Neruda a pesar de Neruda: sobre cultura y patriarcado

Los veranos son para los festivales. Y este, que pronto se extinguirá, no ha querido ser menos. Cada festival tiene su público, sus rituales y sus tradiciones, del mismo modo que todo periodo de celebración estival trae consigo una polémica. Este año sumamos dos: el caso C. Tangana[1]y el SFDK[2]. Aunque, en realidad, fingir que los debates que se han dado en estos días son fruto del levante y de las altas temperaturas sería obviar la realidad. La denuncia al machismo enraízado en la cultura no es algo exclusivo de esta década. Hay luchadoras que llevan bandas moradas al brazo en conciertos, ferias y otras fiestas de guardar; hay quienes hacen suyas las amenazas, los insultos y el maltrato disfrazado de romanticismo para hacerlos poesía[3]. También hay quien hace del rechazo al patriarcado el motor de su obra artística, incluso quien, máscara de gorila como sello, lleva años señalando la desnudez de un mundo que otros se empeñan en ver engalanado.

La cultura, en todo su espectro, aqueja machismo. Todas lo sabemos. No es un mal endémico del trap o del rap: cada estilo musical tiene en su haber un buen puñado de letras machistas. Y las letras son solo la punta del iceberg. El mundo del cine fue el primero en alzar la voz frente a los abusos. Después vino la música. Se habló de Neruda. Se habló de tantos. Y, hace relativamente poco, empezaron a destaparse casos en la industria del videojuego[4].

Son casos muy distintos, pero ambos pertenecen al mismo ámbito –lo cultural– y presentan síntomas muy similares. Los debates que han generado no son, sin embargo, tan parecidos. Se ha hablado de censura, de puritanismo y de libertad de expresión. Del otro lado, se ha llamado al boicot, al rechazo, a la exposición.  Y como consecuencia, nos preguntamos si somos culpables por reírnos con Louis CK o de haber usado Night in the Woods (Infinite Fall, Secret Lab, 2017) como ejemplo de juego contrahegemónico. Nos prohibimos ver Manchester by the sea (Kenneth Lonergan, 2016) y leemos los versos más tristes a escondidas. Supongo que muchas, como yo, habéis mirado el historial de vuestros héroes, referentes y crushes, esperando que la búsqueda os devolviese un expediente impoluto, y viéndoos en la necesidad de justificar vuestra admiración cuando no es así. Como es de esperar, la mayoría de las reflexiones en torno a esta materia se han dado desde el ámbito de la moral. De hecho, de ahí viene que se acuse a los movimientos feministas de puritanismo –poniendo letras escarlatas en el pecho de las mujeres que no siguen este juego–. Y llegamos a un callejón sin salida, en el que ningún bando da soluciones a quienes, como yo, queremos saber si está bien disfrutar de la cultura a pesar de quienes hacen cultura.

Queréis a Rimbaud sin Rimbaud, clamaba Angelica Liddel en su adaptación libre de La letra Escarlata[5]. Y no le falta razón. Queremos a Neruda sin Neruda. O, más bien, queremos a Neruda a pesar de Neruda. Queremos separar a la obra del artista porque, de no ser así, nos quedaríamos huérfanas de experiencias estéticas. Porque no queremos decir adiós a la cultura. Porque no queremos una cultura sin hombres: queremos una cultura sin machismo.

Decía Gramsci que «una persona inteligente y moderna ha de leer los clásicos en general con cierta “distancia”, es decir, solo por sus valores estéticos, mientras que el “amor” implica adhesión al contenido ideológico». Marx era capaz de disfrutar de la lectura de Goethe, señala el mismo autor, porque «la admiración estética puede ir junta con cierto desprecio “civil”». Estética, moral y política aparecen entrelazadas en sus reflexiones. Y es que, en su interpretación del pensamiento marxista, la base y la superestructura[6] –a la que pertenece la cultura– se relacionan de manera constante y se condicionan mutuamente. Si para Marx las ideas de la clase dominante son siempre las ideas que predominan en cada época –esto es, aquellos que tienen a su disposición los medios de producción material son los que controlan, a su vez, la producción espiritual–, una sociedad caracterizada por la hegemonía del discurso de la burguesía (que incorpora el patriarcado como forma de mantener el sistema capitalista) generará una cultura en la que se perpetúen estos estándares. Esto afecta a todos los niveles de lo cultural: está presente en quien puede dedicarse a la cultura, en las relaciones que se establecen entre las personas que conforman dicho sector, en los discursos que impregnan sus obras y en la forma en la que la audiencia se relaciona con ellas.

