Navidades políticas

La Navidad es el periodo del año donde la infancia está más presente en nuestras vidas adultas. Resulta especialmente propicia para recordar aquellos episodios de nuestra niñez donde aún estaba presente una magia en la que una vez creímos, también para añorar reuniones familiares, o de amigos, donde todavía estaban quienes ya no están. Es posible además, como es mi caso, que vivamos con niños. Observas entonces cómo escriben cartas de Reyes o dejan agua para saciar la sed de los camellos, escuchas sus villancicos, les ayudas a montar calendarios semanas antes esperando la Nochebuena, les acompañas hasta tarde para tomar las uvas o asistir al lanzamiento de fuegos artificiales. Se les nota una felicidad, una excitación, distinta de otras épocas del año.

En estas Navidades el ámbito político nacional e internacional ha estado realmente convulso. Cuando nos asomábamos a alguna de las noticias de estos días, con la voz de tu hijo de fondo celebrando haber encontrado la sorpresa del roscón, podríamos pensar con razón el abismo que separa ambas realidades. Sin embargo, en lugar de pensarlos como dos mundos enfrentados, paralelos o que nada tienen que ver, lo que propongo aquí es que ensayemos a mezclarlos.

Nos creemos plenamente adultos, pero las edades nos recorren sin que podamos controlar la emergencia de nuestros 5, 10 o 15 años en una vergüenza, un sueño o un enamoramiento fugaz. Durante las Navidades -esta suspensión del tiempo de apenas dos semanas que, cuando tienes empleo estable, apenas son tres fiestas a saltos entre días libres- aún descubrimos en nosotros rasgos infantiles que no han querido marcharse. Trazas de recuerdos borrosos, sí, pero también ilusiones que reverdecen de forma esporádica en alguna música o al sacar, por ejemplo, las cajas de adornos del árbol.

Del mismo modo, la política no solo es adulta. Las rabietas de las derechas de este país tienen mucho que ver con un mecanismo infantil muy estudiado en psicología y que siempre viene con dos componentes indisolublemente unidos: la impotencia y la omnipotencia. Cuando somos bebés lo queremos todo, pero no podemos con nada. Tenemos un hambre feroz, pero nos vemos inermes para alimentarnos. Entonces lloramos con fuerza, queremos saciarnos y que sea al instante. Según vamos creciendo vamos calmando estas reacciones, aprendiendo a desarrollar la paciencia y, sin embargo, ese doble mecanismo lo guardamos en diverso grado de por vida. Ahora la derecha política se ve impotente ante las urnas, fueron derrotados, pero no lo admiten, y a diferencia de cómo ha actuado la izquierda tras perder Madrid, se revuelven con furia.

En política, la omnipotencia es peligrosa.

Echo así un vistazo a mi sobrino de meses, le observo rompiendo a llorar incapaz de saber manejar su frustración, y vuelvo de nuevo la mirada a la pantalla para ver y escuchar a Casado, Abascal o Arrimadas. Pienso en la ligazón de los dos ámbitos, pero también en sus diferencias. Hay en el primer caso una falta de madurez, habitual en un estadio evolutivo de meses, que nos dice incluso que todo marcha bien, mientras en el segundo hay otra que no es la misma, ciertamente cercana a un grado patológico si hablamos de personas adultas con responsabilidades públicas[1]. Están así a años luz de ese otro representante de derechas, nacionalista también, pero del País Vasco, Aitor Esteban, que el pasado 4 de enero rememoraba sus películas favoritas, algunas seguramente de su niñez como Lawrence de Arabia, para ofrecer con ellas una elegante lección de oratoria en el Congreso.

