Del neoliberalismo autoritario. O cómo desterrar la democracia

«El dinero se ha vuelto el resumen de todos los bienes […] puesto que ya no se imagina casi ninguna especie de alegría que no esté acompañada por la idea del dinero como causa».

 Baruch Spinoza
Ética,  IV,  apéndice, capítulo XXVIII

“Ninguna sociedad puede florecer y alcanzar la dicha si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables “.

Adam Smith
La Riqueza de las Naciones

El austericidio español

Según un reciente informe llevado a cabo por el Banco de España[1], en la actualidad, el salario medio nominal de los españoles es exactamente el mismo que el de 1998. Teniendo en cuenta el fenómeno de la inflación, esto es, la subida de los precios de los bienes y servicios en el mercado, se colige que la capacidad adquisitiva de los trabajadores, su salario real, ha disminuido de manera alarmante durante los últimos 20 años. Así, la brecha salarial se amplía y España se coloca en el ranking europeo como el tercer país con mayores cotas de desigualdad. Al punto de que, a día de hoy, el 10% de los españoles más ricos concentra tanto patrimonio como el 90% de la población restante.

Las medidas privatizadoras (en las áreas de sanidad, educación, etc.), el recorte de las políticas sociales (en las ayudas a la crianza, vivienda, etc.), un sistema fiscal que dista mucho de ser progresivo (según analiza Oxfam Intermón[2], la presión fiscal sobre el PIB es 6,9 puntos inferior en nuestro país a la media de la zona euro) y las reformas laborales (a través de la “desregulación” del mercado de trabajo -también llamada, empleando otro eufemismo, “flexibilización”-) dibujan el escenario de precariedad vital en que se encuentra la mayoría de las familias trabajadoras españolas.

Todo ello como consecuencia de las políticas de austeridad aplicadas durante las últimas cuatro décadas en el ámbito de la Unión Europea. Así, mediante el desmantelamiento del Estado de bienestar del período de posguerra -en España ya de por sí muy débil-, las políticas de expansión neoliberal de los mercados se han caracterizado por la poda de lo público y han supuesto la pérdida de derechos sociales fundamentales para las clases populares.

En nombre del “crecimiento general” se han incrementado fundamentalmente los ingresos de los ricos y reducido las prestaciones sociales en los estratos más bajos de la sociedad. Además, como podemos comprobar en nuestro país de forma meridianamente clara, la pobreza y la riqueza se heredan. La OCDE[3] estima que para que una familia del 10 % más pobre alcance los ingresos medios de la población, deberían transcurrir al menos 120 años, o lo que es lo mismo, producirse un relevo de cuatro generaciones. En resumidas cuentas, la movilidad social es descendente, se constata el declive de las denominadas clases medias y el tejido civil se polariza.

No es casual que todos los partidos políticos que conforman el conocido ya como “bloque reaccionario”, a saber, PP, Ciudadanos y VOX (¿no implica la designación, por cierto, dar por supuesto el progreso lineal de la historia?) aboguen por la eliminación del Impuesto de Sucesiones y Donaciones; precisamente aquel instrumento fiscal que puede permitir a un gobierno socavar los privilegios de cuna. O por reducir el Impuesto de Patrimonio a las grandes fortunas, que -apréciese debidamente- desde 2008 han aumentado en España más de un 76% (en 2018 el número de millonarios era un 10,9% superior al de 2017 y se prevé que en 2023 en el país haya un 41% más de grandes patrimonios).

Figura 1. Fuente: Boletín Económico 4/2018, Banco de España

La “comunidad” europea: polvos y lodos

Como resultado de tres décadas de “liberalización económica”, la arquitectura institucional de la UE impide estructuralmente a los Estados miembro intervenir para combatir las desigualdades provocadas por los mercados. De hecho, está diseñada para tal fin: librar los procesos de acumulación capitalista de cualquier procedimiento correctivo o de reparto equitativo de la riqueza.

No significa esto, sin embargo, que la racionalidad neoliberal sólo trace límites negativos (por ejemplo, que los Estados no puedan inmiscuirse en las operaciones que tienen lugar en los mercados financieros). Es algo mucho más complejo. Su especificidad consiste en la producción de dispositivos institucionales que reglamentan y disciplinan la vida de los cuerpos sociopolíticos y de sus ciudadanos. No se trata de que las políticas estatales hayan retrocedido o adelgazado ante los poderes económicos y financieros, sino que son estos los que articulan los contenidos de las primeras. Esa es la paradoja: los intereses privados conforman directamente las políticas públicas.

Así, una vez superado el modelo keynesiano de “liberalismo integrado”, se ha desplazado el baricentro de la función de mediación del Estado Social, ejercida entre los trabajadores y sus representantes sindicales, de un lado, y las empresas y la patronal, de otro. Por así decir, el Estado ya no presta su forma a la empresa, sino que la empresa privada impone su modelo organizativo a las administraciones públicas.

