La Operación Reconquista de España 75 años después

Hace 75 años, los Pirineos bullían de agitación. Mientras las fuerzas de Patton y Montgomery se dirigían hacia las Ardenas y los puentes del Rin, los republicanos españoles que habían combatido en la Resistencia se aprestaban a derribar al más antiguo aliado del Eje. Confiaban en que los aliados harían honor a su contribución a la causa común ayudando a la liberación de España. Se equivocaron.

Desbordamiento

Febrero de 1944, sur de Francia. La dirección del PCE encabezada por Jesús Monzón, responsable para el interior del Partido Comunista de España (PCE), ordena la ofensiva de la Agrupación de Guerrilleros Españoles de la Unión Nacional Española (AGE-UNE) contra el ocupante alemán. Hegemonizada por los comunistas, y autónoma respecto a las Fuerzas Francesa del Interior (FFI), la AGE-UNE contó con siete divisiones, subdivididas en treinta brigadas repartidas por Pirineos Orientales, Altos y Bajos Pirineos así como las áreas urbanas de Toulouse, Foix o Pamiers. El número de sus integrantes alcanzaría los 10.000 en junio de 1944.

La consigna, acompañada de un llamamiento Hacia la insurrección nacional en que se instaba a que el suelo español ardiera “bajo las plantas de Falange”, era tajante: ofensiva permanente en cada pueblo y ciudad para, una vez asegurados los departamentos del sur de Francia, “organizar armadamente a los españoles y meterse por nuestros Pirineos hasta donde se pueda, sin pérdida de minuto ni demasiados preparativos y utilizar enseguida Toulouse y Andorra para radiar en español” el programa de la Junta Suprema de Unión Nacional:

  • Ruptura de los lazos que ataban a España al Eje;
  • depuración de falangistas;
  • amnistía;
  • libertad de opinión, de prensa, reunión y asociación, libertad de conciencia y de culto;
  • pan y trabajo para todos los españoles;
  • convocatoria de elecciones democráticas a una asamblea constituyente[1].

Cuando los aliados desembarcaron en Normandía, la UNE recibió la orden de tomar pueblos y ciudades limpiándolas de alemanes y colaboracionistas. En agosto, las espectaculares victorias en Foix (Ariège) y La Madeleine multiplicaron el ansia por repetir la hazaña al otro lado de los Pirineos. Era preciso pasar al país cuanto antes sin “confiar en la falsa ilusión de que nos van a arreglar España desde fuera”[2].

El sur de la Francia liberada hervía de impaciencia española. Siete mil compatriotas se manifestaron el 23 de agosto en Toulouse a los gritos de: “¡A por Franco!”, “¡A por Falange!”, “¡Ahora con las armas a combatir en España!”[3]. Los guerrilleros, exultantes, querían marchar como fuera, y se acomodaban mal a la pasividad de la vida en la retaguardia. El Deuxième Bureau –la inteligencia francesa– estimó que en los departamentos del sur existían treinta y cinco brigadas de guerrilleros, cada una de ellas con 250 hombres (8.750 en total), perfectamente organizadas y provistas de armamento, avituallamiento y administración propia. Flotaba en el aire una percepción generalizada de que el desbordamiento era imparable.

“Una verdadera marcha hacia España parece haberse organizado en medio del entusiasmo y las familias españolas se citan en Toulouse, considerada la última etapa antes del retorno a la España reconquistada”, decía un inspector regional en Normandía. Al otro lado de la frontera, el temor a lo que parecía una inminente invasión en toda regla ponía alas a la imaginación. Las autoridades franquistas decretaron el cierre en toda la región pirenaica desde el 7 de octubre, a las 13 horas. Corría el lóbrego rumor de que una enorme concentración de tropas republicanas españolas, francesas y rusas [¡sic!] se encontraba reunida en la frontera[4].