Desde el pensamiento estético dominante, el que se ha integrado en el sentido común[7] y se ha normalizado como inocuo, se nos dice que no debemos coartar la libertad de expresión del artista. Que quien crea, lo hace desde un espacio que parece trascender convenciones sociales, donde las verdades se escriben con letras capitales. Qué tendrá que ver la Belleza con el capital, nos dirán. Cómo va a afectar la realidad a la percepción de las grandes creaciones de la humanidad, que se antojan suspendidas en el vacío, infinitas, todopoderosas, desvinculadas de lo mundano. Hete aquí el poder aurático del arte tal y como lo describió Benjamin[8]. El artista crea en estado de gracia, y una sociedad avanzada no puede censurar su proceso creativo porque sería el equivalente a reprobar el estado de libertad más absoluta al que puede acceder la humanidad[9]. A fin de cuentas, la sombra de Kant es alargada, y, nos guste o no, el formalismo sigue marcando nuestra manera de entender la cultura (tanto, que hoy en día seguimos marcando una línea entre arte y cultura sin pararnos a cuestionar de dónde surge dicha diferenciación).

Además, el artista de la obra no suele coincidir con el artista en la obra. El Modigliani del Desnudo recostado no es el que se bebió Paris, y el erotismo de Schiele es ajeno a los escándalos que caracterizaron la vida del hombre que fue[10]. Decía Mikel Dufrenne que es en la percepción de la obra en la que «conocemos principalmente al artista; no en su actuar real». Cuando atendemos a una obra, sea de la índole que sea, entramos en su mundo, y en su particular universo parecen no existir machismos (ni cualquier otro tipo de abuso, dicho sea de paso): solo la obra y la experiencia que esta promueve. Es en esta línea en la que se posicionan, por ejemplo, las personas que están detrás de Night in the Woods para defender su obra después de que se expusiese a Alec Holowka:

Thousands of people have connected with Night In The Wood sin a very personal way. We can’t tell you how to feel about any of this. Whatever you’re feeling is valid. Your experience with art is yours. What it means to you is yours, regardless of anything else[11].

Si la experiencia estética es real, qué importa quién sea parcialmente responsable de la misma. Así podemos defender todo lo producido por Wenstein, podemos disfrutar de la actuación de Casey Affleck y ver los clásicos de Woody Allen sin una pizca de remordimiento. Podremos disfrutar del futurismo, de Leni Riefenstahl[12]. Porque qué importan las víctimas si el gesto es bello[13].

Si Marx podía disfrutar de Goethe, nosotras deberíamos ser capaces de disfrutar de Neruda. Pero para ello debemos entender que la manera que tenemos de relacionarnos con los productos culturales tiene que cambiar. Tenemos que reconocer, de una vez por todas, que «las superestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna», que diría Gramsci. Que no solo se trata de crear contrahegemonía desde los espacios que nos proporciona la cultura, sino también de identificar los elementos que se han incorporado al sentido común en lo que a la apreciación estética se refiere, y que no tienen nada que ver con evolución espontánea y naturalismo. Comprender que la exaltación de la libertad del artista para crear es la exaltación de la libertad individual. Entender que la pretensión de «no politizar el arte» viene, precisamente, de la normalización e invisibilización de la ideología presente en la cultura. Y, sobre todo, tenemos que dejar atrás la idealización de la jerarquía de esta: quien crea, no debería pensar a su audiencia como receptora pasiva de su discurso y nosotras, como público, tenemos que aprender a percibir críticamente. Porque el hacer del discurso hegemónico también es la relación que se establece entre las distintas subjetividades que forman parte de lo estético. De ahí la insistencia por aplicar el extrañamiento en los años de Brecht[14], de ahí la dialéctica del cine de Farocki[15], de ahí la necesidad de avanzar hacia un teatro del oprimido[16].

Luchar por un mundo feminista es luchar por una cultura libre de machismo. Porque, de nuevo con Gramsci, «toda revolución ha ido precedida de una intensa laborar de crítica, de penetración cultural»[17],

Hay que hablar de lucha por una nueva cultura, o sea, por una nueva vida moral, que por fuerza estará íntimamente vinculada con una nueva intuición de la vida, hasta que ésta llegue a ser un nuevo modo de sentir y de ver la realidad, y, por tanto, mundo íntimamente connatural con los «artistas posibles» y con las «obras de arte posibles»[18].