De esta guisa, en el ámbito de la Comunidad Europea, para que los Estados garanticen las relaciones desiguales de los mercados, para que sus gobiernos sean cautivos de los poderes efectivos, resulta necesario un anclaje institucional que los sujete, por medio de compromisos jurídicos y tratados supranacionales, al cumplimiento de un precepto esencial: anteponer el pago de la deuda a cualquier otro tipo de inversión o gasto social.

En España este mandato fue obedecido mediante la modificación del artículo 135 de la Constitución, llevada a cabo en 2011 por el gobierno del PSOE -siendo presidente José Luis Rodríguez Zapatero-, con el apoyo del PP y UPN. La Ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera, aprobada seis meses después de la modificación de dicho artículo por el ministro de Hacienda del PP, Cristóbal Montoro, vino a culminar el proceso, con la imposición del “techo de gasto” a las comunidades autónomas y municipios. Como consecuencia de todo ello, administraciones públicas cuyas cuentas están perfectamente saneadas dejaron de poder gastar su superávit en políticas sociales (educación, salud, juventud, cultura, etc.), mientras que el dinero de nuestros impuestos, depositado convenientemente en los bancos, sí puede ser empleado con fines especulativos por terceros; los inversores. En paralelo, las tasas de reposición permiten recortar el empleo en el sector público, de modo tal que servicios indispensables para la ciudadanía (limpieza, escuelas infantiles, equipamientos deportivos, etc.) se deterioran debido a la falta de personal, generando el caldo de cultivo perfecto para su externalización o privatización. En definitiva, el mantra de la “estabilidad presupuestaria” y la retórica de la reducción de deuda operan como coartada ideológica para la privatización de servicios públicos. Se trata de la pescadilla capitalista que se muerda la cola (parafraseando a Billy Wilder, una pescadilla de sardina que reluce, pero apesta): tales servicios empeoran porque las inversiones y el gasto social para su mantenimiento y mejora menguan; por lo tanto, de la merma o mala calidad de los mismos ha de seguirse su privatización.

Pero el incremento de la deuda pública de los Estados no tiene como causa el desmesurado gasto en políticas sociales, sino el hecho de que sus ingresos son sumamente bajos, ya que los impuestos a las clases altas y grandes empresas privadas se ven reducidos, al tiempo que estas imponen más demandas a los Estados (infraestructuras, gestión territorial, cámaras de comercio, relaciones diplomáticas, etc.) necesarias para el desarrollo de sus actividades. Los presupuestos públicos se achican, pero los compromisos de gasto con los bancos privados crecen.

Capitalismo sin democracia

Como sostiene Wolfgang Streeck en Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático[4], los mecanismos institucionales de la Unión Europea no hacen sino consolidar esta dinámica: neutralizar la presión popular ejercida “desde abajo”, y expandir la libertad de contrato privada “desde arriba”, con la complicidad de los Estados miembro. Se logra aislar entonces el funcionamiento de los mercados del ejercicio electoral y, desde luego, de cualesquiera procesos de deliberación participativa que pudieran implementarse. Así, multitud de decisiones políticas que afectan a nuestras vidas, muchas más de las que nos imaginamos, son tomadas en instancias superiores de la UE que escapan a nuestro control (básicamente porque empobrecen a la mayoría). Esto hace que la economía política, en su fase neoliberal o hayekiana, sea prácticamente inmune a la democracia. O, dicho de otro modo, que la democracia sea fácilmente domesticada por los mercados, una vez restringidas las formas de presión de las clases subalternas sobre la toma de decisiones políticas: debilitando el poder parlamentario, reprimiendo a los movimientos sociales y rebajando en grado sumo los derechos laborales.

En efecto, si se supone, como hace Hayek, que las sociedades capitalistas generan un orden espontáneo a través de la interacción de los agentes económicos en los mercados, el papel de la democracia será percibido como exógeno, e incluso superfluo o parasitario, a la sociedad ella misma autorregulada. Desde este punto de vista, el nexo entre la democracia y el liberalismo, entendido grosso modo como aquel conjunto de doctrinas que defienden el sistema de propiedad privada y el enfoque teórico del individualismo posesivo, es contingente. Se deshace así el mito según la cual sólo o principalmente desde coordenadas liberales se puede articular la democracia. Muy al contrario. Bajo este prisma, siempre que las políticas democráticas constituyan una rectificación del capitalismo (corrigiendo las desigualdades del sistema de propiedad privada) serán consideradas una amenaza, una perturbación intolerable del orden espontáneo del mercado. En ese caso, será antes deseable un régimen autoritario o dictatorial que aplique recetas económicas liberales, que un gobierno democrático. Así lo afirmó Hayek, aludiendo a Pinochet, en una entrevista concedida al diario El Mercurio el 12 de abril de 1981: “prefiero un dictador liberal al gobierno democrático que carece de liberalismo”[5]. El 15 de mayo del mismo año, interrogado por el periódico venezolano Daily Journal, añadiría: “No confundamos totalitarismo con autoritarismo. No conozco ningún gobierno totalitario en Latinoamérica. El único fue el de Chile bajo el gobierno de Allende. Chile es ahora un gran éxito. El mundo debe considerar la recuperación de Chile como uno de los grandes milagros económicos de nuestro tiempo”[6]. Así, mientras que el gobierno de Allende es considerado por Hayek como una forma de “democracia totalitaria”, la dictadura de Pinochet es vista como un tipo de autoritarismo liberal prodigioso.

