Buscando nuevas formas de repensar lo político y entender la política. Queremos aspirar a todo

La Historia no es un ser muerto, sino un ser vivo, y como ser vivo, engendra cada año, con los hechos viejos, hechos nuevos. Si continuamente reproduce también inventa. De forma y manera que si en siglos no destronó, en una hora destrona, y si en siglos durmió con los reyes, un día despierta en la cama de pueblo.

De los tristes destinos, Benito Pérez Galdós

Esta cita de Benito Pérez Galdós describe completamente la realidad política y social, asumiendo que cambia, todo cambia. También he elegido esta cita porque plantea una dicotomía elegante entre los reyes y el pueblo. Es un error por parte de cualquier demócrata adoptar un espíritu de derrota en el debate sobre la elección de la jefatura de Estado. Dentro de esta panorámica, es cierto que la monarquía resulta funcional para una minoría poderosa que, desde su posición acomodada, nos dice que no es un tema prioritario, que mejor mantener el orden actual y evitar los cambios; con ello, simplemente, nos quieren quitar la capacidad de pensar en un porvenir mejor, en un nuevo horizonte compartido desde lo común, en definitiva, de crear nuevas alternativas.

Ahora bien, solo podemos imaginar un nuevo horizonte desde los valores republicanos y con una apuesta decidida por la democracia real. Por ello, al hablar sobre República y republicanismo inevitablemente tenemos que hablar sobre la necesidad que tenemos como ciudadanos de elegir a nuestro jefe o jefa de Estado, pero no solo. Se trata de poner el foco en las necesidades de la mayoría, es decir, articular todas estas demandas y sintetizarlas en un nuevo proyecto que mejore nuestras vidas. Para hacer realidad esto último, debemos establecer unas dinámicas diferentes desde donde pensar la política, pero también desde donde hacerla, y con ello ampliar el debate. Hasta hace poco tenía la sensación, creo que compartida, de que mucho de lo que pasaba en realidad ya estaba escrito o determinado de antemano. Sin quererlo, nos sumergieron justo en aquello que nuestros adversarios querían: el ‘determinismo’ fatalista, hasta que vi como muchos de los logros y conquistas sociales que parecían imposibles fueron realidades. Hablo de la subida del SMI (que sigue siento un reto) o de los nuevos PGE en materia de vivienda, por ejemplo. No nos encontramos en un paisaje estático o inamovible, sino todo lo contrario: el futuro no está escrito, así que cojamos papel y lápiz.

Un futuro mejor es posible

Se nos está negando la opción simplemente de imaginar nuevos escenarios. Se está creando, incluso, un discurso que fomenta un hipotético miedo a ese progreso. El problema es que estas conquistas culturales que las fuerzas más conservadoras están propiciando con el apoyo de los medios de comunicación, están asentando un discurso de miedo ante lo nuevo o incluso de ansiedad ante lo desconocido. “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, dice el refrán popular. Pues no, nos negamos a no poder construir ese porvenir porque sabemos que un futuro mejor es posible. Pero no basta con saberlo, hay que organizarlo, y para ello necesitamos pararnos a pensar, sin juicios, sin barandillas, en ese imaginario creado de manera colectiva, por y para el pueblo. Creo que en esta ocasión necesitamos salir de la comodidad que puede generar el pensar desde la propia corriente a la que uno pertenece o cree pertenecer, ya que, en caso contrario, tendríamos dificultades para articular un proyecto diverso pero conjunto. El reto consiste en crear una nueva forma de repensar lo político y entender la política. Queremos aspirar a todo, y esta aspiración solo es posible pensando desde lo común. Esta idea puede recordar a aquellos que nos planteaba J. Rawls con el escenario de la posición original, pero no es así, ya que aunque debamos pensar cuál es el modelo de justicia que queremos, no lo podemos imaginar si partimos de una idea que nos sitúe como sujetos aislados. Por lo tanto, es necesario definir qué proyecto en común queremos crear, entendiendo que debe ser un proyecto de presente y de futuro, ambicioso y con amplitud de miras.

