología de Vernon Subtex. Y es que, al contrario de lo que algunos pregonan, cuando se asume una perspectiva feminista a la hora de mirar el mundo, se tiene mucho más potencial para hablar del todo, por la simple y sencilla razón de que lo que antes se presentaba como universal excluía a la mitad de la población. Así que bienvenidas sean las “cosas de mujeres” porque la amplitud de miras ha sido siempre lo contrario a la depresión.

María Corrales Pons (@m_corrales_) es analista y asesora en comunicación.

Fotografía de FX editada por Álvaro Minguito.