Hermanamiento y opresión en el siglo XXI

¿Qué es la fraternidad, vista desde un prisma político? Después de años planteándose una pregunta que sigue siendo vigente, Antoni Domènech publicó en 2004, en la editorial Crítica, un libro en el que sugería una respuesta a partir de la Francia revolucionaria. Según él, la fraternidad significa…

…la pretensión (…) de erradicar el despotismo heredado de la vieja loi de famille –el despotismo patriarcal doméstico, no menos que el despotismo del patrón sobre el trabajador–, y de erradicar el despotismo burocrático-estatal heredado de la vieja loi politique de los Estados monárquicos absolutistas modernos[1].

La obra en cuestión era la segunda, y a la postre última, del profesor Domènech, fallecido en los últimos días de 2017: El eclipse de la fraternidad, recuperado en la primavera de 2019 por la editorial Akal, con prólogo de César Rendueles y epílogo de su amigo Daniel Raventós. En el subtítulo de la misma, Una revisión republicana de la tradición socialista, se vislumbra un segundo planteamiento del autor: el socialismo es el principal heredero de los postulados republicanos y democráticos. Vale la pena seguir la pista a sus tesis.

Hacia el 461 a. n. e, Efialtes lidera una revolución en línea con las antiguas reformas de Solón, que había repartido la tierra y suprimido la esclavitud por deudas, en la que uno de los protagonistas había sido el misthón, el salario con que se retribuía a los responsables públicos en Atenas y que daba la posibilidad a los “pobres libres”[2] de participar en la gestión de los asuntos colectivos sin peligro de ruina. Solo unos años después, Aspasia plantea que en la polis “nosotros (…), y nuestros hermanos, nacidos todos de una sola madre, no nos consideramos esclavos ni amos los unos de los otros, sino que la igualdad de nacimiento según naturaleza nos obliga a buscar una igualdad política de acuerdo con la ley” (Menéxeno, 238e-239a)[3], palabras en las que ya había germinado la fraternidad como vector principal y sanguíneo desde los que desplegar la igualdad y la libertad políticas.

Posteriormente, cristianos y estoicos volverán sobre la fraternidad, pero ya sin su gen revolucionario, que había sido la punta de lanza en la ciudad-Estado. Jesús de Nazaret no alcanza a oír a sus dos principales seguidores pedir la sumisión a los poderes políticos, una vez que quien ama “al prójimo” y “a los hermanos” ya ha cumplido la Ley (Romanos 13: 1-8 y Pedro 2: 13-17)[4]. La philadelphia de la Stoa, por su lado, es una vindicación del amor por el “género humano”, según escribe Marco Aurelio en sus Meditaciones (7. 31)[5].

En las postrimerías del siglo XIX, Francia alumbra su propia revolución. Y el 18 de diciembre de 1790, un joven político venido de Arras, en presencia de la Sociedad de Amigos de la Constitución, rescata las palabras de Aspasia y pronuncia por primera vez el aún hoy lema de la Republique: “Libertad, igualdad, fraternidad”[6]. A su alrededor, es preciso recordarlo, Maximilien Robespierre ve un demos privado de estatus político: los alieni iuris, al decir de Domènech, no son personas por derecho propio, sino sometidas a la voluntad de un segundo. Y representan un altísimo porcentaje de la población.

La esclavitud, presente en Atenas, había dado paso a las servidumbres que, siguiendo la clasificación de Montesquieu, son de tres tipos: la loi de famille, la loi civile y la loi politique. La primera alude a la servidumbre respecto al paterfamilias; la segunda a la servidumbre respecto al patrón; la tercera a la servidumbre respecto al soberano, el rey Luis XVI.

De ahí que la fraternidad, al salir de los labios de Robespierre, sea una metáfora conceptual cuyo significado es la “pretensión de universalizar la libertad republicana”[7], propósito que pasa por la ruptura con las servidumbres propias del Ancien régime:

Lo que implica: allanamiento de todas las barreras de clase derivadas de la división de la vida social en propietarios y desposeídos. Lo que implica: una redistribución tal de la propiedad, que se asegure universalmente el «derecho a la existencia». Garantizar ese derecho a todos es para Robespierre (…) la «primera ley social», a la que todas las demás «están subordinadas»[8].

Mas Robespierre y sus seguidores son víctimas de un coup d’Etat el 9 Termidor del Año II, cuando aún no se habían cumplido dos años de la proclamación de la Primera República. L’Incorruptible y una veintena de montagnards son guillotinados al día siguiente, dando paso primero al Directorio, que vuelve al sufragio censitario (después de que la Montagne hubiera aprobado el universal para los varones), que además proscribe las peticiones ciudadanas y los clubes políticos; y luego a Napoleón, que recupera el Code Noir de 1685 (después de que la Montagne hubiera suprimido la esclavitud en las colonias a principios de 1794) y que en 1804, a las puertas del Primer Imperio, lanza el Code Civil, ordenamiento que limita los derechos civiles a la libertad de propiedad y de contratación.

