Pulso a pulso, una alternativa ideológica al tiempo capitalista

“Del material del que se hacen los sueños”, responde el profundo y existencialista detective que interpreta Humphrey Bogart en el Halcón Maltés al ser preguntado por la materia de la que está hecha la preciada estatuilla que tantos desvelos e intrigas ha causado a los personajes de la película. Sin llegar a ser una respuesta enigmática, pues entendemos a qué intangible esencia de la estatuilla se está refiriendo, apenas llegamos a atisbar el particular y preciado material que comparten la figurilla y los sueños. La lección que nos da el detective es que, al fin y al cabo, siempre será algo intangible lo que realmente aporte valor, incluso cuando se trata de la más preciosa materialidad. Algo parecido ocurre con el material del que está hecho eso a lo que en abstracto llamamos vida, tan inasible resulta que el único ingrediente esencial que se me ocurre es el resbaladizo y fluido tiempo.

El tiempo, del que San Agustín decía que “si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quiero explicarlo a quien me pregunta, no lo sé”, es irrefutable desde la experiencia, pero escurridizo desde el intelecto. Sin embargo, nos condiciona, suponiendo la causa de muchas de nuestras satisfacciones e insatisfacciones. En tanto que condicionante, tan importante como la economía, la política o el ecosistema, es necesaria una ideología que, partiendo de los valores del bienestar, la igualdad, la libertad y el republicanismo, sea capaz de contestar al tiempo ideológico del capitalismo.

Hace años que Daniel Innerarity proponía en El futuro y sus enemigos (2009) una política que se concibiera como un gobierno de los tiempos, una “cronopolítica”. Evitar la desincronización imperante, sin caer en la imposición de un tiempo unificado, se le antojaba como uno de los grandes retos de la política. Sin embargo, siendo su aproximación teórica precisa, valiosa y, me atrevería decir, de urgente aplicación, creo que la pregunta que él plantea, “¿cómo puede la política organizar un poder sobre el tiempo?”, puede complementarse con la pretensión de articular políticas públicas apoyadas en una ideología consciente de que el tiempo tiene una triple naturaleza social: primero, es un ingrediente constitutivo de la acción; segundo, es una circunstancia o entorno que influye en el bienestar; y, tercero, es la encarnación de existencias genuinas.

Existen metáforas que, siguiendo la terminología de Lakoff y Johnson, son capaces de estructurar nuestras acciones y nuestros pensamientos. Una de la más obvias es aquella que concibe el tiempo en términos de dinero o recurso. E. P. Thompson en su artículo Time, Work-Discipline, and Industrial Capitalism (1967) analizó la dimensión temporal de la emergencia del capitalismo, destacando su importancia para la imposición de una disciplina laboral sobre el naciente proletariado. La conversión del tiempo en dinero formaba parte de la nueva cultura laboral de la fábrica industrial. Se instruyó en la idea de que perder tiempo suponía perder dinero: “el tiempo del té es un vergonzoso devorador de tiempo y de dinero”, decía un reverendo inglés a mediados del siglo XVIII. Lo más interesante del artículo de Thompson es que bajo su punto de vista una vez impuesta una nueva disciplina temporal la clase obrera no puede luchar contra el tiempo capitalista que estructura su valor en dinero, sino que lucha sobre o en ese tiempo capitalista, asumiéndolo, aunque revindicando mejores condiciones laborales que les permitiera disfrutar de un tiempo que nunca más volvería a ser algo distinto al dinero. Aunque los tiempos de descanso y la reducción de la jornada se convirtieron en una de las principales reivindicaciones de los movimientos obreros, el sentido productivo de la temporalidad colapsó la interpretación del intangible que nutre la existencia.

Más allá de luchar dentro del tiempo capitalista, luchar contra él debe constituirse en el pilar de una nueva ideología que amplíe el sentido de la temporalidad. Así podremos salvar los inconvenientes de pensar que el descanso es un tiempo no remunerado y darle una nueva dimensión más digna y enriquecedora. También anularemos la percepción de un tiempo sin trabajar, un tiempo libre, como aquel destinado a prepararnos mejor y más enérgicos para el trabajo: abolir el tiempo de la simple desconexión, el tiempo de cargar las pilas. Además, anularía esa sensación incómoda que nos invade al no hacer nada o contemplar plácidamente el tiempo pasar. La estructuración del tiempo como dinero contamina los tiempos no productivos. El tiempo debe alimentar nuestra existencia, no ser un recurso con el que ganar o perder dinero. En ese alimentar nuestra existencia debe constituirse el sentido nutritivo de la acción individual o colectiva. De hecho, la política debe entenderse desde un punto de vista republicano y temporal como un tiempo no invertido para ganar dinero, sino para alimentar o nutrir acciones colectivas. El tiempo capitalista desmoviliza, desnutriendo el tiempo político. El tiempo republicano moviliza, nutriendo la política y la acción colectiva.

