Es necesario construir un relato nacional de izquierdas sobre España

Mires al lugar que mires, verás naciones. Cuando le preguntas a alguien de dónde es y te responde que es francés no te hará falta más información. No preguntarás qué significa “francés”. Asociarás un lugar geográfico, unos atributos, una cultura, una lengua y hasta una forma de aprehender la política. Esto no siempre ha sido así en la historia de la Humanidad. Hace 1.500 años, si alguien te hubiera dicho que es “francés”, no sabrías a qué se está refiriendo, ni podrías asociarle un lugar geográfico, una lengua o una cultura particular, ya que Francia no existía ni habitábamos un mundo de naciones.

Nacionalismo étnico VS. Nacionalismo cívico

El problema no reside en la realidad nacional con la que nos representamos y habitamos el mundo, pues no podemos escapar de ella como demostró Michael Billig en Nacionalismo banal. De hecho, ni los apóstoles más fervorosos de la Unión Europea como superación definitiva de las realidades nacionales pueden abstraerse de las herramientas nacionalistas. En efecto, la Unión Europea también se construye con bandera, himno, demos, gobierno, fronteras y un espacio geográfico, cultural y civilizatorio bien definidos, siempre en clave nacional, aunque sea a través del intento de fundar una nación nueva (europea).

El problema reside en la forma en la que entendemos la nación: durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX, la nación se entendía como un objeto natural, esencialista, que determinaba de forma definitiva el carácter de los pueblos y sus destinos particulares. Los románticos alemanes como Fichte o Herder hablaban de Volkgeist: el espíritu nacional que sería condición existencial de las diferentes naciones y marcarían sus atributos, su identidad y las características psicológicas más profundas de sus miembros.

Hoy, por suerte, muy poca gente entiende la nación como una realidad étnica, natural o esencial. Desde Benedict Anderson sabemos que las naciones son comunidades imaginadas, donde los miembros individuales de una nación no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vivirá la imagen de su comunión.

Las naciones son construcciones políticas flexibles, abiertas y que están en permanente transformación. El artefacto político de la nación es el más exitoso de todos los programas y proyectos políticos conocidos hasta la fecha porque incorpora la idea más cercana a lo eterno. Ni siquiera la amenaza de un “enemigo” externo como la COVID-19 ha logrado fundar una idea de comunión entre los humanos distinta a la nacional.

Haber descubierto que las naciones no tienen nada de esencial, natural o étnico no impugna su realidad performativa, ni tampoco su existencia. Simplemente desplaza la idea nacional de un lugar tenebroso (étnico, autoritario, determinista) hacia un lugar cívico (de derechos, comunidad de iguales y capacidad de transformación).

El problema nacional de España

Aquí es dónde surge la pregunta del millón: ¿y qué pasa con España? Curiosamente, a España se le suele aplicar el viejo análisis étnico-nacional. Lo hace tanto la derecha como la izquierda. La derecha buscando el certificado de existencia de España en un pasado remoto, intentando legitimar la nación española desde Don Pelayo y la Reconquista, como si fuera la nación más antigua de Europa y eso le diera derecho a todo. Una parte de la izquierda, por su parte, está obsesionada en aplicarle un Volkgeist negativo a España, como si España fuera esencialmente fascista, retrógrada o irreformable. Son las dos caras de una misma moneda.

La tarea que tienen las fuerzas transformadoras es escapar a la trampa de la identidad, en el sentido que lo define Clara Serra. Entender que España es un significante abierto, ya que las naciones nunca están completadas ni son eternas, que muta siguiendo las dinámicas de las luchas sociales y que es totalmente posible construir un relato nacional de izquierdas y cívico.

Para que nos hagamos una idea de lo abierto que es un significante nacional, hasta el gentilicio español no es ni siquiera un gentilicio creado por los habitantes de la península, sino por los habitantes de lo que hoy conocemos como Francia. La terminación en “ol” es rarísima en castellano, pero muy común en las lenguas provenzales. La evolución normal de “hispanis” habría sido llamarse “hispano” o “espaniense”.  Si nosotros mismos somos capaces de autodenominarnos con un gentilicio puesto por gente de “fuera”, imaginemos lo que podemos llegar a construir a nivel de lo que significa ser español. Una prueba clara de que nada es esencial ni nada está determinado por algún orden biológico.

