No está de moda ser “juancarlista”. Los deméritos del Rey emérito, más que los méritos del republicanismo español, están en la base de la crisis que la institución monárquica vive en nuestros días. ¿Cuánto de profunda es? Pronto tendremos la primera gran encuesta fiable sobre el estado de la cuestión. 16 medios de comunicación independientes, entre los que están cabeceras como El Salto, CTXT, Público, Píkara, Carne Cruda o La Marea, hemos lanzado un crowdfunding para financiar la encuesta que el CIS, tanto con gobiernos del PSOE como del PP, lleva cinco años negándose a hacer. Un detalle importante. El dinero que necesitábamos para pagar a la empresa de demoscopia se recaudó en menos de 24 horas.
A la espera de saber cuántos son los republicanos, cómo son, es decir, qué edad, género, clase social, nivel de estudios y código postal tienen, podemos realizar algunas conjeturas a partir de los escasos estudios de opinión que se han hecho al respecto. Sabemos por ejemplo que el republicanismo del siglo XXI es mayoritariamente joven, urbano, de izquierdas, en un sentido bastante amplio, y habita sobre todo en las periferias, especialmente en las periferias catalana y vasca, pero también en las periferias de los barrios populares de muchas ciudades del resto de España. Esa fue precisamente la cartografía que nos dibujó la histórica cacerolada del 18 de marzo de 2020. “Cacerolada de gran impacto mediático en los barrios populares de todo el país en protesta por el comportamiento del rey emérito. Cacerolada atronadora en Barcelona y en el resto de Catalunya”, como describió en La Vanguardia el periodista Enric Juliana lo que hasta hoy ha sido la mayor demostración de desafección a la Monarquía de la historia reciente de España.
La marea republicana parece subir, pues, en España, gracias al deshielo de ese glaciar que ha sido durante cuarenta años el “juancarlismo”. ¿Quiénes eran los juancarlistas? Sobre todo votantes del PSOE. Gentes de corazón más o menos republicano, pero que podían convivir sin grandes problemas con una Monarquía moderna, aseada y que se limitara a ocupar un papel meramente simbólico en la vida política del país. Hoy los votantes del PSOE, a tenor de lo poco que sabemos, parecen estar migrando de un monarquismo pasivo a un republicanismo pasivo. El PSOE de las periferias, siempre más sensible que el del centro y sur de España a este tipo de variaciones atmosféricas, ha emitido ya algunas señales importantes de que si bien “un diamante es para siempre”, el compromiso suscrito por el partido con la Monarquía en la Transición es un pacto perfectamente revisable. Los pronunciamientos, siempre “a título individual” de María Chivite, presidenta navarra, Sandra Gómez, vicealcaldesa valenciana, y Odón Elorza, exalcalde donostiarra, van por ahí. ¿Va a moverse su dirección nacional? De momento no. El PSOE, el partido que más se parece, y más se quiere seguir pareciendo a España, será como siempre conservador y cauto. Solo si el republicanismo coge marcha, la cúpula de Ferraz tendrá que mover ficha, empezando por marcar distancias con PP, VOX y Cs en el tema real, y siguiendo por dejar de proteger al monarca huido a Emiratos Árabes Unidos.
Y llegamos al meollo del asunto. La preferencia por la República avanza, pero no así el republicanismo como movimiento organizado. Habrá quien lo confíe todo a una gran metedura de pata de Felipe VI, es decir, a la histórica habilidad de los Borbones para autoprovocar su propio colapso y acabar en el exilio, pero como señala el historiador y exportavoz de los Comunes, Xavier Domènech, el espontaneísmo tiene sus límites, y “si no hay estrategia republicana, la indignación puede devenir en frustración”. Sobre todo porque la muerte de Juan Carlos I podría ser la antesala de un gran funeral de Estado, con horas y horas de lacrimógenos programas de televisión para blanquear su figura y recordarnos los momentos estelares de su reinado. Ese escenario, realista teniendo en cuenta que el Emérito tiene ya 82 años, precipitaría el cierre de la crisis que a día de hoy tiene abierta Felipe VI.
