¿Es VOX un partido populista?

Tres años después de la eclosión de VOX como la variante española de la nueva internacional reaccionaria, el debate sobre cómo caracterizar su discurso y su estrategia política sigue irresuelto. Existe, por supuesto, un acuerdo generalizado en torno al carácter nacionalista de su discurso. Hasta la fecha, nadie niega que una de las principales formas que VOX tiene para articular lo político se construye poniendo al otro “fuera” de la comunidad nacional; ya sea por su lugar de origen, por su concepción de la familia, por sus valores morales respecto al aborto y la religión, por su lengua o por su cuestionamiento a las “autoridades naturales” de la nación (como la Casa Real), la unidad territorial del Estado o las glorias de su pasado imperial. No obstante, se está muy lejos de resolver el debate sobre su otra naturaleza, la “populista”, de su discurso, y no hay una visión compartida sobre qué papel juegan los discursos “antiglobalistas” o “anti-elitistas” en su forma de articular la política.

Quienes se han planteado a lo largo de estos años si VOX es o no es populista, han llegado a conclusiones contradictorias. Por un lado, son pocos los que niegan que VOX recurra a estrategias propias del populismo como discurso, y se entiende que cuando Abascal dice cosas como: “Estamos con el pueblo español y no con las oligarquías decadentes, hipócritas y enfermas que nos dicen cómo vivir desde sus mansiones”, hay algo importante para entender su estrategia. Es decir, algo que no se puede explicar solo en referencia al nacionalismo, que no se mueve solo en un eje horizontal (dentro/fuera) y que se apoya sobre un eje vertical (arriba/abajo): la lucha de “la España que madruga” contra “los poderosos”. Sin embargo, por el otro, la mayoría afirman al mismo tiempo que ese segundo discurso es suplementario, difícil de distinguir o secundario, y son muy pocos los que alcanzan, satisfechos, una conclusión sobre cómo ha de entenderse ese discurso y cómo se imbrica con el nacional.

Durante el último año, mi investigación sociológica ha estado centrada en mapear el discurso de VOX hasta entender sus lógicas y la manera concreta en la que estas se articulan conjuntamente. Una parte (inicial) de este trabajo requería atender la especificidad de su discurso populista, y por eso después de escuchar una tonelada de horas de discursos y conferencias voxistas y hacer un extenso archivo de su discurso digital (que va desde memes obscenamente boomers hasta vapor-waves en honor a Ramiro Ledesma) mi conclusión es que sí es importante, significativo y está lejos de ser “suplementario” o “indistinguible”. De hecho, basta con prestar atención con un mínimo de detenimiento para percatarse de cómo ese planteamiento “vertical” de lo político recorre cada una de sus instancias, desde su oposición a los medios de comunicación que le son hostiles como “aparatos de propaganda” de “las oligarquías de Madrid” hasta su confrontación del ecologismo como un delirio urbanita y pijo que se ensaña contra una humilde población rural conservadoramente idealizada. Y, de hecho, en contra de quienes aseguran que los antagonismos “populistas” del discurso de VOX son casi invisibles, puntuales o marginales (como si fueran tics, adornos o exabruptos momentáneos) mi trabajo académico me permitió localizar más de cinco docenas de maneras de nombrar a ese “los de arriba” recurriendo a antagonismos claramente verticales. En concreto, 63 significantes distintos formulados a través de un lenguaje visiblemente anti-elitista (y poco usual en las derechas españolas) y que van de la caracterización de los procesistas como una “nueva nobleza catalana” a la de los ecologistas como “los curas de una nueva religión climática”, pasando por significantes más manidos como “las élites de bruselas”, “las oligarquías globalistas” o “las multinacionales”.

La cara B del discurso nacionalista de VOX, donde los supuestos “enemigos de España” son descritos como agentes externos buscando dinamitar la nación desde dentro, es un discurso populista donde el otro es imaginado (o antagonizado) como integrantes de una nueva élite. Es decir, un discurso donde los independentistas no son antagonizados por “amenazar” la lengua nacional y poner en cuestión lo que ven como autoridades “naturales” (la casa real, el ejército, el Estado), sino por ser una supuesta “nobleza catalana” en contra del obrero “charnego”. Un discurso donde los defensores de la llamada “ideología de género” no solo son confrontados como una amenaza a la familia (entendida como unidad mínima e indisoluble del orden de su idea de nación), sino como una “casta LGTB” que anhela imponer una “dictadura progre”. Un discurso donde la izquierda del futuro Frente Amplio no es solo antagonizada como un hipotético caballo de Troya del “Foro de Sao Paulo”, Irán o Venezuela, sino como una “aristocracia pijo-progre” atrincherada en opulentas mansiones.

