El espacio social de las clases y fracciones de clases en Pierre Bourdieu

Es posible resumir el trabajo sociológico de Pierre Bourdieu como una incansable indagación sobre las diferentes formas de dominación social, socio-históricamente constituidas, integrando diferentes tradiciones y aproximaciones de estudio bajo un relativo eclecticismo razonado, orientado siempre a la investigación del mundo social, más que a las exégesis parroquiales o profesorales.

Bourdieu reactiva el trabajo sociológico más alejado de la figura tanto del filósofo profético, el político proyectivo, como del experto tecnocrático «aséptico y neutral» (aquel que se inscribe bajo la contundencia del poder más legitimado y establecido). El sociólogo francés está más cercano a un quehacer científico en ciencias sociales. Algo que en sí constituye una línea política (circunscrita al oficio), desde el momento que desvelar la verdad de los procesos de dominación social es, en parte, comenzar algo a debilitarlos y erosionarlos.

En el presente artículo solamente esbozamos la concepción bourdiana del espacio social de clases, a la vez que señalamos algunos vectores que pueden chocar más a un lector o lectora implicada políticamente o familiarizado con la teoría marxista, sea gramsciana –más de moda–, sea frankfurtiana.

El espacio social de clases y fracciones de clases

Una de las potencialidades heurísticas de cualquier producción analítica es, por un lado, posibilitar la aplicabilidad a los diversos casos y contextos específicos (utilizando el método comparativo), y por el otro, superar y evitar ciertos escollos o «puntos muertos» a los cuáles llegaban modelos alternativos, en términos de comprensión.

De este modo, la idea de espacio social se presenta como superación del pensamiento «sustancialista», el cual tiende a ver y privilegiar las propiedades o atributos a modo de esencias, así como a los grupos sociales en tanto que unidades dadas. Por contra, la concepción del espacio social pretende mostrar y resaltar las relaciones estructurales, entendiendo que son ellas la parte constitutiva y ontológica de lo social, en una línea muy cercana a Marx, para quien la realidad era relacional.

Trazar y construir las relaciones (en primera instancia invisibles) entre las diferentes posiciones sociales, distantes y/o cercanas, es el trabajo del científico social. Este primer movimiento investigativo de una especie de topografía social sitúa las diversas propiedades en diferentes regiones del espacio social, las cuales nos sirven a modo de indicios para detectar condiciones sociales similares, que producirían unos conjuntos de estilos de vida parecidos. Como escribe el pensador francés, «se puede representar así el mundo social en forma de espacio (de varias dimensiones) construido sobre la base de principios de diferencia o distribución constituidos por el conjunto de las propiedades que actúan en el universo social en cuestión, es decir, las propiedades capaces de conferir a quien las posea fuerza, poder, en ese universo. Los agentes sociales y grupos de agentes se definen entonces por sus posiciones relativas en ese espacio» (el subrayado es suyo)[i]. Evidentemente, las posiciones en el espacio social carecen de ubicuidad, solamente se ocupa una posición del espacio social al mismo tiempo, donde cada una se define en función de las variables más discriminantes o las propiedades «más actuantes», esto es, aquellas que por la trayectoria histórica, y a su desigual distribución funcionan a modo de ejes-fuerzas de las relaciones, ahora ya sí adjetivadas como relaciones de dominación o de subordinación.

Las relaciones de dominación se producen a través del ajuste o adecuación relativa entre las estructuras mentales (o formas simbólicas) y las estructuras sociales objetivas, con otras palabras, en la (mayor o menor) correspondencia entre por un lado, los cuerpos y, por el otro, las cosas. De ahí, que en un segundo movimiento de investigación sea necesario obtener y aprehender las subjetividades, los sentidos vividos, los estilos de vida, es decir, el conjunto de perspectivas que cada posición produce, por lo que estas cosmovisiones se resituarían en la topografía dibujada anteriormente, en las clases probables o «clases en el papel» que antes se modelizaron.

Los principales capitales o ejes que Bourdieu observa que con-forman el espacio social –en tanto principios más discriminantes– son el capital económico y el cultural (y, secundariamente, el capital social, la red de contactos e interconexiones que cada posición es capaz de movilizar).

A estos capitales, comprendidos en tanto que vectores extensos y asimétricamente distribuidos en el espacio social, hay que sumar el capital simbólico, compuesto de cualquier forma que tomen los capitales anteriores, siempre y cuando sean reconocidos como legítimos. Por lo que es posible deducir incluso en el mismo campo simbólico la existencia de luchas o pugnas dedicadas a establecer cuál es la definición «verdadera» o «auténtica»; y ello, bajo un proceso permanente de reconstrucción, impugnación y/o mantenimiento.