Figura 2. Tipología de regímenes políticos según Hayek

Fuente: Chamayou, Grégoire, (2018)

 

La paradoja neoliberal

La paradoja del neoliberalismo, así las cosas, radica en que, si bien profesa como principio general el orden espontáneo del mercado, requiere para su determinación política práctica la intervención de un Estado fuerte: fuerte para favorecer la acumulación de riqueza de unos pocos, triturar las políticas sociales y precarizar la vida de la inmensa mayoría de la sociedad. Grégoire Chamayou lo expresa de manera contundente en su libro La société ingouvernable. Une généalogie du libéralisme autoritaire[7], cuando afirma que “el neoliberalismo actual es un autoritarismo socialmente asimétrico: fuerte con los débiles, y débil con los fuertes”.

Y es que el neoliberalismo está notablemente influenciado por los planteamientos teóricos del darwinismo social: en el mercado sólo sobreviven los más aptos. Por consiguiente, así como la selección natural favorece a aquellas especies mejor adaptadas al medio, el capitalismo recompensa a los individuos más capacitados, a los “emprendedores”. De este modo, el mercado es concebido como un mecanismo cuasi- perfecto de asignación de riqueza que, como hemos visto, no debe ser perturbado (bajo este prisma, sería la alteración de su funcionamiento la que explicaría ad hoc el surgimiento de las crisis económicas.).

De lo que se deduce fácilmente que las personas más ricas son, por definición, las más fuertes y brillantes (al margen de otras causas y factores de clase, género, raza o nacionalidad). Y los que fracasan, responsables directos de su suerte. Así se llegará a considerar, como ha hecho la CEOE, que una de las causas fundamentales de la brecha salarial consiste en que “las mujeres arriesgan menos y negocian peor”, mientras que los hombres “parecen contar con una mayor propensión a asumir riesgos y a negociar y competir”. En resumidas cuentas: tenemos lo que merecemos[8].

Mientras que, en un plano ideológico, el neoliberalismo pretende naturalizar las desigualdades sociales, de manera simultánea aleja al demos del perímetro dentro del cual son tomadas decisiones políticas cruciales para nuestra existencia. En coherencia neoliberal, si la sociedad política se autorregula a través del mercado, la democracia debe ser, en todos los sentidos, limitada. Estamos ante lo que ya Rancière definiría en la década de los 90 como el  “fin apolítico de la política”[9], que no es sino el intento de anular toda clase de mediación simbólica o política que bregue contra esas desigualdades que se persigue naturalizar. Así, las “grandes causas colectivas” empuñadas por los movimientos emancipatorios (la justicia, la libertad social, la fraternidad, etc.) habrán de ser olvidadas, por trasnochadas. Y a falta de “grandes causas colectivas”, deberán primar los intereses narcisistas de los individuos particulares. Que cada cual crea en la ficción de no tener más causa posible que sí mismo.

Pero la política siempre exige dispositivos de mediación colectiva. Si no es a través de los grandes ideales universalistas e inclusivos, las demandas de las clases sociales más desfavorecidas por el sistema capitalista neoliberal, las de aquellos que no tienen “nada con qué hacer lazo social”[10], pueden ser recogidas y transformadas mediante la creación fantasmática de identidades particularistas, basadas en la exclusión, cuyo objetivo es protegernos frente al Otro: el extranjero, “que viene a quitarnos el trabajo”, las mujeres que ponen en solfa el reparto tradicional de labores domésticas, privadas y públicas, los gais y lesbianas, pues quizás sus comportamientos remuevan algunos de nuestros deseos no confesados, etc.

La intensificación del racismo, el sexismo,etc. no tiene como causa, por tanto, “el auge de los populismos”, sino que es consecuencia, al igual que estos, del propio neoliberalismo autoritario. Pero- no puede pasar desapercibido-, también del tacticismo y pragmatismo calculado de los partidos otrora socialdemócratas, tras asumir los presupuestos neoliberales del TINA ( There is not alternative)[11].

