¿Quién le teme a un arcoíris? Deporte y LGTBIfobia

¿El deporte es cosa de hombres?

El pasado sábado 19, Día Internacional contra la LGTBIfobia en el deporte, los primeros equipos del Fútbol Club Barcelona, el masculino y el femenino, subían a sus redes sociales una imagen del Camp Nou con un mosaico formado por los colores del arcoíris. Por un lado, con este gesto, una vez más, el significado de la famosa frase més que un club se convertía en un acto de transformación social. Pero, por otro, veíamos cómo la publicación seguidamente se llenaba de miles de comentarios por parte de hombres que rechazaban la imagen y que no se reconocían en ese campo. ¿Qué hay del deporte como una herramienta de transmisión de valores (¿de cuáles?) en nuestra sociedad en el 2022?

Hoy día, cada fin de semana los estadios de fútbol son ocupados por miles de espectadores y otras muchas personas practican deporte federado. Según el último Anuario de Estadísticas Deportivas (2021), en nuestro país había 3.841.916 licencias deportivas en 2020. El dato desglosado por sexos nos indica una notable diferencia: el 76,5% de las licencias federadas corresponden a hombres y el 23,5% a mujeres[1].

Los juegos y la actividad física han acompañado a la humanidad desde sus inicios y su evolución a lo largo de los siglos nos permite entender la situación actual. En la prehistoria el juego estaba estrechamente relacionado con lo divino y mágico. La actividad física tiene una mayor relación con la supervivencia al estar vinculada a la necesidad de estar en forma para huir o defenderse de otros depredadores, cazar u afrontar otros peligros. Cuando desaparece el nomadismo y aparecen las comunidades, surgen actividades como la lucha entre personas de distintas comunidades. Las actividades simples dan paso a otras de mayor complejidad y estructuración, como los juegos de pelota o los juegos de lucha con lanzas. Los juegos evolucionan y pasan de una función de supervivencia a una utilitaria y posteriormente a una forma de ocupación del tiempo de ocio.

La aparición de las polis en la Grecia antigua crea la división social, el concepto unitario del mundo desaparece y con él las costumbres en torno al juego y la actividad física se dividen en momentos lúdicos y momentos formales y sagrados, ligados al culto a los dioses. Ellos eran quienes inspiraban toda competición, tanto deportiva como recreacional. Como vemos, desde el inicio los juegos ya reflejan los valores básicos del marco cultural en que se desarrollan. Por esta razón actúan como ritual cultural o como transmisores de cultura.

A lo largo de los siglos en Europa se siguieron celebrando una serie de juegos que fueron evolucionando. La rigidez del sistema feudal se traslada a la realización de actividades lúdicas. El pueblo continúa desarrollando sus propias prácticas deportivas en los espacios públicos de encuentro, diferenciándose las prácticas de nobles y villanos. Un ejemplo son los juegos de pelota de los campesinos que eran comparables, pero en forma de parodias, a las batallas de las clases altas[2]. Estos juegos se convertirían en la base del deporte moderno.

Pero el deporte tal y como lo conocemos hoy día tiene su origen en Inglaterra, entre los siglos XVIII y XIX, momento en el que se da un proceso de transformación de los juegos y pasatiempos tradicionales iniciado por las élites sociales. “Los deportes reproducen las principales características de la organización industrial moderna: reglamentación, especialización, competitividad y maximización del rendimiento. Tanto los sistemas de entrenamiento como las reglas y el instrumental tienen en común la impresión de objetividad que se desprende de ellos y el fetichismo productivo que los impregna. Lo que se produce en el deporte y la educación física son fundamentalmente rendimientos y récords, es decir, datos computables, cosas, no relaciones entre personas”[3].

Jean-Marie Brohm, referente del análisis sociológico del deporte desde la perspectiva marxista, considera que el deporte no puede ser tratado al margen de un punto de vista político. La existencia de leyes como la del año 2007 contra la violencia, el sexismo, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte siguen reforzando esta consideración. Así mismo, este autor argumenta que el deporte moderno se desarrolla en Inglaterra con el modo capitalista de producción industrial y que responde a las necesidades de este modo de producción. Sobre las diferencias de sexos, Brohm afirma que el deporte, vector de la ideología dominante, reproduce ese sometimiento y lo justifica en términos de la propia naturaleza del individuo. Institucionaliza las diferencias entre sexos y estructura el cuerpo de la mujer mediante la sistematización de los mitos específicamente femeninos a través de diferentes actividades deportivas[4].