Está siendo duro estas Navidades mezclar las miradas de tus hijos y sobrinos, que poco sospechan aún del terrible planeta que les va a tocar vivir, con las imágenes de Australia en llamas, donde se ha calcinado una superficie equivalente a Costa Rica. Cielos anaranjados por el polvo y el humo, casi 500 millones de animales muertos, que se dice pronto, 24 personas fallecidas. Y un primer ministro negacionista, Scott Morrison, que en medio de la mayor crisis jamás vivida por su país se fue de vacaciones a Hawai. Éste había ganado al frente de la Coalición Liberal-Nacional las elecciones del pasado mes de mayo con un programa protector de las grandes industrias extractivas, tras una campaña donde el cambio climático se situó en el centro del debate en un país que es el primer exportador mundial de carbón. No en vano, Morrison era conocido por haber aparecido exultante en 2017 en el Parlamento con un trozo de carbón al grito de “¡no tengan miedo!”.

Estas Navidades la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, negó que la contaminación matara. Hace poco había sido aupada al poder también con los votos de cientos de miles de personas. Da igual que poco después la OMS la desmintiera, asegurando que la evidencia de que la polución mata es “abrumadora”. Seguirá teniendo su nutrida parroquia. Pienso entonces en una frase leída en el último libro de Donna Haraway: estamos ante “un mirar hacia otro lado sin precedentes”[2]. Hay que indagar mucho mejor en el fondo de todo esto para saber por qué se da esta masiva y colosal indiferencia suicida, pues si no va a ser muy difícil darle la vuelta.

Cuando felicitamos las fiestas a mi familia política de Australia, que vive en Sidney, nos han contado las dificultades de algunos de ellos, con asma, en medio de la vivencia apocalíptica que sufren desde hace tres meses y cómo se le ha perdido todo respeto a un primer ministro casi recién elegido. Seguramente muchos de quienes votaron a la derecha oligárquica no lo volverán a hacer en su vida. Cuando nos desengañamos políticamente, cuando las perplejidades nos inundan ante todo un universo político lleno de certezas que se trastoca para caer, somos también un poco niños.

Imagino a Ayuso, a Almeida o cualquiera de los negacionistas de esta derecha terrible de nuevo cuño que tenemos, también a muchos de sus actuales votantes, en la Tierra distópica del 2050 hacia la que nos despeñamos de momento sin frenos. Aparecen en mi imaginación con el rostro alterado por la comezón de la culpa en nuestra desértica Europa del Sur, observando el desastre a su alrededor. Sin muchos animales, con pocos niños.

Se dice que a los niños les encantan los animales, en la realidad, sí, pero también en los dibujos animados, en las fábulas y cuentos o como muñecos con los que jugar. Hay algo de comunicación esencial con ellos, por eso los sienten cercanos. Mucho más que a cualquier adulto no del todo conocido, ante el que suelen callar con susto o timidez.

500 millones de animales. Cómo explicarles algo así. Qué dirían con sus ojos grandes de nuestro mezquino mundo adulto.

En estas fiestas también hemos comentado en casa, recuerdo por ejemplo el día en que acostamos pronto a mis hijos en la Noche de Reyes -en cuanto abren un ojo, aunque sean las seis de la mañana, nos despiertan-, lo que viene de Oriente Próximo.

Trump está definitivamente fuera de control. Ante su inminente impeachment ordenó asesinar a un general de un Estado extranjero, Irán, en suelo de otro país, Irak, jactándose públicamente de ello. En lugar de desescalar el conflicto, amenazó con atacar 52 sitios emblemáticos iraníes, algunos con tesoros culturales únicos, recordando las prácticas del Estado Islámico. De momento Irán ha respondido con un limitado ataque a una base estadounidense en Irak. Como ellos, y como Osama Bin Laden en su momento, Trump asegura que Dios está de su lado. Parece referirse al mismo Dios cristiano al que se honra en la Navidad, aquel que según la leyenda se hizo niño antes que hombre en el portal de Belén.