La libertad está a un valle de distancia

La dirección del PCE acordó volcar inmediatamente todo lo que tenía en Francia hacia España. Se encomendó al jefe de la agrupación guerrillera, Luis Fernández, que presentase un plan de entrada al país por los puntos más oportunos[5]. El objetivo era “constituir unidades en condiciones de situarse inmediatamente en la vertiente española de los Pirineos y comenzar a operar, haciéndose dueños a ser posible de una zona determinada”[6]. En última instancia, consolidar una cabeza de puente que ofrecer como territorio liberado que pudiera albergar un gobierno de la República.

La operación se desarrolló en tres fases –preparación, a partir del 20 de septiembre; ejecución, del 19 al 28 de octubre; y retirada, el 29–. Un informe del Comisariado Especial de Bourg-Madame al prefecto de Pirineos Orientales valoró que el despliegue, que abarcaba desde el valle de Arán hasta la costa mediterránea, respondía a un plan minuciosamente previsto a desarrollar en cinco escenarios:

  1. El sector de Prats de Molló, por el que pasaron 800 guerrilleros con el objetivo de fijar a las tropas regulares franquistas entre Ribas y Barcelona, de forma que no pudieran acudir a reforzar a las que soportaban la ofensiva del valle de Arán.
  2. El sector de Err, por el que se infiltró un grupo de setenta hombres para mantener ocupadas a las fuerzas del sector de Nuria.
  3. El sector Latour-de-Carol-Andorra, en el que se produjo el paso de 140 hombres. Su objetivo era inmovilizar a las tropas de Puigcerdá y mantener en alerta a las de la Seo de Urgel.
  4. El sector de Valcebollère. por donde entraron las primeras avanzadillas.
  5. La zona occidental, Bajos Pirineos y Navarra, donde los guerrilleros encontraron una población hostil o poco favorable.

Mientras aquí el objetivo era infiltrarse y promover la guerra de guerrillas, en el valle de Arán se trataba de establecer una cabeza de puente, para que, “una vez asegurada, el gobierno republicano, que sería reconocido por Francia, tendría la intención de trasladarse y sería entonces posible abordar su reconocimiento por las Naciones Unidas”. No era esta una fantasía de Jesús Monzón, como tantas veces se ha repetido en la literatura posterior, sino algo a lo que las autoridades francesas concedían total verosimilitud[7].

El impacto en España, a pesar de la férrea censura, preocupó al régimen. La Delegación Nacional de Propaganda lamentó que los bulos, tomados de las emisiones de Radio Toulouse y la Pirenaica, magnificaran el alcance de las operaciones. En Teruel se hablaba del despliegue de “un Ejército Popular a las órdenes de Líster”; en Pontevedra se decía que “más de 60.000 rojos españoles se encuentran luchando en la parte fronteriza de Cataluña”; en Asturias se elevaban a “150.000, bien armados y con algunos tanques”.

Los combates duraron nueve días. Franco envió unidades desde Marruecos que se unieron al ejército y Guardia Civil locales. Tras la sorpresa inicial, la lucha derivó en una guerra de posiciones desfavorable a los guerrilleros. La UNE perdió sesenta y nueve hombres y ocasionó treinta y nueve bajas al enemigo. Lo que quedaba era arriar la bandera con honor. El 28 de octubre, el coronel de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI) Vicente López Tovar dio la orden de evacuación en el plazo de 24 horas. La maniobra se efectuó sin pérdidas, rebasando la frontera con un contingente de guardias civiles y soldados prisioneros que fueron remitidos al campo de internamiento de Noé, cerca de Toulouse[8].