Campofrío demostró que se puede construir un relato nacional de izquierdas

Es posible construir un relato nacional de izquierdas: lo demostró Campofrío en sus famosos anuncios navideños de los años 2012, 2013 y 2014, cuando la hegemonía del país estaba del lado de la izquierda y no de la derecha. Cualquiera puede revisar El Currículum de todos, Hazte extranjero o Bombería, tres piezas publicitarias magistrales que visibilizaban a los yayoflautas, a la PAH, a la plataforma de afectados por las preferentes o a los jóvenes que tenían que emigrar por culpa de la crisis, entre otros colectivos sociales elevados a voces nacionales. De hecho, en estos anuncios se llega incluso a impugnar que el corazón de la nación sean los éxitos deportivos de España. En una escena de El currículum de todos, Enrique San Francisco grita “somos campeones”, a lo que Fofito, con gesto desaprobatorio, responde: “campeona es ella”, refiriéndose a una mujer anónima mayor. El pueblo, considerado como virtuoso y no como problemático, es situado como el auténtico depositario de la nación española, en lugar de los grandes ídolos deportivos, los artistas de renombre, los empresarios de éxito o los dirigentes históricos.

Si Campofrío, con unos intereses comerciales particulares, ha logrado hilvanar un relato nacional de éxito desde ejes más cercanos a la izquierda que a la derecha, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? ¿Qué es lo que nos impide reconstruir un hilo popular sobre la nación española? Existe un reflejo nihilista en nuestro aparato cultural que es eficaz erosionando símbolos, pero incapaz de generar sentidos nuevos. Del mismo modo, ha habido muchas derrotas y unas elites que siempre han querido expulsar al pueblo del panteón nacional, pero eso no debería ser asumido como una derrota eterna e incorregible. Nada es para siempre.

De hecho, es muy interesante observar cómo, justamente, la autoconmiseración y el afligimiento, la idea de me duele España, de que esta patria está perdida y no se puede hacer nada para cambiarlo, ha sido uno de los marcadores identitarios que han construido el imaginario sobre lo español. Cada vez que reproducimos un cierto dolor patrio, una especie de condena inevitable que invita al derrotismo, estamos justamente reproduciendo un elemento identitario de la construcción nacional española del siglo XIX. Es tan así que hasta el ensayo definitivo sobre la idea de España lleva por título Mater Dolorosa (de Álvarez Junco).

Este elemento es común a derecha y a izquierda, aunque cada una defina causas diferentes para la decadencia. La derecha lo sitúa siempre en la división interna (nacionalismos periféricos, rojos, etc.), mientras la izquierda lo sitúa en el imperialismo y las derivas autoritarias de las élites monárquicas y económicas. Pero este pesimismo nacional es un punto de partida para cualquier relato sobre España, de hecho, así ocurre también en los anuncios de Campofrío mencionados. Somos ese país sobre el que Machado escribió De charanga y pandereta, convirtiendo el “país de pandereta” en un lugar común para referirnos a nosotros mismos. Cada vez que aseveramos con gravedad que todo lo español es irreformable, en cierto modo estamos acentuando el dolor nacional cuyo mayor exponente fue la generación del 98, del siglo pasado.

Sin nación, hoy no hay democracia

La afirmación positiva del nosotros nacional solo puede hacerse desde la voluntad de ser en común. Una idea inclusiva de nación es aquella que incorpora a todos los sujetos subalternos y celebra la diversidad existente en nuestro país desde un potente impulso democrático. Hoy en día, solo desde la soberanía nacional se pueden defender los servicios públicos y solo la nación puede garantizar derechos de ciudadanía. La alternativa es la soberanía del mercado, donde solo tiene derechos quien puede pagárselos. Pero, como hemos argumentado antes, España puede ser una idea que se ponga al servicio de la barbarie o de la justicia, ya que su identidad es abierta.

La derecha siempre ha querido imponer una idea particular de España, la de los irredentos que fue mil veces invadida y mil veces reconquistada (Numancia, Sagunto, Asturias), desde la visión de legitimar a los estamentos de poder existentes, al statu quo. Su única fortaleza es que hoy, tras más de 40 años de democracia, la bandera rojigualda ya no es sinónimo de dictadura y ellos la lucen con orgullo, aprovechándose justamente de las luchas democráticas que han liderado las diferentes izquierdas para que hoy la idea de España se parezca un poco más a la de su gente y un poco menos a la de sus élites.

