Elecciones en un mundo ingobernable: enseñanzas y perspectivas en Argentina

El pasado lunes celebramos un coloquio sobre las elecciones en Argentina organizado por la buena gente de Ideas en guerra. Katrina Calderón, moderadora del debate, intentó que Manuela Bergerot, diputada de Más Madrid, Carlos Corrochano, responsable internacional de Sumar, y un servidor, arrojáramos algo de luz sobre la situación argentina. En este artículo trataremos de desarrollar algunas ideas expuestas en el coloquio estirando las tres cuestiones principales, siempre con una mirada general: hay dinámicas y tendencias que son universales y, por tanto, su estudio es imprescindible también para entender mejor lo que pasa en nuestro país.

  1. Una crisis general y tres crisis específicas

La brecha de fondo que de alguna u otra manera explica casi todo lo que ocurre en el mundo es la crisis de la autoridad tradicional. El modo de relacionarnos con los demás ha cambiado sustancialmente en los últimos años. La crisis del sistema liberal-representativo y de sus distintas intermediaciones se enmarca dentro de esta crisis de autoridad, que es más profunda y amplia: además de la relación entre políticos y ciudadanos, abarca la relación entre padres e hijos, profesores y alumnos, periodistas y espectadores y un largo etcétera.

En América Latina se puede apreciar de forma clara la crisis de autoridad general y la crisis política particular. La confianza en las instituciones, en la política o en la propia democracia está por los suelos. Durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador, hasta cuatro candidatos se turnaron la posibilidad de pasar a la segunda vuelta. Finalmente lo consiguió un joven de 35 años que acabó ganando las elecciones el pasado domingo. ¿Qué pesó más, el eje pueblo-élites que planteó el correísmo o el eje nuevo-viejo que representaba el perfil de Noboa? Las estrategias se diseñan a partir de las lecturas de los contextos.

Si seguimos profundizando, dentro de la crisis del sistema político argentino encontramos una crisis del «kirchnerismo», la facción mayoritaria dentro del peronismo durante las dos últimas décadas. El gobierno de Alberto Fernández fracasó en términos de gestión y conducción tanto pública como interna. El triunvirato formado por el propio Alberto, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa implosionó dando como resultado la sorprendente candidatura de este último, el Ministro de una Economía que se dirige al 140% de inflación y es acusado por la izquierda de conservador y por casi todos de veleta.

En las primarias de Unión por la Patria, Juan Grabois apenas llegó al 6% de los votos, lo que supuso una relativa derrota para el sector más progresista del espacio peronista. Algunos análisis destacaron una falta de autonomía y distancia respecto a Cristina para poder enarbolar un discurso renovador. Más tarde pero en una misma línea, el gobernador de Buenos Aires Axel Kicillof advirtió que «había que componer una nueva canción» porque con la nostalgia no bastaba, a lo que Máximo Kirchner respondió que él «no era músico». (El mismo dilema estratégico afronta la Revolución Ciudadana en Ecuador: cómo ampliar alianzas sin perder identidad). Por fuera, la izquierda trotskista representada por Myriam Bregman está consiguiendo una buena aceptación en las redes sociales, pero necesitará algo más para superar el 3% de los votos.

Así pues, partimos de una crisis general de autoridad y tres crisis específicas para entender la situación argentina: crisis del sistema político, crisis económica y crisis del kirchnerismo –y de sus aliados–.

  1. Javier Milei o la reacción impugnatoria de las crisis

La religión y la ciencia han sido elementos trascendentales a la hora de configurar las distintas cosmovisiones hegemónicas durante los últimos siglos. El «paleolibertario» Javier Milei no es ateo, pero ha dicho que su compatriota Bergoglio, a la sazón Papa de Roma, es «representante del maligno en la tierra» y, de hecho, una de las últimas propuestas de campaña de La libertad avanza es romper relaciones con el vaticano. Por otra parte, otra de sus propuestas es cerrar el CONICET, el principal organismo científico del país. Ni la religión ni la ciencia, nada está a salvo de la crisis de autoridad de la que nace Milei. Parafraseando a Dostoievsky, si la autoridad ha muerto, todo está permitido.

Milei es una expresión de un fenómeno global, pero aporta particularidades nacionales interesantes. Su votante es transversal en términos sociales, algo que no puede conseguir la derecha «macrista» representada hoy por Patricia Bullrich. En términos generacionales es joven, algo también imposible para la derecha tradicional (el spot de «viejos meados» es el resultado de esta asunción). Es un votante masculinizado, algo que sorprendentemente no está aprovechando la única candidata mujer de la contienda. La principal particularidad es su discurso «materialista»: su discurso no es tan identitario como el de la mayoría de ultraderechas, entre ellas la española. Aprovecha su condición de economista y una crisis económica espectacular para poner en el centro su propuesta lunática de dolarización.

La libertad avanza está haciendo una campaña disruptiva, alegre, cabalgando todas las emociones movilizadoras en una conjunción explosiva. Juega con ventaja, pues Massa vende una racionalidad poco atractiva por motivos evidentes. Aún así, ha conseguido hilvanar un relato inteligible en unas condiciones difíciles: «Cogí el fierro caliente cuando los demás habrían huido para poner en marcha un nuevo gobierno –diferente del actual– que no se olvidará de ti y que podrá dialogar con todos –a diferencia de los demás–». Y Patricia Bullrich ha quedado en un posicionamiento subalterno, ya que ha perdido la bandera del cambio.

