Nada perdura. Lucha de clases y tronos

“Oh, caballeros, la vida es corta… Si vivimos, vivimos para marchar sobre la cabeza de los reyes”.

Enrique IV
Shakespeare

«en primer lugar, sabed que yo no soy en absoluto el defensor del pueblo, jamás he pretendido yo este título fastuoso; yo soy del pueblo, jamás he sido otra cosa y no quiero ser más que eso; desprecio a quien tenga la pretensión de ser algo más que esto”

Sobre la guerra
Robespierre

“Todo lo que nace merece perecer”.

 Fausto
W. Goethe

Deseaba los elefantes

Existe un tópico historiográfico, pero también ideológico, según el cual los grandes proyectos colectivos y universalistas devienen siempre en Terror y Muerte. Desde tal prisma, todo proceso de signo emancipatorio[1], aun articulándose de manera hegemónica, esto es, no sólo mediante la coerción[2], conduce de manera necesaria e irremisible a un escenario de violencia ilegítima, caos y destrucción intolerables. No en vano, este tópico guarda estrecha relación con aquellas posiciones políticas que consagran la idea de que no hay alternativa social al orden existente: there is not alternative“Lo que hay” o barbarie.

Es desde estas coordenadas como Burke –uno de los padres del liberalismo conservador británico–, reflexionaría sobre la Revolución Francesa: “todo parece fuera de la naturaleza en aquel extraño caos, donde se mezclan ligereza y ferocidad, revuelta confusión de delitos y locuras”[3]. Destituida la autoridad real y rechazada la distribución de la sociedad en estamentos, dicho acontecimiento habría dado “la supremacía a los elementos más bajos y disolutos de la sociedad”: la plebe ignorante y embrutecida. Algo imperdonable, desde luego, para quien consideraba que la sociedad francesa no necesitaba grandes transformaciones de carácter igualitario, sino a lo sumo reformas graduales que dejaran incólumes los repartos del poder establecido y sus estructuras esenciales. Algo intolerable, también, para los que así piensen en nuestros días.

En este contexto histórico, si alguien fue vilipendiado –por hablar “a favor de los pobres”, “por creer todo lo que dice”, etc., según recogen las gacetas de la época– y aún lo sigue siendo, es Robespierre. Acusado de imponer una letanía de masacres, considerado un precursor del totalitarismo (hoy se diría más bien del “populismo”) o diagnosticado, en clave psicologista, como un “psicópata legalista”, sobre él se precipitan todos los vicios y perturbaciones imaginables. Lo cierto es que, frente a las acusaciones de ser un “enemigo del género humano”, Robespierre fue uno de los primeros políticos modernos en pronunciarse a favor de la ciudadanía plena de los judíos y en contra del sistema colonial, en defender el sufragio universal y la libertad de prensa, pese a las calificaciones de tirano, y en teorizar sobre la división de poderes y condenar “la vieja manía de los gobiernos de querer gobernar demasiado”, aunque sea considerado un exponente del totalitarismo (insistimos: o del populismo) por aquellos que participan de este tópico historiográfico[4]si la política necesita de nombres propios, resultará preciso ensuciar aquellos que encarnan la fidelidad a proyectos emancipatorios[5].

Tintes parecidos adquirirán aquellas críticas indiscriminadas a la URSS que se alimentan del rechazo de todo proceso de transformación o cambio incisivo en la sociedad: la Unión Soviética caracterizada –en todas sus fases, a modo de realidad monótona y homogénea– como una dictadura criminal, económicamente ineficaz, dispuesta a extirpar del cuerpo social cualquier elemento conflictual[6]; un régimen despótico, entre tártaro y bizantino, dirigido por asesinos enajenados, etc. Desde estos enfoques, así, no se denunciará tanto la “revolución traicionada” como el proyecto mismo de revolución, no se rechazará el desarrollo sangriento y atroz de un ideal emancipador, cuanto la pretensión de emancipación misma. En definitiva, como afirma Anselm Jappe, no se criticarán “los costes humanos de una sociedad de iguales, sino el deseo mismo de alcanzarla, incluso el simple hecho de concebirla”[7]. La inclinación misma a imaginar alternativas (más o menos realistas) al statu quo será vista con suma desconfianza. En este sentido, qué duda cabe de que Lenin, en tanto que teórico marxista y principal dirigente de la revolución bolchevique de 1917, será acusado de fundamentar teórica y prácticamente en el siglo XX “un sueño” que finalmente se convertiría en “una pesadilla”[8] (de Stalin como encarnación individual del Mal mejor ni hablemos).

