Desde los años 70 del siglo XX, la historiografía tipificó la Historia del Presente (HPr) como aquella parte de la temporalidad sobre la que se proyecta la memoria colectiva y la experiencia socialmente vivida. Con ello, se buscó dotar de personalidad propia a la historia más próxima, dada la obsolescencia del canon establecido por la periodización académica del XIX que había situado los orígenes de la contemporaneidad en la Revolución francesa de 1789. La HPr es el tiempo de la experiencia vivida por las diversas generaciones que coexisten en un determinado momento histórico[1]. Para las sociedades de nuestro entorno, comienza en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y abarca hasta nuestros días. Interpretaciones más dilatadas fijan el inicio de la HPr a partir del momento en que los problemas actuales salieron por primera vez a la luz. Eric J. Hobsbawm formuló su modelo del corto siglo XX haciéndolo nacer de las convulsiones de la Gran Guerra y la revolución rusa, crisol de la era de los fascismos y las “guerras totales” que marcaron la primera mitad de la centuria.
La Hpr, un campo de batalla político
La HPr es uno –y no el menos importante- de los campos de batalla de los distintos proyectos políticos que contienden en esta área geopolítica. Tras la derrota de 1945 y un largo periodo de silencio traumático, Alemania emprendió un proceso de reinterpretación de su pasado en la perspectiva de la reconstrucción de una sociedad democrática, con una política de memoria fundamentada en los siguientes principios: el reconocimiento de los crímenes cometidos por el nazismo; la asunción colectiva de responsabilidades por la comunidad nacional; el estudio, identificación y destrucción de las semillas del totalitarismo; y la apuesta decidida por los valores democráticos[2]. Este modelo de memoria no estuvo exento de altibajos. Las tesis de Nolte sobre la equiparación de los totalitarismos nazi y estaliniano, una cierta justificación de la emergencia del primero por reacción al segundo y la reticencia conservadora a asumir el pasado nacional desde la perspectiva de una “historia de desgracias” dieron lugar a querellas entre historiadores, y entre estos y los políticos.
En la Europa central y oriental, tras la implosión del bloque socialista, las interpretaciones historiográficas experimentaron una evolución caracterizada por la radical inversión de la política oficial sobre la memoria, marcada por el arrumbamiento de la vindicación antifascista y el encumbramiento del hipernacionalismo. En la Ucrania post Maidan, los seguidores de Stepan Bandera, líder del movimiento ultranacionalista y xenófobo responsable de pogroms y crímenes de guerra, fueron rehabilitados como luchadores contra la opresión soviética. Los países bálticos -Estonia, Letonia, Lituania- y Polonia se contemplan a sí mismos como víctimas de dos poderosos agresores totalitarios, pero con diferencias cualitativas: mientras los colaboradores con la URSS son juzgados como elementos marginales a la comunidad nacional -una amalgama de judíos, rusos, inmigrantes, delincuentes o comunistas-, quienes se alinearon con los alemanes e incluso se integraron en unidades de las Wafen-SS son considerados patriotas que combatieron por la independencia frente a la ocupación soviética. En Rumanía y Polonia, los vestigios del antifascismo –como el recuerdo de sus brigadistas internacionales- son erradicados, al tiempo que, en virtud de los esfuerzos de conciliación con Alemania, el gran enemigo ha pasado a ser Rusia[3].
Este país es otro buen ejemplo de reinterpretación del pasado reciente. En época de Yeltsin, sus intelectuales teorizaron la invención de un pasado virtual: si la revolución no hubiera tenido lugar Rusia hubiera elegido sin duda el modelo natural del desarrollo occidental y hubiera sido, al igual que los países occidentales, un país próspero. Bajo Putin, se ha formulado la reconciliación de dos realidades aparentemente opuestas, zarismo y revolución como dos herencias de la historia y la cultura rusas, en pos de crear una nueva identidad basada en los aspectos consensuados y no controvertidos de la historia nacional. De ahí las magnas celebraciones institucionales tanto del triunfo en la Gran Guerra Patria como de los fastos de la Iglesia Ortodoxa. El sincretismo se manifiesta en encuestas como las que entre 2001 y 20014 buscaron entre los jóvenes al ganador del concurso “El hombre en la Historia: Rusia, el siglo XX”. El listado contenía nombres antaño irreconciliables: Lenin, Sajarov, Catalina la Grande, Gagarin. En 2007, un 28% de rusos estaba de acuerdo con la frase: “Sin importar qué errores y crímenes se le atribuyan a Stalin, lo importante es que bajo su liderazgo el pueblo salió vencedor de la Segunda Guerra Mundial”.
Europa occidental no permanece ajena a estos conflictos de memoria. En el Portugal gobernado por los conservadores se desarrolló una tendencia a considerar la revolución de los claveles como un brote indeseado, surgido en un momento en que ya se estaba dando en el país una transición natural hacia la democratización. Visto así, la revolución habría venido a interrumpir una modernización en curso, comprometiendo con sus avatares la estabilidad del Estado. En 2010, un programa de televisión sobre los “Grandes Portugueses de la Historia” dio como vencedor a Salazar, por delante de Álvaro Cunhal[4]. La influencia de los mass media en la conformación de los recuerdos colectivos se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que, en junio de 2014, un 57% de franceses opinar que la derrota de la Alemania nazi fue obra de los Estados Unidos, mientras que solo un 20% la atribuía a la Unión Soviética. En 1945, las proporciones entre las dos potencias eran exactamente las inversas. Casi tres cuartos de siglo de superproducciones de Hollywood no pasan en balde.
