Verso a verso. Desafíos electorales del liderazgo de Yolanda Díaz

Durante mucho tiempo, probablemente demasiado, el principal desafío de la izquierda ha sido existir, seguir existiendo. Pero de un tiempo a esta parte las expectativas han cambiado, el objetivo es la victoria, y empieza ganando elecciones. Los datos, con el CIS a la cabeza, muestran que lo que parecía durante años utopía vuelve a ser técnicamente posible, si hay voluntad política para ello. No obstante, si algo nos han enseñado los últimos años, es que los deseos de ganar, convertirse en vanguardia y transformarse en poder requieren algo más que voluntad. Requieren conocer las reglas con las que se juega.

Sobrevivir al temido sistema electoral

La reforma del sistema electoral ha sido una demanda tradicional y constante por sus principales perjudicados. El Partido Comunista de España primero e Izquierda Unida después, como partidos minoritarios de implantación estatal[1], han sido penalizados e infrarrepresentados por el actual sistema electoral y han encabezado la reivindicación por una mayor proporcionalidad, que, sin embargo, solo consiguió imponerse en la agenda y la opinión pública a raíz de la desafección política ciudadana que originaría el 15M[2]. Este compromiso llegó incluso a adquirirse por parte de las formaciones tradicionalmente beneficiadas y, por supuesto, por los nuevos partidos originados a partir del ciclo electoral de 2015, pese a que estos, en especial Podemos, supieron alterar el mapa político sin modificar la ley electoral. Esto demuestra que a veces no hay que cambiar las reglas del juego sino aprender a jugar con las que se tienen.

Nuestro sistema electoral castiga la fragmentación. Su pequeña inclinación mayoritaria favorece a los dos principales partidos, y otros factores como la reducida magnitud de las circunscripciones, el prorrateo o la barrera electoral reducen la proporcionalidad en determinadas ocasiones, dificultando en principio el camino de las opciones electorales de la izquierda[3]. Por todo esto, la concentración de votos en una única candidatura es, a priori, la mejor estrategia, pero tampoco es un billete directo al éxito. Se ha repetido mucho la idea de que dos más dos no siempre son cuatro, y la realidad en ocasiones lo ha puesto de manifiesto. Todos recordamos cómo la alianza preelectoral de Podemos e Izquierda Unida para las elecciones generales en junio de 2016 –el pacto de los botellines– no mejoró el resultado electoral obtenido por ambas formaciones por separado en las elecciones generales de diciembre de 2015.

Hay un mantra muy repetido por los politólogos que afirma que “los sistemas electorales enseñan a la gente a votar”. Los votantes aprenden estrategias para hacer valer sus votos. En un lugar donde nuestra preferencia electoral tiene escasas posibilidades de entrar al reparto de escaños o resulta sistemáticamente castigada, pronto encontraríamos algún sustituto al que apoyar, cuyas mayores posibilidades nos permitan no desperdiciar nuestro voto. Este cálculo económico-racional, el voto “útil” o voto estratégico, ha dañado increíblemente a candidaturas alternativas en circunscripciones pequeñas donde los partidos mayoritarios se reparten los pocos escaños que hay en juego. La posibilidad de construir una candidatura unitaria, verso a verso desde cada territorio, debe ir dirigida a competir en estos distritos pequeños (aquellas provincias que eligen entre 2 y 4 diputados) y medianos (entre 5 y 10), circunscripciones sobrerrepresentadas, de cuyo resultado depende que el proyecto sea electoralmente fuerte[4], y poder mover la balanza hacia una lista ilusionante, capaz de reducir la distorsión democrática que produce el temido voto útil[5]. Pero si la casa común debe construirse teniendo en mente la España interior y no las ciudades ­–que al ser más proporcionales se han convertido en el tradicional refugio de las minorías, pero donde el efecto de la unidad sería solamente emocional– surgen nuevos problemas. Existen incógnitas con respecto a los liderazgos, al rol que puedan jugar en competición con las candidaturas vinculadas al fenómeno de la “España vaciada” y cómo evitar que se convierta en un reparto de sillones atendiendo a cuotas de partidos desde Madrid.

¿Frente Amplio o ampliar el Frente?

“Todas las manos y todas las mentes” o “casa común de la democracia” han sido unas de las mayores concreciones de lo que en los últimos meses se ha definido como el futuro Frente Amplio de Yolanda Díaz. El proyecto a dos años vista es aún muy difuso, pero se defiende que este irá ligado a la idea de transversalidad como esencia capaz de superar el espacio electoral de Unidas Podemos, un concepto complicado que habrá que materializar.