Pero este grosero pensamiento maniqueo (sueño/pesadilla, bien/mal, abierto/cerrado[9], etc.), que tiende a establecer una oposición metafísica entre el Todo y la Nada, no sólo fue desarrollado por corrientes ideológicas reaccionarias, conservadoras o liberales (entre cuyas autoridades cabría destacar, por supuesto, a Russell- quien redactó Teoría y práctica del bolchevismo ya en 1921 –o Popper– que publicó La sociedad abierta y sus enemigos en la simbólica fecha de 1945). También alcanzó a los “nuevos filósofos” (como André Glucksmann, Bernard Henri-Lévy o Jean Marie Benoist), quienes con especial incidencia durante los años 70 abonaron la idea de que el curso de la historia (concebida linealmente) camina inexorablemente hacia “la Devastación” y “el Caos” (destáquense las mayúsculas iniciales)[10]. Les uniría también el supuesto de que Platón es el padre intelectual de un modelo de control absoluto de la sociedad (como si esta no fuera más que una idea límite). Así, empleando tonalidades sombrías e incluso tétricas, los acontecimientos emancipatorios serían interpretados unívocamente por estos como episodios históricos en los que, so capa de implementar ideales igualitarios, se imponen valores absolutos de manera siniestra, extremadamente violenta[11]. Toda esperanza se desvanece. Tras las apariencias de la libertad, la realidad de la servidumbre[12], expresarán con ecos platónicos –paradójicamente– “los enemigos” de Platón.

La que no Arde

¿Y acaso no es esta una lección que se está pretendiendo extraer del polémico final de Juego de Tronos? ¿Cómo es posible que Daenerys de la Tormenta, “rompedora de cadenas”, “liberadora de esclavos”, líder considerada a menudo por los seguidores de la serie como una defensora de los derechos humanos, incendie a lomos de Drogon, su dragón, una ciudad llena de “civiles”? ¿Cómo explicar que esta asesine a miles de inocentes en la capital del Reino que reclama como suyo, ante el estupor de Jon Nieve, que es incapaz de dar crédito a lo que ven sus ojos? ¿Qué necesidad había de ello, tras repicar en la Fortaleza Roja las campanas de la rendición?

La clemencia para con los habitantes de Desembarco del Rey, que antes de producirse el fatal desenlace le solicitara Tyrion Lannister, Mano de la Reina, es finalmente desoída. Pero la respuesta de la Madre de Dragones ya había sido contundente: “La piedad es nuestra fuerza… la piedad hacia las futuras generaciones”. Y así, en pos de la erradicación de las injusticias y de la liberación de los rehenes, un proyecto trufado de buenas intenciones acaba derramando sangre inocente y Daenerys, “La que no Arde”, se convierte definitivamente en “La Reina Loca”.

No resulta difícil apreciar en el final de GOT algunos de los ingredientes del tópico historiográfico e ideológico sobre el que estamos pivotando[13]: todo horizonte emancipatorio “radical” oculta (o al menos ha de sospecharse) algún tipo de aspiración totalitaria o populista que culmina decantándose en un escenario cruento de terror y destrucción injustificada. El Paraíso que se persigue nos conduce irremediablemente al Infierno. Así, detrás del proyecto de liberación de los Siete Reinos late una pulsión tanática, la de Daenerys, que se nos revela por completo cuando la habitual calma de su rostro se convierte en ira e insania, y asesina al pueblo inocente.