El allanamiento logrado por Robespierre sufre graves golpes por parte de los gobernantes ulteriores. Y las versiones de la fraternidad izadas durante los años de la Restauración post-Congreso de Viena ya no cuentan con el mismo vigor o las mismas posibilidades de salir airosas. Vale pensar en un verso de la Oda a la alegría, el poema de Friedrich Schiller parcialmente reproducido en la Novena por Ludwig van Beethoven: “Alle Menschen werden Brüder”[9]; en la Icaria de Étienne Cabet, una ciudad plasmada primero en un popular libro y luego fundada en Estados Unidos sobre el principio de la fraternidad; o en el asociacionismo fraternal de Louis Blanc, que alienta en vano la creación de un Ministerio de Trabajo desde el Gouvernement provisoire, a principios de 1848.

Un revolucionario alemán especialmente sagaz sigue desde Colonia la Revolución de Febrero, la agitación que había dado paso a la Segunda República en Francia. Uno de los puntos que Karl Marx criticaba de sus gobernantes (no solamente de Blanc, sino del poeta Alphonse de Lamartine, partidario de una ilusa avenencia entre los ricos y los pobres) es el uso de la idea que nos ocupa, ya que, en su opinión, la fraternité es la palabra con que en 1848 se oculta “la dulce y apacible abstracción de los antagonismos de clase”[10].

El autor de La miseria de la filosofía piensa que la fraternidad ha de ganar vigor si aspira a volver a ser un puntal contra las servidumbres, pero al mismo tiempo sabe que arduamente podría repetirse una fraternidad à la Robespierre. A lo largo de la primera mitad del siglo XIX, el proletariado había ido cobrando protagonismo, de ahí que, si la Montagne había propuesto una redistribución de la propiedad agrícola, los socialistas plantean que la lucha debe girar sobre la propiedad común de los medios de producción.

El pensador alemán no pierde de vista el tercer elemento de la tríada revolucionaria; sirva recordar que, en 1864, cuando escribe el primer Manifiesto de la Asociación Internacional de Trabajadores, Marx sigue lamentando con gran pesar “el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre los trabajadores de los diferentes países y que deben incitarles a sostenerse unos a otros en todas sus luchas por la emancipación”[11].

Antoni Domènech postula, aun así, que a raíz de los sucesos del verano de 1848 (el general Cavaignac, luego premiado con la jefatura del Gobierno, lamina al proletariado de París el 24 de junio) se había producido una alteración en el curso de la fraternidad:

Cuando la llamada República de la Fraternidad fracasó, el ideario revolucionario fraternal, esa estrella rutilante que había venido dominando la escena de la política democrática europea durante décadas, y que había servido al «cuarto estado» (los trabajadores pobres) para emanciparse políticamente del «tercero» (los burgueses) desde 1790, quedó eclipsada: su más legítimo heredero, el movimiento obrero de inspiración socialista, apenas pareció acordarse de ella, salvo en momentos de particular, y a veces, enigmático simbolismo[12].

En adelante, el autor, con portentoso cuidado y vasta erudición, va dando cuenta precisamente del eclipse que sufre la fraternidad, desde los días del Marx de La lucha de clases en Francia hasta los de la Segunda República Española, cuando los mineros de Asturias y sus esposas, durante la huelga revolucionaria de octubre de 1934, recuperan una consigna que había sonado en Europa tiempo ha: “¡Uníos, hermanos proletarios!”[13].

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la fraternidad había ido plegándose a un concepto procedente del derecho romano, la solidaridad, hasta perder su viejo e ilustre protagonismo. Serviría visitar las Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, un opúsculo que Simone Weil escribe en 1934, o La esperanza ahora: las conversaciones de 1980, un libro en el que Jean-Paul Sartre plasma sus últimos pensamientos, para saber que la suerte de la fraternidad qua ideal político no es mejor en el país galo durante el siglo XX.

Mas, en los últimos años, varios líderes de Podemos y de Izquierda Unida han vuelto a vindicar públicamente a la fraternidad en repetidas ocasiones, por lo que no solo es oportuno volver a la obra de Domènech (Juan Carlos Monedero, en La izquierda que asaltó el algoritmo. Fraternidad y digna rabia en tiempos del Big data, publicado el año pasado por Libros de la Catarata, escribe que ha sido el profesor catalán quien “nos ha enseñado casi todo lo que sabemos sobre fraternidad”[14]), sino preguntarse rápidamente cuál podría ser el papel de la fraternidad en 2019, a la luz de sus altos propósitos y de su largo caminar.