De este modo, un punto a tener en cuenta es que estas estructuras relacionales se encuentran vehiculadas por la estructura histórica precedente, de recursos, de «activos» o de desposesión. Asimismo, en el trabajo de «mapeo» de las diferentes regiones del espacio social se atiende a tres factores o criterios: el volumen global de los capitales, la peculiar composición o estructura de ellos y finalmente las diferentes formas temporales de (re)producción social de éstos, bien sea por trayectorias heredadas o por adquisiciones recientes.

Por ello, nos encontramos aquí ante un espacio pluridimensional que intenta superar la unidimensionalidad de los modelos economicistas y marxistas. Ya no es solamente el capital económico el que «marca las diferencias» en la vida social, entre poseedores y desposeídos, sino que a ello se le une la dimensión del capital cultural, en su lógica específica, aquella que produce el sistema de enseñanza, transformando los sentidos de las desigualdades sociales en desigualdades «naturales» (genio, talento, mérito, don, etc.). Además de que el capital cultural es mucho más proclive para funcionar como forma simbólica, como representación de la posición, de su estilo de vida, su cultura y valores, sus justificaciones para existir e imponerse.

A la anterior bidimensionalidad habría que agregarle la trayectoria: histórica, por un lado, la propia antigüedad del grupo de cercanos en esa posición, y por otro la trayectoria declinante o ascendente de la fracción de clase en función al resto de posiciones sociales del espacio social[ii].

El análisis del propio campo de producción intelectual

Otra de las virtudes que tiene el modelo bourdiano de espacio social es el hecho de tener siempre en cuenta la propia posición del investigador, a través de un plus de reflexividad, de ahí que se haga hincapié en un conjunto de sesgos y «distorsiones» que tienden a producirse en la propia investigación social. Ello implica un intento de posible vigilancia y control. Dichos sesgos serían aquellos que vienen derivados de la propia posición del investigador, es decir, de las condiciones sociales de posibilidad que producen y constituyen esa región de producción simbólica (retirados/as de la necesidad más urgente para la producción cultural), región específica de las ciencias sociales en tanto que institución social. En otras palabras, serían todos aquellos condicionamientos sociales que conforman, orientan y posibilitan la mirada sociológica o antropológica.

Vemos que el intento es de no universalizar la propia posición, o lo que es lo mismo, de analizar no ingenuamente la posición del intelectual, y sus derivados, profesor, escritor, artistas, etc., toda una diversidad de posiciones sociales que antes parecían no existir o no regirse por las mismas regularidades o condicionamientos sociales, una panoplia que bajo la teoría de Frankfurt, de Mannheim o Gramcsi aparecían como intelectuales desenraizados y desclasados, libres para enclasarse a voluntad o compromiso, sea con los poderosos, sea –en tanto «desinteresados»– con los desposeídos. Nos señala Bourdieu en una entrevista: «Si tantos intelectuales europeos han sido ingenuamente marxistas tanto tiempo, es, entre otras cosas, porque el marxismo les ha permitido ser muy críticos sin verse afectados por su propia crítica. Puesto que no se refirió al capital cultural, el marxismo siguió siendo una teoría revolucionaria con un uso puramente externo, que cuestiona todos los poderes salvo el que ejercen los intelectuales. Introducir el capital cultural, mediante los efectos de consagración, ordenación, etc., es ya complejizar mucho más las cosas, tanto científica como políticamente»[iii].

El sociólogo francés destaca el sesgo intelectualista, consistente en trasponer la cosmovisión propia del investigador, derivada de su práctica social a los sujetos investigados, y pensar que para estos el mundo social se presenta más como algo a esquematizar, analizar y contemplar, hechos siempre a posteriori, que como el sentido práctico más realista, aquel que reclama la inminencia de la acción y la práctica, hechos por hacer, sitios por tomar, trabajos que realizar, tareas y responsabilidades que pesan y hay que cumplir.

Asimismo, nos interesa aquí la crítica que Bourdieu dirige a la visión marxista de clase, en la medida que tiende a confundir la clase teórica o probable con la clase real, existente en tanto que grupo unificado subjetivamente y movilizado en el mundo social. En efecto, el análisis marxista de clase al presuponer una especie de «salto» (que pasa por un proceso de concienciación) desde la «clase en sí», definida de acuerdo a un número de condiciones objetivas, a la «clase para sí», fundada en elementos subjetivos, tiende a ocultar o minusvalorar precisamente gran parte del proceso de producción necesario para la politización y movilizaciónde cualquier agente social, así como su distribución desigual en cuanto a las condiciones de acceso (tanto objetivas como subjetivas, como por ejemplo es la autocensura y la autoexclusión, reflejadas en la frase «esto no es para nosotros»). 