Atrás quedarán aquellas palabras suyas pronunciadas en Guardaoriente: “yo no vengo a asesinar y tan solo quiero destruir la rueda que aplasta a ricos y a pobres. Definitivamente, Daenerys se transformará en aquello que juró vencer, en una asesina y tirana[14]. Es necesario por tanto darle muerte. A Jon se lo habría advertido Lord Varys: “cada vez que un Targaryen nace, los dioses lanzan una moneda al aire y el mundo aguanta la respiración para ver de qué lado cae”. Será él quien lo haga[15]. Tras ello, como apunta Žižek, “las cosas vuelven a la normalidad[16] y se redistribuyen los poderes. Fin de la “utopía”. Bran Stark será designado, a propuesta del más pragmático Tyrion Lannister, como el nuevo rey de los 6 Reinos (y se aceptará que Sansa siga gobernando Invernalia). Curiosamente, el Mediohombre parecerá seguir en esto –nueva paradoja– la recomendación que hace Platón en el libro VII de La República: “no conviene confiar la autoridad a los que están ansiosos de poseerla”[17].

Pero Daenerys nunca fue un personaje pacífico y tolerante que, tras sufrir súbitamente un brote de fiebre irracional, se convierte en un ser temible y genocida[18]. Recordemos que cuando Khal Drogo derrama oro fundido sobre la cabeza de Viserys Targaryen –su hermano–, Daenerys contempla la escena casi sin inmutarse (bien es cierto que esta había sufrido su maltrato), que –rodeada de su ejército de Dothrakis–, llegaría a exclamar ante los gobernantes de Qarth: “¡arrasaré ciudades hasta los cimientos y vosotros seréis los primeros!”, que durante su primera gran batalla en Poniente ejecuta sin contemplaciones a Randyll y Dickon Tarly, etc. En consecuencia, ni desde la textura interna de la serie ni basándose en los libros de George R. R. Martin[19] puede justificarse este punto de vista.

En cambio, quizá no resulte del todo desatinado suponer, como hace Žižek, que la supuesta conversión de Daenerys en “La Reina Loca” sea más bien una fantasía masculina derivada de la ideología patriarcal, “el temor a una mujer política fuerte”. En cualquier caso, el que Daenerys no sea finalmente una heroína no convierte automáticamente en “machista” a la serie. Como afirman Clara Serra, Luis Jiménez Isac y  Alba Pez, “frente a las exigencias de que las mujeres demuestren siempre su virtud y su bondad para ganarse así el derecho de entrar en la política, aún hace falta defender el derecho al mal de las mujeres. Porque las mujeres pueden gobernar igual de bien y de mal que los hombres y eso es una defensa profunda de la igualdad[20].

Deseaba otro final

En un documento de trabajo presentado recientemente en International Studies Association, los sociólogos Charli Carpenter y Alexander H. Montgomery preguntaron a 2.250 estadounidenses si estaban de acuerdo con la afirmación de que atacar a población civil en una situación bélica es categóricamente injusto. El 80% de los mismos se mostró «totalmente de acuerdo» o «de acuerdo» con esta declaración. De este modo, la mayor parte de los encuestados rechazaría el uso de violencia indiscriminada contra civiles. Según los autores, los resultados obtenidos podrían compararse con las reacciones de rechazo al final de Juego de Tronos. Así, los estadounidenses optarían antes a que Daenerys usara su poder contra la Flota de Hierro, pero limitándolo dentro de las murallas de la ciudad para evitar daños colaterales, aceptarían un ataque a la Fortaleza Roja si fuera necesario, pero no en las calles de Flea Bottom, etc. A su juicio, esto mostraría una sensibilidad clara de la ciudadanía hacia el Derecho Internacional Humanitario[21]. 

Fuente: Documento de trabajo de Charli Carpenter y Alexander H. Montgomery, basado en una encuesta realizada a 2.250 estadounidenses. El diagrama ha sido elaborado por Laura Tuero.

