Ioni Abelson: “El principal reto de Yolanda Díaz es trascender el núcleo duro sin perder identidad”

Ioni Abelson (@ioniabelson) es máster en Political Management por la George Washington University y consultor de comunicación política. Ha trabajado en campañas electorales en diversos países de América Latina como México, Ecuador, Brasil, Bolivia y Argentina. Su última campaña nacional ha sido con el equipo de estrategia de Gabriel Boric en Chile. Participó en España en varias jornadas organizadas por la Fundación de Estudios Críticos e Izquierda Unida entre los días 11 y de 17 de noviembre. Aprovechando uno de los viajes entre jornada y jornada, el editor de esta revista, Ángel de la Cruz (@angeldelacruziu), le realizó la siguiente entrevista que transcribimos a continuación.

¿En qué consiste el trabajo de un consultor político? En España fue una profesión relativamente desconocida hasta la irrupción a nivel estatal de Iván Redondo y tanto antes como ahora sigue generando algunas reticencias al menos dentro del espacio de la izquierda. ¿En qué consiste?

Para mí la consultoría política consiste en tomar varias fuentes (encuestas de opinión pública, grupos focales, análisis de la coyuntura política y social, análisis globales de las tendencias en la sociedad, entrevistas en profundidad…) para, haciendo un análisis consciente e inconsciente de todas esas variables, plantear un camino de cara a la campaña: posicionamiento, discurso, mensajes, relación con los otros actores políticos y un aterrizaje táctico de esos y más elementos para que la campaña conecte con la coyuntura política. El trabajo principal es el análisis de todas las variables que podemos recabar para definir el mejor camino.

¿Qué le dirías a la gente de izquierdas que entiende la consultoría política como una especie de reducción de la política a un juego de marketing despojado de ideología?

Para mí la consultoría no sustituye nada: complementa a la ideología y al trabajo político para traducirlo en una comunicación que le hable a la gente de una forma en la que la gente se siente también escuchada y atraída por ese mensaje, que es el mensaje intrínsecamente político. No se cambia nada, solamente se adapta para que quien lo reciba lo sienta propio. Digamos que si algo funciona no se cambia.

Fotografía de Ideas en guerra

Fotografía de Ideas en guerra en el acto Defender la democracia.

¿Cuáles dirías que son los cambios principales de las campañas electorales que se han producido desde que empezaste hasta el día de hoy?

Yo empecé en 2005 cuando Facebook, Google y las redes sociales estaban empezando. Era un momento de más comunión entre las sociedades. Facebook unía, la gente se agrupaba. Era una dinámica más de redes, de comunidades, y hoy me parece que las redes sociales lo que hacen es separarnos, individualizarnos. Todo es más individual, más hedonista. Buscamos los likes, que se nos vea, todo más personalista, y eso hace más difícil la política porque la política es acción colectiva. Esa es una particularidad que representa bien el momento que estamos viviendo y que cambia las campañas electorales, pues en ellas hay que transmitir cercanía, contacto, empatía. Las redes sociales hoy son muy individualistas y, aunque podrían no serlo, unidireccionales. Hoy el receptor del mensaje scrollea y en tan solo un segundo ve 30 mensajes iguales probablemente sin prestarle atención a ninguno.

¿Crees que la pandemia ha introducido nuevos cambios en la política y en las campañas electorales o simplemente, que no sería poco, ha profundizado los cambios que ya se venían produciendo durante los últimos años? Te pongo un ejemplo a nivel nacional. Yo creo que la cuestión política transversal que de alguna u otra forma explica todo lo que viene ocurriendo en nuestro país durante los últimos años es la territorialización de la política. No es un fenómeno que originara la pandemia, pero que sí profundizó. Por ejemplo, revalorizó el principio de subsidiariedad según el cual, ante un problema, la persona o la institución más capacitada para resolverlo es la más cercana. En un país con más de 8.000 municipios, la gran mayoría pequeños, se revalorizó el papel de los ayuntamientos, de lo cercano, de lo próximo. En términos electorales, esto se viene traduciendo en que todas las candidaturas territoriales (Más Madrid en Madrid, el BNG en Galicia, ERC en Cataluña y Bildu en el País Vasco) sacaron mejores resultados que en las elecciones anteriores, también los gobiernos autonómicos.

