Enrique del Teso, experto en comunicación: «El que explica las palabras que usa, pierde»

Hace unas semanas, Izquierda Unida, en colaboración con la FEC y el GUE, organizaron las jornadas Nuevas derechas, viejas tempestades. A continuación se transcribe la ponencia de Enrique del Teso para la mesa Defender la democracia: ¿cómo le damos la vuelta al momento reaccionario?, compartida con Sira Rego, eurodiputada y portavoz de IU, e Ioni Abelson, consultor argentino.

Enrique del Teso es filólogo y profesor de la Universidad de Oviedo en el área de Lingüística General, donde trabaja en pragmática, comunicación y comunicación no verbal. Es autor de varios libros sobre temas de lingüística, comunicación y análisis de textos, el último de ellos titulado La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella (2022), publicado por Trea. El consejo de redacción de laU recomienda encarecidamente su lectura.

 

Para hablar de este fenómeno de la ultraderecha el perfil en esta mesa está enfocado a la comunicación. Primera pregunta importante: ¿qué tiene que ver la comunicación con lo que está pasando? Partamos de algunas evidencias.

La primera evidencia es que la actual ultraderecha no toma el poder por la fuerza. Tiene un trato muy amable con la violencia, sí, pero no dan golpes militares como los de antaño ni, por ejemplo, Orbán aspira a mantenerse en el poder a través de la violencia. En segundo lugar: lo que pretende la ultraderecha no solo perjudica a la mayoría, sino que también repugna a la mayoría. En tercer lugar, ¿cómo se compatibilizan estas dos cuestiones con su avance? Si no coacciona violentamente y si lo que quiere repugna a la mayoría y sin embargo avanza, eso significa que su comunicación y propaganda es muy eficaz. Cuarta evidencia: la comunicación también es cosa de dinero, no es solo una cuestión de oradores y además es como en la publicidad, el que tiene dinero, tiene comunicación. El éxito de Vox no se debe a la inteligencia de Santiago Abascal ni de Ortega Smith. ¿Por qué hay dinero en la ultraderecha? Porque los más ricos ya no aceptan el pacto que había en las democracias liberales.

Sintetizando, la subsistencia al menos aquí podemos clasificarla en cinco necesidades: la sanidad, la educación, la comida, la vivienda y la vejez. El que no tiene no tiene para comer, no tiene sitio para vivir, no puede mandar a sus hijos a la escuela, no puede acudir al médico cuando enferma o el que está destinado a tener una vejez pobre, es pobre si no puede cubrir algunas de estas carencias. El que tiene las cinco subsiste y el que rebasa la subsistencia tiene bienestar. El bienestar puede consistir en poder comprar un libro y el fin de semana comerse unas croquetas en un bar, o puede consistir en ir a Japón de vacaciones. La condición de bienestar es muy elástica. Los más ricos decidieron que el bienestar es una especie de excelencia, y para que muchos no puedan acceder al bienestar unos pocos tienen que quedarse con casi toda la riqueza nacional. En España nadie debería estar en el nivel de la subsistencia, y eso significa que la palabra bienestar la tenemos que interiorizar como la justa participación en la riqueza nacional.

Existen muchas fundaciones y think tanks que son regadas con dinero, como las ultracatólicas HazteOír o Abogados Cristianos, y que van conformando un inframundo también con redes internacionales desde el que surgen muchas de las ideas y de las campañas comunicativas de la ultraderecha. La ultraderecha maneja muy bien los miedos de la época, pero para manejar bien esos miedos no basta con un individuo ingenioso, hace falta un sistema detrás que estudie de manera sistemática esos miedos y cuáles pulsar en cada momento. Esto no quiere decir que no se pueda hacer nada, pero sí que debemos saber a quiénes y a qué nos enfrentamos. La comunicación no es un problema menor. Tenemos que estudiar sus discursos y no infravalorar los medios de los que gozan.

