COVID-19: modera tu entusiasmo

La emergencia mundial por la crisis del COVID-19 ha servido para que las figuras consagradas de la filosofía puedan demostrar al mundo su celeridad a la hora de elaborar análisis a priori de toda experiencia, y su incapacidad para comprender que, como bien ha señalado Ignatius Farray, «cerrar todo para frenar al virus también incluye la puta boca»[1]. Y es que, ¿acaso no nos encontramos ante una situación que, precisamente por inaudita, por contraria a toda experiencia previa, resulta impensable para la filosofía?

La lección detrás de este primer rechazo a los filósofos, en especial a los más especulativos (caso extremo el de Slavoj Žižek, que ya ha publicado libro) parece basarse en la idea, de sano sentido común, de que la filosofía se pronuncia después de que los expertos hayan realizado sus análisis, de que los responsables públicos hayan implementado sus medidas de emergencia, de que la prensa haya conformado (o deformado) a la opinión pública. En el actual estado de alarma, los filósofos somos trabajadores no esenciales, y conviene que nos mantengamos calladitos.

El problema con esta reflexión es que la filosofía, como saber problemático y dialéctico[2], no tendría ningún sentido si no intentase aportar algo en este preciso momento, en el que la sabiduría empírica falla a la hora de domesticar la sensación de extrañeza, el abismo de lo inaudito. ¿No son esos momentos, en los cuales nuestra experiencia cotidiana se quiebra, los momentos en los cuales nos damos cuenta de que tal vez algo fallaba en nuestra antigua escala de valores? ¿No es esta sensación de «encuentro con lo real», que según Santiago Alba Rico[3] demuestra la fragilidad de esa gran fantasía de la «normalidad», una ventana para descubrimientos importantes que tienen que ver con el modelo de sociedad global que necesitamos?

De hecho, tanto es así que el cuestionamiento filosófico de la propia normalidad, y este fantasear con un nuevo orden social global (el comunismo reinventado que propone Žižek[4], el decrecentismo que plantea Joan Benach[5], o las nuevas estrategias antagonistas que propone Paul Preciado[6]), se han convertido incluso en una actitud cotidiana para muchas personas confinadas. Por eso los artículos de los filósofos en los medios de comunicación se están convirtiendo en una mercancía más demandada que de costumbre. Se espera del filósofo precisamente que sirva de brújula para construir una nueva utopía a la luz de la crisis presente (como una caricatura de ese Hegel, ya de por sí caricaturizado, que nos instaba a contemplar la rosa en la cruz del presente). Se espera del filósofo que apunte con dedo acusador a esa realidad cotidiana que es el verdadero confinamiento. Que nos inste a salir de la caverna platónica, a cuestionar todas nuestras certezas[7].

Ahora bien, el cuestionamiento de nuestra realidad cotidiana ya existía, al modo de la «precomprensión» hermenéutica, en el propio llamamiento a la función social del filósofo. Quien acude a la lectura de estos artículos, ya está desde un principio predispuesto a escuchar estas grandes verdades, estos inspiradores impulsos utópicos. Y esto sucede porque en medio del enclaustramiento estamos ya empachados de utopía. Marx hablaba en La ideología alemana de cómo el comunismo supone una ruptura con la fragmentación y alienación humanas, impuestas por la división del trabajo. En la sociedad comunista no estaríamos condenados a ser cazadores, pescadores, pastores o críticos; podríamos dedicarnos por la mañana a cazar, a mediodía ejercitarnos en la crítica, por la tarde pescar y por la noche a apacentar al ganado[8]. ¿No encontramos esta misma utópica (e hiperactiva) libertad en el individuo contemporáneo que teletrabaja por la mañana, ejerce de profesor particular o cuidador a mediodía, hace activismo en su balcón por la tarde, y prepara su propia masa de pan al caer la noche? Al mismo tiempo, todos los directos de Instagram, las infinitas quedadas por Skype o Hangouts, la proliferación de nuevos podcasts y el salto a las redes de nuevos youtubers… ¿no son acaso una muestra de que bastaba retenernos un poco en nuestras casas para hacer eclosionar una especie de «cibercomunismo» igualitario y solidario, ligado a las tecnologías de la comunicación?

