Hacia una nueva sociedad de los cuidados

Durante esta pandemia provocada por la COVID-19, los cuidados han salido a la luz porque la humanidad se encuentra en el estado más vulnerable que se recuerda en mucho tiempo. ¿Pero por qué no se habla normalmente de ellos?

Llamamos cuidados a todo lo que necesitamos las personas para la reproducción de la vida y para su sostenimiento. Son imprescindibles durante el nacimiento, la infancia, las situaciones de discapacidad, enfermedad o vejez. El capitalismo obvió siempre la dimensión biológica y social del ser humano. No reconoce nuestra interdependencia y vulnerabilidad. Se empeña, porque beneficia a sus intereses, en destacar la individualidad del ser humano y alejarlo de la naturaleza, haciéndole creer que puede controlarla y ponerla a su merced.

El capitalismo separa la esfera reproductiva de la esfera productiva para invisibilizar el trabajo de cuidados, relegar a las mujeres a esas tareas y apoderarse de la plusvalía que generan. Esas tareas de cuidados permiten que haya siempre obreros y obreras listas para trabajar. Se habla entonces de la economía centrada solo en la esfera productiva (lo que importa) y se esconde e invisibiliza lo que mantiene la vida, es decir la esfera reproductiva (lo hacen las mujeres y no se paga; no importa). Aquí tenemos la división sexual del trabajo, mantenida también a través de mecanismos culturales, sociales y religiosos.

Pero las mujeres no están siempre en los hogares, también salen a trabajar a la economía productiva y lo hacen en peores condiciones. Son la mitad de la población y ocupan un gran porcentaje del sector de cuidados remunerado, pero cobran menos, sufren violencia y están invisibilizadas. Según el INE, la brecha salarial en el año 2017 era del 21,9%. Los contratos parciales no deseados de las mujeres son el 70% del total. En la economía sumergida, además, la precariedad se ceba con las mujeres migrantes.

Se pone de manifiesto que las tasas de ganancia del capitalismo solo son posibles a través de la explotación de la fuerza de trabajo, de la precarización del trabajo reproductivo y de la destrucción del medio ambiente. El capitalismo es insostenible y tenemos que explicar que otro modelo es posible. Modelo que incluye la igualdad de género siempre acompañada de justicia social, redistribución y lo común como centro de las políticas.

Para llegar a la igualdad de género hay que entender cómo funcionan realmente los mecanismos para romper con esas dinámicas. No solo hay que dotarse de un marco normativo de igualdad formal, sino que hay que avanzar hacia medidas estructurales que acaben con la división sexual del trabajo, la precarización, la invisibilización de un trabajo fundamental para nuestra supervivencia.

En los últimos veinte años la brecha de género se ha mantenido congelada, así como la desigualdad en la carga de trabajo del hogar. La maternidad penaliza claramente en las carreras profesionales, mientras que se considera una prima la paternidad, y seguimos perpetuando esta brecha hasta llegar a la jubilación (35% en el año 2019).

Por lo tanto, desde las organizaciones de clase se hace necesario aprovechar la concienciación social de más y mejores servicios públicos puesta de manifiesto durante la pandemia para comenzar un ciclo de mayor concienciación y movilización para que, mediante el diálogo social con las administraciones y la negociación colectiva con las empresas, se avance en implementar y ahondar en medidas que se han demostrado eficaces en diferentes países y que pasan por:

  1. Corresponsabilidad de los cuidados entre mujeres y hombres. Romper con el rol de las jornadas largas de los hombres, considerados los principales proveedores. Y romper con el rol de las mujeres afectivas y cuidadoras. Cuanta más corresponsabilidad, más equidad, más equilibrio y menos desigualdad en los centros de trabajo. Se trata de políticas de reducción de jornadas laborales, adaptación y flexibilidad, fin del presentismo y permisos iguales e intransferibles.
  2. Trabajar en que las mujeres adquieran competencias digitales, que parecen estar en la actualidad en manos de los hombres.
  3. Eliminación de cualquier tipo de violencia en el trabajo a través de la organización en sindicatos de clase y de la elaboración de convenios colectivos y planes de igualdad.
  4. Leyes de transparencia en los salarios, salarios mínimos y negociación colectiva.
  5. Cuanto más se avanza en este terreno, más se visibiliza el trabajo de cuidados y antes se acaba con la división sexual del trabajo. El reconocimiento de estas ocupaciones que son mayoritariamente realizadas por mujeres y su profesionalización es un objetivo de las organizaciones de clase.
  6. Valorizar a través de formación, mejores salarios y condiciones dignas el trabajo remunerado de cuidados.
  7. Al mismo tiempo, realizar una gran inversión en servicios sociales que colectivice gran parte de los cuidados.

Desde el punto de vista sindical debemos tener claros los mecanismos para aplicar políticas de igualdad que se encaminen a la corresponsabilidad y no hacia la trampa de la conciliación para que las mujeres puedan hacerlo todo.

La aprobación de la Ley de Dependencia dio forma a un nuevo pilar del estado del bienestar, pero no supo dotarse de presupuestos suficientes para dar respuesta a todas las necesidades de la población. Dejando además en manos de los distintos gobiernos autonómicos su voluntad de dotación. La Comunidad Autónoma de Madrid destina cada vez más dinero a prestaciones económicas en detrimento de los servicios profesionales que ha privatizado en su mayoría. Además de mantener listas de espera para evaluar o para recibir el derecho de prestación y/o servicio.