La historia del corto siglo XX español, un agujero negro en el sistema educativo
Desde el despegue del movimiento memorialista en España, a comienzos del siglo XXI, la HPr ha sido objeto de aguda controversia. El think tank conservador, FAES, marcó la pauta teórica del argumentario de la derecha política: la presentación de la 2ª República como un régimen radical, poco inclusivo y tendente a la confrontación violenta. Por otra parte, una lectura del franquismo como un régimen funcional, autorregenerado al compás de la evolución del contexto internacional y del crecimiento interno sobre la base de una mayoría silenciosa de pujantes clases medias[5]. Mientras sigue la pugna en el campo político, la ingente investigación académica emprendida durante el último cuarto de siglo no cala lo suficiente hasta los niveles básicos del sistema educativo, que es donde se forman las representaciones con que la mayor parte de los ciudadanos se aproxima al conocimiento de su historia reciente. En febrero de 2010, el 40% de quienes respondieron a una encuesta del CIS afirmaron que la culpa del estallido de la guerra civil la tuvieron los dos “bandos” por igual y el 36% que ambos causaron las mismas víctimas. El 58% afirmó que “el franquismo tuvo cosas buenas y cosas malas” y un 35% valoró que, con Franco, “había más orden y paz”, aunque a continuación, un 80 y un 88% admitiesen, respectivamente, que durante ese periodo se violaron los derechos humanos y no había libertad de expresión. El 74% creía que la transición constituye un motivo de orgullo para los españoles, aunque el 56% ignorase cuándo se aprobó la constitución. El 69% afirmó que recibieron poca o ninguna información sobre la guerra civil en el colegio o el instituto.[6]
La HPr española sigue siendo víctima del canon interpretativo que se aquilató durante el franquismo y, sobre todo, en la transición. Sobre la guerra civil y sus consecuencias se impuso un “deber de olvido” funcionalmente motivado por el deseo de consolidar un periodo de convivencia nacional basado en la superación de los conflictos y el rechazo al uso de la violencia. De tal esfuerzo voluntarista se derivó una lectura ahistorizada del pasado reciente, al que se caracterizó con una serie de rasgos perdurables en el marco social de la memoria española: la guerra civil como locura colectiva, la teoría del empate moral en cuanto a responsabilidades y a violencia civil, y la lectura teleológica que une indisolublemente a la Segunda República con la guerra civil, condenando a aquella como preámbulo indefectible de esta
La enseñanza de la HPr ocupa, en la práctica, un lugar testimonial en la práctica del sistema educativo obligatorio. El resultado es que para una gran parte del alumnado el conocimiento de los últimos tres cuartos de siglo se compone de una mezcla heterogénea de elementos de procedencia diversa, herencias de la experiencia familiar, anécdotas, prejuicios, informaciones no contrastadas y mistificaciones. Con sus limitaciones materiales y temporales, sus inercias e incluso sus reticencias a abordar el tema, la escuela no ha logrado reedificar un conocimiento de la HPr desde una perspectiva inequívocamente democrática. Es necesaria una reforma curricular que otorgue a la HPr el protagonismo de un curso propio, con unos recursos enriquecidos por el cúmulo de fuentes -hemerotecas digitales, audiovisuales, bibliotecas, testimonios orales- accesibles en la red o facilitadas por el tejido social, con un aprendizaje comparativo de las experiencias educativas desarrolladas en los países que también padecieron la convulsa historia del siglo XX, con sus guerras civiles, sus dictaduras y sus procesos de reconstrucción democrática.
[1] François BÉDARIDA: «L´Institut d´Histoire du Temps Présent. Origines, trajectoire et signification», en Seminario Internacional Complutense: Historia del Presente, un nuevo horizonte de la historiografía contemporaneísta. Madrid, octubre, 1997.
[2] Olga NOVIKOVA: “La política de la memoria: Moldear el pasado para construir la sociedad democrática (La URSS y el espacio postsoviético)”. Historia del Presente, 9, 2007, págs. 71-100.
[3] José María FARALDO: “Ocupantes y ocupados. La memoria de la Segunda Guerra Mundial en Europa Centro-Oriental”, Historia del Presente, 14, 2009/II 2ª Época, 83-101.
[4] Raquel VALERA “¿Conflicto o cohesión social? Apuntes sobre historia y memoria de la revolución de los claveles (1974-1975)”, Historia del Presente, 16, 2010/2, 2ª Época, pp. 63-75.
[5] Pueden verse ambas tipificaciones en los aportes del catedrático Manuel Ramírez. En “Hace setenta años. El régimen político y su mentalidad”, Cuadernos de pensamiento político. FAES, abril-junio (2009) el autor establece una evolución del franquismo en tres fases: El paso por la influencia totalitaria, el franquismo católico-empírico y el tecno-pragmático: (http://www.fundacionfaes.org/file_upload/publication/pdf/20130423211559hace-setenta-anos-el-regimen-politico-y-su-mentalidad.pdf ).
[6] Francisco ESPINOSA, Lucha de historias, lucha de memorias. España 2002-2015, Sevilla, Aconcagua, 2015, p. 350.