Retornados a sus bases, los españoles se negaron a entregar las armas y a incorporarse a unidades aliadas. En el Ariège quedaron unos 5.000 guerrilleros. En Haute-Garonne se establecieron 2.000 de un total de 4.000 resistentes censados. Fue en este momento cuando comenzó a fraguarse el mito de una futura quinta columna roja de dimensiones colosales, cuya peligrosidad acrecentaría el clima de guerra fría. Se llegó a hablar de 56.000 hombres –casi un cuerpo de ejército– pertrechado con armas automáticas y pesadas[9]. Daba igual que Charles Tillon, responsable del aparato militar del PCF confesase que, con la disolución de las FFI y de los Franc-Tireurs Partisans (FTP, la organización militar del PCF), la posibilidad de una toma del poder por los comunistas o, al menos, su amenaza, se reducía a cero. “El mito de una tentativa de toma del poder por los comunistas” –dijo Tillon– “no servía más que a aquellos que la hubiesen deseado para reprimirla”[10]. Acababan de asentarse las bases de la fantasmagoría que obsesionaría a las autoridades francesas hasta la ilegalización de los comunistas españoles en Francia en septiembre de 1950.

Juego de tahúres

No se había alcanzado el propósito de promover la intervención aliada, pero, dentro de lo malo, se había conservado el grueso de las fuerzas implicadas en la operación. Santiago Carrillo presumió de que fue a él a quien se debe el mérito de haber salvado al PCE de una aventura suicida. En realidad, la suerte de los combatientes del Pirineo se había decidido aquellos mismos días a miles de kilómetros de allí, en una entrevista entre Churchill y Stalin en Moscú que prefiguraba el reparto de la tarta europea y mundial en Yalta y Postdam. Un juego de tahúres cuyos intríngulis eran desconocidos para Monzón, pero no así para Carrillo, que tuvo conocimiento de ellos a través del consulado soviético durante una escala en Orán.

La URSS necesitaba un aliado occidental para contrapesar la hegemonía anglo-norteamericana y lo buscó en la Francia de De Gaulle. Pero para ello era preciso superar la situación de doble poder existente en agosto de 1944. El PCF hegemonizaba el Consejo Nacional de la Resistencia y el Comité de Acción Militar. Por su parte, el Comité Francés de Liberación Nacional se había convertido el 3 de junio en gobierno provisional, un gabinete en el que había cuatro ministros comunistas. El 26 de noviembre, De Gaulle firmó un tratado de amistad con la URSS a cambio de ser el primero en reconocer al gobierno comunista de Polonia. En contrapartida, el secretario del PCF, Maurice Thorez, recibió la directriz de que el partido debía renunciar al tomar el poder e integrarse en un gabinete de unidad nacional para finalizar victoriosamente la guerra, que era la auténtica prioridad. Lo mismo que Togliatti había hecho en Italia con su “giro de Salerno” en abril de 1944. Thorez, Togliatti y Carrillo impusieron a sus respectivos partidos el espíritu de Yalta. Los FTP del coronel Fabien, los garibaldinos de Pietro Secchia y Luigi Longo y la AGE-UNE de Jesús Monzón canalizaban una corriente de entusiasmo revolucionario que, en el nuevo tablero internacional, debía ser frenada. En el caso del PCE, había que buscar una cabeza de turco y la de Monzón resultó ser propicia. Su obra de paciente reconstrucción del partido fue negada. Según Carrillo, en España no había existido ningún centro de dirección hasta que él, desde Argentina, tomó medidas para crearlo. Monzón, concluyó, se había enfangado en la aventura del valle de Arán, se negó a explicarse ante el partido y, para colmo, fue detenido en circunstancias sospechosas. Aventurerismo, indisciplina y traición, tres ingredientes clásicos para un proceso de purga.

Reflujo

El giro de octubre de 1944 supuso la sustitución de los equipos de dirección fraguados en la Resistencia, imbuidos de una cultura política radical, de unas estructuras dinámicas y con lazos anudados en la fraternidad del combate por las élites del estalinismo maduro, pragmáticas, burocratizadas y fieles a una estructura orgánica rígidamente jerarquizada[11].