Por lo tanto, si aterrizamos al plano político-institucional y atajamos las posibilidades de lo que hemos decidido llamar Frente Amplio, tenemos dos opciones. Podemos entender este espacio como un proyecto cortoplacista, pensado principalmente en clave electoral, o, por el contrario, podemos entenderlo como una oportunidad para construir un proyecto más profundo que se marque como objetivo la construcción de un nuevo horizonte compartido, como reto ilusionante, pero también como necesidad política y social. Si elegimos la primera posibilidad, solo aspiraremos a una parte, mientras que con la segunda aspiramos a todo, a una nueva forma de hacer y entender la política mediante la creación de un nuevo contrato social.

La construcción colectiva de este escenario, o mejor dicho, de este marco compartido debe aunar muchas luchas diferentes, respetando la naturaleza de cada una. Dicho con otras palabras, se debe poner el foco en los diferentes frentes, y llegar a su articulación desde el plano de la mismidad y de la cotidianeidad, desde las preocupaciones que podemos tener la mayoría social y la gente común para así dar respuestas concretas a las necesidades del momento. Y es aquí donde puede haber dudas, ya que por una parte nos hemos referido a un proceso ambicioso, y por otra parte hemos hablado de inquietudes que tenemos la gente de a pie. Pero tal vez esto sea lo interesante: poner el foco en todo aquello que nos complica nuestro día a día y atenderlo, es decir, asegurarnos de que vivimos en un espacio –esfera pública– que no esté colonizado por intereses privados y donde podamos desarrollar aquello que llamamos una vida digna. Pero para ello es necesario la creación de este proyecto compartido, un proyecto que para que avance en una misma dirección debe contar con los máximos recursos, y que debe articularse tanto en las calles como en las instituciones.

No estamos cayendo en la idea errónea de la unión por la unión, o del consensualismo como forma óptima de hacer política, asumiendo entonces que esto siempre es posible. Más bien se trata de articular el conflicto y las diferencias existentes. Y señalo esto porque tengo la sensación de que la dinámica que se estaba dando hace unos años era sacar del espacio y debate público todo aquello que pudiera resultar conflictivo. En otras palabras, se estaba privatizando el conflicto, despolitizando lo público o des-democratizando la propia política. Por tanto, hay que dotar de contenido a la política, poner el conflicto en el centro y democratizar la política como primeros objetivos de este porvenir.

Es momento de renovación

Al pensar en los retos que nos plantea el momento histórico, inevitablemente vemos un muro con el que nos llevamos topando ya más de 40 años, cimentado gracias al apoyo de medios de comunicación, de las grandes empresas y de la derecha española. Esta alianza económica, mediática y política conforma un bloque histórico de poder que se resiste a un proceso de modernización y renovación para que avancemos colectivamente hacía un país más justo, más democrático e igualitario. La monarquía es sinónimo de pasado, privilegios y corrupción. Por el contrario, la República es un proyecto esperanzador de presente y futuro. En estos marcos nos tenemos que mover en adelante para ahormar un proyecto democrático y popular, para que la alianza constituyente tenga como premisa este punto de partida, unos valores republicanos como base.

Uno de nuestros retos consiste en dar a entender que la libertad no se puede entender sin igualdad y viceversa. Tenemos un compromiso real con uno de los principios básicos de ciudadanía como es el de la igualdad, porque solo así podremos ser igualmente libres. Y esto tiene mucho que ver con esa apuesta por una democracia real, profunda, que pone el foco en todos aquellos recursos que son básicos para que la gente pueda vivir mejor, con más derechos y más dignidad. Por lo tanto, la creación de este horizonte republicano es una tarea compartida del conjunto de la ciudadanía democrática que necesita un proyecto en el que en su centro esté lo que verdaderamente importa. En ese sentido, República es sinónimo de regeneración, de justicia social y de defensa de lo público. En definitiva, de lo común.

Elena Torres (@ElenaaTorres99) es estudiante de Ciencias Políticas en la UCM y responsable de republicanismo en Izquierda Unida.

Fotografía de Álvaro Minguito.