La encrucijada de la izquierda tras el 10N: transformismo o transformación

Enric Juliana y Lluís Orriols protagonizaron ayer en una famosa tertulia política un debate muy interesante. El primero, en su particular lucha contra los politólogos, le espetó al segundo, siempre atrincherado en datos, que no había política sin historia, olfato e instinto. Lo cierto es que en los últimos años ha emergido la figura del analista electoral «técnico» que renuncia a cualquier reflexión político-social profunda que no pueda ser cuantificable. Así pues, cada vez tenemos un mayor acceso a números, porcentajes y gráficos sin que esto necesariamente nos ayude a entender mejor los cambios que se están produciendo en nuestras sociedades. Tanto es así que hasta quienes manejan la mayor cantidad de recursos yerran en su estrategia política al ser incapaces de entender la realidad social que hay detrás de los números. No es casualidad que llevemos tanto tiempo viendo cómo fracasan todos aquellos políticos a los que en algún momento se les ocurrió alguna «jugada maestra». Del adelanto electoral de Susana Díaz a la repetición de elecciones de Pedro Sánchez pasando por el harakiri de David Cameron o Matteo Renzi. Nosotros, por el contrario, analizaremos en este artículo el momento político y los distintos escenarios que se abren desde otra perspectiva.

La crisis de régimen que todo lo abarca

Nada de lo que viene ocurriendo en España durante los últimos años se puede entender sin la centralidad de la crisis de régimen, sus fases y su desarrollo. Grosso modo, nos referimos como crisis de régimen al proceso de ruptura de los consensos principales que permitían la reproducción de nuestro régimen político en condiciones de normalidad: el económico-social, el cultural, el político-institucional y el territorial-estatal.

La crisis económica acabó expulsando definitivamente a sectores populares muy amplios a los que se sumaron sectores medios que vieron mermadas sus expectativas de ascenso social y sufrieron un proceso de «proletarización». Esto provocó que dichos sectores pasaran de la pasividad política a la reivindicación, generando una crisis de hegemonía en términos gramscianos[1]. En resumen, la crisis económica provocó que las clases populares dejaran de creer en lo que antes creían, por utilizar una traducción leninista más intuitiva. Esta ruptura no tuvo una traslación electoral mecánica e inmediata –nunca la tiene–, pero carcomió paulatinamente el cerrojo institucional con el bipartidismo como máximo exponente hasta que años después esto se tradujo en un nuevo escenario político-institucional. Paralelamente y con particularidades propias y más complejas, se produjo la ruptura del consenso en torno a la organización territorial del Estado.

Todos estos elementos están relacionados de manera dialéctica, pero si echamos un vistazo a las distintas fases que venimos afrontando, comprobaremos que en cada una de ellas podemos destacar la primacía de algún eje sobre los demás. Así pues, los primeros años estuvieron marcados por la primacía del eje económico-social, de la misma manera que actualmente podemos identificar la primacía del eje territorial-estatal. No hace falta incidir demasiado en que, si por razones evidentes los primeros años permitieron un avance extraordinario de la izquierda, el avance «lógico» en el momento actual es por la derecha. La crisis de régimen, sus fases y su desarrollo no determinan lo que ocurre, pues entonces no existiría la política, pero sí acotan el margen de maniobra estableciendo algunos límites y presiones. ¿O acaso alguien piensa que semejantes vaivenes electorales dependen principalmente de la inteligencia o la torpeza de los distintos líderes políticos?

La crisis de Estado: Poulantzas en Madrid y en Barcelona

En la izquierda tendemos a pensar que la clase dominante conforma un bloque de poder monolítico, homogéneo y compacto. Así pues, el Estado sería la materialización institucional, administrativa, etc. de dicho bloque, por lo que compartiría sus características. Sin embargo, esta es una visión errónea, pues ni siquiera podemos hablar de «una» clase dominante ya que supondría obviar que todo bloque de poder es una alianza amplia entre clases y fracciones de clase con distintos intereses «corporativos» y muchas veces contradictorios entre sí. Precisamente por esto debemos entender el Estado no como «una cosa» sino como «la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase»[2]. La crisis de Estado se agudiza y se muestra más evidente cuando fracasa la organización estratégica de los intereses del conjunto del bloque. La «autonomía relativa» del Estado es una condición indispensable precisamente para garantizar la unidad contradictoria del bloque de poder.

Rescatar esta reflexión «poulantziana» sobre el Estado es útil porque, como dijimos en esta misma revista hace unos meses a propósito de la investidura: «Nada de lo que viene ocurriendo en un panorama político-institucional convulso y complejo puede explicarse sin atender a las contradicciones dentro del propio Estado y, más concretamente, dentro del bloque en el poder»[3].