Sin embargo, esta revolución cultural no implica necesariamente el rechazo estético a lo anterior, sino la mirada crítica. Del mismo modo que Marx admiraba el arte burgués desde la crítica rotunda a su ideología, hoy podemos leer a Quevedo y apreciar sus sonetos sin dejar de subrayar su misoginia. Podemos escuchar música de letras claramente machistas y reprobarlas ideológicamente al tiempo que las valoramos estéticamente por lo que son. Podremos seguir viendo Novecento a pesar de Bertolucci. Es más, podremos usar el visionado de Novecento (1978) para acercarnos a la realidad que retrata, pero también para denunciar la realidad social en la que habitaba el director, una en la que rodar El último tango en París (1972) tal y como se rodó no suponía ningún conflicto, ni moral ni estético. Y seguiremos luchando en todos los espacios, para que quienes se enorgullecen de su machismo queden arrinconados y quienes estén dispuestos a seguir aprendiendo con nosotras sepan que no nos vamos a cansar de denunciar estas situaciones, que no las dejaremos pasar nunca más por sentido común. Por eso, las palabras de Gramsci siguen de plena actualidad:

De ello se deducen determinadas necesidades para todo movimiento cultural que tienda a sustituir el sentido común y las viejas concepciones del mundo en general: 1, no cansarse nunca de repetir los propios argumentos (variando literariamente su forma); la repetición es el medio didáctico más eficaz para actuar sobre la mentalidad popular; 2, trabajar constantemente para elevar intelectualmente estratos populares cada vez más amplios[19].

Queremos una cultura feminista porque queremos un mundo feminista. Combatimos el machismo integrado en la superestructura porque queremos cambiar la base. Por eso seguiremos denunciando la toxicidad de los sin ti no soy nada, de todo lo que nos harían Los Ronaldos (y tantos otros) hasta que digamos que sí. No corearemos sus estribillos, pero no porque estemos calladas, como tanto gustamos y tanto nos quieren, sino porque estaremos haciéndole caso a Gramsci: repitiendo nuestros argumentos hasta que lo que hoy es contrahegemonía sea norma, hasta que nos libremos de las dinámicas neoliberales asentadas en nuestra concepción de lo estético.

Paula Velasco (@PaluVelasco) es Doctora en Filosofía.

Notas

[1] GOROSPE, Pedro. “Bilbao veta la actuación de C. Tangana por sus letras “machistas””: El País [consulta: 31 agosto 2019]. Disponible en: https://elpais.com/ccaa/2019/08/09/paisvasco/1565346822_852591.html

[2] PRIETO, Dario. “SFDK, vetados de por vida en un festival catalán por no someterse a una «formación con perspectiva de género»”: El Mundo [consulta: 31 agosto 2019]. Disponible en: https://www.elmundo.es/cultura/musica/2019/08/28/5d66809efc6c83c86d8b45c2.html

[3] CANTÓ, Pablo. “Cómo hacer un poema feminista utilizando solo versos de canciones machistas”: Verne. El país. [consulta: 31 agosto 2019]. Disponible en: https://verne.elpais.com/verne/2018/01/10/articulo/1515615598_427403.html

[4] LANIER, Liz. “Is The Games Industry Getting Its #MeToo Movement?”: Forbes. [consulta: 31 agosto 2019]. Disponible en: https://www.forbes.com/sites/lizlanier/2019/08/28/is-the-games-industry-getting-its-metoo-movement/

[5] The Scarlet Letter es la respuesta de la dramaturga española al movimiento #metoo, una oda a las mujeres que aman a los hombres en la que clama «llegará un día que ni siquiera podamos exhibir a los antiguos maestros, un nuevo Farenheit llegará […] ¿Qué obras degeneradas eliminarán de los museos y las bibliotecas? ¡Oh, Genet! ¡Oh, Nietzsche! ¡Oh, Sade! ¡Oh, Nabokov! ¡Oh, Tiziano!».

[6] «La «base» está dividida. Como entraña explotación, origina elevadas dosis de conflicto. Y el papel de las superestructuras consiste en regular y ratificar esos conflictos». EAGLETON, Terry; MOSQUERA, Albino Santos, Por qué Marx tenía razón, Península, 2011.