Pero más allá de este estudio y sus conclusiones humanistas (¿e idealistas?), es innegable que la última temporada de Juego de Tronos está generando una fuerte controversia entre sus seguidores. Cerca de dos millones de espectadores descontentos con el final de la temporada ya han firmado en change.org[22] para que se ruede un desenlace alternativo. El mensaje que dirigen a HBO es rotundo: “David Benijoff y D.B. Weiss han demostrado ser guionistas lamentablemente incompetentes cuando no tienen recursos a los que acudir, como pueden ser los libros. Por eso creemos que esta serie merece una temporada final que tenga sentido”[23].

En referencia a este fenómeno, el periodista y divulgador científico Antonio Martínez Ron publicaba en twitter un comentario que pronto despertó un intenso debate –limitado en caracteres, eso sí–, en dicha red social. Merece la pena detenerse en él: “Que haya miles de personas movilizándose para cambiar la ficción en vez de la realidad es como una maravillosa descripción del siglo XXI”[24]. La falacia que supone la utilización de la locución preposicional “en vez de” en la oración no ha pasado desapercibida. De hecho, ha sido reconocida por el autor, quien ha manifestado que se trataba de “una ocurrencia que se le ha escapado de las manos”. Pero se le ha dedicado mucho menos tiempo a refutar la contraposición metafísica entre los conceptos de ficción y realidad que entraña el comentario, como si fueran términos absolutos, exteriores el uno al otro, autocontenidos.

Y decimos metafísica porque, desde una óptica materialista, los conceptos de ficción y realidad no se pueden oponer como si fueran términos enterizos, globales. Poco “científico” nos parece. Estos han de analizarse en función de la determinación de sus contenidos, esto es, especificando a qué clase de ficciones (artísticas, jurídicas, también científicas, políticas, etc.) y realidades (cósicas, afectivas, lingüísticas, sociales, conceptuales, etc.) nos referimos. Sólo así cabe estudiar sus relaciones lógicas.

Las ficciones no se añaden al mundo desde un afuera, ni son un reflejo de la naturaleza –como si esta fuera un espejo–, sino que lo constituyen, ora ampliándolo (abriendo sus costuras y horizontes), ora reduciéndolo (haciendo pliegues de él). La realidad existente no nos es dada de una vez por todas, como Palas Atenea nace completamente armada de la cabeza de Zeus. Va haciéndose (in fieri) a través la praxis humana[25]. Las ficciones, por tanto, no son externas a la realidad (al estado del mundo: los objetos, los sujetos, las situaciones, etc.). Más bien, son el nexo mismo de los acontecimientos que en ella se trazan. En consecuencia, ¡las ficciones son ellas mismas realidades!

Una ficción supone la producción de una matriz efectiva de significaciones,  comportamientos y afectos (es algo más que un relato o una narrativa en sentido meramente lingüístico). Así, moviliza necesariamente prácticas significativas. De este modo, la ficción no es la invención de un mundo imaginario o subjetivo, sino la construcción de un contexto en el que, como sostiene Rancière, “[…] pueden conectarse los acontecimientos de un modo que hacen sentido. La ficción se pone en marcha cada vez que debe producirse un sentido de realidad[26]. Igualmente, “la ficción no es la fantasía que opone su rigor al de la ciencia”. Nada más lejos, pues –como argumentó Aristóteles en su Poética– la ficción proporciona un patrón de racionalidad que encadena los acontecimientos según relaciones de causalidad o verosimilitud[27]. Por esto mismo, las ficciones no son las ilusiones que envuelven y alienan a los ignorantes, y que aquellos que poseen la verdad son capaces de rasgar[28].

Así, resulta desacertado contraponer la voluntad de “cambiar la ficción” con la de “cambiar la realidad”, como hace el divulgador científico Martínez Ron desde un ángulo naturalista. Se trataría, en todo caso, de enjuiciar críticamente el hecho de que miles de personas se hayan “movilizado” (evitemos exageraciones: hayan firmado una petición en change.org para modificar el final de la serie) y, sin embargo, no se organicen de manera masiva para llevar a cabo otras actuaciones: combatir la precariedad juvenil, denunciar la venta de viviendas sociales a fondos buitre, reclamar el cierre de los CIEs, etc.

