Este artículo es el editorial del dossier La Primera República, la utopía de 1873, publicado conjuntamente por varios medios de comunicación independientes: laU, Realitat, Debats pel Demà, Sobiranies, Viento Sur, CTXT, Nortes, El Salto, Memoria del futuro y Universitat Progressista d’Estiu de Catalunya (UPEC). Para descargar el dossier pulsa aquí:
Este once de febrero se cumplirán 150 años de la proclamación de la Primera República. Un cumpleaños que lo es también de la única República federal, puesto que si el 11 de febrero de 1873 se proclamaba la Primera República, el 8 de junio se declaraba la República Federal y, el 12 de julio de 1873, la revolución cantonal planteaba que la República posible era la República obrera y campesina, y al llevar a cabo esta revuelta desde distintos territorios, se enfocaba con la perspectiva de un acuerdo posterior entre estos.
Desafortunadamente, el olvido selectivo y la hegemonía monárquica han soterrado un legado potencialmente revolucionario. Por este motivo, las revistas que firmamos esta editorial hemos querido aprovechar la ocasión para reivindicar este acontecimiento histórico. Porque en la península Ibérica la historia republicana es, en buena medida, la historia de las clases populares, y 1873 es un momento culminante de su poder revolucionario en el siglo XIX, tal como lo es la Comuna de París de 1871 para Francia.
No podemos olvidar que la República del 73 llegó por el agotamiento de una «Monarquía Democrática», como se tildaba el reinado de Amadeo de Saboya, incapaz de aportar soluciones que se diferenciaran de la fracasada dinastía borbónica. Las guerras imperiales en América Latina, el negocio con el tráfico de esclavos en África, el desahucio de campesinos por el latifundismo y la explotación de los trabajadores por la burguesía, fueron los puntales de la monarquía militar de Isabel II, primero, y de Amadeo de Saboya después. Democrática o no, la Monarquía siempre fue el eslabón más débil de un régimen militarizado, belicista y profundamente corrupto, que garantizaba a la oligarquía la acumulación de capital en su menguante imperio colonial, gracias a un ejército corrupto que hacía de guardaespaldas. Contra este reinado de terror, la República se convertía en un horizonte de utopías, como vio un esperanzado Víctor Hugo en su Carta a España, escrita el octubre de 1868:
«La República en España sería la paz en Europa; sería la neutralidad entre Francia y Prusia, la imposibilidad de la guerra entre las monarquías militares por el solo hecho de la revolución presente (…) Si España renace como monarquía, es pequeña. Si renace República, es grande.»
Una oportunidad en una Europa ahogada por las geopolíticas imperiales de zaristas, prusianos y bonapartistas, que despertaba esperanzas internacionalistas como la confesada por Garibaldi en una carta a los republicanos de Barcelona: «Sería un gran consuelo que por toda Europa se hiciera tan gigantesca como en vuestra bella patria la idea republicana».
Tomando, pues, el legado de la tradición republicana, y con la voluntad de actualizar el proyecto, no podemos obviar la tarea de construir un nuevo modelo de sociedad. Más allá de la necesidad de superar la monarquía borbónica, hay que construir un modelo republicano basado en la justicia social y en la lucha de los pueblos y naciones que conforman España hoy en día. Así pues, cualquier propuesta republicana tiene que llevar por bandera una sociedad igualitaria que impulse la libre participación de todas las personas, así como el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos.
En un contexto de desigualdad creciente, donde aumenta la pobreza de trabajadores y trabajadoras, crecen las grandes fortunas y el fraude fiscal de los más ricos está al orden del día, la lucha republicana tiene que ir de la mano de las luchas sociales por los derechos humanos básicos, como la pelea por una vivienda digna o por una sanidad y educación públicas de calidad y mejor financiadas. El proyecto republicano, además, tiene que tener claros cimientos: el feminismo como elemento emancipador ante una estructura de dominio heteropatriarcal, la cultura de la paz como respuesta a los conflictos bélicos y la apuesta por una transformación social y económica en clave ecologista, sabiendo que el capitalismo es incompatible con la continuidad de la vida y del planeta.
Por estos motivos, varias revistas nos hemos reunido en este simbólico Frente Republicano editorial no solo para mancomunar nuestro republicanismo popular, sino también para poner manos a la obra desde cada perspectiva sobre los retos del presente a la vista de los ejemplos del pasado y de las necesidades del futuro. A la manera de ese Walt Whitman que saludaba en la República de 1873 la faz de la libertad en Hojas de Hierba: «Ah! Pero acabas de aparecerte a nosotros en persona —te conocemos / Nos has dado una prueba segura, la visión fugaz de ti misma / Tú esperas allá, como en todas partes, tu hora».