Políticas locales en la era del cambio climático

Sin duda el siglo XX constituye el tiempo histórico de los cambios paradigmáticos.  Cambios sociales, políticos, económicos y humanos se han dado en muchos momentos de la historia, pero es en este pasado reciente cuando cristaliza una de las brechas que suponen un antes y un después en la historia reciente de la humanidad: el cambio climático.

La realidad es implacable en este sentido. El cambio climático ha venido para quedarse, según muchas voces estaríamos transitando ya la era del antropoceno, caracterizada por la modificación que ha producido la actividad de los seres humanos sobre el entorno y que de manera irremediable supondrá un aumento en la temperatura media de la Tierra, lo que a su vez ya está desencadenando fenómenos cuyas consecuencias provocarán el deshielo de los casquetes polares, tormentas e inundaciones, grandes sequías, aumento del nivel del mar, temperaturas extremas, pérdida de biodiversidad, etc. Todo ello compone un escenario irreversible, pero “mitigable” en la medida en que se aborden soluciones y se transite hacia un modelo de economía descarbonizada.

Sería absurdo e irresponsable no afrontar esta realidad con el objeto de poner soluciones que nos permitan aliviar en cierta medida los efectos. Para ello conviene que partamos de un análisis de los elementos fundamentales que han generado que, en apenas 100 años, se haya acelerado un cambio de estas dimensiones. En ese sentido es imprescindible señalar el elemento central que ha desencadenado el problema: el modelo de organización de la economía capitalista.

Una economía basada en elementos de explotación intensiva de las personas trabajadoras, del medio natural y del territorio, con parámetros de crecimiento y acumulación ilimitados, en un planeta con recursos finitos en muchos casos no renovables.  Con una fuerte emisión de residuos y con escasa capacidad de respeto por los procesos de reposición de materias primas renovables[1].

No sólo son los ingentes insumos químicos y de recursos que requiere la maquinaria de producción capitalista para seguir reproduciendo la lógica de acumulación, es también el resultado de cómo se organiza la vida en torno a ello lo que está acelerando el proceso de cambio climático. La concentración en grandes ciudades, la imposibilidad de trabajar cerca de donde vivimos, por lo tanto las grandes mareas de desplazamientos hacia los centros de trabajo. Los flujos de transporte de mercancías que en nuestro país tiene un modelo radial. O la falta de desarrollo de un transporte colectivo y en red, entre otras cuestiones.

El impacto de las ciudades

En pleno siglo XXI, las ciudades constituyen los grandes espacios de concentración de población del planeta  y por lo tanto las grandes generadoras de emisiones.

Según la ONU el 55 % de la población mundial actual reside en áreas urbanas y se prevé que para 2050 llegará al 68%. Asimismo señala que se ha pasado de 10 mega ciudades en 1990 a 28 en 2014, con más de 10 millones de habitantes.

La traducción de esta dimensión de los asentamientos humanos supone que las ciudades consumen el 60-70% de la energía, el 75% de los recursos materiales y que son generadoras del 75% de las emisiones de carbono[2].

Cabe destacar también el impacto que esto supone para la salud. Nos alerta la OMS de que más del 80% de la población de ciudades está expuesta a altos niveles de polución que exceden los índices recomendados, de hecho se estima en que al año se producen una media de 6,5 millones de muertes asociadas a la contaminación del aire. Estamos por tanto ante un problema de primera magnitud.

Aunque Europa sea el continente en el que a día de hoy el crecimiento de las grandes concentraciones urbanas sea más lento, la dinámica del resto del mundo apunta en este sentido, por lo que es inevitable no abstraerse de este proceso general. Hablamos de una consecuencia que afecta a todo el planeta y cuyas soluciones deberán ser aplicadas a todas las ciudades consolidadas.

En España esta tendencia es similar. Si bien en las primeras décadas del siglo XX nos encontramos con una densidad de población más distribuida, a partir de la década de los 60, con el “Plan de estabilización franquista”[3], se comienza a generar un proceso de industrialización en el país y se comienza a producir el gran éxodo del campo a las ciudades, de tal modo que se va configurando el mapa del reparto de población que tenemos en la actualidad: una concentración de más del 80% de la población en zonas urbanas, sobre todo en el litoral y una zona central con una bajísima densidad de población, a excepción de Madrid.