En la idea de España de la derecha está incorporada la idea de Menéndez Pelayo de los heterodoxos españoles. Para la derecha, nunca ha habido una convivencia de religiones diferentes, naciones diferentes e ideas diferentes en España. Ha habido buenos españoles (católicos, castellanos y conservadores) y malos españoles (musulmanes, catalanes, izquierdistas), considerados impuros. De ahí han venido las virulencias de las limpiezas religiosas (pogromos e Inquisición) y políticas (guerras civiles): demostrarse a sí mismos y al resto del mundo que este país era puro y sagrado.

El relato nacional de la izquierda debe ir por una idea totalmente diferente porque debe basarse en el republicanismo político. De hecho, la nación fue el elemento legitimador del poder democrático en el siglo XIX (el poder recae en la soberanía nacional, que es el pueblo entendido como nación) contra la legitimidad de origen divino-religioso.

La mitología de España pensada por la izquierda debe referirse a aquella vieja idea de ser Finis Terrae, tierra de aventuras, exótica, de convivencia entre diferentes, pasiones fuertes y un gran componente de solidaridad social. Una idea que defiende las libertades municipales castellanas, las Cortes de la Corona de Aragón, la soberanía entendida como popular, capaz de compaginar elementos identitarios disponibles con un proyecto político emancipador.

Relatos colectivos para ser pueblo

Construir relatos colectivos nunca es sencillo, pero es imprescindible para generar una idea de comunidad con capacidad de dotar sentido histórico a nuestro pueblo. Sin relatos colectivos solo quedan los relatos individuales, mucho más efímeros y con mucha menos capacidad transformadora, pues su espacio de intervención se reduce al cuerpo y personalidad del individuo. Y, entre los relatos colectivos, el nacional es el más potente y el que dispone de más potencialidad transformadora, pese a las reservas que despierta en gran parte de pensadores que suelen olvidar su propio nacionalismo. Muchas veces se confunde nacionalismo con su versión más exaltada y autoritaria, pero la realidad nacional es más bien relajada y banal.

De hecho, las naciones son una garantía de estabilidad en el mundo. Extirparon para siempre el derecho de conquista, por el cual unos señores feudales podían ir a unas tierras, saquearlas y esclavizar a sus habitantes. Hoy, el sistema de naciones presupone un orden internacional de naciones en el que para ser reconocido como nación soberana hay que reconocer al otro como nación soberana, presionando de esta forma hacia una cierta estabilidad que elimina el factor bélico constante, o la amenaza de guerra perpetua.

La principal amenaza a la democracia hoy viene antes de las estructuras de poder supranacionales (OTAN, FMI, OMC, mercados financieros, UE…) que de las nacionales. Es más, la extrema derecha se aprovecha de este factor para crecer: al hablar de globalismo lo que hace es situar la tensión democracia VS. autoritarismo en el eje nación/globalización. Aciertan en colocar el eje ahí, aunque su proyecto nacional sea incompatible con la democracia.

La posibilidad de una victoria política pasa por disputar el universal de la nación española. La posibilidad de cambiar las condiciones de existencia de las mayorías sociales pasa, a su vez, por la capacidad de rellenar de significado España, recogiendo lo mejor de sus atributos identitarios construidos históricamente y dándoles una salida diferente, al servicio de la gente y no de las minorías. No podemos ceder el relato nacional a la derecha, porque es justamente donde la derecha nos quiere colocar.

España debe ser sinónimo de derechos, pluralidad nacional, bienestar y paz. Disputar el sentido de lo que significa “español” pasa por ganar un relato que reconstruya un hilo histórico popular y por dotar de un horizonte compartido al conjunto de nuestro país. Nada está determinado de antemano, la historia no está escrita y es posible que un Estado-nación pueda ser un factor de estabilidad en el mundo, un lugar que trabaje por la paz y relaje los sentimientos que presionan por la barbarie. Es decir, una comunidad imaginada que no excluya a nadie y permita una plena realización democrática de sus miembros y del resto de habitantes del planeta.

Alejandro Pérez Polo (@alejperez_) asesor en comunicación estratégica. Politólogo, Máster en Filosofía por Paris 8 y Máster en Estrategia y Creatividad en Publicidad por la UOC.

Bibliografía

Álvarez Junco, J. (2001). Mater Dolorosa. Taurus, 2020.

Anderson, B. (1983). Comunidades Imaginadas, reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Fondo de Cultura Económica México, 2006.

Billig, M. (1995). Nacionalismo Banal. Capitán Swing, 2014.

Menéndez Pelayo, M. (1882-1885). Historia de los heterodoxos españoles. Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.

Núñez Seixas, X. M. (2018). Suspiros de España. Crítica.

Fotografía de Álvaro Minguito.