Se ha reabierto el debate en cuanto a la falta de libertad, arbitrariedad en la censura o la necesidad de regulación sobre lo que se genera y comparte tanto en Internet como en las redes sociales. El ejemplo más polémico y reciente es la eliminación de publicaciones o incluso la propia cuenta de Donald Trump en algunas de sus redes sociales ante los mensajes de incitación a la violencia en relación con el asalto al Capitolio de Estados Unidos. Con la ejemplificación de este suceso podemos repensar conceptos como el de libertad, espacio público y privado, poder o voluntad general entre muchos otros.
Cabe destacar en forma de introducción que es el pueblo de manera soberana y mediante su derecho de votación quien elegirá a los agentes políticos que les vayan a representar. Y esto, traduciéndolo a nuestros días es aquello que llamamos democracia de masas, que hoy no la concebimos sin que vaya de la mano del liberalismo político que está completamente impregnado en nuestro sistema. Incluso se podría hablar de una metaideología que responde a la pregunta de cómo se gobierna. Pues bien, ante ello nos sonarán ideas como son las de separación de poderes o principio de legalidad entre otras, que en definitiva lo que buscarán será establecer mediaciones que limiten el posible abuso de poder.
Esta idea de control político en el espacio público la tenemos completamente asentada, pero debemos repasar este espacio que anteriormente ha sido definido por muchos autores, pero que está cambiando continuamente, y aún más rápido en esta nueva era de las redes sociales y de la comunicación continua. Respecto a ello, no se debe tener una imagen estancada del espacio que nos es común, pues se estaría negando el sentido mismo de la política, que va cambiando por su propia naturaleza.
Esferas entremezcladas
Así, debemos preguntarnos: ¿todo aquello que surge en Internet, a qué esfera pertenece? Para tratar de dar respuesta a esta nueva incógnita que se replantea en la actualidad debemos echar un breve vistazo al pasado y fijarnos en aquello que venían diciendo muchos autores que distinguen la esfera privada y la pública. Entre ellos, y por ejemplo en términos de Arendt, se tratará la necesidad de conformar tu propia identidad dando el paso de lo privado a lo público, donde mediante la palabra y la acción en común se crea la comunidad política. Pero actualmente esta distinción que hacen algunos autores llevado a la práctica no está tan claro, pues se da una nueva gran esfera que entremezcla caracteres privados y públicos. Es decir, no podemos hablar de dos esferas puramente autónomas. Por lo tanto, y en términos del lenguaje, se dan continuidades acerca del concepto de “esfera pública”. Sin embargo, hay una innovación en su contenido y en lo que esta recoge y representa.
Así podemos ver a las redes sociales como una herramienta que nos hace aparecer de forma más sencilla en un espacio que nos es común. Pero aún así hay diferencias, ya que esta nueva esfera es producida desde el ámbito que tradicionalmente llamamos privado. Por tanto, desde el ámbito privado, como puede ser el hogar, estamos contribuyendo en el espacio público, dándose una transcendencia de los espacios, o más bien, la ampliación de uno de ellos. Por ejemplo desde tu casa, y mediante la información que puedas ofrecer en los 280 caracteres de cada tweet. Por lo tanto, este espacio común ha sufrido un cambio y ahora también acoge todo aquello que se genera en Internet y en las redes sociales.
Esto supone un avance en todos los sentidos, y más en concreto puede servir como una herramienta de voz para alzar demandas de algunos colectivos en ocasiones reprimidos que hasta el momento habían sido ignorados por el discurso dominante. Aunque, a su vez, cabe añadir que también estas nuevas vías de comunicación no están libres de arbitrariedades y sirven como motor para afianzar los valores que están establecidos en la sociedad. En definitiva se trata de un nuevo medio tan amplio que aúna y recoge multitud de discursos pero que aunque parezca que todas tienen la misma voz no es del todo cierto, sino que más bien sucede lo mismo que en la tradicional esfera pública, es decir, hay una aparente igualdad formal que no se corresponde con la realidad.
Se entiende la tradicional esfera pública como aquellos lugares de encuentros públicos, plazas, calles, instituciones… que están regladas por unas normas sociales conformadas por quienes habitan en estos mismos espacios, y que terminan cogiendo forma gracias al poder legislativo. Pero el conflicto aparece cuando esta extensión de la esfera pública por las redes sociales, foros de internet o cualquier otro canal, está sin reglar, o más bien sin reglar por los usuarios que invierten su tiempo en ellas. Por tanto, se puede pensar que hay un vacío o un espacio –público– en el que todo vale, pero no es del todo así.