El sueño de una sociedad que se autoengendra espontáneamente se torna así en la dura pesadilla de los perdedores. El intento de desterrar la democracia, en una forma de ingeniería política.

Juan Ponte González (@JuanGPonte) es candidato al Congreso por Asturias por IU – Unidas Podemos y miembro de la Fundación de Investigaciones Marxistas.

Notas

[1] Los salarios de los españoles están igual ahora que hace veinte años. (2019, 16 de febrero). Recuperado 27 febrero, 2019, de: https://https://www.businessinsider.es/salarios-espanoles-estan-igual-ahora-hace-veinte-anos-375815

  1. Artículos analíticos. (2018). Boletín económico 4/2018 ( 2018, 9 de octubre). Banco de España. Eurosistema. Recuperado de: https://www.bde.es/bde/es/secciones/informes/boletines/Boletin_economic/

[2] Oxfam Intermón. (2019). Desigualdad 1-Igualdad de oportunidades 0 (Nº49). Recuperado de: https://www.oxfamintermon.org/sites/default/files/documentos/files/desigualdad-1-igualdad-oportunidades-0.pdf

[3] OCDE. (2018). Estudios Económicos de la OCDE. España, Noviembre 2018. Visión general. Recuperado de: http://www.oecd.org/economy/surveys/Spain-2018-OECD-economic-survey-vision-general.pdf

[4] Streeck, W, (2016), Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, Buenos Aires, Argentina, Katz Editores.

[5] Extracts from an Interview with Friedrich von Hayek (El Mercurio, Chile, 1981). (2019, 13 enero). Recuperado 27 febrero, 2019, de https://puntodevistaeconomico.com/2016/12/21/extracts-from-an-interview-with-friedrich-von-hayek-el-mercurio-chile-1981/

[6] Daily Journal (Venezuela), 15 de mayo de 1981, citado por Alan Ebenstein, Friedrich Hayek: A Biography, Palgrave, Nueva York, 2001. Anteriormente, Milton Friedman ya había acuñado la expresión “el “milagro de Chile” en referencia a la obra económica de sus discípulos, los “Chicago Boys”, en el país; obra en la que clavarían su mirada pocos años después los consejeros de Margaret Thatcher. Apuntemos, por cierto, que Paulo Guedes, el actual ministro de Economía en Brasil, elegido por Bolsonaro, se formó siguiendo los planteamientos de la “Escuela de Chicago” en la Universidad de Chile, durante la dictadura de Pinochet.

[7] Chamayou, Grégoire, (2018), La société ingouvernable. Une généalogie du libéralisme autoritaire, Mayenne, Francia, La Fabrique éditions.

[8] La CEOE dice que en la brecha salarial influye que las mujeres arriesgan menos (2019, 8 de marzo). Recuperado 21 de marzo, 2019, de:  https://elpais.com/economia/2019/03/08/actualidad/1552050321_823670.html

[9] Rancière, J, (2007), En los bordes de lo político, Buenos Aires, Argentina, Ediciones la Cebra.

[10] La expresión se debe a Jacques Lacan, y es recuperada por Colette Soler para definir lo que califica como el “proletario generalizado”, “al que el capitalismo no propone otros lazos que los que mantendrá, cualquiera sea su lugar social, con los objetos de la producción/consumo a los que Lacan llama plus- de- gozar”. cf. Soler, C, (2011), Los afectos lacanianos, Buenos Aires, Argentina, Letra Viva.

Discrepamos, por nuestra parte, de la concepción según la cual “el capitalismo” es un régimen capaz de deshacer todos los lazos sociales, dejándonos cara a cara con los objetos de plus- de- gozar. La disolución de todos los lazos sociales es una idea límite, metafísica, que sólo puede entenderse como una representación (en todo caso grupal, aunque se dé a escala distributiva) de la destrucción (o deconstrucción) de solidaridades pretéritas por respecto a un presente definido: por ejemplo, el “individualismo moderno” frente a las instituciones medievales. Pero el individualismo no deja de ser una representación imaginaria, porque en toda formación capitalista se generan múltiples configuraciones grupales, enfrentadas entre sí: clases sociales, estilos de vida, empresas multinacionales, monopolios económicos, religiones, etc. Georg Simmel lo describió muy bien: “El individualismo es una técnica de vida que nos permite lograr fines supraindividuales”. cf.Simmel, G, (2010), El conflicto. Sociología del antagonismo, Madrid, España, Ediciones sequitur.

[11]Palop, R, María Eugenia, (2919), Revolución feminista y políticas de lo común frente a la extrema derecha, Navarra, España. Icaria Editorial.

Fotografía de Álvaro Minguito.