La fraternidad es una palabra que las clases más vulnerables y sus partidarios han gritado siempre que el poder ha sido concentrado lejos de las mismas. De ahí que no sorprenda que, el 23 de marzo de 2019, en la plaza del Museo Reina Sofía, Pablo Iglesias aludiera directamente a los bancos, los grandes medios de comunicación o las corporaciones, instancias “con más poder que cualquier diputado o diputada”, al decir del líder de Podemos. Un segundo elemento, señalado igualmente por Iglesias durante su alocución, es la connivencia de muchos políticos y políticas de primera línea con dichas élites, con lo que el démos se aleja más y más del krátos. Por ello vuelve a surgir el viejo lema republicano y democrático, mil y una veces izado desde los días de Aspasia.

Y, recientemente, a la fraternidad se le ha unido la sororidad, lo que significa que los hermanos unidos contra la opresión de clase cuentan ahora con las hermanas unidas contra la opresión de sexo. Porque la razón primordial del hermanamiento, lo protagonice quien lo protagonice, es la de ser un vector de liberación, de ahí que la sororidad, y es preciso no perderlo de vista, no excluya la presencia de los varones que se posicionan a su lado (lo mismo cabe decir de la fraternidad; valga pensar en el adinerado Friedrich Engels, que volcó su vida en alentar el éxito de las clases populares de su tiempo). En una palabra: Montesquieu había olvidado en 1748 una servidumbre que, en 2019, viene a ser combatida, junto al resto (de famillecivile, politique), por la sororidad.

¿Qué retos aguardan a frates y sorores? Varios de ellos saltan a la vista.

Por un lado, el primordial: saber que los poderes a los que se oponen son hoy igual si no más grandes que ayer: Felipe VI (un Borbón limitado por una Constitución, igual que Luis XVI), a raíz del procés catalán, ha planteado que “no es posible apelar a una supuesta democracia por encima del derecho”; el capital avanza sin frenos y sin alternativas verosímiles; ellas ya no se levantan contra el pater familias, pero sí contra un rival mayor: el patriarcado.

Y por otro salvar los vicios del pasado: durante la Revolución francesa no solamente se pagó el alto precio de la violencia, sino que después de la caída de la Montagne se perdieron varios de los avances logrados entre 1792 y 1794. Varias décadas después, en la segunda mitad del siglo XIX, Marx y Engels no lograron la gesta, aún pendiente, de unir a los “proletarios de todos los países”, en un internacionalismo que rompía las fronteras sanguíneas de Aspasia[15]. En la práctica ello significa evitar que el poso guerrero y revolucionario que late en sus propósitos se vuelva en su contra, por lo que, si un día logran vencerse a las servidumbres citadas, aunque solo sea parcialmente, la pelea habrá de dar paso a un reparto y a una gestión pacífica del poder (una cuestión en la que, probablemente, las virtudes de la sororidad serán de gran valor): si la ciudadanía no hereda el poder de los padres opresores, el único resultado es un cambio de tutela.

Por ello, las hermanas y los hermanos han de aunar fuerzas, sin perder de vista sus profundas raíces democráticas, si aspiran a ir ganando posiciones en sus luchas.

Al respecto, el libro de Antoni Domènech, escrito con vocación partisana, recuerda dos puntos clave: el primero, que la república no es solo una cuestión de quién ostente la jefatura del Estado, sino de una libertad vigorosa y proteica que pasa por la posibilidad de existir sin el permiso de un segundo (de ahí, en parte, su vindicación de la renta básica universal) o de alumbrar gobiernos cuya relación con los gobernados sea pulcramente fiduciaria; y el segundo, que la democracia, siguiendo el planteamiento de su admirado Arthur Rosenberg, es la organización continua del démos en su pelea por el krátos[16].

Gracias a Akal, el último libro de Domènech vuelve a las librerías, pero su lanzamiento podría ser un aliciente para que sucediera lo mismo con el primero, De la ética a la política. De la razón erótica a la razón inerte, editado por Crítica en 1989, o con el sinfín de artículos y capítulos de primer orden que publicó (una labor adelantada por sus colegas de Sin Permiso, en una obra, Escritos sin permiso, que es posible leer en la página del grupo; o por la editorial cubana Nuevo Milenio, que ha lanzado La democracia republicana fraternal o el socialismo con gorro frigio, con prefacio de Domènech y prólogo de Julio César Guanche).