Italo Calvino lo sintetizó metafóricamente, en 1956, en un cuento repleto de mensajes en clave titulado “La gran bonanza de las Antillas”, publicado en Cittá Aperta. El argumento trataba sobre un capitán Akab (Stalin), sus marineros (los comunistas) y la estrategia de sostener pasivamente sus posiciones impuesta a los partidos occidentales: “Nosotros, que éramos los más valientes marineros de todos los océanos, nosotros, cuyo destino era salvar para la cristiandad todas las tierras que vivían en el error, teníamos que estar con las manos cruzadas, pescando con anzuelo y masticando tabaco […] El capitán nos había explicado que la verdadera batalla naval era la de estar allí quietos, mirándonos, alerta, estudiando los planos de las verdaderas batallas navales”[12].

Mientras tanto, el gobierno provisional francés se empeñó en demostrar a los norteamericanos que podía ejercer un control efectivo sobre su propio territorio y convencerles de desechar su plan inicial de administrar el país durante dos años mediante un organismo denominado Allied Military Gouvernment in Occupy Teritories. Una orden de la Comandancia Militar de la Frontera estableció que todos los guerrilleros debían permanecer al norte de una línea distante veinte kilómetros de España, zona de interdicción que se extendía hasta los cincuenta kilómetros en Bajos Pirineos. Todo español que la trasgrediera sería desarmado e internado en un campo. Los guerrilleros españoles pasaron de la condición de héroes a la de elementos peligrosos para la seguridad francesa. La frontera se configuró como una geografía anárquica, escenario de fricción diplomática y de tráficos inconfesables, teatro de operaciones de todo tipo de servicios de espionaje y asentamiento de una numerosa colonia española cuyas actividades, públicas o secretas, serían a partir de ahora objeto de escrutinio. La Segunda No Intervención, tan letal como la Primera, clausuró toda posibilidad de recuperación de la democracia en España a corto plazo. No importaba: siempre se podían mantener relaciones comerciales con el impresentable vecino de abajo porque, como dijo en sede parlamentaria el ministro de Exteriores, Georges Bidault, Francia necesitaba las naranjas españolas y “las naranjas no son fascistas”.

Fernando Hernández Sánchez (@FernandoHS61) es historiador, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Guerra o Revolución. El PCE en la Guerra Civil (2010), Los años de plomo. La reconstrucción del PCE bajo el primer franquismo (2014) y La Frontera salvaje. Un frente sombrío del combate contra Franco (2018). Es coautor junto con Ángel Viñas de El desplome de la República (2009).

Notas

[1] Archivo Histórico del PCE (AHPCE), Carta de Gimeno a Carmen de Pedro, 21/2/1944, Divergencias, Caso Monzón, jacqs. 11-12.

[2] AHPCE, Hacia la insurrección nacional, Documentos, 25.

[3] AHPCE, Carta de la Delegación en Francia a Monzón, Divergencias, caso Monzón, jacq. 66.

[4] Archivo Departamental Pirineos Orientales (ADPO), 53W/95, 19/10/1944.

[5] AHPCE, Informe de Carmen de Pedro desde Toulouse a la Delegación del partido, (15/9/1944), Caja, B, Caso Monzón, jacqs. 29-30.

[6] AHPCE, Informe de Monzón y Canals a Santiago, 27/7/1944, Divergencias, caso Monzón, jacqs. 13-14.

[7] ADPO, 53W/95, 31/10/1944.

[8] Vicente López Tovar, Memorias inéditas, 1986, pp. 164-165.

[9] Archivos Nacionales de Francia (ANF), documento digital. S/f, ¿finales de octubre?

[10] Charles Tillon, On chantait rouge, Mémoires. (1977), p. 404.

[11] Fernando Hernández Sánchez, Los años de plomo. La reconstrucción del PCE bajo el primer franquismo, Editorial Crítica, Barcelona, 2015, p. 172.

[12] Giorgio Bocca, Togliatti, Grijalbo, Barcelona, 1977, p. 497.

Fotografía: Revista de las fuerzas de la AGE-Une en la liberación de Albi.
A la derecha, el responsable político con el brazalete de la UNE.
Archivo particular de Iréne Ténéze, hija del general de las FFI Luis Fernández.