Soy profesor de secundaria, y una de las cosas que más me han llamado la atención desde que se suspendieron las clases presenciales es el entusiasmo y el exceso de celo de una parte del profesorado, que parece haber encontrado la oportunidad de aplicar toda una batería de métodos pedagógicos novedosos (que, por cierto, por mucho que el profesorado real y concreto rechace, constituyen la ideología pedagógica dominante en la actualidad, pues medios y administraciones se encargan bien de situarla en el centro del debate educativo).

Pues bien, yo sostengo que este empacho de utopía es síntoma de otra cosa. La utopía florece allí donde no somos capaces de gestionar una crisis cuya evidencia reprimimos. Construimos utopías porque necesitamos levantar un puente entre el pasado y el futuro, y de este modo nos sustraemos al momento presente[9].

Como hemos mencionado arriba, es habitual interpretar que la dialéctica de Hegel sostiene el carácter positivo de todo error, de toda negatividad. En su noción teleológica y progresista de la temporalidad, la historia nos impulsaría de manera automática hacia estadios superiores, más racionales y por tanto mejores. Creo que en estos momentos, contra tales filosofías dulcificadas de la historia, tenemos que reivindicar al Marx según el cual la historia siempre avanza por su lado malo. Todo aquello que vemos como positivo de la crisis sanitaria actual (la puesta en valor de la comunidad, de la solidaridad, la oportunidad de concebir el tiempo de otra manera, la posibilidad de transformar el mundo del trabajo y orientarnos menos hacia el presentismo) es ridículo si lo confrontamos con lo que realmente encubre: teletrabajo agotador y abusivo, familias saturadas por los deberes de sus hijos, una brecha digital de la que nadie apenas está hablando, empresas que están buscando todos los recovecos posibles para ir un paso por delante de la ley atentando contra los derechos laborales… Ante esta realidad, contra la que por suerte tenemos instituciones políticas y organizaciones sindicales que están haciendo todo lo posible, no cabe el buenrrollismo utópico que afirma como algo positivo la sensación de estupor y «extrañamiento» del confinamiento. Y aquí se encuentra el buen hegelianismo que debemos reivindicar: contra la abstracción bienintencionada, contra el llamamiento a «salir de la caverna», entrar en ella hasta el fondo, reconocer todos los peligros que tenemos por delante. El estupor que atravesamos en este momento no es una auténtica suspensión de las certezas. Al contrario, nuestro extrañamiento es el último clavo al que nos agarramos para mantenernos en nuestra fantasía de que las cosas no van tan mal. La suspensión de las certezas tendrá que venir el día después.

La realidad es que en el futuro vamos a tener que pensar sin utopías. En esta línea pesimista, filósofos como Agamben o Byung-Chul Han han sostenido que, lejos de instaurar un cambio revolucionario, la crisis sanitaria global puede conducirnos a importar el modelo asiático de control social digital[10], o un estado de excepción permanente normalizado por el miedo[11]. El problema es que, contraintuitivamente, la realidad que se nos avecina es probablemente peor que la que imaginan los filósofos más pesimistas. Es un futuro que no nos amenaza como un agente externo, contra el cual podríamos ejercer nuestra protesta, sino que pone en cuestión lo que somos, lo que hemos sido como sociedad y lo que queremos ser. Las grandes crisis no sólo transforman la realidad, sino que nos transforman a nosotros mismos, y no siempre para hacernos mejores. Por eso no necesitamos declaraciones bienintencionadas que nos permitan lavarnos las manos, poder exclamar, mañana, un sonoro «os lo advertí». Las posiciones de Agamben o Byung-Chul Han son muy cómodas para una izquierda aún heredera de mayo del 68, y que identifica las transformaciones revolucionarias con un proceso festivo-carnavalesco de crecimiento personal, de liberación. El problema es que esta postura es típica de lo que Hegel, en la Fenomenología del espíritu, llamaba el alma bella, esa conciencia que se resiste a implicarse en la dureza del mundo para así no perder la pureza.