La posible candidatura electoral podría contar con dos ventajas importantes a la hora de evitar una penalización en escaños. Por un lado, permite agrupar a un sector social amplio del electorado, huyendo de nichos electorales pequeños que nuestro sistema electoral castiga. Por otro lado, un liderazgo cohesionador, que en unas elecciones con listas cerradas y bloqueadas llamadas al mismo tiempo a recoger distintas tradiciones y sensibilidades políticas es esencial para garantizar que no se pierden votantes en el proceso de unidad. Aún así, un espacio electoral transversal requiere algo más que la suma de organizaciones, partidos y personalidades de las distintas izquierdas y algún independiente. Construir un Frente Amplio y no solamente un Frente de Izquierdas (que también es una posibilidad) requiere contar con otro tipo de formaciones, que, sin compartir plenamente el espacio de la izquierda, puedan ayudar a empujar un bloque histórico de cambio y de progreso. Así demuestran algunas experiencias frenteamplistas en Latinoamérica, que sumaron desde el centroizquierda hasta organizaciones revolucionarias y populares pasando incluso por algunos demócrata-cristianos despistados. Esa estrategia, podría ayudar a superar la barrera electoral y a la vez a ganar el voto cautivo en otras listas  del interior del país –predominantemente más conservador y estratégico– esencial teniendo en cuenta, como mencionamos, que son pequeñas circunscripciones sobrerrepresentadas con los escaños más “baratos” y donde la izquierda al margen del PSOE ha sufrido un desangramiento histórico.

Sin embargo, la idea de abrazar a la sociedad civil más allá de la izquierda tradicional requiere conocer el momento y a los actores que deberán dar forma a ese proyecto. Puede traer de nuevo los ecos de un tiempo donde el conflicto político se definía por el choque entre el pueblo y la élite, pero la política de bloques se ha vuelto a imponer y esa brecha parece haberse vuelto a cerrar. Un contexto de realineamiento de las fuerzas políticas en bloques ideológicos puede limitar las posibilidades de éxito de un proyecto que está llamado a ser algo más que una suma de siglas de partidos de izquierda, pero los marcos políticos no son algo ajeno a las formaciones políticas. La misión será tratar de dar forma a un escenario de competición electoral que sea favorable a un proyecto abierto y transversal, y así evitar competir bajo los parámetros del adversario.

De cómo ganas depende para qué ganas

Escribía Julio Anguita que en el espacio de la izquierda viven dos almas en un mismo cuerpo, dos almas que tienen ideas contrapuestas acerca de su papel y sus alianzas. Mientras una siempre atará el concepto de unidad a la subalternidad respecto del Partido Socialista, otra apuesta –apostamos– por que la unidad política preceda la unidad electoral, que los compromisos programáticos marquen quiénes son los aliados.

Ni Unidas Podemos, ni ningún espacio electoral de la izquierda transformadora existe o puede existir con el propósito de atrapar los votos que se le escapan al PSOE por la izquierda. Esta es quizás la mayor trampa por sortear. La idea suena bien, pero levanta resistencias tanto dentro como fuera de las distintas formaciones, y de ella depende construir uno u otro modelo para la competición electoral. Levantar una alternativa de Gobierno, pero especialmente ética y social, con la que disputar a medio plazo la hegemonía política, o crear una opción política lastrada al papel de apoyar a los socialistas en la lucha con la derecha.

En la estrategia de “todos contra la derecha” las izquierdas solo pueden perder. El voto estratégico, voto útil, ha calado y ha permeado tanto fuera, entre el electorado, como dentro de las organizaciones. Del miedo a que gobierne la derecha depende buena parte de la base electoral del PSOE, conformada por muchos para los que nunca fue la primera opción, pero sí la opción más competitiva para evitar que ganaran los otros. No conviene atizar ese miedo. Puede que el propósito último o inmediato del Frente Amplio no sea ganar, sino pensar un camino al poder capaz de movernos en la dirección correcta, de reconciliarnos con la mayoría y querer, siempre, ser más. Mejor ser potencialidad que una irreductible pero pequeña aldea gala.

El elemento cohesionador ¿Por qué Yolanda?