A mí no se me ocurre nada que haya cambiado, pero sí creo que se profundizaron dinámicas que ya venían y que tienen que ver con la cuestión que comentabas de la cercanía. Esta era una tendencia que al menos en Argentina yo ya veía, pues ya hablábamos de las ciudades de cinco cuadras, de cinco manzanas y en los barrios irrumpieron los negocios de cercanía, por ejemplo. Lo que sí creo es que se profundizó el individualismo a pesar de lo que uno pudiera pensar: quiero mi libertad, que nadie me joda, el Estado estuvo bien pero ya está… No veo que el cuidado del Estado haya generado grandes consecuencias culturales. Más bien al contrario, veo el resurgir de un discurso más individualista y liberal: cada uno que haga lo que pueda y que haya suerte…

Es curioso porque si en España nos atreviéramos a sacar algún tipo de conclusión de la pandemia, lo cual seguramente sería atrevido, sería algo así como la muerte del dogma neoliberal y un cierto regreso del Estado. Es decir, cuando las papas quemaban al final todo el mundo acabó recurriendo al Estado y prácticamente nadie se opuso a ello, salvo alguna excepción dentro de la extrema derecha. Es verdad que si uno analiza en términos políticos concretos qué ocurrió después de la pandemia y tiene que quedarse con algo, seguramente lo más llamativo es el éxito de Ayuso con un discurso en la línea de lo que planteas: vale, lo hemos pasado muy mal, han muerto muchas personas, pero tengo derecho a volver a vivir mi vida en libertad, es decir, tomándome unas cañas y sin que nadie me diga lo que puedo o no puedo hacer. Más allá de Ayuso, diría que al menos en Europa sí hay un debilitamiento del dogma neoliberal que, no obstante, tampoco es incompatible con lo que planteas.

Me parece que la época neoliberal de los noventa era un neoliberalismo desde el Estado: un Estado pequeño y cada vez más reducido, con menos influencia en el espacio público y en la vida de la gente; hoy veo un neoliberalismo aún más individual. Estoy bastante sorprendido sobre todo después de la pandemia: buenísimas las vacunas, buenísimas las ayudas, pero ahora quiero ganar plata, no quiero pagar impuestos, no le quiero pagar la vacuna a nadie. Y lo veo en casi todos lados: qué bueno que me dieron lo que me dieron, pero ya pasó. Es como si la pandemia hubiera generado un cambio de hoja en todo: buenísima la vacuna, pero ya no me importa el sistema público de salud, buenísimo que nos hayamos cuidado los unos a los otros, pero ya no me importa lo que haga el de al lado y quiero hacer lo que quiera; buenísimas todas las restricciones que se pusieron, pero nada de eso queda, ahora todo lo contrario. Es como si nos hubiéramos asqueado porque fue demasiado fuerte lo que pasó e inconscientemente es como si necesitáramos otra cosa, pero veo que no quedó nada de todo eso.

Simplemente a modo de aportación optimista, en España diría que no es así, o al menos tan así. Por ejemplo, el papel de los impuestos progresivos se ha revalorizado en los últimos años a pesar del bombardeo político y mediático por tierra, mar y aire. Es decir, el porcentaje de gente que está a favor de ellos precisamente para mantener el Estado de bienestar y los servicios públicos crece, aunque es verdad que tampoco una barbaridad.

Te interrumpo: los impuestos progresivos nunca te tocan a vos. Es decir, estamos todos de acuerdo en que quienes más tienen, más pagan, pero porque en realidad los afectados son muy pocos.