El tiempo es el nutriente de toda acción y como tal debe desembarazarse de la exclusiva perspectiva monetaria. Pero, además, es un entorno, un configurador de espacios. La analogía espacial también implica un uso metafórico, en tanto que no asumimos la noción temporal en sus propios términos, sean cuales sean. No obstante, a diferencia de la metáfora monetaria, la espacial está libre de connotaciones capitalistas y puede resultar instructiva. Mucho se ha escrito sobre la concepción espacial del tiempo y resulta palpable en muchas experiencias en las que es concebido como una línea o un camino en el que desde el presente avanzamos hacia el futuro, dejando atrás el pasado. Esta idea de un tiempo proyectado hacia el futuro no es un universal cultural, pues existen culturas en las que el futuro queda atrás y el pasado se proyecta hacía delante. Sea como sea, el pasado, el presente y el futuro son espacios transitables y podemos aprovechar esta metáfora, dándole sentido reivindicativo y considerando que el tiempo es aquello en lo que también estamos y que al igual que existen reivindicaciones políticas que reclaman la calidad de los espacios (un entorno laboral salubre, una vivienda digna o un medioambiente sano), se debería revindicar la calidad del tiempo en el que se nos permite vivir.

Ahora bien, ¿cómo articulamos una ideología del espacio temporal? El bienestar podría ser un buen candidato para articular dicho espacio. Sin embargo, aunque somos más o menos conscientes ideológicamente de lo que implica dicho bienestar desde el punto de vista de las políticas sociales, no lo somos desde el punto de vista temporal. Por ello necesitamos referentes que permitan la idealización de un espacio temporal de bienestar. Existe un concepto que a pesar de su banalización contiene un profundo sentido filosófico y existencial: el ocio. Sebastian de Grazia allá por los años 60 del siglo pasado rescató este concepto con el propósito de revindicar una forma genuina de entender el tiempo. Para ello distinguía el tiempo trascendental del ocio de otras modalidades o sucedáneos como el tiempo libre. Entendía que no se podía confundir el ocio con un tiempo disponible o meramente libre de tareas laborales. La definición de ocio que proponía, inspirándose en la tradición grecolatina, se podría utilizar para definir un espacio temporal de bienestar: el ocio es un estado libre de necesidades. Es decir, el tiempo de ocio implicaría no tener que dedicarse a ninguna actividad que tuviera como objetivo la satisfacción de alguna necesidad, es un tiempo libre de necesidades. Esto descartaría muchas de las actividades a las que nos dedicamos durante el llamado tiempo libre, pues este se forja con los restos del tiempo que no estamos trabajando y, además, estamos satisfaciendo otras necesidades, por ejemplo, la de descansar. Grazia consideraba que muchas de las distracciones con las que ocupaban el tiempo libre en la sociedad moderna de su época, que no son muy distintas en puridad a las de nuestra sociedad contemporánea, no podían ser equiparadas al ocio.  La clave está en que al tiempo de ocio se llega satisfecho, sin que necesitemos nada, mucho menos tener que hacer la compra, preparar la cena o tener que ver una serie porque necesitamos distraernos. Además, podemos decir que al tiempo de ocio, en tanto que tiempo de bienestar, se llega descansado, no para descansar.

La pretensión teórica de Grazia nos podría resultar hoy en día extemporánea, ilusa o utópica, pues consideraba que un tiempo de ocio libre de necesidades beneficiaría a la sociedad porque aporta a los individuos facultad creadora, sabiduría y libertad. Sin embargo, no es una propuesta desencaminada y además tiene la virtud de desenmascarar una ideología del tiempo libre que se concibe como la otra cara de la moneda del tiempo de trabajo, en la que ambos tiempos son más que compatibles, son mutuamente necesarios, recíprocos. El tiempo de trabajo necesita el tiempo libre para no agotar al individuo, el tiempo libre necesita al tiempo de trabajo para justificarse. Sin embargo, el ocio está desvinculado del tiempo de trabajo.