¿En qué está teniendo éxito la propaganda ultraderechista? En el último libro que he escrito he tratado de explicar cómo funciona su propaganda y proponer maneras de combatirla, pero también animar a la gente. Cuando vamos al médico y el médico pone nombre a nuestro dolor, sentimos alivio. Si tenemos un diagnóstico, podemos combatir. Hay partido.

Primero: los bulos y la intoxicación. Los bulos son sentencias breves, cargadas emocionalmente, disparatadas y fáciles de repetir. El objetivo es crear en el imaginario colectivo un sentimiento de desconfianza y cinismo en el que ya no importe qué sea verdad y qué sea mentira. ¿Cómo funciona el bulo? ¿Por qué es tan eficaz? La izquierda suele equivocarse al creer que lo que vence a la falsedad es la verdad. No funciona así. ¿Cómo funciona nuestra mente? Imaginaos que voy a comprar un cuadro y me parece que ese cuadro queda bien en mi sala. Esto no quiere decir que el cuadro sea guapo; un tiovivo es guapo y no queda bien en mi salón. Lo que quiere decir que el cuadro queda bien en mi sala es que mejora lo que ya había ahí y tengo la sensación de que el conjunto está realzado con él. Nuestro cerebro trabaja así. La mente nunca está en blanco, nos llegan palabras y lo que el cerebro intenta es mejorar la información que tiene dentro con lo que está llegando. Digamos que lo que busca el cerebro es satisfacción cognitiva permanentemente.

Si yo sigo hablando dentro de media hora y Sira me dice «oye, que son las 20:05 y a las 20:20 nos vamos», ¿qué hace mi cerebro con esa información? Son las 20:05 y deduce, encajando bien la información, que tengo que ir terminando. Normalmente, para buscar la satisfacción cognitiva lo que hacemos es conectar las palabras, encajarlas con los hechos, y a ese encaje se le llama relación. El cerebro quiere alimentarse, en principio, de cosas que son verdad, pero la verdad tiene sucedáneos y el cerebro los acepta exactamente igual. Esos sucedáneos suelen ser emociones negativas, por eso llega Ortega Smith y nos dice que las 13 Rosas eran asesinas, o Pablo Casado nos dice que a los niños en Cataluña les metían piedras en la mochila si hablaban castellano. No hay forma de encajar esas dos cosas en los hechos, pero ¿qué ocurre? Si yo estoy convencido de que los catalanes son unos hijos de puta o de que los republicanos hicieron de las suyas, si tengo esas imágenes negativas, esas palabras no encajan con los hechos, pero sí con mi estado emocional negativo y mi cerebro las procesa exactamente igual que si fueran verdad. Consigue esa satisfacción cognitiva que busca, con lo cual yo me como ese bulo y lo reitero. Decir en qué consiste la verdad histórica de las 13 Rosas o qué está pasando en Cataluña no va a desmontar el bulo, sino que se va a reiterar, y su eficacia consiste en que se repite. El éxito es que nosotros también lo compartimos, aunque sea para denunciarlo.

Cuando Isabel Díaz Ayuso dice que combatir el cambio climático es comunismo nosotros lo ponemos en las redes sociales. Lo hacemos por dos motivos. El primero es porque nos sentimos en comunión emocional con la gente que comparte nuestro espanto ante el disparate. El segundo es que nos encanta a todos tener razón, y si Ayuso, que para mí está loca, dice una tontería, yo lo pongo en las redes sociales: ¿veis como está loca? El problema es que estoy colaborando porque la fuerza del bulo se basa en su viralidad. El bulo provoca que los propios, que la gente de la derecha, se sientan con las ideas muy claras. El lenguaje expresa el pensamiento y por lo mismo lo finge. Es decir, una persona que está hablando tiene la sensación de que está pensando, por eso nunca se hace callar a un sectario: siempre tiene respuesta para todo. El sectario repite el bulo y cree estar pensando y entonces se moviliza. Además, el bulo provoca una fuerte movilización grupal entre los sectarios, que a su vez genera en los demás la sensación de que son muchos y están por todas partes.