Sí, pero aún así ese porcentaje era más bajo hace diez, cinco o seguramente un año, por ejemplo.

Está bien, pero espera a que suban impuestos que nos afectan a todos, y no solo a cien millonarios, a ver qué opina la gente…

Perdona un matiz, por cierto, porque si Juan Ponte [el director de la Fundación de Estudios Críticos] estuviera aquí nos habría interrumpido advirtiéndonos que no hay que comprar esa falsa dicotomía entre neoliberalismo y Estado, ya que el neoliberalismo siempre tira del Estado, lo que pasa es que su intervencionismo es para blindar sus intereses. Pero retomando el debate sobre los cambios de los últimos años, ¿cómo crees que han cambiado los liderazgos políticos? ¿Crees que hay un antes y un después tras la pandemia? Por ejemplo, al menos en España se podría decir que antes funcionaban unos liderazgos más personalistas, más verticales, más mesiánicos incluso, y ahora parece que estamos avanzando hacia liderazgos más corales, más horizontales. ¿Crees que es esta la tendencia general?

No. Sigo pensando que el mundo postpandemia se corrió hacia el neoliberalismo. Bueno, voy a sacarle la etiqueta a ver si así se entiende mejor… Veo liderazgos más extremos, menos correctos, y me parece que toda esta ola de correctismo político que generamos desde la izquierda en un momento en el que todos la pasaron mal dejó de tener importancia y una parte de la mayoría se volvió más intolerante al correctismo político y social. Por ejemplo, cuando todos estábamos bien, estaba buenísimo el cuidado de las minorías que peor lo pasaban tanto en términos materiales como de representación, pero cuando todos la pasamos mal, esto empezó a generar más reticencias. En cualquier caso, yo pienso que los liderazgos que funcionan son los horizontales, los democráticos, los corales, pero si miras la tendencia internacional los liderazgos van hacia la otra dirección. Dicho de otra manera, Yolanda Díaz es una excepción, no la norma. En 2008 estaban los Obama, los Zapatero, los Lula, candidatos más de redes, hoy triunfan en todas partes del mundo hiperliderazgos como el de Trump, inimaginables hace tan solo unos años.

En las últimas 15 elecciones han caído 14 gobiernos. ¿No es esta una expresión evidente de la crisis del sistema liberal-representativo?

Yo creo que más allá de los desafíos de la gestión, que son muchos y muy difíciles, y más allá de la pandemia, que fue muy dura, representa que nadie está sabiendo leer este cambio de época. Se están profundizando tendencias y casi nadie está sabiendo cómo adaptarse a este nuevo momento. Además del desgaste de la pandemia y de las dificultades de gestionar hoy en día por la inflación, por ejemplo, el problema tiene que ver con eso: cómo nos adaptamos a este nuevo momento.

¿Compartes la tesis de que en América Latina hay un nuevo ciclo progresista? Creo que esta tesis comparte, de alguna manera, el mismo mecanicismo que el de la tesis del péndulo, según el cual hace algo más que una década había un progresista y de manera mecánica tenía que llegar un ciclo conservador o reaccionario y ahora de nuevo el péndulo vuelve a girar hacia el lado progresista. ¿No es esta una forma, por decirlo de alguna manera, poco dialéctica de entender los procesos políticos y electorales?

Hay una ola progresista en América Latina, pero la pregunta es si sucede porque es progresista, por el péndulo o por la coyuntura. Yo, habiendo trabajado en las tres olas, siendo esta la progresista actual, creo que la teoría del péndulo tiene algún tipo de arraigo en la realidad por una cuestión de que la gente busca alternancia, se cansa, se aburre y nuevas generaciones que no vieron la anterior quieren un cambio. Hay muchas dinámicas que generan cambios de ciclo, y yo creo que con esas dinámicas, más la pandemia y más el momento generan un cambio de ciclo hacia la izquierda. Pero si te fijas, ningún candidato de izquierdas ganó por mucho. La victoria de Petro no fue fácil, Lula ganó por tres votos, Boric sí ganó bien, Arce también… Pero todos empezaron a tener problemas de gobierno desde el primer día. No tienen el 80% de aprobación como se veía en el 2008 o en el 2010. Hoy tenemos una ola de presidentes progresistas que están con muchos problemas de gestión. Muchos llegaron por muy poco, y los que llegaron y se mantuvieron tienen problemas de gobernabilidad, de estabilidad, de gestión. Digamos que hay una ola progresista pero todavía tenemos que ver si las causas son el progresismo o alguna otra.