El irregular tour veraniego de la Casa Real por las distintas Comunidades Autónomas ha tenido poco de baño de masas, evidenciando la escasa popularidad de la Casa Real, pero también la debilidad del movimiento republicano. Es cierto que allí a donde han ido los reyes los antimonárquicos se han hecho notar, pero también han revelado su desconexión con ese republicanismo mucho más transversal que parece avanzar silenciosamente, y cuya gran salida a la superficie fue la ruidosa cacerolada del pasado mes de marzo.
El gran reto del republicanismo a día de hoy es conectar con ese republicanismo difuso, y lograr que al menos una parte de esos republicanos pasivos que hoy por hoy no se manifiestan en convocatorias muy ceñidas a la izquierda más activista, se vayan convirtiendo en republicanos y republicanas más activos. Aquí apunto cinco ideas para la paciente y esforzada construcción de ese republicanismo.
Primera. La Tercera República tiene que ser para vivir mejor.
Nadie se va a arriesgar a cambiar de forma de Estado para vivir igual o incluso vivir peor. Los electores que votaron Brexit lo hicieron convencidos de que fuera de la UE a su país le iría mejor. Del mismo modo, si el NO se impuso en el referéndum escocés fue porque los independentistas no convencieron a sus paisanos de que la separación del Reino Unido era una opción segura para el futuro de Escocia. Parece una obviedad, pero no lo es en un movimiento republicano cargado de bilis, y que muchas veces parece más preocupado por ajustar cuentas con el pasado que por proyectarse hacia el futuro.
Abro un largo paréntesis. En la última década hemos visto levantar en Catalunya un poderoso movimiento independentista que si bien no partía absolutamente de cero, sí lo hacía de bastante abajo. ¿Cómo el 17% de independentistas que existían en Catalunya en 2010 logró crecer hasta llegar a ser la mitad de la población catalana, en momentos incluso rebasando el 50%? Existen muchos factores. El principal seguramente sea la gran crisis económica, social y política iniciada en España en torno a 2008, y que tuvo en Catalunya sus propias derivaciones, como la sentencia del Estatut, los recortes sociales de Artur Mas, contestados con una formidable acción de desobediencia civil que sitió el Parlament y obligó al gobierno de CiU a entrar en helicoptero al Parc de la Ciutadella, y el no menos importante Caso Pujol, que supuso el derrumbe de la figura política más importante de la historia reciente de Catalunya. Uno de las claves del éxito del independentismo catalán fue tomar todo ese malestar social y político existente y metabolizarlo en apoyos a la independencia. Si el independentismo logró superar su barrera histórica fue precisamente porque logró convencer a muchos catalanes y catalanas que venían de tradiciones, geografías y culturas políticas muy distintas, de que con la independencia vivirían en un país más libre, más próspero y con mayor bienestar. Por eso la represión desplegada después del referéndum del uno de octubre y la amenaza de una guerra económica del Estado contra Catalunya, insinuada con las noticias de una masiva fuga de capitales catalanes hacia Madrid, fueron tan decisivas para minar la confianza en una marcha pacífica y sin grandes sobresaltos hacia la República catalana. Cierro el paréntesis.
¿Puede el republicanismo español convencer a su sociedad de que con la Tercera República viviremos mejor? Lo tiene complicado dados los dos precedentes y sus dramáticos finales. Los ingleses dicen: “si no está roto, no lo arregles”. La propaganda monárquica ha machacado con insistencia en la idea de que los 40 mejores años de la historia de España han estado ligados al restablecimiento de la Monarquía como forma de Estado. ¿Para qué tocar lo que no ha funcionado del todo mal? Un republicanismo que piense en ganar a grandes mayorías debe abordar ese mito y ligar el cambio en la forma de Estado no solo al problema de la corrupción, o a una mayor democratización de las instituciones, sino también a un ambicioso proyecto de ampliación del Estado del Bienestar. República para vivir mejor frente a una Monarquía que ampara la corrupción y los chanchullos empresariales a costa del erario público. El republicanismo debería lograr establecer una equivalencia entre la República y un Estado del Bienestar más avanzado, en el que los derechos sociales sean blindados en la Constitución.
Segunda. La transversalidad en el centro del proyecto.