Precisamente el modelo que se ha desarrollado en las grandes ciudades del país es determinante y señala los grandes retos. Coronas metropolitanas extensas, con fuerte impacto de infraestructuras de transporte por carretera (anillos periféricos, autovías radiales, etc.) y con los centros de trabajo alejados de los hogares. Un diseño que necesariamente lleva aparejado grandes consumos energéticos (en su mayoría de origen fósil) y de materias primas, así  como fuertes emisiones de residuos.

Políticas medioambientales locales

Quizá en este punto convenga definir qué entendemos por políticas medioambientales locales en la era del cambio climático. Plantear una suerte de políticas sectoriales con marchamo verde sería algo ingenuo y solo conseguirá afrontar el problema de forma superficial, más bien parece oportuno enfrentar el asunto desde una perspectiva radical (yendo a la raíz), multifacética y holística. Por tanto requiere de una reconsideración del propio concepto: las políticas locales deberán ser ecológicamente transversales a cada acción, o dicho de otro modo, no se trata sólo de sacar una batería de medidas, sino de atravesar cada propuesta de las políticas públicas con la variable de la sostenibilidad y la viabilidad del planeta.

Si algo pone en evidencia el cambio climático es que es un fenómeno global que requiere intervención en escalas distintas. No podemos abstraernos del modo de desarrollo general, de producción deslocalizada a escala planetaria o del sistema de transporte de fuerte impacto, que obviamente requiere de profundos cambios políticos y económicos en los que por supuesto deberemos intervenir de forma organizada. Sin embargo además tenemos la responsabilidad de poner en marcha soluciones de carácter local que ejerzan de componente tractor y de cambio desde abajo y que necesariamente deberán intervenir a varios niveles: económico, de cambio cultural, de patrones de consumo de recursos y de nuevas formas de participación democrática.

El reto del municipalismo: de la resistencia a la construcción de las alternativas

Como ya hemos señalado, la complejidad y las múltiples variables que tiene el problema del cambio climático, nos impiden plantear soluciones únicas. Partimos de la cruda premisa de que, en un escenario óptimo que contemplara todas las medidas posibles, tan solo frenaríamos los efectos pero no se revertirían. Por tanto es urgente poner toda la maquinaria a funcionar y exigirnos los máximos esfuerzos para conseguir los objetivos.

Es obvio que un cambio de paradigma de esta envergadura exige a su vez que haya un cambio radical a nivel estatal y europeo, un nuevo país que ponga en el centro las necesidades del planeta y de quienes vivimos en él y una Europa cuya organización e intereses se edifiquen sobre valores de justicia social y económica. En términos generales, un cambio en la dinámica de acumulación y una distribución equitativa y justa de los recursos materiales y económicos de acuerdo con las capacidades del planeta.

A menudo cuando nos planteamos los grandes retos que emprender para dar soluciones al cambio climático, nos centramos en dar respuesta a los síntomas finales. Estrategias centradas en dar solución a la emisión de gases de efecto invernadero, reducir los consumos vinculados a la vida doméstica de las poblaciones y reeducar en prácticas cotidianas. No cabe duda de que esta es una parte sustancial del necesario cambio de paradigma, sin embargo es inapelable abordar la cuestión estructural: el modelo productivo, la redistribución de la riqueza y la cuestión de la propiedad. Al tratarse de un elemento de mayor complejidad va a requerir plazos y procesos mucho más largos y es precisamente eso lo que no tenemos: tiempo.

Atendiendo a esta realidad es clave el papel que pueden jugar los municipios en la aportación de soluciones y como catalizadores de procesos con potencialidad de acortar plazos. Sin una fuerte determinación en el desarrollo de propuestas desde lo local será imposible conseguir los cambios necesarios. Iniciativas concretas que modifiquen la realidad concreta de las comunidades que viven en las ciudades con una doble orientación: impulsar programas que incidan directamente en la reducción de las emisiones y que tengan un carácter de modificación de las relaciones sociales y de poder.