Puede haber una ola progresista, pero también puede haber una ola de oposición, es decir, que los gobiernos caen y sus alternativas son progresistas.

Sí. Si te fijas no hay ninguno que esté cómodo. Salvo López Obrador, que es el primer presidente progresista que tiene México en su historia, y por ende tiene un apoyo popular muy fuerte, no hay ningún otro presidente con los niveles de aprobación de la ola anterior, cuando había presidentes que se tiraron muchos años y cambiaron hasta constituciones e himnos. Los presidentes actuales están viendo cómo sobreviven.

De hecho, la derrota del referéndum en Chile es un ejemplo representativo de estas dificultades de los distintos gobiernos, en este caso progresistas, para avanzar hacia una agenda legislativa ambiciosa. ¿Cómo explicarías esta derrota a tan solo un año de una victoria holgada de Boric en las urnas?

Fotografía de Ideas en guerra en el acto Defender la democracia.

Estas dos elecciones no son comparables, no tiene nada que ver una con otra. Si se hubieran celebrado el mismo día los resultados podrían haber sido similares. Lo primero es que la elección a presidente de Chile es una votación con voto optativo y en la cual hubo una segunda vuelta con dos perfiles muy determinados que permitieron la victoria holgada de Boric. El plebiscito de entrada unos años antes se había saldado con una victoria contundente también con un voto optativo, pero con la idea de hacer una constitución ideal, etérea, no corpórea, frente a la idea de mantener la constitución actual de Pinochet. Lo que pasó en el plebiscito de salida es que el voto era obligatorio y se incorporaron grandes sectores del electorado, sobre el 30%, que nunca votan, que les obligaron a votar. Y cuando a una persona la obligas a votar en contra de su voluntad no lo hace con esperanza, sino con desgana o incluso miedo, y entonces mejor lo que tengo, que no me gusta pero al menos sé que no me genera demasiados problemas o no me saca lo que tengo, que lo nuevo que no conozco y que no voy a leer porque son 200 páginas y que no sé qué va a pasar. Eso por un lado, y por otro lado, ya era un texto concreto, un texto que no tiene nada que ver con Boric, ya que fue realizado por una constituyente anterior a la elección presidencial; una constituyente muy deslegitimada, con muchos problemas de imagen y de gestión. Ya tenemos algunos factores: miedo a lo desconocido, problemas en la legitimidad de la constituyente y algunos problemas en el texto también. Además de ser un texto muy progresista, faltaron instancias de negociación con sectores más moderados. Yo creo que el presidente Boric se hizo cargo demasiado rápido de una derrota que no era necesariamente propia, que tenía otras variables, que respondía a otro momento y a otras realidades. Esto, creo yo, fue innecesario y le puede generar algún problema de gestión.

Cambiemos de tercio. ¿Cómo se ve la situación política de España desde América Latina?