Esto va de sumar gente nueva. El republicanismo no tiene que preguntar a la gente de dónde viene, sino hacia dónde quiere ir. Flash back. 1930. El republicanismo pacta en San Sebastián una hoja de ruta para traer la República a España. En el contubernio participan personajes muy variopintos, republicanos de los de toda la vida y algunos otros sin ningún tipo de pedigrí, procedentes incluso de las filas monárquicas, como Miguel Maura, hijo del político derechista Antonio Maura, ex diputado del Partido Conservador, o Niceto Alcalá Zamora, dos veces ministro con Alfonso XIII. En la Transición la Junta Democrática, impulsada en 1974 por el Partido Comunista de España, supo integrar y visibilizar a gentes como Rafal Calvo Serrer, destacado miembro del Opus Dei, al príncipe carlista Carlos Hugo De Borbón, el notario Antonio García-Trevijano o al refinado aristócrata José Luis de Villalonga. También el independentismo catalán ha sido en el último ciclo hábil dando cancha a personalidades procedentes del PSC o de ICV, a artistas como el rumbero Peret o a políticos castellano parlantes como Gabriel Rufián. Agregar las voluntades necesarias para ser mayoría es incompatible con estar todo el tiempo pidiendo el carnet a las puertas de la discoteca o exigiendo a los nuevos republicanos arrepentimiento público. Toca también abandonar la jerga para iniciados. Un republicanismo que realmente quiera ser de masas debe esforzarse en hablar un lenguaje comprensible para amplios y heterogéneos públicos, así como atraer a sus posiciones a muchos juancarlistas que pueden considerar que la Monarquía cumplió un papel histórico positivo en la Transición, pero también que su tiempo ha pasado.
Tercera. El republicanismo debe buscar alianzas plurinacionales y con la España vaciada.
Hoy por hoy Catalunya, el País Vasco y Navarra son los tres territorios que concentran un mayor rechazo social a la Monarquía. En las tres comunidades la respuesta a la crisis política ha oscilado entre el voto a opciones nacionalistas y a opciones federalistas de izquierda. El republicanismo debe apoyarse en esa fuerza, y saber pactar con otros republicanismos que no piensan en clave española. Proponer un republicanismo que no tenga en cuenta la problemática plurinacional y territorial de España, y especialmente la cuestión catalana, es colocarse de espaldas a la realidad del país que se quiere transformar, del mismo modo que hacer en Sevilla o Madrid propaganda en defensa de la República catalana. El republicanismo debe saber hablar tanto a los que se sienten españoles como a quienes se consideran solo catalanes, vascos o gallegos y proponer una hoja de ruta compartida para reformar el Estado. ¿Es posible compaginar plurinacionalidad y solidaridad? Reconocer las demandas soberanistas al mismo tiempo que se ofrece un horizonte de futuro para la España vaciada y la España envejecida puede ser tan compatible para los republicanismos como a día de hoy lo es para las derechas oponerse al pacto fiscal en Catalunya, defender la hacienda foral en Navarra y apostar por la transformación de Madrid en una especie de paraíso fiscal dentro de España.
¿Es posible atraer a los nacionalistas periféricos a un proyecto común? Nadie ha dicho que sea fácil, pero en un momento en el que los límites de la vía unilateral ensayada en el Procés han quedado en evidencia, resulta más factible que muchos catalanes vuelvan a apostar por una alianza federal o confederal con los sectores progresistas del resto de España. También Bildu ha abandonado su antiguo aislacionismo para pactar con el PSOE y Unidas Podemos medidas progresistas. Como recientemente explicaba Xavier Domènech, “aquellos que quieran construir repúblicas en Catalunya, en el País Vasco o en Galicia tienen que entender que cualquier apertura constituyente que reconozca sus soberanías pasa por la transformación del Estado que puede ser querido o no, pero es un problema común”. Volvamos a los ejemplos históricos. 1930. Pacto de San Sebastián. Los partidos republicanos españoles, catalanes y gallegos llegan a un acuerdo: luchar juntos por una República que reconozca el derecho a la autonomía de aquellas regiones que muestren voluntad de autogobernarse. Nuevamente en la Transición los organismos democráticos impulsados por el PCE, la Junta Democrática, y el PSOE, la Plataforma de Convergencia Democrática, terminan convergiendo en un espacio más amplio, la Plataforma de Organizaciones Democráticas, que incluye a movimientos autónomos de Catalunya, Galicia, el País Valenciá, las Islas Baleares y Canarias. La consigna “Libertad, amnistía, estatuto de autonomía”, acuñada por la Asamblea de Catalunya, y extendida progresivamente al resto de territorios del país, lograría unir las demandas democráticas y las demandas de autogobierno. Democratización y descentralización se convertían en conceptos inseparables. Hoy el republicanismo tiene el reto de lograr algo similar, ligar el proyecto de la República a una nueva idea de España y un nuevo pacto territorial en el que se asegure tanto una justa transferencia de recursos económicos de las comunidades prósperas a las comunidades empobrecidas, como el derecho a decidir de aquellos territorios en los que amplias franjas de la población manifiestan su voluntad de autodeterminarse. La República debería ser lo contrario al Estado actual que a la vez que reprime el movimiento independentista catalán, no asegura el desarrollo de tres cuartas partes del país, y tolera el dumping fiscal al resto de las comunidades practicado por las derechas madrileñas.
