Un grupo humano se constituye como forma de abrir un espacio de realidad para lo nuevo. Al mismo tiempo, nadie sabe bien cómo es ni en qué consiste exactamente ‘eso’ nuevo o quién lo encarna, pero todos imaginan algo al respecto. Algo que les gustaría que ‘eso’ nuevo fuera o que sucediera. Aquí, lo importante es el deseo, entendido como fuerza que camina en la trayectoria de la vida. La función política de ese grupo es, podría decirse, instituir la novedad. En base al deseo, se pueden desempeñar muchas tareas y actividades para que lo nuevo surja o se materialice. Se puede hiperactuar, pero eso no es lo importante. Lo importante es esperar lo nuevo. Des-nombrar lo que ya fue nombrado, abrir los candados y cerrojos, germinar el espacio. Hacer preguntas. Nuevamente esperar con esperanza y, también, con desazón, cuando las respuestas y las soluciones que lo nuevo aportaría no llegan ‘en tiempo y forma’. Mientras las respuestas no llegan, el grupo está vivo y creando. Si, por azar, llega alguna de las respuestas esperadas, el grupo se deshace o desvanece.
Un segundo grupo se aglutina en torno a la figura de uno de sus miembros relevantes o de una idea maestra. Tanto la figura excelente como la idea brillante se muestran como la solución al problema o, cuando menos, como la llave para solucionar el problema. Cada miembro siente que conseguirá algo de la figura excelente o de la idea maestra. Pero ningún miembro lo dice abiertamente ni, probablemente, lo piensa de esa forma. Sí se fantasea, en cambio, con la excelencia, la bondad o la conveniencia de algo o de alguien. Cada miembro del grupo cree en que está dedicando una cantidad de esfuerzo y energía considerable a la tarea programada para concretar la idea o para seguir el plan trazado por la figura excelente. A la vez, la figura excelente siente que lo da todo por ‘ellos’, los suyos, o por ‘eso’ (la idea, la tarea, la resolución del problema, etc.). Aunque solapadamente la figura excelente y protectora del grupo sienta que sin ‘ellos’, los suyos, no es nadie. Todos se sacrifican por algo o alguien mejor, pero el resultado deseado no aparece o, si aparece, nunca es exactamente lo que se esperaba. Por lo tanto, habrá que tomar medidas y tanto la figura excelente y protectora como la idea brillante se perfilan como los favoritos para la defenestración, el repudio o, sencillamente, el desprestigio.
Un tercer grupo se siente en peligro de extinción. Por este motivo, la ansiedad tiñe casi la totalidad de su comportamiento. Como respuesta a este sentimiento, que cada miembro percibe como inexorable, solo se avistan dos cursos de acción posibles: 1) huir (a veces para fugarse basta quedarse quietito, hacerse el distraído, ponerse de perfil, ‘no mencionar el asunto’, etc.). 2) Atacar vehementemente algo (una idea o un objeto) o a alguien. En principio, no importa si ese alguien es de ‘afuera’ o de ‘dentro’ del propio grupo. Pero sí que importa que haya una partición absoluta entre el/la/los que lanzan el ataque y el/la/los que lo reciben. Este grupo se ordena nítidamente en torno a un jefe o líder que aparenta movilizar las ansiedades del grupo. Sin embargo, también puede plantearse al revés: es el grupo el que mueve al líder. Aquí, el jefe es infinitamente más importante que la idea. Puesto que los jefes conducen y ‘clausuran’ las prácticas del grupo, también son los que rebajan la ansiedad. Por el contrario, las ideas siempre dejan espacios en blanco para la interpretación libre y esto es algo que puede incrementar la ansiedad del grupo. En este contexto, la primacía del líder para pensar qué es lo que hay que hacer es indiscutida. Quien discuta o dude (desde dentro o desde fuera) tiene todos los números para convertirse en el blanco de los ataques o en el chivo expiatorio. Estrictamente hablando, el único que tiene permiso para pensar aquí es el líder o su camarilla. El jefe puede conducir con éxito la fuga o el ataque, sin que su fracaso signifique necesariamente la muerte del grupo o el derrocamiento del líder. Aparentemente, lo único que cuenta es el éxito. Aquí, ‘salir a ganar’ es lo mismo que dañar para ‘resistir’: atacar de forma preventiva. En realidad, la única preocupación es sobrevivir. No vivir, que es muy diferente. Subsistir, que tiene menos curvas y, desde luego, menos interrogantes. Por esta misma razón, cuando un grupo opera bajo estos presupuestos o fantasías inconscientes, hay motivos para sospechar dos posibles resultados: 1) que mientras la amenaza de extinción grupal es fantaseada por el grupo, hay individuos concretos (dentro y fuera) que están bajo amenaza de extinción o abandono real. Y 2) que la experiencia que la realidad impone enseña poco o prácticamente nada, puesto que las ansiedades grupales impiden procesarla. Esto equivale a decir que aquí el pensamiento escasea o que no está verdaderamente al servicio de las personas que componen el grupo.
Wilfred Ruprecht Bion (1897-1979) teorizó sobre la psique humana y la psicoterapia de grupos durante el período entre guerras y hasta promediar la década del sesenta del pasado siglo. Su labor investigadora está muy asociada a la escuela de psicoanálisis inglesa, a la clínica Tavistock en Londres, a los nombres de Freud y de Melanie Klein. Luego se abocó por completo al desarrollo de una teoría del pensamiento intrincada, oscura (para sus críticos), llena de recovecos y espacios abiertos a la inefabilidad, la originalidad del pensamiento, a ir más allá del canon. Hasta donde pude averiguar, a Bion no le interesaba demasiado la política; entendida en los términos que la actualidad imprime sobre ella. Sin embargo, me parece que su obra dio en la tecla de lo político, sin proponérselo, al restituir un vínculo apasionante entre la facultad del pensamiento y la configuración psíquica o identitaria de los grupos humanos. Bion sostenía que los grupos tenían una mente grupal, con ontología propia. Y también entendía a los grupos como una colección de individuos nucleados en torno a sentimientos muy poderosos, tan poderosos que a veces resultaban inadvertidos.
Los tres grupos antes mencionado no son una “tipología”, en el sentido instrumental que los científicos sociales suelen asociar a este término. Serían más bien segmentos internos o momentos, fantasías inconscientes, que pueden emerger sin previo aviso y atravesar la constitución de cualquier grupo humano que comparte identificaciones de alguna clase. Al primero lo llamó grupo de apareamiento (o grupo creativo), al segundo grupo de dependencia y al tercero grupo de ataque o fuga. En días aciagos, las ideas de Bion sobre la configuración política y mental de la grupalidad humana pueden ayudar a pensar sobre las emociones de desencanto y desilusión. Para Bion, era la única manera de aprender de la experiencia.
Fotografía de Álvaro Minguito ®. Zuccotti Park, Wall Street. Nueva York, 2012.