Se ve bien. Hay un presidente que desde fuera se ve debilitado porque no cuenta con apoyos holgados y además tampoco entró por los cauces normales. Primero tuvo una mala elección, luego lo defenestraron y, sin embargo, resurgió y consiguió el gobierno. El actual es un gobierno que soportó acontecimientos muy difíciles, momentos muy duros: una pandemia, una guerra, una derecha reforzada y radicalizada con el viento de cola, y le está yendo bien. Está sabiendo gestionar, está consiguiendo resultados y está llegando a los cuatro años de gobierno, lo que me parece muy valioso. Eso por un lado. Por otro, sí se ve una merma en el apoyo de la otra izquierda, sobre todo de Podemos, que se reconvirtió como otros movimientos latinoamericanos que salen de un núcleo duro, se hacen grandes y vuelven al núcleo duro. Pareciera que ese es el ciclo de vida que está teniendo Podemos: nació de un núcleo duro, rápidamente se hizo muy popular y ahora está volviendo a refugiarse en su núcleo duro. También parece que después de esas nuevas estrellas de la política que irrumpieron durante la década pasada con el 15M, Izquierda Unida y Podemos, no están surgiendo nuevos liderazgos jóvenes, frescos, que puedan llegar a ser populares. Están naciendo liderazgos más consolidados, más naturales para un partido de gobierno, liderazgos sólidos con contenido y con potencial de ampliar la estructura de voto y la legitimidad política, como es el caso de Yolanda Díaz.

Sé que no es fácil, pero ¿cuáles dirías que son los principales retos de Yolanda Díaz para armar un espacio político y electoral exitoso de aquí a diciembre de 2023 cuando, en principio, serán las elecciones generales?

Para mí hay uno principal que consiste en cómo no perder la robustez de su electorado más ideologizado, más a la izquierda, y al mismo tiempo ensancharlo hacia el centro-izquierda, algo imprescindible para un espacio que aspire a ser de mayorías, pero sin perder identidad. Trascender el núcleo duro sin perder identidad y, por otro lado, hacerlo desde la plena autonomía respecto al aparato actual. Mantener el apoyo de la izquierda y conseguir el apoyo del centro-izquierda sin desdibujarse y sin perder novedad, que es algo que le pasa a los candidatos que tienen mucho volumen electoral.

Hay una expresión que al menos en España es bastante utilizada que es la de tirar al niño con el agua sucia. De lo que se trata es de tirar solo el agua sucia [las dinámicas fratricidas internas, mensajes agotados, etc.], es decir, de mantener la base de apoyo más de izquierdas, más nuestra incluso en términos identitarios, y después ensanchar el espacio hacia otros sectores que, a priori, en términos estrictamente ideológicos no serían tan cercanos pero pueden verse atraídos por una candidata que combina solvencia institucional y de gobierno con un compromiso social firme. Es la única opción para que la izquierda transformadora siga siendo determinante en la configuración del escenario político español, porque, dentro de los límites, las debilidades y los errores propios, tenemos que partir del hecho de que somos una anomalía europea. Porque en casi ningún país gobierna la izquierda radical o transformadora, y porque en nuestro país no gobernábamos desde la II República. Hay que tener esto en cuenta porque a veces nos pasamos de optimistas y últimamente solo de pesimistas. Una última pregunta. En mayo son las elecciones municipales y autonómicas en algunas regiones, ¿qué consejo le darías a los candidatos que van a dar la cara en la contienda electoral?

Si tuviera que dar uno es que no hay que olvidarse que la campaña no es el partido o el programa, la campaña es la gente. Y la verdad es que uno puede tener unos ideales, una historia o un programa, pero al final la política es hacer que la gente viva un poco mejor, ayudarla, darle una mano para que tenga las cosas un poco más fáciles, sobre todo a la gente más necesitada: los que sufren, los que se frustran, los que no llegan, los que la pasan difícil, que son las grandes mayorías en general en nuestros países. Mi consejo sería: acérquense, escúchenlos, no importa si son de zonas donde no nos votan, no importa si creemos que votan a otros partidos. Acerquémonos. La política es escuchar, llegar a puntos comunes, estrechar alianzas; es entender cómo nosotros, desde la izquierda, podemos ayudar a las personas que la pasan mal, que no llegan a fin de mes, a las que no le dan los costos, para que estén un poquito mejor. Para que las cosas le sean más fáciles y tengan una mejor calidad de vida. Creo que no es mucho más que eso.