El proceso político de constitución colectiva de grupos

En efecto, para que se produzca el fenómeno de pasar del mero agregado o colección de personas múltiples, sumadas o yuxtapuestas, (collectio personarum plurium) a una existencia o acción colectiva (corporatio) es necesario todo un trabajo de producción de solidaridades y sentidos compartidos continuamente por (re)hacer, es decir, todo un trabajo político. Proceso de unión y desunión simbólica de lo social que tiene unas probabilidades de éxito dispares, debido a que existe una mayor posibilidad de extensión y durabilidad en el tiempo para todas aquellas posiciones sociales que se encuentran bajo unos condicionamientos semejantes por estar cercanas dentro del espacio social.

En consecuencia, en este proceso de movilización y politización es necesario asumir la desigual distribución de los diversos capitales, y más en concreto del capital simbólico, dado que es en este ámbito donde se efectúan aquellos procesos que hacen referencia a cuestiones de clasificaciones y divisiones, de legitimidad, de representaciones y de definiciones sobre lo que «es y debe ser» la sociedad, esto es, la «materia prima» mediante la que se constituyen los grupos, junto con las relaciones (de fuerza) existentes.

Ahora bien, si en cualquier distribución de capital, ya sea económico o cultural, el Estado tiene un peso considerable a la hora de determinar la «orientación de la balanza» dentro de los diferentes contextos sociales, es desde el punto de vista del capital simbólico desde donde este adquiere un papel relevante, siendo el agente social con mayor concentración de poder de clasificación, codificación y nominación, tal como argumenta Bourdieu: «Todas las estrategias simbólicas mediante las cuales los agentes intentan imponer su visión de las divisiones del mundo social y de su posición en ese mundo pueden situarse así entre dos extremos: el insulto, idios logos por el cual un simple particular trata de imponer su punto de vista asumiendo el riesgo de reciprocidad, y la nominación oficial, acto de imposición simbólica que cuenta con toda la fuerza de lo colectivo, del consenso, del sentido común, porque es operada por un mandatario del Estado, detentador del monopolio de la violencia simbólica legitima«[iv] (el subrayado es suyo).

Resumiendo esta breve exposición, cabe señalar que para Bourdieu el mundo social está compuesto de dos tipos de estructuraciones (a su vez, estructurantes en sí mismas, una vez que contienen la dinámica estructural del estado de luchas anteriores), que tienden a interrelacionar entre sí[v].

En primer lugar, esta dualidad de lo social la encontramos en una estructuración en forma objetiva o material, a través de la distribución desigual de los capitales, así como en los mismos objetos producidos. En segundo lugar, se observa en una estructuración subjetiva y simbólica, de disposiciones (imprescindibles para apropiarse de manera adecuada de cualquier producción material), apreciaciones, expectativas y representaciones de los sujetos o grupos. Entre ambas, posiciones y tomas de posición, se originan relaciones de homología.

Finalmente, cabe añadir que el espacio social tiende a producir su reflejo «deformado y difuso» en el espacio físico, en la medida en que los grupos poseedores de capitales pugnan por concentrarlos (lo que le concede a cada capital una mayor potencialidad), al mismo tiempo que utilizan estrategias para evitar la devaluación social.

Anexo. Esquema (simplificado) del espacio social francés de los setenta

(Obtenido de Razones Prácticas, 1997: 17. Derivado de La Distinción, 1988: 124-125)

 

Miguel Alhambra Delgado (@alhambre4) es sociólogo.

Notas

[i] Pierre Bourdieu, Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990, p. 282.

[ii] Pierre Bourdieu, «De la clase dominante al campo del poder», entrevista con Loïc Wacquant, en: Ignacio González Sánchez (ed.), Teoría social, marginalidad urbana y estado penal, Dykinson, Madrid, 2012: pp. 447-448. Para observar mejor la incidencia del tipo de inclinación en la posición, así como de sus propiedades «estructurales de posición» puede consultarse: Pierre Bourdieu, «Porvenir de clase y causalidad de lo probable», en Las estrategias de la reproducción social, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011 y Pierre Bourdieu, «Condición de clase y posición de clase»: Revista colombiana de sociología, Vol.7, Nº. 1, 2002.

[iii] Asimismo es interesante aquí consultar para observar el contraste de aproximaciones: Pierre Bourdieu «El racismo de la inteligencia», en Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990, y Pierre Bourdieu, «La escuela como fuerza conservadora. Desigualdades escolares y culturales», en La distinción, Taurus, Madrid, 1986.

[iv] Pierre Bourdieu, Sociología y Cultura, p. 296.

[v] Bourdieu sigue aquí una de las tesis más originales y consistentes del pensamiento durkheimiano, esto es, la relativa correspondencia –mayor o menor– entre estructuras sociales y estructuras mentales, la organización social y las clasificaciones cognitivas y morales. Véase: Émile Durkheim y Marcel Mauss, «Sobre algunas formas primitivas de clasificación» en: Émile Durkheim, Clasificaciones primitivas y otros ensayos, Ariel, Barcelona, 1996.

Fotografía de Álvaro Minguito.