[7] Nos referimos aquí al concepto de sentido común que maneja Gramsci: «existe, pues, una “multiplicidad” de elementos de “dirección consciente” en esos movimientos, pero ninguno de ellos es predominante ni sobrepasa el nivel de la “ciencia popular” de un determinado estrato social, del «sentido común», es decir, de la concepción del mundo tradicional de aquel determinado estrato» GRAMSCI, Antonio, Antología. 2014, vol. 7, no 11.

[8] Definiremos esta última como la manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)». BENJAMIN, Walter, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Ítaca, 2003, p. 4. El aura es la unicidad de la obra, su presencia irrepetible.

[9] Esta es la postura que defiende Loola Pérez cuando escribe, en su defensa de la libertad de expresión frente a la censura a SFDK, que el artista «No está obligado a representar la respetabilidad, las buenas costumbres o las reivindicaciones del 8 de marzo. Estamos ante la expresión libre de una voluntad individual y en su trabajo, en el resultado, se aprecia toda una serie de valores que profundizan en las historias, emociones, frustraciones, fantasías, excesos, confesiones y pequeñas vergüenzas humanas». PÉREZ, Loola, “El Punto Lila y el veto de SFDK: elogio de esas damas tan sensibles”: El confidencial [consulta: 31 agosto 2019]. Disponible en: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/tribuna/2019-08-28/polemica-sfdk-feminismo-c-tangana-censura_2198695/

[10] Aunque esto haya despertado controversia en sí mismo, tal y como denota este artículo de El País.

[11] Declaraciones disponibles en la cuenta oficial de Twitter del videojuego.

[12] Incluso alguien como Santiago Abascal podría citar a Brecht. Descontextualizar la obra, desnudarla de su ideología, que es la de su autor y la del sistema en la que se gestó -o, como en el caso de Brecht, la de la lucha, elaborada desde los resquicios que permiten una contrahegemonía- es también ejercer violencia.

[13] Se atribuye a Laurent Tailhade esta frase, que nos remite a la estetización de la violencia que llevan a cabo los futuristas y que Benjamin denuncia en la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica.

[14] El efecto distanciador fue introducido por Víktor Shklovski, quien planteó esta idea en El arte como artificio bajo el enunciado приём отстранения, que ha sido traducido como “efecto de distanciamiento” y cuya vinculación con el Verfremdungseffektbrechtiano es evidente. Según considera este autor, cuando la percepción se habitúa a un tipo de vivencia, se convierte en una reacción automática. El arte, sin embargo, consigue volver extraños sus objetos, de tal manera que su percepción sea compleja, forzando así el reconocimiento de lo artístico y eliminando el automatismo de su apreciación: «El propósito del arte es comunicar la sensación de las cosas tal como son percibidas y no como son aprehendidas. La técnica del arte es hacer los objetos desconocidos, hacer las formas difíciles para aumentar la dificultad y la duración de la percepción, porque el proceso de percepción es un fin estético en sí mismo y debe ser prolongado». SHKLOVSKI, Victor., “El arte como artificio”, en: Nara Araújo, T. (Ed.) Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Universidad Autónoma Metropolitana. Iztapalapa y Rectoría General, 2010, pp 55-70.

El dramaturgo Bertolt Brecht, en sus estudios acerca del teatro tradicional chino, acierta en señalar que «la finalidad de esta técnica del efecto distanciador consistía en procurar al espectador una actitud analítica y crítica frente al proceso representado». BRECHT, Bertolt (2004), Escritos sobre teatro, Alba 2004, p. 131.

[15] Harum Farocki admiraba a Brecht, e incorpora el efecto distanciador a su creación audiovisual, que elaboraba siguiendo un método dialéctico acorde a su posicionamiento político.

[16] El teatro del oprimido de Augusto Boal va un paso más allá que el teatro épico de Brecht y rompe por completo la estructura autor / espectador para involucrar al público en el gesto creativo: «Si, por el contrario, queremos estimular al espectador a transformar su sociedad, si lo que queremos es estimular a hacer la revolución, ¡en ese caso tendremos que buscar otra poética!».

[17] GRAMSCI, Antonio; SACRISTAN, Manuel. Antonio Gramsci. Antología. Siglo Veintiuno, 1978.

[18] Ibid.

[19] Ibid.

Fotografía de Álvaro Minguito.