Su síntesis la podemos encontrar, por ejemplo, en la falla que construyó para su fiesta en VIVA21, más conocida como el “Viña-VOX”; una falla de forma piramidal donde el pueblo aparecía sometido al peso del poder faraónico de esa “agenda globalista” que sus hermanos europeos llaman “el nuevo orden mundial”. En una primera cara, un hostelero y un policía municipal aparecía bajo las botas de un ricachón con camiseta del Black Live Matters (y una nariz con sospechosos trazos antisemitas que enfadó al sector de Espinosa de los Monteros). En la segunda, un bombero y un pensionista resistían a una “dictadura progre” personificada en una militante feminista. Y en una tercera, un obrero de mono azul y una enfermera (siguiendo a rajatabla la división sexual del trabajo “de toda la vida de Dios”) sostenían sobre sus espaldas la agenda ecologista de un “progre” coletudo. En la base, aprovechándose del caos sembrado por los de arriba, un encapuchado les vacía los bolsillos. En el vértice, un sol totémico sonríe orgulloso de la Agenda 2030 que impone sobre ellos. La metáfora populista del nosotros/ellos como un arriba/abajo me pareció ya explícita y descarnada, pero un cartel a sus pies insistía en resumir: “No es el rico, ni el poderoso, ni el gobernante de turno / es el asalariado y el penoso quien soporta el peso del mundo”.

No se trata de ignorar que la mayoría de los blancos del discurso voxista están muy lejos de lo que algunos llaman “el poder real”. Efectivamente, el proyecto político de VOX rehúsa de antagonizar contra los grandes poderes económicos del capitalismo financiero, los principales grupos de poder del régimen del 78 o los poderes supranacionales que habría de confrontar un sujeto revolucionario. Sin embargo, aún siendo VOX un proyecto interno a los entramados de poder que atan a esos poderes entre sí, negar el carácter populista de su discurso significaría no entender qué es el populismo. Porque si bien el voxismo no busca forjar una mayoría social “plebeya” para oponerse a esos poderes, su forma de movilizar a sus seguidores sí hace un uso inteligente y calculado de la imaginación política del populismo para legitimarse, constituirse y mostrarse como algo parecido a un “pueblo”. Incluso si ese pueblo solo aparece con apellidos nacionales (“la España que madruga”, “el pueblo español”) o elude el término de “pueblo” como tal, e incluso si el nombre de las élites (normalmente antagonizadas en abstracto como “los poderosos”) tiende a aparecer fragmentado en un enorme mosaico de significantes  (“los millonarios progres”, “la oligarquía globalista”, “la casta sindical” y, como mínimo, otros sesenta y tres).

El populismo no es una ideología ni es un fenómeno histórico “producido” por fuerzas externas a su expresión concreta. Ni es un programa político, ni es una erupción volcánica de la rabia de ”los perdedores de la globalización”. El populismo es una forma de articular lo político: una gramática de articulación discursiva disponible para todos aquellos actores que se mueven en un orden social donde la democracia y la soberanía popular funcionan como uno de los principios de legitimación más efectivos. Como tal, en un contexto de crisis generalizada donde a las élites políticas tradicionales les cuesta recuperarse del descrédito y el rechazo cosechado, es un arma de doble filo que no solo está disponible para aquellos que buscan derrumbar las estructuras de poder existentes o fundar un orden nuevo. Una herramienta que pueden (y suelen) emplear en momentos de crisis orgánica quienes buscan esa legitimidad democrática y soberanista para otros fines. En este caso, aspirando a la fortificación y la recentralización del Estado como herramienta de poder al servicio de una minoría oligárquica.

El horizonte de un posible Frente Amplio debería hacernos reflexionar sobre todo esto, pues dejar el monopolio de esa “construcción popular” a las derechas sería tremendamente peligroso. Hay muchas formas de “fundar un pueblo” y la política en tiempos de crisis se suele parecer bastante a la oposición de diferentes formas de concebirlo a él y a quien lo define por oposición. El discurso populista de VOX lleva afinándose por luthiers inteligentes como Jorge Buxadé durante años. Principalmente, con la intención de permitir a una facción del PP movilizar grandes partes de su campo político con gramáticas muy poco usuales para la derecha española. Es cierto que de momento no entra en una competición transversal que robe votos a las izquierdas (como algunos ansían ver para confirmar sus propias tesis), pero sí que funciona dando fuerza a su estrategia en tres sentidos: complementando su discurso nacionalista (contra “los enemigos de España”), embistiendo como ariete contra “las oligarquías de Madrid” y dotando de todo un arsenal de guerra a su discurso de oposición al sanchismo como “siervo” de una supuesta “élite global” o cacique de una “dictadura progre”. De hecho, poco a poco, a través de la llamada “Carta de Madrid”, este astuto populismo de orfebrería está sirviendo para dar también un lugar común a toda la “internacional reaccionaria” a través del llamado “antiglobalismo”, reformulando su ofensiva contra los procesos de cambio latinoamericanos y otra serie de adversarios muy diferentes entre sí como un levantamiento contra “los poderosos”.

Para ver esto como algo digno de un estudio reposado no hace falta pensar que vaya a funcionar en términos literales: yo no pienso que sea tan sencillo generar cotas de apoyo obrero y popular hacia la derecha ultra-nacionalista como las de Francia o Austria, de la misma forma que creo que no basta con que la izquierda articule su propia noción de pueblo para romper con el abstencionismo de los barrios obreros y la gente trabajadora. Sin embargo, cada vez está más claro que sin entender la articulación concreta del populismo que hace VOX, jamás podremos llegar a explicar su particular estrategia para movilizar el campo social de la derecha clásica y avanzar, poco a poco, hacia la inclusión de otros sectores desencantados y hastiados por cuestiones muy distintas entre sí.

Iago Moreno (@IagoMoreno_es) es sociólogo por la Universidad de Cambridge.

Fotografía de Álvaro Minguito.