Tabla 1: Algunas correspondencias aproximativas entre diversas acepciones del par conceptual ficción/realidad, recogidas de la tradición metafísica occidental, con objeto de descifrar posibles sentidos de la sentencia: “Que haya miles de personas movilizándose para cambiar una ficción” [esto es, una construcción “aparente”, “imaginaria”, “contingente”, etc., en vez de la estructura de la “verdadera realidad”, “natural”, “sustancial”, de la que es “reflejo”], es como una maravillosa descripción del siglo XXI” [algunos preferirían decir: “¡de la postmodernidad!” -aunque sea este un fenómeno que surge en la década de los 80 del siglo XX…-].

Reformulado de esta forma, el juicio dependerá de nuestra tabla de valores. Pero, en todo caso, ¿por qué habría de ser incompatible lo uno y lo otro?, ¿no estamos delante de una falsa disyuntiva? Y decimos esto, sin perjuicio de reconocer lo ridículo e incluso narcisista que nos puede parecer el querer reescribir la historia de GOT de acuerdo con los deseos individuales (contradictorios entre sí, por otra parte) de los fans de la serie. “¡Haz caso a nuestras expectativas y hazlas realidad, HBO!”, “[…] creemos que esta serie merece una temporada final que tenga sentido”, reivindican en la petición. Pero, ¿acaso aquello que están solicitando no es más bien otro final que tenga sentidopara sus vidas?

Las ficciones son imprescindibles para crear sentido y perfilar cómo sentimos, imaginamos, entendemos y actuamos. Como hemos expuesto, no por ello son intrínsecamente falsas, inverosímiles o falaces. Y la política necesita de ficciones. En el núcleo de toda ficción radica una distribución de lo sensible, de las relaciones de convivencia y exclusión, de las maneras en que los sujetos ocupan una posición en una determinada comunidad o forma de vida. Esta distribución marca las líneas divisorias entre lo posible y lo imposible, lo que los sujetos –reiteramos– pueden (y deben) hacer, sentir, decir, imaginar y lo que no.

Y es justamente esto lo que Tyrion defiende ante los representantes de los Siete Reinos, una vez reunidos para decidir quién será el próximo mandatario de los mismos: “¿Qué une a la gente? ¿Ejércitos? ¿Oro? ¿Banderas? No, historia. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia”. A condición, como hemos visto, de que la ficción que se construya sea robusta, esto es, que logre conectar los acontecimientos de modo que adquieran sentido (afectivo, simbólico, etc.) en una trama racional. «¿Y quién tiene una mejor historia que Bran ‘El Tullido’? El que guarda todas nuestras historias. Las guerras, las bodas, los nacimientos, las masacres, las hambrunas, los triunfos y las derrotas. Nuestro pasado. ¿Quién mejor que él para liderarnos en el futuro?», concluirá Tyrion.

Ahora bien, ¿durante cuánto tiempo se mantendrá el equilibrio y reparto de poderes y funciones instituidas? ¿Hasta cuándo reinará la paz en los Siete Reinos? No lo sabemos. La historia no está escrita y Juego de Tronos ha terminado. Una vez más, ya lo había advertido Lord Varys: “Con el respeto nos mantienen a raya los jóvenes, para que no les recordemos la desagradable verdad: Nada es duradero”.

Juan Ponte González (@JuanGPonte) es miembro de la Sociedad Asturiana de Filosofía y la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Notas

[1] Para un significado más preciso de lo que entendemos por “proyectos emancipatorios”, “transformaciones igualitarias”, etc. cf. González, J. (208, marzo). Las antinomias del raciouniversalismo. Revista Eikasia. Recuperado de http://www.revistadefilosofia.org/80-01.pdf

[2] Desde un punto de vista gramsciano, las funciones de coerción y consenso, hegemonía y dominación, etc. se articulan siempre en toda sociedad. Aunque puedan diferenciarse teóricamente como características de los ámbitos de la sociedad política y la sociedad civil, en la práctica están interrelacionadas.