Cuarta. El republicanismo debe encontrar una consigna aglutinadora.
De entre todas sus propuestas programáticas el republicanismo necesita hallar una, dos o tres, no más, que puedan convertirse en agregadoras de amplias mayorías. Reivindicaciones fáciles de explicar y de retener, a la vez que difíciles de rebatir y negar. No será fácil. La tendencia en los movimientos sociales a no ordenar las demandas en un ranking de prioridades es casi patológica. El 15M por ejemplo fue incapaz de generar un mínimo consenso en torno a unas pocas propuestas, y aquello estuvo en la base de su agotamiento y disolución. La PAH en cambio logró que de todo su extenso programa de medidas en defensa del derecho a la vivienda emergiera mediáticamente una que era difícilmente contestable: la dación en pago. El independentismo catalán logró dar su gran salto adelante cuando dejó de centrarse en el objetivo, la independencia, y puso el foco en el método, el referéndum. A la larga se demostró el acierto de una estrategia que para los más radicales e impacientes parecía un paso atrás. Muchas personas podían estar en desacuerdo con la independencia pero aceptaban en cambio la celebración de un referéndum de autodeterminación. Al convertirse en los máximos defensores del referéndum los independentistas lograban que el Estado apareciera ante la sociedad catalana como el bando del autoritarismo, y los independentistas como el bando de la democracia. ¿Qué podría ser el equivalente para el republicanismo? Me atrevo a lanzar tres consignas: retirada del título de Emérito a Juan Carlos I, juicio en España por sus delitos económicos y referéndum sobre Monarquía o República. El republicanismo se presentaría así como el bando de las manos limpias, la igualdad ante la ley y la democracia, frente a una Monarquía identificada con la corrupción, los favoritismos y la negación de la democracia.
Quinta. El republicanismo no puede confiarlo todo a la espontaneidad y la estupidez de los Borbones: debe organizarse.
El republicanismo, o mejor dicho, los republicanismos, puesto que asumo que el movimiento será necesariamente diverso, plural y con múltiples corrientes y familias, necesita encontrarse pronto física o virtualmente y establecer algún tipo de coordinación confederal, tal y como sucede con el movimiento feminista, ecologista o pensionista. Quizá no pueda aún generar estructuras tan sólidas como las que ha generado el independentismo en Catalunya, con organizaciones de masas como la Asamblea Nacional de Catalunya y Omnium Cultural, pero necesita dotarse cuanto antes de una mínima organización y de portavocías reconocibles que puedan empezar a jugar un papel activo en los medios de comunicación.
La República no está a la vuelta de la esquina, pero sí quizá el surgimiento de un gran movimiento por ella. Por el momento ya se da una situación insólita: un gobierno del PSOE en minoría que se sostiene sobre una alianza con partidos abiertamente antimonárquicos y con el PNV, que aún no sabemos a ciencia cierta qué es. El republicanismo, los republicanismos, necesitarán inteligencia, trabajo, paciencia, astucia, una coyuntura favorable, errores del adversario, y claro está, mucha suerte, para lograr sus objetivos. En 2014, a pesar de las multitudinarias manifestaciones convocadas tras la abdicación de Juan Carlos I, no logramos frenar la coronación express de Felipe VI, pero puede que ya estén madurando en el país las condiciones para que la infanta Leonor no se convierta en la futura reina de España, sino en una feliz ciudadana de la Tercera República. Como siempre, atreverse a salir a ganar no será bastante, pero sí condición imprescindible para que lo podamos ver.
Diego Díaz Alonso (@DiegoDazAlonso1) es historiador y director de Nortes.me.
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