Cuidado porque el fascismo que repugna a la mayoría encaja muy bien con estados de ánimos que todos tenemos a veces, y eso significa que puede haber gente de izquierdas que está harta de los comunistas, o de los ecologistas, o de impuestos, o de los extranjeros. La extrema derecha puede tocar al pueblo por varios frentes y algunas personas pueden llegar a decir: «bueno, en eso sí tienen razón». Difícil de ver el lado oscuro es, decía Yoda. A veces no es tan difícil pasarse al lado oscuro sin darse cuenta.

Nunca hay que normalizar el debate con la extrema derecha. Debatir con la extrema derecha debe ser una situación excepcional. La convivencia civilizada tiene dos condiciones que cultivar: una, hay que razonar, dos, que no hay que razonarlo todo. Hay que razonar por qué hay que subir los impuestos, pero no hay que razonar por qué blancos y negros o mujeres y hombres son iguales. El mero hecho de razonarlo ya es barbarie. Parte de lo que busca la propaganda de ultraderecha es que sea cuestionable y haya que razonar lo que debe tenerse por obvio.

Respecto a los bulos y sus discursos en general, nunca hay que concentrar la atención en el mensaje, sino en el portador del mensaje. «Ad hominem» sistemático. Cuando llega un bulo no podemos entrar a debatirlo, debemos calificar al portador del mensaje. Debemos encajonarlos en su ideología, utilizando pocos marcos y reiterativos. Un marco tiene que ser el clasismo, pero nunca hay que tratarlos como los ricos: son los lameculos de los ricos. Los amos de verdad sueltan a sus perros, a ellos. Otros marcos son el machismo, el racismo, su propensión a la violencia y el negacionismo del conocimiento en general. Cinco marcos. Si dicen que dan más dinero a los menas que a tu abuela, no digas nunca las palabras mena o abuela, denuncia el racismo que ciega a los fachas. No repitas el bulo, no lo hagas viral.

¿En qué más cosas está teniendo éxito la propaganda de la extrema derecha? En la provocación. La provocación durante algunos años fue algo de Podemos y ahora es de la extrema derecha. La provocación puede ser buena o mala, como una manifestación: depende de la causa a la que sirva. Si ahora descubrís que soy un troll y me subo a la mesa a hacer gansadas, ¿qué estoy haciendo, el ridículo o provocar? Va a depender de la correlación de fuerzas. Ahora sois más y más fuertes vosotros, por eso haría el ridículo. Pero si tengo una panda aquí de cinco o seis que corean mi provocación, los demás os vais a paralizar porque os vais a sentir agredidos y escandalizados. Ahí estaría provocando.

Y es cierto que la iglesia y la izquierda son muy escandalizables, por eso provocan más que nunca. Llevan el cinismo al límite porque saben que nos escandalizamos fácilmente. ¿La provocación qué efecto hace? Un fuerte refuerzo grupal: los provocadores se crecen. Luego, hacen al adversario fuertemente reactivo. Si disparan provocaciones diarias y tú respondes a las provocaciones, tu hilo discursivo es errático porque estás dedicando tu tiempo a responder a los demás. ¿Cómo se responde a una provocación? De nuevo nunca hay que hablar del mensaje, sino del portador del mensaje. La provocación solo funciona si te sorprende. Aunque te sorprenda, te guardas la sorpresa, ya que tienes que dar por descontado lo que estás viendo. Yolanda Díaz es bastante lista y lo manifiesta, entre otras cosas, en que no es escandalizable. Cuando reacciona a los disparates lo hace de una manera muy templada. «Esto no me coge de nuevas», esa es la actitud ante la provocación. No te enciendas aunque te lo pida el cuerpo.