[3] Burke, E., (2016), Reflexiones sobre la Revolución en Francia, Madrid, Alianza Editorial.

[4] Carvin, M. (2015, noviembre). Robespierre sin máscara. Le Monde diplomatique, p. 3. Para profundizar en la “dignidad filosófica” de la obra de Robespierre, cf. Labica, G., (2005), Robespierre, Una política de la filosofía, Barcelona, El Viejo Topo.

[5] Tomamos aquí prestado el concepto de fidelidad a A. Badiou.

[6] Necesariamente, toda sociedad política está atravesada por componentes multidireccionales, en muchos casos inconmensurables entre sí. En este sentido, es imposible una metábasis eis allos genos que nos conduzca a un modelo de sociedad sin antagonismos.

[7] Jappe, A. (2019). Back to the USSR. En Comunismos por venir (pp. 17- 41). Barcelona: et.al (Arcadia y MACBA)

[8] Para conocer una versión alternativa y positiva de la figura de Lenin cf. Žižek, S., (2004), Repetir Lenin, Madrid, Ediciones Akal. Dice Žižek, por ejemplo: “Lenin tuvo éxito porque su llamamiento […] encontró eco en lo que uno se siente tentado a llamar micropolítica revolucionaria: la increíble explosión de democracia de base, de comités locales que empezaban a aparecer inesperadamente por todas las grandes ciudades…”. ¿Pero no sería esa explosión, inversamente, la que hizo posible el gesto de Lenin? El comentario se lo debo a Jorge Moruno. Démosle una vuelta de tuerca más: ¿No simbolizará políticamente el “significante Lenin”, de forma retrospectiva, el anudamiento mismo de tales “microacontecimientos revolucionarios”?

[9] “La sociedad abierta es indiscutiblemente la fake news más flagrante de estas últimas décadas. En realidad, la sociedad abierta y globalizada es la del repliegue del mundo de arriba a sus bastiones, sus empleos, sus riquezas”. cf. Guilluy, Ch.,(2019). No Society. El fin de la clase media occidental, Madrid, Taurus.

[10] Bueno, G. (mayo de 1978). La República de Platón y el archipiélago Gulag. Alborá, (número único), pp. 31-34. Recuperado de http://nodulo.org/ec/2013/n134p02.htm

[11] ¿Es la violencia una enfermedad infantil de nuestra (pre)historia o se trata de una dimensión incancelable? ¿Debe ser tolerada si es que entraña un porvenir de realización humanista o debe ser condenada en cualquier condición? Ambas preguntas están mal planteadas. Como afirma Merleau- Ponty, no podemos elegir entre la violencia y la pureza, sino entre distintos tipos de violencia. cf. Merleau- Ponty, M., ( 1956), Humanismo y Terror, Buenos Aires, Ediciones Leviatán.

[12] Desde categorías liberales se considerará que todos los proyectos socialistas y comunistas generan servidumbre y no libertad (Hayek publicaría precisamente su obra Camino de Servidumbre por primera vez en 1944). También que la igualdad que estos proclaman, en sus distintas versiones, conduce a la homogeneización de la sociedad. Las concepciones más conservadoras o reaccionarias adoptarán una perspectiva inmunitaria desde la que se repudiará la idea de fraternidad, por cuanto se supone– pone en riesgo el vínculo tradicional comunitario. Se trata de una perspectiva que parte imaginariamente de un nosotros preexistente que se siente amenazado por la presencia de un Otro capaz de arruinar los lazos sociales. Para un análisis de esta perspectiva inmunitaria, cf. Cadahia, L. (2019), El círculo mágico del Estado. Populismo, feminismo y antagonismo. Madrid, Lengua de Trapo.