El papel de las empresas digitales en todo esto
Y es aquí cuando entra en la reflexión el papel de las empresas digitales, siendo estas entidades privadas que manejan gran parte del escenario público, lo que supone una cesión implícita de la posible regulación de la norma ante la arbitrariedad del empresario de la plataforma digital en cuestión. Antes de la era digital la posición del empresario ya no era neutra de por sí, y se producía y reproducía aquello que este ordenara. Ahora las dinámicas son las mismas, aunque con matices. El contenido que se genera en internet, sea del tipo que sea, está filtrado por el empresario, quien tiene el control de aquello que se habla y no se habla en estos espacios y que a la vez de “pertenecerles”, son parte de la esfera pública.
Ahora bien, anteriormente hemos afirmado que en los espacios tradicionales que nos son comunes, como pueden ser las calles, se han establecido unas normas sociales. ¿Estas no podrían ser estas extrapoladas a las redes sociales? Por ejemplo, la incitación de odio que se dé en calles, ¿se podría trasladar a las redes bajo la misma penalización? Pues bien, para responder a esta pregunta debemos atender que quienes habitan y dan vida a las calles también lo hacen en las redes. Es decir, es la misma persona aquella que pasea por el barrio que aquella está detrás de un perfil de Twitter, Instagram o Facebook. En definitiva, los actores son los mismos, pero la penalización varía, ya que, por ejemplo, alentar el odio en las redes sociales se está convirtiendo en una práctica cotidiana que no tiene repercusión ninguna, cuando deberían ser prácticas intolerables. Por lo tanto y como conclusión cabe destacar que la comunidad está compuesta por las personas que la integran, sea en el espacio que sea, incluido Internet, que actualmente cuenta con muchas y diferentes comunidades online.
Por lo tanto, la cuestión es la siguiente. La realización de unas mismas actuaciones puede tener consecuencias diferentes. Esto responde a las diferentes normas sociales que se dan en los diferentes ambientes, distinguiendo aquello que está permitido de aquello que no. Lo que nos lleva a relacionarlo con el reciente suceso que se protagonizó en torno a Donald Trump. Él publicó en sus redes sociales mensajes que incitaban a más violencia de la que ya se estaba dando en las calles estadounidenses a causa de los últimos resultados electorales. Ante ello, las publicaciones del expresidente de Estados Unidos fueron borradas por las propias redes sociales de manera unilateral.
Está claro que el contenido de sus mensajes es alentador. Pero, además de ello, se deja ver el dominio de las empresas privadas digitales en el espacio público. Bien es cierto que en este caso era para aflojar la violencia que se estaba dando, pero imaginemos por el contrario, y en otro orden, que se está publicando otro tipo de contenido en el que los usuarios transmiten las realidades y demandas del colectivo LGBT, de las mujeres, o bien cualquier posible denuncia de otros colectivos que sufren cierta opresión por el mero hecho de su condición. En este caso nos situaríamos más claramente en contra de esta acción unilateral por parte de las empresas digitales que estarían negando el hecho de dar voz a ciertas demandas y colectivos oprimidos. Pero la cuestión no está en qué nos puede parecer más apropiado o inapropiado de manera individual, sino en el hecho de la censura.
La capacidad de la norma
Por todo ello, debemos plantear la siguiente cuestión. No se debe dejar a la libre actuación arbitraria de las empresas digitales aquello que se puede contemplar en las redes, que no es más que una ampliación de la esfera pública. Y es en este momento donde nace la necesidad de regular unos mínimos sobre los que asentar esta actividad mediante las vías democráticas. Cabe preguntarse el cómo, quiénes o qué organismos, y el hasta dónde plantear esta regulación, siendo un conjunto de cuestiones difíciles de resolver. Pero, a pesar de ello, no se debe de ignorar esta necesidad por el hecho de su complejidad, ya que si no esto mismo supondría una acción en si misma. Es decir, el no pronunciarse o no tomar acción respecto a lo comentado ya supone en sí mismo una posición.
Por lo tanto, se debe acordar una regulación de este espacio para simplemente no tener una esfera pública contaminada, cuestión que consecuentemente nos hace libres. Es decir, se trataría de una interferencia liberadora, para que, al fin y al cabo, mediante la acción del poder público se trate de reducir toda arbitrariedad, provenga de quien provenga, incluidas las empresas digitales. Y por ello surge la necesidad de crear estructuras populares y democráticas que sean las que establezcan y acuerden aquello que pertenece a la res pública. Ahora bien, esto debe estar siempre acompañado de mecanismos de control popular que presten atención y no toleren ningún posible abuso de poder. Por último, cabe reseñar que la forma en la que se materializa esta idea es mediante la norma, que es fundamental para concebir la libertad sea en el espacio que sea, incluidos los nuevos espacios que vayan surgiendo, entre ellos los digitales.
Elena Torres (@EleeTorres99) es estudiante de ciencias políticas en la Universidad Complutense de Madrid.
Fotografía de Álvaro Minguito.