No obstante, el concepto de tiempo de ocio como espacio de bienestar podría actualizarse para complementar un aspecto que no está recogido en la definición de Grazia como estado libre de necesidades. En mi opinión se debería añadir que el tiempo de ocio debería verse libre de todo reclamo. Acudo a este concepto procedente de la cinegética conscientemente y con la pretensión de advertir de todos aquellos dispositivos que con sofisticadas técnicas de amaestramiento están diseñados para cautivar nuestra atención. En la era de la adicción tecnológica, como nos advierte Jonathan Crary, existen estrategias de poder que no requieren de un engaño masivo, sino que resulta suficiente la neutralización de nuestro tiempo, manteniéndonos distraídos. El ocio y su bienestar no es compatible con la convivencia excesiva con aparatos que nos reclaman.

Alimentarse de tiempo y habitar un tiempo ocioso son dos reivindicaciones que potencian el bienestar, la libertad y el republicanismo, pero son insuficientes si queremos identificar el espectro completo del fenómeno temporal. El tiempo también es encarnación, “somos tiempo condesado” que diría Marisa Madieri, y, como tal, su corporeidad coincide con la de las personas, que atesoramos en nuestra carne los días y las noches en su alterno transcurrir. Esta encarnación nos hace genuinos desde el punto de vista temporal, cada cual es carne de su tiempo. Esta idiosincrasia nos lleva a la obligación política y social de tener en consideración, por un lado, el tiempo particular que encarna cada uno y, por otro, la igualdad de los tiempos que asignamos para evitar desigualdades.

Existe la obligación social y política de cuidar los tiempos que nos toca vivir, respetar los tiempos oportunos y propicios de cada cual. Así, evitaremos imposiciones temporales injustas y absurdas y respetaremos los derechos y responsabilidades que están asociados al momento existencial de cada uno. El concepto del ciclo vital nos proporciona una buena guía sobre cuáles son las existencias temporales genuinas que debemos cuidar y atender. La niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez son los tiempos en los que nos vamos encarnando y reencarnando. Es difícil confundirlos y es fácil reconocer que en cada momento se requieren atenciones particulares. Una sociedad justa no puede desatenderlas. Sin embargo, no vivimos exentos de riegos que pueden convertir a los niños y niñas en personas adultas, desdibujar el valor formativo de la juventud y extender las obligaciones profesionales hasta reducir el privilegio ocioso de la vejez. Por todo lo cual una reflexión sobre los tiempos propicios nos permitiría atender mejor los tiempos encarnados que coexisten en la sociedad.

Además de la encarnadura temporal del ciclo vital existen encarnaduras más circunstanciales. La maternidad y la paternidad condensan temporalidades genuinas, como también lo hacen la enfermedad o el desempleo. Todas estas particularidades personales representan tiempos diferenciados y como tal merecen ser atendidas.

Si debemos cuidar los tiempos en que se vive para no transgredir los derechos y responsabilidades que cada circunstancia personal atribuye, no debemos obviar los peligros de imponer temporalidades, se podrían generar desigualdades. El tiempo no se distribuye por igual entre las personas y reproduce las mismas variables de género o de clase social que atraviesan las desigualdades económicas. Por ejemplo, existen desigualdades temporales encarnadas en las mujeres, así lo demuestran las encuestas de empleo de tiempo en las que es una constante que en su conjunto las mujeres dedican bastantes más horas que los hombres a las tareas del hogar. Los tiempos del hogar o los tiempos de cuidados interpersonales están desigualmente distribuidos, constituyendo una imposición social de temporalidades.

Durante los siglos XV y XVI y a raíz de la obra Practica musicae (1496) de Franchinus Gaffurius la unidad métrica básica del tempo normal de una interpretación musical se correspondía con el intervalo de tiempo del pulso humano. Existía, por tanto, una entrañable imbricación entre la interpretación musical y el cuerpo humano. Deberíamos recuperar y ampliar esta unión, pues el corazón es un magnífico metrónomo para nuestras vidas. Pulso a pulso, deberíamos revindicar un tempo giusto y confeccionar una ideología alternativa al tiempo capitalista y basada en el bienestar, la igualdad, la libertad y el republicanismo.

Javier Vega es lector, padre y empleado público en la Administración General del Estado.

Fotografía de Álvaro Minguito.