Como afirmaba un amigo en su cuenta de Twitter, «en este mundo de marcas personales y almas puras lo realmente transgresor sería ver a un intelectual con un compromiso fanáticamente leninista a un partido político»[12]. Esto no tiene nada que ver con el mantra liberal sobre el comunismo como una ideología que se impone de manera violenta y artificial, coartando las libertades individuales. En estos momentos de crisis, una de las grandes batallas es la batalla contra la desinformación. Las mismas redes que se han utilizado para inocular mensajes de extrema derecha en la población están siendo empleadas para divulgar conspiranoias paranoides y coronabulos, muchos de los cuales se cuelan (con bastante alegría) en las redacciones de algunos medios de comunicación y en programas televisivos de máxima audiencia. Frente a estas paparruchas, que tratan de dirigir la indignación con fines políticos, necesitamos un protocolo tan metódico como el que estamos empleando estos días para lavarnos las manos. Se trata de establecer una disciplina firme, rigurosa, de higiene mental que ponga lo colectivo por delante de nuestra urgencia de protestar, de decir algo, de esgrimir esas verdades que sentimos como propias. Los momentos de crisis nos enseñan que las verdades que sentimos como propias siempre vienen de otro lugar. ¿Debemos tomarlas tal como nos llegan a través de las redes sociales del miedo? ¿O podemos ir a buscarlas en la reflexión compartida, en la escucha atenta de las voces autorizadas, en el estudio de aquellos referentes intelectuales que nos enseñan formas alternativas de gestionar los conflictos sociales?

Seguramente quien haya leído hasta aquí considerará que el mensaje de callarse y ponerse a estudiar tiene muy poco de práctico. Pero si algo nos enseña la historia del pensamiento humano es que todas las filosofías concluyen siempre con una llamada a la acción. En su clásico escrito sobre la Ilustración, Kant hacía una distinción entre el uso privado y el uso público de la razón que podría resultar muy chocante en nuestra época de intelectualismo narcisista y de falsos revolucionarios de salón. Kant, que creía en el coraje del ser humano para atreverse a pensar por sí mismo, planteaba que había algunas limitaciones a la libertad que no eran un obstáculo, sino un estímulo a ese ejercicio del pensamiento. Hay un uso público de la razón, por el cual podemos ofrecer nuestros argumentos al gran público sin más límite que el juicio de la comunidad científica. Pero hay también un uso privado, que es el uso de la razón conforme a nuestras responsabilidades, orientadas (él consideraba que por el Gobierno) al interés general. «En este caso no cabe razonar, sino que hay que obedecer».[13] Pues bien, en este texto de Kant, que se supone que es uno de los textos clásicos del pensamiento político liberal, hay una descripción perfecta de lo que significa el leninismo al que aludíamos. Lo que pasa es que obedecer significa, en estos momentos, poner todas nuestras facultades en la construcción de redes de solidaridad y en el impulso a una nueva institucionalidad basada en la confianza en lo público.

Por eso, si algo cabe afirmar en este momento desde la filosofía, es la necesidad de guardar cierto silencio. No el silencio del que hablábamos al principio, el silencio del filósofo desautorizado por los expertos, sino el silencio de quien tiene memoria del pasado y un plan para el porvenir pero es consciente de que toda celebración anticipada de la felicidad está condenada a decepcionarnos. No es tiempo ahora de ensayos ni proyectos. Es tiempo de autodisciplina y de poner la idea de solidaridad en el centro. Estamos siendo testigos del esfuerzo y del sacrificio de los trabajadores y trabajadoras de la sanidad pública y de los sectores productivos esenciales, de sindicalistas que han velado por que se cumplan las leyes y se trabaje en condiciones seguras, de fuerzas y cuerpos de seguridad que tienen que gestionar con rigor una cuarentena incómoda. Y se vienen tiempos difíciles en los que vamos a necesitar más esfuerzos y sacrificios si queremos seguir sobreviviendo como sociedad. Tiempos en los que no necesitaremos que nos endulcen la verdad ni que nos cuenten historias. Por eso debemos reconocer, contra la ideología del pensamiento positivo, que solo un futuro distópico puede salvarnos. Un futuro en el que asumamos cambios profundos, en el que estemos dispuestos a implicarnos a fondo. En el que, rememorando la reflexión del último Berlinguer[14], asumamos determinadas formas de austeridad justamente redistribuidas, y reconozcamos que muchos de nuestros intereses particulares deben supeditarse al interés general.