El deporte es un elemento central de la sociedad actual, al ser uno de los fenómenos más amplios y difundidos en nuestra época. Goza de gran importancia y prestigio, crea modelos sociales e ídolos deportivos. Sin embargo, podemos decir que la historia del deporte es una historia de “clase” y de “varones”: reservada en principio a las clases altas y al género masculino. Recordemos que el deporte, tal cual se conoce actualmente, tiene su origen en el siglo XIX, donde el “ideal masculino” (fuerza, velocidad, resistencia, potencia, etc.) es el “ideal de deportista”. En cambio, las mujeres se asociaban con lo delicado, lo frágil y lo dependiente.

El deporte mainstream, una máquina de hacer hombres

Mundial de fútbol de 2006. El seleccionador español Luis Aragonés rechaza un ramo de flores de bienvenida a su llegada a Dortmund (Alemania) declarando: “Me van a dar a mí un ramo de flores, que no me cabe por el culo ni el bigote de una gamba”, episodio que destacan Javier Sáez y Sejo Carrascosa en su libro Por el culo. Políticas anales[5], debido a los presupuestos sobre la masculinidad que el entrenador deja de manifiesto en un enunciado tan simple. La idea es clara: el deporte es para hombres y un hombre de verdad no puede ser homosexual ni practicar sexo anal.

Michael Kimmel rescata en su libro Hombres (blancos) cabreados. La masculinidad al final de una era[6] algunos discursos en el contexto estadounidense que dejan entrever cómo el deporte construye masculinidad. Por ejemplo, el expresidente estadounidense Theodor Roosevelt ensalzaba el béisbol al considerarlo “un deporte para hombres hechos y derechos” o el escritor Zane Grey, novelista del Oeste, afirmaba que “cualquier chico adora el béisbol; de lo contrario no son chicos de verdad”. Estas ideas pueden aplicarse al contexto occidental y a la realidad española, especialmente al deporte hegemónico, el fútbol masculino. El propio Kimmel, además, afirma que “fue en el umbral del pasado siglo cuando todos los deportes modernos que hoy conocemos y veneramos joquey, béisbol, baloncesto, fútbol americano se organizaron en ligas y se fomentaron, sobre todo con el fin de promover en los niños una hombría más férrea y edificante”.

En definitiva, y siguiendo las palabras de Kimmel, el deporte mainstream juega un papel clave en la producción de sujetos masculinos y en contraposición, la producción del resto de sujetos subalternos (mujeres, maricas, personas racializadas, etc.). El deporte, junto a otros artefactos culturales, construye la clásica fórmula de masculinidad heterosexual que explica a los hombres su sentido de ser y su papel en el mundo indicándoles sobre todo lo que no tienen que ser: no ser una mujer, no ser un niño, y por supuesto, no ser homosexual. Esto último fue analizado por la autora Elisabeth Badinter[7] en sus estudios sobre construcción de masculinidad. La feminidad, la infancia y la homosexualidad son tres cuestiones que se relacionan entre sí y que se definen en contraposición a los valores masculinos, que priman, por cierto, especialmente en el mundo del deporte: determinación, valor, fortaleza, triunfo, etc.

Al ser el deporte una de las tecnologías de género términos de Teresa de Lauretis y sistema de regulación de cuerpos más potentes, también es uno de los espacios donde se penaliza de forma más dura y humillante cualquier expresión o forma de estar que se salga de la normatividad de género establecida. Los referentes deportistas y su representación crean subjetividades pensables y deseables para todos los niños y las niñas, y, por tanto, definen cuáles son subjetividades vivibles y cuáles no. Por ejemplo, las mujeres que practican deporte son directamente invisibles y, si no, son definidas como “marimachos”, “lesbianas” o “bolleras”, presuponiéndoles una orientación sexual por el simple hecho de incumplir un mandato de género al ocupar espacios masculinos. Esto es una muestra más del miedo a la transgresión de las normas de género y del miedo a las mujeres que participan de los valores de la masculinidad públicamente y que rompen así con el estereotipo vigente de feminidad. El futbolista australiano Josh Cavallo se convertía el pasado octubre (¡2021!) en el primer futbolista en activo que hacía pública su homosexualidad. Protagonizó titulares a nivel mundial, recibió apoyo de reconocidos futbolistas como Gerard Piqué, sin embargo, su ejercicio de libertad también fue duramente castigado tanto en las redes sociales como en los estadios.

Los colores arcoíris visibilizados en el Camp Nou el anterior fin de semana fueron rechazados porque fueron entendidos por muchos fieles a su club como una amenaza. Estos colores y lo que representan, cuestionan a muchos hombres las certezas que la masculinidad y la heterosexualidad históricamente les ofreció; no solo las certidumbres, también las prohibiciones. Los colores arcoíris, que representan las conquistas de libertades por parte de los movimientos LGTBi, en un estadio de fútbol, mandan un mensaje a la sociedad: el deporte no es solo cosa de hombres y los hombres de verdad lo son, si pueden ser de muchas formas diversas.