El eclipse de la fraternidad es el gran libro de uno de los principales pensadores republicanos y socialistas de los últimos años, no solo en nuestro país. La lectura del mismo no solo iluminará a lectores y lectoras que hasta hoy solo podían dar con él en una biblioteca, sino que les hará preguntarse si el hermanamiento, fraterno o soror, es un arma válida contra las opresiones del siglo XXI (no tan alejadas de la de los pasados), a pesar de los golpes sufridos y de la altura de los retos políticos que se presentan:

Este libro (…) narra una historia contada muchas veces, pero nunca desde un punto de vista que trata de entender la tradición socialista como terca continuadora, una y otra vez derrotada, de la pretensión democrático-fraternal de civilizar el entero ámbito de la vida social (…) Y sostiene que esa lucha sigue viva. Y que el futuro está abierto[17].

Daniel Fernández López es Licenciado en Periodismo y en Ciencias Políticas y de la Administración, Máster en Análisis político y Doctorando en la Universidad Complutense de Madrid con una tesis titulada El concepto de amor en la Teoría política.

Notas

[1] Antoni DOMÈNECH: El eclipse de la fraternidad. Una revisión de la tradición socialista, prólogo de César Rendueles y epílogo de Daniel Raventós, Akal, Madrid, 2019, pp. 28-29.

[2] Antoni DOMÈNECH: “… y fraternidad”, Isegoría, Número 7 (1993), Antoni DOMÈNECH: “La metáfora de la fraternidad republicano-democrática revolucionaria y su legado al socialismo contemporáneo”, Revista de Estudios Sociales, Número 46 (agosto de 2013) y Antoni DOMÈNECH: El eclipse de la fraternidad, passim.

[3] PLATÓN: Menéxeno, traducción de Eduardo Acosta, en DiálogosII. Gorgias, Menéxeno, Eutidemo, Menón, Crátilo, trad., introducción y notas de Julio Calonge Ruiz et al.con revisión de José Luis Navarro y Carlos García Gual, Gredos, Madrid, 1983 [segunda reimpresión, 1992],p. 173.

[4] Biblia de Jerusalén, edición dirigida por José Ángel Ubieta, Descleé de Brower, Bilbao, 2009 [nueva edición, totalmente revisada], pp. 1667-1668 y 1791. “Honrad a todos, amad a los hermanos, temed a Dios, honrad al rey” (Pedro 2: 17).

[5] Marco AURELIO: Meditaciones, ed. de Francisco Cortés Gabaudán y Manuel J. Rodríguez Gervás, introd. de Manuel J. Rodríguez Gervás y trad. y not. de Francisco Cortés Gabaudán, Cátedra, Madrid, 2001 [novena edición, 2016], p. 150.

[6] Maximilien ROBESPIERRE: “Sobre la organización de las Guardias nacionales”, en Por la felicidad y por la libertad. Discursos, selección y presentación de Yannick Bosc, Florence Gauthier y Sophie Wahnich, El Viejo Topo, Barcelona, 2005, p. 64.

[7] Antoni DOMÈNECH: El eclipse de la fraternidadOp. cit., p. 19.

[8] Ibid., p. 110.

[9] [“Los hombres todos hermanados quedan”] Friedrich SCHILLER: Lírica de pensamiento. Una antología, Edición bilingüe, introd., trad. y not. de Marín Zubiría, Hiperión, Madrid, 2009, pp. 44 y 45.

[10] Karl MARX: “Las luchas de clases en Francia” (1850), en Karl MARX y Friedrich ENGELS: Las revoluciones de 1848 Selección de artículos de La Nueva Gaceta Renana, pról. de Alberto Cue y trad. de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2006, p. 535.

[11] Karl MARX: “Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores” (1864), en Karl MARX y Friedrich ENGELS: Obras escogidas (Volumen 1), Akal, Madrid, 2016, pp. 396-397.

[12] Antoni DOMÈNECH: El eclipse de la fraternidadOp. cit., p. 28.

[13] Ibid., p. 535.

[14] Juan Carlos MONEDERO: La izquierda que asaltó el algoritmo. Fraternidad y digna rabia en tiempos del Big data, Libros de la Catarata, Madrid, 2018.

[15] Karl MARX y Friedrich ENGELS: El manifiesto comunista (1848), trad. de Lara Cortés, Península, Barcelona, 2017, p. 93.

[16] Arthur ROSENBERG: Democracia y socialismo. Aporte a la Historia Política de los últimos 150 años (1938), trad. de Emmanuel Suda, Claridad, Buenos Aires, 1966, p. 296.

[17] Antoni DOMÈNECH: El eclipse de la fraternidadOp. cit., pp. 28-29.

Fotografía de Álvaro Minguito.