El éxito principal de Milei está consistiendo en reenmarcar la aversión al riesgo, a la incertidumbre y a la pérdida. De todos los sesgos que afectan a nuestro comportamiento de manera sistemática e inconsciente, estos probablemente sean los más importantes. También en el ámbito político. El cambio juega en desventaja a la hora de desprenderse del riesgo, pues la gente tiende a valorar más lo que ya tiene. (Para vencer en una campaña, la esperanza debe ser tres veces más fuerte que el miedo). El éxito del Brexit consistió en este reenmarque que se tradujo en un eslogan impecable: «Recuperemos el control». Dominic Cummings quería transmitir la idea de que el cambio, en este caso salirse de la Unión Europea, no pretendía conquistar algo nuevo que estaba por construir, sino enderezar el rumbo, devolver las cosas a su estado original, corregir las desviaciones. Si la incertidumbre inherente al cambio de Milei pesa menos que el descrédito del statu quo, La libertad avanza ganará; si el cambio de Milei es visto finalmente como un salto al vacío con más riesgos que lo que hay pero con algunos ajustes, perderá.

  1. La campaña electoral: ¿qué se somete a referéndum?

Hasta el momento, y como mínimo hasta el lunes, la campaña opera en buena medida como un referéndum sobre el gobierno. Es lógico entre otros motivos por la situación insostenible en la que se encuentra el país. Es posible que Milei gane este domingo sin necesidad de balotaje si Juntos por el Cambio continúa la tendencia descendente que indican varias encuestas. Mientras funcione la lógica de referéndum sobre el gobierno el único interés real está en ver qué porcentajes obtienen sus distintas formas de impugnación.

Las posibilidades de Unión por la Patria pasan, lógicamente, por una segunda vuelta y, en ella, pasar de un referéndum sobre el gobierno a un referéndum sobre Milei. El objetivo de unas elecciones es construir mayorías, y eso significa que debes ser –también– el mal menor para algunos sectores. Esto es más fácil cuando gira el tablero y sectores indecisos se ven obligados a votar a la contra. Esto es lo que ocurrió en España cuando la campaña se convirtió durante la última fase en un referéndum sobre un Feijóo mentiroso y poco de fiar. (Sánchez pudo sumar tres puntos, más que por el PSOE, contra el PP y Vox). Esto es lo que ocurrió, aunque de otra manera, en Colombia cuando la segunda vuelta se convirtió en un referéndum sobre Rodolfo Hernández bajo la hipótesis de que cuanto más se le conocía, menos confianza generaba.

Paradójicamente, el imponente triunfo en las PASO de Milei era una condición imprescindible para una posible movilización reactiva que empiece evitando una victoria definitiva en primera vuelta y convierta a Massa como el mal menor en segunda vuelta. De la misma manera, el triunfo de la derecha en mayo era imprescindible para que Sánchez, con acierto, pudiera lanzar un mensaje de ultimátum al electorado progresista disolviendo las Cortes: «Ya no hay más oportunidades, esto es un combate a vida o muerte y si no nos movilizamos todos perderemos». ¿Se producirá un fenómeno similar en Argentina en caso de balotaje? ¿Alcanzará el caballo? Está por ver, pero en ese caso Massa contaría con un relato poco atractivo, pero no despreciable: «Somos conscientes de que este gobierno fracasó y tomamos nota. Ahora empieza un nuevo tiempo que tenemos que construir entre todos evitando que la locura nos empuje a un salto vacío de consecuencias nefastas para nuestro país».

Quien impone la pregunta de campaña, gana. De momento ganará Milei porque está mejor posicionado en el único eje universal de todas las campañas, el de cambio –cuyo sentir es mayoritario– o continuidad. Pero en caso de segunda vuelta no habría nada escrito. El triunfo de la locura reaccionaria no es inevitable.

Durante el último año me he servido del trabajo de muchas personas para conocer, dentro de límites insoslayables, la realidad argentina. Me gustaría hacer algunas menciones especiales. En el ámbito de las encuestas y los datos, a los equipos del CELAG, Alaska Comunicación y Betta Lab. En el ámbito de la comunicación, al equipo del podcast Todos son iguales y particularmente a Ioni Abelson, Lisandro Bregant y Franco Pisso. En el ámbito de la estrategia, a Jaime Durán Barba, Juan Courel y Mario Riorda. En el ámbito del análisis político del fenómeno Milei, a Pablo Stefanoni, Pablo Semán, Nicolás Welschinger y Maristella Svampa. Y, por último, una mención honorífica al que hoy es el líder espiritual e intelectual orgánico del peronismo: Tomás Rebord. (Ni que decir tiene, ninguna de estas personas debe hacerse cargo de las opiniones aquí vertidas, pues es más que probable que no coincidan con ellas: ni falta que hace).

Ángel de la Cruz (@angeldelacruziu) es Presidente de la FEC, editor de la revista laU, responsable de Estrategia y elaboración política de IU y Especialista en Campañas electorales por la UCJC.