El relato detrás de cada candidato es una pieza esencial en tiempos de hiperliderazgos a la hora de catapultar a un político. Hija del sindicalismo histórico, abogada laboralista con carné del Partido Comunista, pero también ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno acostumbrada a lograr acuerdos con la patronal, y, más allá de eso, mujer, madre y gallega. La imagen política de Yolanda Díaz habla de quién es, tanto o más que sus políticas.

Su perfil está al alza, como vienen indicando los barómetros del CIS (Fig. 1) y la clave es que resulta creíble y confiable para un amplio sector de la población, poniéndola en una posición desde donde agrupar una nueva mayoría, una mayoría popular. Capaz de aglutinar el compromiso tanto de los activos, protagonistas acostumbrados a acudir a mítines, como el de los que nunca pisaron uno, ni conocen el interior de un sindicato o nunca pusieron pie en una asamblea.

Aunque el titular es esperanzador, las ansiedades y carencias del pasado pueden volvernos algo escépticos. Las valoraciones a líderes políticos ubicados a la izquierda del PSOE en varias ocasiones han pecado de engañosas. Recordemos, por ejemplo, que Alberto Garzón también se convirtió en el líder político mejor valorado en 2016, lo que contrastaba con una Izquierda Unida que acababa de hacerse con tan solo dos diputados en el Congreso. Pero esta vez puede ser distinta. La experiencia dentro del primer Gobierno de coalición le ha permitido forjar una imagen presidenciable, una especial ventaja que no poseen otros posibles competidores y abre una ventana de oportunidad de cara a las futuras elecciones. A modo de ejemplo, pese a venir de las filas del PCE, es ubicada por un menor número de personas en posiciones correspondientes a la extrema izquierda que, por ejemplo, el líder de Más País, Íñigo Errejón (19,9% frente a 22,5% respectivamente), y los resultados de las valoraciones medias de Díaz a lo largo de la escala ideológica son más competitivos que los de otros candidatos de izquierdas (Fig. 2).

No solo es la líder mejor valorada, sino que además el 14,8 % de los encuestados la prefieren como presidenta del Gobierno. Dos puntos por encima de Pablo Casado y con una aceptación entre los votantes socialistas muy similar a la que obtiene Pedro Sánchez. Incluso los votantes de Más País prefieren antes como presidenta del Gobierno (Fig. 3) a Yolanda Díaz que a su propio líder Íñigo Errejón, lo que pone de manifiesto el alto grado de consenso y simpatía que despierta su figura entre el electorado progresista.

Las posibilidades de ganar bajo las reglas de un sistema electoral que prima la gobernabilidad frente a la proporcionalidad[6] son aún una incógnita. Tardaremos en conocer hasta dónde puede llegar la capacidad del «Frente Amplio» de aunar bajo una misma marca electoral la voluntad transformadora de parte de la sociedad civil y los partidos políticos, aunque queda claro que, a día de hoy, no hay más país a la izquierda del PSOE que el que traiga del brazo Yolanda Díaz. La sola voluntad de abrir el debate para dar forma a una candidatura que venga a construir futuro, a profundizar la democracia, pero también a curar las heridas del pasado, es ya una apuesta valiente. Confiemos en que las causas comunes a favor de jóvenes, mujeres, pensionistas, trabajadores y trabajadoras, se defiendan desde una sola y futura «casa común».

Carlos Entenza (@carlsentenza) es estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y codirector de Ideas en Guerra. Centrado en la teoría y la comunicación política.

Ángel Muelas (@Angelmuels) es estudiante de Derecho y Ciencias Políticas y codirector de Ideas en Guerra. Interesado en las áreas de derecho público y análisis político. Ha realizado estancias en las Universidades de Barcelona y Chile.

Notas

[1] Colectivo Piedras de papel. (2015). Aragón es nuestro Ohio: así votan los españoles. Madrid: El hombre del tres.

[2] Politikon. (2014). La urna rota: la crisis política e institucional del modelo español. Madrid: Debate.

[3] Colectivo Piedras de papel. (2015). Aragón es nuestro Ohio: así votan los españoles. Madrid: El hombre del tres.

[4] Penadés, A. y Pavía, J.M. (2016). La reforma electoral perfecta. Madrid: Catarata.

[5] Penadés, A. y Cué, S. S. (2013). La desigualdad en el sistema electoral español y el premio a la localización del voto. Madrid: Revista Española de Ciencia Política.

[6] Penadés, A. y Cué, S. S. (2013). La desigualdad en el sistema electoral español y el premio a la localización del voto. Madrid: Revista Española de Ciencia Política.

Fotografía de Álvaro Minguito.