La disputa por el deporte desde el feminismo

Justamente visibilizar el papel que tiene el deporte en la (re)producción de la normatividad de  género ayuda a comprenderlo en términos de transformación social y no solo en términos de negocio y espectáculo. El deporte como palanca de transformación tiene grandes potencialidades que pueden ser aprovechadas estratégicamente por el movimiento feminista y el  LGTB para avanzar en el cuestionamiento de los mandatos rígidos de género y en erradicar la desigualdad entre hombres y mujeres, especialmente en el terreno concreto del deporte por el tema que nos atañe en este texto.

El movimiento feminista atraviesa debates para nada nuevos que giran en torno a preguntas muy legítimas como: ¿qué significa ser mujer y hombre?, ¿de verdad existe la mujer?, ¿y el hombre? El campo más rico para pensar en ellas es el del transfeminismo, puesto que la cuestión trans es la cuestión que nos coloca directamente ante estas preguntas. Preguntas que interpelan de forma muy directa a la institución del deporte, también. Como explica Clara Serra en una entrevista para el medio digital Nortes: “la incorporación de las personas trans e intersex al deporte en todos sus niveles trae consigo una serie de preguntas incómodas que son profundamente feministas”[8].

Las fuerzas transformadoras han de tomar conciencia de que “la configuración simbólica del deporte, su polisemia y su significación social le dotan de hecho una gran capacidad de penetración en ámbitos sociales muy diferenciados, puesto que está estrechamente relacionado al concepto de performance y se expresa siempre a través de una performance”[9]. El deporte no solo refleja los más amplios procesos sociales sino que contribuye, a la vez, a modificarlos.

El deporte necesita de un feminismo no esencialista que no tome al hombre ni a la mujer como realidades inmutables, sino como una construcción normativa desde la que trabajar para transformarla en direcciones feministas e igualitarias. Las potencialidades del deporte en términos de libertad e igualdad solo serán potencialidades cuando las entendamos como retos a pesar de ser incómodas, complejas y plantearnos escenarios muy nuevos y no como posibles amenazas para los avances de las mujeres.

Sara Combarros es graduada en Psicología, militante feminista e integrante de la Asamblea Moza d’Asturies (AMA Asturies) y Laura Tuero (@laurasturies), exdeportista, estudió Magisterio en la especialidad de Educación Física y Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Postgraduada en Gestión Deportiva Municipal.

Notas

[1] (2021). Anuario de Estadísticas Deportivas 2021. Madrid: Ministerio de Cultura y Deporte. Recuperado de: https://www.culturaydeporte.gob.es/dam/jcr:b24c68ad-75ff-48d0-aa1f-d57075f22e64/anuario-de-estadisticas-deportivas-2021.pdf

[2] Salvador, José Luis. (2004). El deporte en occidente: historia, cultura y política. Madrid: Ediciones Cátedra.

[3] Corriente, Federico y Montero, Jorge. (2011). Citius, altius, fortius. El libro negro del deporte. Logroño: Pepitas de Calabaza Editorial.

[4] Brohm, Jean-Marie; Bourdieu, Pierre; Dunning, Eric; Hargreaves, Jennifer; Todd, Terry; Young, Kevin y Barbero, José Ignacio. (1993). Materiales de sociología del deporte. Madrid: Ediciones La Piqueta.

[5] Sáez, Javier y Carrascosa, Sejo. (2011). Por el culo. Políticas anales. Madrid: Editorial Egales.

[6] Kimmel, Michael. (2019). Hombres (blancos) cabreados: la masculinidad al final de una era. Valencia: Barlin Libros.

[7] Badhinther, Elisabeth. (1993). XY. La Identidad masculina. Madrid: Alianza Editorial.

[8] Iglesias Díaz, Alba. (4 julio 2020). El feminismo no está para perpetuar la identidad mujer, sino para que ser mujer deje de ser un destino social y económico. Nortes. Recuperado de: https://www.nortes.me/2020/07/04/el-feminismo-no-esta-para-perpetuar-la-identidad-mujer-sino-para-que-ser-mujer-deje-de-ser-un-destino-social-y-economico/

[9] Capretti, Silvia. (2011). La cultura en juego. El deporte en la sociedad moderna y post‐moderna. Trabajo y Sociedad. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3731355

Fotografía de Álvaro Minguito.