Al menos en España, la ultraderecha no está penetrando apenas entre las clases bajas, a pesar de lo que se pueda decir, aunque en otros sitios parece que sí. En cualquier caso sí están teniendo éxito en una cuestión: están consiguiente desafectar a las clases populares de la izquierda. Están consiguiendo que los izquierdistas caigan mal, que sean los estirados, los listos. La izquierda siempre piensa que en el mundo hay ricos y pobres, pero mucha gente lo que siente es que hay ricos y estudiados, y estos estudiados me miran por encima del hombro. La extrema derecha está teniendo éxito en presentar a los izquierdistas como altivos, y el problema es que muchos izquierdistas no se dan cuenta de que lo son. ¿En qué sentido? Si yo digo que es bueno el impuesto de sucesiones porque es más justo, porque los que tienen más tienen que colaborar con el conjunto, esto es altivo. Hay algo que se debe hacer siempre: reservar una dosis de egoísmo que interpele a los intereses concretos de cada persona, también de nosotros. Tienes que razonar como parte legítimamente afectada por lo que estás proponiendo. No olvidemos que en el lenguaje corriente decimos muchas veces «¿y a ti qué te importa?». Si no estoy legítimamente concernido en lo que está diciendo mi interlocutor, mis argumentos son espurios.

El dinero que gano trabajando paga impuestos, la fortuna que los ricos ganan sin trabajar simplemente poniendo la mano no paga impuestos. Aquí yo ya me estoy posicionando como persona perjudicada, y a partir de aquí irán las cuestiones de principio. Si no te personas como sujeto afectado vas a parecer altivo. Hay gente que se siente molesta con tantas bicicletas y los «chupiguays» que las conducen. Si yo digo que ojalá todo el mundo fuera en bicicleta y así el mundo sería más limpio y más sostenible, alguien puede decir que los que no son tan listos como yo simplemente quieren dar un paseo de vez en cuando sin que las bicicletas les pisen los talones. «Algún día seremos tan listos como vosotros, pero mientras tanto quiere dar paseos tranquilamente». En ese caso yo parezco altivo aunque no era mi intención. ¿Por qué? Porque no dije nada egoísta, nada personal, solo hablé del beneficio común y abstracto. En cambio, si yo digo: «Yo también soy peatón y hubo un momento de mi vida en el que llevaba a mi padre sentado en la silla de ruedas, y claro que a veces me molestaban las bicis, pero de verdad, no era para tanto». A partir de aquí es cuando ya puedo hablar del tema. El movimiento obrero tradicional lo hacía así.

Segundo: nunca metas en tu argumento de manera frontal la ideología. Ser de izquierdas es como ser simpático o ser educado, es algo que se te tiene que notar, pero no es algo que tienes que señalar. Es absurdo cuando alguien dice «qué gracioso soy». No, eso se tiene que notar. Y soy de izquierdas y a mucha honra, pero no vale de nada decir que quiero un giro a la izquierda en la educación. Y cuidado con la desfiguración del progre, cuidado con los choques culturales, porque siempre ocurrió que las fuerzas progresistas a veces tienen que chocar con los valores de quienes no son sus enemigos. Porque siempre hay en la sociedad inercias, tabús, que las fuerzas progresistas quieren combatir. Es normal que haya gente sencilla a la que le choque que un señor hable de su marido, y esa gente no es el enemigo, pero la extrema derecha utiliza el choque cultural con mucha efectividad. Hay que hacer algo que dice Iván Redondo, que algunas veces me parece listo y otras listillo: no te moderes buscando el centro porque el centro no existe, lleva el centro a tu causa. Llevar el centro a tu causa, en el ejemplo de la negación de la violencia machista, es decir que yo tengo una hija y un hijo que ya empiezan a salir de noche, y solo nos preocupamos por la vuelta de noche de mi hija, porque como todo el mundo sabe en todas las casas, mi hija corre riesgos que mi hijo no. ¿Por qué corre riesgos? Porque todas las chicas corren los mismos riesgos que los chicos más otros particulares solo por ser chicas. Y a partir de aquí podemos hablar de violencia de género, ya que hemos llevado una experiencia particular y al mismo tiempo común a nuestra causa, la del feminismo.