Al poco de nacer y justamente tras la visita de los tres Reyes Magos de Oriente, como recoge Mateo el evangelista, María, José y el niño Jesús tuvieron que huir de la ira del todopoderoso rey Herodes refugiándose en Egipto. Todos los infantes menores de dos años de Belén y su comarca serían aniquilados por orden del trastornado Herodes, seguramente otro pozo de complejos e inseguridades, algo que hoy celebramos el 28 de diciembre haciendo bromas. Mirando hacia otro lado mientras los refugiados siguen ahogándose por miles en el Mediterráneo.

La Navidad este año ha terminado en cualquier caso en nuestro país, tras un pacto al que convenientemente se le llamó “del polvorón”, con un valioso regalo político. Tras meses de incertidumbres y bandazos, tras años de pugnas y un gran desgaste en toda la izquierda, tras una década que comenzó con una importante movilización popular por la justicia social y por una democracia real, se alcanza un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos. No teníamos un gobierno de este tipo desde la II República y hay que felicitar a quienes han resistido hasta el final, consiguiéndolo.

Desde la óptica de los más jóvenes de la casa, el acuerdo es importante porque hay compromisos como la universalización de la educación de 0 a 3 en la red pública, el cierre de las casas de apuestas -donde tantas vidas adolescentes se están truncando- hasta las diez de la noche o la aprobación de una ley contra la violencia infantil. También se pretende rebajar la edad del voto a los 16 años. Otras medidas les repercuten indirectamente, como aquellas en materia laboral que buscan finalmente padres y madres menos cansados, preocupados y angustiados, menos explotados. También habrá un ingreso mínimo vital que pueda, quizá, parchear algo el presupuesto de las familias de quienes apenas pueden recibir regalos. O se abre la posibilidad de la regulación de alquileres, lo que permitirá a muchos conservar sus cuartos, sus casas. Aunque sea difícil por el carácter orgánico de parte de su contenido, se va a luchar por una nueva ley educativa que seguramente ofrecerá de nuevo más plástica y música en los colegios, más democracia en los centros, que devolverá el respeto al pensamiento y la filosofía, alejará el adoctrinamiento cristiano o establecerá suelos de financiación para que los colegios e institutos no se caigan a pedazos y para que el profesorado dé las clases algo más descansado. Si aumenta la familia en algún momento, y si el acuerdo de gobierno se cumple, ambos progenitores se quedarán no solo más tiempo cuidando al bebé, hasta 16 semanas cada uno, sino que ese permiso se repartirá de forma igual e intransferible entre ambos. Se impulsarán las medidas feministas, de igualdad, se protegerá la legislación LGTBI o de derechos reproductivos, que junto a la derogación de la ley mordaza o el avance en cuestiones de memoria histórica son básicas para dejar un país más libre a quienes se llevan casi todas nuestras atenciones estas fiestas… y el resto del año.

Si miramos a Australia como un grave salto respecto a los ya terribles fuegos de California, o si sencillamente leemos los últimos informes del Panel de expertos de Naciones Unidas para el Cambio Climático, en este acuerdo de gobierno faltan ambiciones ecológicas que hemos de adoptar ya mismo, no mañana. Por mucho que la UE fije su objetivo para el 2050, no podemos secundar esa fecha como nuestro objetivo de descarbonización. Literalmente no da tiempo a revertir el desastre en marcha. Falta asimismo una estrategia económica global acorde al nuevo escenario que, inevitablemente, pasa por comenzar a salir lo antes posible de las lógicas capitalistas en torno al crecimiento perpetuo. Por último, suele decirse que a un gobierno se le juzga por cómo trata a los más desfavorecidos de la sociedad, espero así que se logre mover al PSOE de sus posiciones habituales en cuestiones migratorias, ahora también relacionadas con el calentamiento global.