Luis Felip (@luisfe_lip) es profesor de Filosofía, coordinador del Área de Educación de IU Andalucía y responsable de Educación del PCA.

Notas

[1] Farray, I. [@IgnatiusFarray]. (24 de marzo de 2020). Recuperado de https://twitter.com/IgnatiusFarray/status/1242393308221054978?s=20

[2] Martínez, F. J. (2005). Metafísica. Madrid: UNED, pp. 28-29.

[3] Torrús, Alejandro. (26 de marzo de 2020). Alba Rico: “El discurso bélico al hablar de coronavirus da juego a los que quieren reducir derechos”. Público. Recuperado de: https://www.publico.es/politica/covid-19-alba-rico-discurso-belico-hablar-coronavirus-da-juego-quieren-reducir-derechos.html

[4] Žižek, S. (23 de marzo de 2019). Un golpe tipo “Kill Bill” al capitalismo. Lobo suelto. Recuperado de:  http://lobosuelto.com/sobre-el-coronavirus-y-el-capitalismo-debate-zizek-byung-chul-han/

[5] “Hay que aprovechar esta pandemia para hacer un cambio social radical”. Entrevista a Joan Benach. (28 de marzo de 2020). Sin permiso. Recuperado de: http://www.sinpermiso.info/textos/hay-que-aprovechar-esta-pandemia-para-hacer-un-cambio-social-radical-entrevista-a-joan-benach.

[6] Preciado, Paul B. (28 de marzo de 2020). Aprendiendo del virus. El País. Recuperado de: https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html

[7] Como ha comentado Emilio Lledó, «Prefiero decir, simplemente, que seamos algo más, que después de esta crisis del virus intentemos reflexionar con una nueva luz, como si estuviéramos saliendo de la caverna de la que hablaba el mito de Platón, en la que los hombres permanecen prisioneros de la oscuridad y las sombras.». [De Llano, Pablo. (29 de marzo de 2020). Emilio Lledó: “Ojalá el virus nos haga salir de la caverna, la oscuridad y las sombras”. El País. Recuperado de: https://elpais.com/cultura/2020-03-28/emilio-lledo-ojala-el-virus-nos-haga-salir-la-caverna-la-oscuridad-y-las-sombras.html].

[8] Marx, K. y Engels F. (2014).  La ideología alemana. Madrid: Akal, p. 27.

[9] Gramsci, A. «Tres principios, tres órdenes». En Antología. Madrid: Siglo XXI, 1977, p. 18.

[10] Han, Byung-Chul. (22 de marzo de 2020). La emergencia viral y el mundo de mañana. El país. Recuperado de: https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html.

[11] Agamben, G. (17 de marzo de 2020). Chiarimenti. Quodlibet. Recuperado de https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-chiarimenti

[12] Emilio, JT. [@EmilioJT]. (29 de febrero de 2020). Recuperado de https://twitter.com/EmilioJT/status/1233675135145607168

[13] Kant, I. (2000). «¿Qué es la Ilustración?» En Filosofía de la historia. Madrid: F.C.E., p. 29.

[14] Berlinguer, E. (1977). La austeridad. Recuperado: de http://www.mientrastanto.org/boletin-101/documentos/la-austeridad-1977.

Fotografía de Álvaro Minguito.