¿Qué ocurrió en mi casa cuando se aprobó la ley del matrimonio de las personas del mismo sexo? Nada, y en la tuya tampoco. Son leyes que permiten que la gente viva como quiera vivir y sin molestar a otros. La Ley Trans va por ahí también. Así, estamos llevando ideas de «centro», vive como quieras sin molestar a los demás, a nuestra causa, y sin chocar ni desafiar con gente con la que no quiero ni chocar ni desafiar. Así conseguimos que no sea exitosa la desfiguración del progre, del listo, del que te mira por encima del hombro, del que siempre habla por el bien de todos y nunca por el suyo propio, del que habla por la ideología y que choca con lo que somos.

Vayamos ahora con la importancia del léxico. Las palabras que ellos usan y yo no quiero usar, no las uso. Yo no tengo por qué usar la palabra «paguita» o «pin parental». Pin parental es censura católica y no lo pienso llamar de otra manera, y lo de «paguita» no lo voy a utilizar ni siquiera para mofarme. Si les parece que la gente que recibe dinero del Estado sin trabajar está recibiendo una paguita yo les voy a replicar sin utilizar el término: mi padre tuvo parkinson a partir de los 54 años y muy pronto ya no pudo trabajar, ni siquiera llevar una vida autónoma. Y naturalmente que recibía dinero sin trabajar con todo el derecho. Hasta los neandertales sobrevivían cuando eran mutilados porque la tribu los acogía, y poco más que neandertales somos. En este caso no dije paguita.

Otra cosa es cuando hablamos de palabras importantes que se quieren apropiar, como libertad. En estos casos tenemos que tener en cuenta que, parezca lo que parezca, el que hace metalenguaje pierde. Es decir, el que explica las palabras que usa, pierde. En Madrid puede ser difícil explicar qué es la palabra libertad en contraposición del discurso de Ayuso, pero se entiende mejor pensando qué me la puede quitar. Y me la puede quitar otra gente que es libre como yo pero está en ventaja, por eso puede quitármela. De esto va la cosa. No se puede decir que todos podemos ser más libres porque es tan estúpido como decir que todos podemos estar en ventaja sobre los demás. Si explico lo que es la libertad estoy perdiendo. Tengo que usar la palabra, no describirla, como hacen ellos.

¿Cómo hago yo para utilizar la palabra? Sentencias rápidas que descalifiquen al otro. La libertad que nosotros queremos no es la libertad de las bandas y de las mafias. Y lo más importante es usarla con mucha paciencia en los contextos propicios para nuestra ideología. En alguna ocasión tendré que decir que todo el mundo tiene derecho a tener asistencia sanitaria, todo el mundo tiene derecho a formarse, a educarse, a tener una pensión digna. Tenemos que tener todos una serie de derechos, y solo así podemos ser libres. Eso es meter la palabra libertad donde hay que meterla. Y cada vez que suelte letanías de la izquierda meto la palabra libertad, pero no la explico, pasando, por ejemplo, del concepto de libertad al de libertades concretas e inteligibles.

Hace poco la Fundación NEOS sacó un vídeo muy gracioso sobre la palabra facha con el mensaje de que los progres llaman facha a todo el mundo. La extrema derecha estaba encantada con el vídeo, pero yo también, porque siempre dije que facha es el equivalente de progre. Es una palabra que les molesta mucho, tanto que de repente hacen un vídeo para explicarlo. Pues seguid así. Por mucho que os intentéis reír os va a seguir molestando que te llame facha. El que se explica, mal.

Como síntesis: nunca repitáis el mensaje de la ultraderecha, replicad al ultraderechista. A los fachas les pasa una cosa: les encanta que los insultes, pero odian que los describas.

Fotografía de Ideas en guerra.