Trump ha agravado el escenario climático tras su abandono del Acuerdo de París, acercándonos peligrosamente al game over, y ahora también amenaza la paz mundial. Su huida hacia adelante en estos meses previos a las elecciones norteamericanas se nos va a hacer muy larga. Nuestras derechas se alejan, por su parte, de la familia conservadora europea acercándose precisamente al trumpismo y al neofascismo europeo mientras sus declaraciones públicas estas Navidades, oscilando entre el tamayazo, la traición a España y el golpismo, encienden los ánimos de muchos de sus votantes. Así lo comprobamos quienes vivimos en municipios donde el 30% del voto se dirige al PP y más del 20% a Vox. Así lo han comprobado los diputados socialistas o de Teruel Existe que en los días previos a la investidura han recibido presiones y amenazas de todo tipo para cambiar el sentido de su voto.

Ante ello, procuremos centrarnos durante el año que empieza en la tarea de lo que podemos hacer en nuestro ámbito más cercano, poniendo nuestro granito de arena por un mundo mejor para los más pequeños. También para ese niño que aún está en nosotros observando perplejo el devenir incierto, peligroso, de este siglo XXI, de una manera que muchos no imaginábamos en nuestra infancia durante los ochenta.

Ayudemos a materializar las propuestas de esta coalición de gobierno, insuficientes pero que nos ilusionan como el más preciado regalo de Reyes de estas duras Navidades políticas, si es posible echándonos también a la calle para defenderlas. Sabedores de la responsabilidad del reto por delante y de la presión de las derechas, la amistad política se expande por toda la izquierda y es de esperar que ayude a construir la tan necesaria unidad popular más allá de la institución. Y al mismo tiempo, de manera consecuente con lo anterior, no dejemos de criticar, de manera comprensiva y constructiva, los errores que puedan darse, así como sigamos empujando para acelerar la transformación ecológica, pues la aquiescencia y el silencio tan solo aumentarían las posibilidades de victoria de una derecha desnortada, tanto como las batallas internas descarnadas y sin sentido.

Antes o después se irá abriendo paso el debate sobre el llamado régimen del 78. Se clarificarán posturas entre quienes razonablemente opten por mantenerlo como mal menor ante la ofensiva involucionista de las derechas, y quienes, en lugar de una estrategia conservadora de amarre en una situación excepcional, optemos por lo que podría ser una más eficaz ofensiva de profunda reforma. Esta ensancharía el campo de la democracia y las libertades, con más justicia social, comenzando a soltar amarras con el capitalismo ante la emergencia climática y asentando los nuevos bloques políticos en el conjunto del país, diluyendo de paso la tentación independentista. La decisión que tome Felipe VI sobre el uso de su figura por la derecha también será relevante en este sentido, al menos a la vista de la última sesión de investidura en el Congreso.

Ojalá tengamos entonces, en cualquier caso, un debate amistoso y de ideas entre aliados en defensa de la democracia y las libertades. No olvidemos lo amplio que es nuestro mundo político, capaz de acoger también la necesidad de cuidarnos que surge de la infancia, ni tampoco cómo este Gobierno se conforma finalmente tras unas Navidades políticas convulsas que nos meten de lleno en unos años 20 cruciales. Un tiempo en el que las miradas de los más pequeños nos urgen a dar lo mejor de nosotros para que todo salga bien.

Víctor Alonso Rocafort (@va_rocafort) es Doctor en Teoría Política y miembro del equipo de Coordinación de la revista LaU.

Notas

[1] Hace 90 años uno de los pioneros de la Ciencia Política contemporánea, Harold Lasswell, puso ya el foco sobre la importancia de estudiar estas cuestiones subyacentes a la actividad política. Se trata de una de las primeras aplicaciones de las novedades ofrecidas por Sigmund Freud al análisis político: Psychopathology and Politics, The University of Chicago Press, Chicago, 1930. Disponible en: http://www.policysciences.org/classics/psychopathology_politics.pdf (enero de 2020).

[2] Donna J. Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chtuluceno (2016), Consonni, Bilbao, 2019, p. 66.