De acuerdo con estos planteamientos es evidente que hay múltiples aspectos en los que deberíamos incidir para dar solución a un problema de esta magnitud. Destacamos tres ejes estratégicos que podrían constituir un esqueleto básico para la intervención local:

  1. Cambio cultural y desarrollo de resiliencia comunitaria: debemos prepararnos para un cambio inevitable cuyo alcance dependerá de las decisiones que tomemos a partir de ahora. Incluir en la agenda cotidiana el proceso de adaptación a las modificaciones que ocasionará el clima en nuestros modos de vida debe ser una de nuestras tareas principales[4]. Nuestro trabajo en este campo deberá desarrollar instrumentos para reducir los consumos y hacer un acompañamiento desde la educación y la sensibilización, modelos alternativos de coexistencia sobre la base del límite de recursos y el reparto de los mismos. Asimismo, hemos de construir procesos a través de la democracia participativa, ensayando proyectos autoorganizados en los que las comunidades sean partícipes de la toma de decisiones políticas respecto a medidas que afectan directamente a su vida cotidiana.
  2. Relaciones económicas y modelo productivo: Si no queremos que haya una salida de corte fascista a los efectos que se pueden desencadenar, es primordial crear alternativas en las relaciones económicas. Cabe preguntarse: ¿Cómo articular un cambio en el reparto de recursos, en el reparto de la propiedad, en el acceso a un trabajo digno cuando apenas hay competencias sobre ello a nivel local? Sin duda esforzándonos por convertir cada uno de nuestros municipios en un laboratorio de experiencias y en un campo abonado para la creación de un tejido productivo relocalizado que aporte sentido común al cambio de relaciones económicas y a la redistribución de la riqueza. Generar e impulsar proyectos de economía social pegados al terreno que cubran demandas locales y generen ecosistemas económicos propios que, con independencia del tamaño, sean exportables a otros territorios, con la vocación de que no solo tengan el valor del servicio que prestan o la actividad económica que representan, sino también el modelo de relación laboral, de toma de decisiones, de asunción de responsabilidades. Crear una realidad económica alternativa que ensanche el marco y rompa el pensamiento de que sólo la salida neoliberal es posible.
  3. Modelo energético: Si hay un campo acción en el que el municipalismo puede abrir una profunda brecha es precisamente a este nivel. Apostar de manera acuciante por una drástica reducción del consumo energético. Es inviable que la reproducción económica y social se siga sosteniendo sobre un modelo energético de expolio, de guerra, de agotamiento de recursos no renovables y de consecuencias ambientales catastróficas. En estas circunstancias, sólo hay margen para un modelo descentralizado basado en energías renovables. Donde la propiedad de los recursos sea pública, que permita explorar y desarrollar instrumentos de control público y formas cooperativas de propiedad.

Encontramos experiencias reveladoras en municipios que están desarrollando ya programas y acciones. Desde la titularidad pública de las redes de distribución, el impulso de cubiertas fotovoltaicas en techos de instalaciones municipales, desde la compra directa de energía o en la puesta en marcha de operadores energéticos locales. Todas ellas son experiencias de exigencia de la soberanía energética local en una clave de justicia social y climática.

En resumen, son muchos los retos a los que nos enfrentamos porque no sólo es un problema coyuntural de difícil solución, es también una crisis en el centro mismo de nuestro medio de vida. Por eso es inevitable que la mayoría, las que vivimos de nuestras manos, asumamos que tenemos la obligación de afrontar con altura de miras este cambio de época, sin perder de vista que tendremos que contar con los saberes acumulados de muchas, con la cooperación entre escalas grandes y pequeñas, con la conciencia plena de lo complejo y necesario que es politizar la lucha por la sostenibilidad y la vida.

Sira Rego (@sirarego) es responsable de Acción Política y Conflictos y candidata de IU a las elecciones europeas.

Notas

[1] Harvey, David (2014). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Traficantes de Sueños, Madrid.

[2] Varias autoras (2016). Ciudades Sostenibles, del sueño a la acción, FUHEM, Madrid.

[3] López, Daniel y López, José Ángel (2004). Con la comida no se juega, Traficantes de Sueño, Madrid.

[4] Varias autoras (2006). Ciudades Sostenibles, del sueño a la acción, FUHEM, Madrid.

Fotografía de Álvaro Minguito.