La tecnología, en manos privadas y con el único objetivo del beneficio, olvidará el necesario enfoque social de redistribución, dejando a una gran parte de la población fuera del sistema. Si los gobiernos europeos siguen consintiendo que las transnacionales sigan acumulando poder, impedirán una política fiscal progresiva que reducirá mucho los presupuestos públicos para poder tener servicios públicos y de calidad. El futuro se vislumbra complicado a no ser que la clase obrera tome las riendas para poder tener un mundo más justo.

Solo a través de los servicios públicos podremos avanzar hacia una sociedad verdaderamente igualitaria donde puedan cohabitar la corresponsabilidad y la necesaria atención a nuestros seres queridos, así como desarrollar nuestra propia vida. Es un hecho evidente que la clase trabajadora no tiene las mismas posibilidades de conciliación y que esta va intrínsecamente ligada a su poder adquisitivo.

Por eso debemos abogar por que desde los poderes públicos se aborde la necesaria atención a las personas dependientes. Sin inversión en estos sectores, sin capacitación y formación y sin la necesaria diferenciación de las distintas profesiones, las labores de cuidados seguirán siendo sectores fuertemente precarizados y excesivamente feminizados.

Apostamos por que estos servicios se presten de forma directa desde la gestión municipal en estrecha coordinación con los servicios sociales de los propios ayuntamientos. Son estos, por ser la administración más cercana a la ciudadanía, los que se encuentran en mejor disposición de conocer y saber qué cuidados y qué atención precisa exactamente cada persona. Ni que decir tiene que solo desde la gestión directa en cualquiera de sus formas (funcionarios, personal laboral, empresa pública) se garantizará que este servicio se presta desde la necesaria excelencia, tanto profesional como humana. Cuanto más se alejen de la inversión privada, más cerca estaremos de que estos servicios se presten con la dignidad necesaria para usuarios y plantilla.

Apostar por la debida profesionalización de estos sectores desde la inversión pública y avanzar en la diferenciación de cada servicio de cuidados también redundará en una mayor capacidad de organización de las personas trabajadoras de estos sectores en las organizaciones sindicales, tradicionalmente, como venimos analizando con una fuerte presencia femenina y de población migrante. Es un hecho constatable que cuanto más se difumina la línea que diferencian los distintos trabajos de cuidados, más precariedad y menos organización sindical que pueda influir en la prevención y seguridad de la plantilla, la formación, la capacitación y la dignificación de sus condiciones materiales.

A modo de ejemplo, la entrada de las organizaciones de clase en los Servicios de Ayuda a Domicilio (SAAD) que prestan los servicios municipales, en su mayoría en manos de empresas privadas, y la negociación de distintos convenios sectoriales y territoriales, ha supuesto una mejora notable en las condiciones de esta plantilla. Esta mejora ha sido tanto en lo económico (ninguna trabajadora del sector bajo el paraguas del convenio gana menos de 14.000 €), como en la profesionalización de este oficio, tras la obtención de su certificado de carrera profesional.

Por tanto, debemos tender a romper dos mantras que se vienen instaurando con fuerza en el imaginario colectivo social. Por un lado, que cualquier persona puede desarrollar cualquier tarea de cuidados, siendo la chacha esa persona que te limpia la casa, te cuida al abuelo y da clases extraescolares a tus hijos; y, por otro, que las profesionales de los cuidados no son personas sin ninguna sensibilidad, ajenas a las dolencias y necesidades de las personas dependientes.

Evitar el intrusismo profesional y garantizar que este se realiza siempre desde la garantía de hacerlo fuera de la economía sumergida, redundará en que nuestros seres más queridos tendrán la mejor atención en función de sus necesidades reales, diferenciando cada cuidado y cada servicio desde la prestación de forma directa por los servicios públicos tal y como venimos argumentando.

La inmensa mayoría de los pacientes precisan cuidados que sus familiares no pueden darles, bien por falta de tiempo, bien por desconocimiento de las necesidades y tratamientos reales que precisan las personas dependientes. Estas personas trabajadoras desarrollan (como norma general) un estrecho vínculo de comprensión y de empatía con los pacientes que les llevan a incluso soportar grandes cargas emocionales ante las dolencias y necesidades de sus pacientes, ya que dan la atención y el apoyo necesario a estos en su vida diaria.

Entonces, ¿qué hacemos con los cuidados? Darles la importancia que tienen como pilar esencial de nuestra vida. Corresponsabilidad entre mujeres y hombres porque nadie tiene la exclusividad de los afectos. Que la sociedad los integre dentro de los servicios públicos y a través de los impuestos (empresas y trabajadores) se cree una red que abarque desde la infancia hasta la vejez, incluyendo las situaciones de dependencia. Dotar, todo ello, de profesionales perfectamente formados y bien remunerados que den valor al trabajo. Por último, abundar en la organización y extensión dentro del sindicalismo de clase en los sectores de trabajos de cuidados, y, también, organización en la sociedad para reclamar más y mejores servicios públicos. Y, con todo ello, conseguir avanzar hacia la igualdad real desde un punto de vista material, de clase y de género que nos lleve a una sociedad más justa y democrática.

Paloma Rodríguez (@paloma5blas) es miembro del Consejo Estatal del Sector Financiero de CCOO – Servicios.

Daniel Gismero (@dgismero) es miembro de la Comisión Ejecutiva Regional de CCOO Madrid.

Fotografía de Álvaro Minguito.