[13] Un botón de muestra: Hughes. (2019, 21 de mayo). La gran lección política del final de «Juego de tronos». Recuperado de https://www.abc.es/play/series/noticias/abci-gran-leccion-politica-final-juego-tronos-201905202202_noticia.html

[14] En esta línea, también es posible entrever otro mensajela fidelidad colectiva al proyecto emancipatorio exige fe religiosa y acrítica; así parecen seguir “ciegamente” los Inmaculados a Daenerys en su deseo de crear “un mundo mejor”.

[15] ¿Podría decirse que Jon Nieve se ve obligado a acabar con la vida de Daenerys debido a la fidelidad de este al proyecto emancipatorio original?

[16] Žižek, S. (2019, 21 mayo). So justice prevailed – but what kind of justice? Recuperado de https://www.independent.co.uk/voices/game-thrones-season-8-finale-bran-daenerys-cersei-jon-snow-zizek-revolution-a8923371.html

[17] Platón., (1962). La República o el Estado, Libro VII, Buenos Aires, Espasa- Calpe.

[18] Esta confusión ha sido inducida por el hecho de que en las últimas dos temporadas la trama de la serie ha avanzado muy rápidamente y eso ha resentido la caracterización de los personajes. Así, son legión los seguidores que consideran que el desenlace es precipitado.

[19] Algunas de las ideas expuestas en este artículo fueron enérgicamente debatidas con Cristina Macía, traductora al español de la saga ‘Canción de Hielo y Fuego’. También con Maite Capín, quien ha participado en el rodaje de la serie. Gracias a las dos.

[20] Serra, C, Jiménez, I y Pez, A. (2019, 3 junio). En defensa de las mujeres malas y las lideresas inesperadas: ‘Juego de Tronos’ y feminismo. Recuperado de https://www.eldiario.es/tribunaabierta/lideresas-inesperadas-Juego-Tronos-feminismo_6_906119385.html

[21] Carpenter, C. H., & Montgomery, A. H. (2019, 24 mayo). Game of Thrones, War Crimes, and the American Conscience. Recuperado de https://foreignpolicy.com/2019/05/24/game-of-thrones-war-crimes-and-the-american-conscience/

[22] Para beneficio de la empresa privada estadounidense y su aspiradora de datos. Cf. Saavedra, M. (2018, 22 febrero). Seis euros por número de móvil, 1,5 por e-mail: el lucrativo negocio de Change.org. Recuperado de https://www.vozpopuli.com/economia-y-finanzas/empresas/change-org-Peticiones-Data_mining-Change-org-Avaaz-Peticiones_online-data_mining_0_823717647.html

[23] Change.org. Rehagan la temporada 8 de Juego de Tronos con guionistas competentes. Dylan D. https://www.change.org/p/hbo-rehagan-la-temporada-8-de-juego-de-tronos-con-guionistas-competentes

[24] @aberron. (2019, 16 mayo). Que haya miles de personas movilizándose para cambiar la ficción en vez de la realidad es como una maravillosa descripción del siglo XXI. Recuperado de https://twitter.com/aberron/status/1129108841835257858

[25] Defendemos un planteamiento constructivista e hiperrealista, frente a toda perspectiva descripcionista según la cual el conocimiento es el reflejo de una realidad previamente dada.

[26] Rancière, J., (2018), Tiempos modernos. Ensayos sobre la temporalidad en arte y política. Santander, Shangrila Ediciones.

[27] Rancière, J., (2015), El hilo perdido. Ensayo sobre la ficción moderna. Madrid, Ediciones Casus- Belli. Según Aristóteles, la ficción es más “filosófica” que la historia, pues esta solo trata con la sucesión de hechos (kath’hekaston), mientras que la poesía lo hace con la generalidad de las cosas captadas en su conjunto (ta kathlalou).

[28] Huimos del esquema elitista que establece un corte o hiato entre la falsa conciencia de los muchos (polo de pasividad casi absoluta) y la “ciencia” de los pocos (actividad de/en vanguardia).

Daenerys Targaryen frente a sus tropas en Desembarco del Rey (HBO)