El procés no se puede entender obviando la imponente multitud de factores que lo atraviesan: históricos, culturales, sociales, identitarios, políticos, partidistas… Pero tampoco se puede entender desatendiendo la cuestión económica en toda su magnitud. En el bloque de poder del régimen político español estaban integradas las clases y fracciones de clase dominantes catalanas. De hecho, eran una pieza fundamental. Sin embargo, por multitud de factores –insistimos– entre los que se encuentran la crisis del modelo económico español y la recomposición en todos los ámbitos (también económico) a nivel geopolítico e internacional, aquellas se desintegraron del bloque de poder en busca de un nuevo reacomodo. El Estado no fue capaz de garantizar la unidad estratégica de las distintas clases y fracciones. La crisis catalana es –también– una expresión de dicha incapacidad, pero también lo es la lucha fratricida en el bloque de las derechas que se ha saldado con la cabeza de quien hace dos días era agasajado por el establishment.

La tendencia hacia el estatismo autoritario, alfombra roja para la extrema derecha

Necesitamos recuperar los análisis del Estado porque serán especialmente útiles en los tiempos venideros. En los últimos años se han consolidado gobiernos autoritarios dirigidos por formaciones de extrema derecha que han supuesto un giro hacia el estatismo autoritario y hacia lo que se denomina «democracia iliberal». Sin embargo, podemos advertir que dicho giro no supone una ruptura sino un acelerón en una tendencia que en ningún caso es novedosa:

«1) El poder se transfiere de la legislatura [sic] hacia el ejecutivo y la concentración del poder dentro de este último, por lo general dentro de la oficina del primer ministro o presidente ejecutivo con la aparición resultante de la regla personalista; 2) la fusión entre las tres ramas del Estado –legislativo, ejecutivo y judicial– se acelera y se acompaña de una disminución en el estado de derecho a favor de la regulación particularista y discrecional; 3) como se debilitan sus vínculos con el bloque de poder y las masas populares, los partidos políticos tienden a perder sus funciones como interlocutores privilegiados de la administración y como las fuerzas principales en la organización de la hegemonía; 4) esto se refleja en un cambio en el significado político de los partidos fuera de sus funciones tradicionales en la elaboración de la política a través del compromiso y alianzas en torno a un programa del partido y en la legitimación del poder estatal a través de la competencia electoral hacia un papel más restringido como las correas de transmisión de las decisiones ejecutivas, la propia administración asume las funciones de legitimación tradicionalmente realizadas por los partidos políticos; 5) la dominación dentro de los aparatos ideológicos del estado se desplaza desde la escuela, la universidad y la editorial hacia los medios masivos de comunicación, que ahora juegan un papel clave en la legitimación política y la movilización y, de hecho, cada vez más diagraman su agenda y la forma simbólica de la administración y también experimentan un creciente y multiforme control; (…)»[4].

El anterior podría parecer un extracto de cualquier artículo que analizara la realidad actual, pero lo cierto es que es la síntesis de algunas de las características que Poulantzas definió de la evolución hacia un estatismo autoritario en 1978, hace 40 años. Este ocaso democrático es fundamental para entender el crecimiento de la extrema derecha.

El crecimiento de Vox: quién podría imaginarlo

Partiendo de todo lo anterior, resulta más comprensible el ascenso fulgurante de Vox hacia la tercera posición en la contienda político-electoral. Tan solo unos días después de las elecciones andaluzas de diciembre del año pasado, advertimos en esta misma revista que España ya podía presumir de ser un país «normal»:

«La dimensión de la crisis económica es internacional. Su gestión y sus consecuencias han variado según las particularidades nacionales de cada país, pero en todos ellos ha dejado un importante reguero de desigualdad y descontento. Este es uno de los motivos sin los cuales no se puede entender la crisis que, al mismo tiempo, sufren los sistemas políticos liberales-representativos y por extensión sus principales representantes. El bipartidismo compuesto entre una izquierda antaño socialdemócrata y una derecha más o menos liberal o más o menos conservadora ha sido barrido. Las salidas están apareciendo por los márgenes. Trump, Salvini, Orbán, Le Pen o Bolsonaro son expresiones no necesariamente idénticas de un mismo contexto de crisis. La consagración electoral de Vox nos inserta dentro de la “normalidad” internacional»[5].

Lo que ha ocurrido desde entonces, con algunos episodios especialmente significativos, es la primacía del cuarto eje territorial-estatal que señalábamos al principio. Si bien es cierto que la ola que surfean los dirigentes de Vox es infinitamente superior a ellos, debemos reconocer que su éxito electoral se debe, también, a un arduo trabajo cultural –en sentido amplio– en el conjunto de la sociedad civil. Como señalamos al principio refiriéndonos a la crisis de hegemonía que cristalizó con el 15-M y que no tuvo una traslación electoral inmediata, los 52 diputados de Vox son el resultado de una batalla cultural de años. La derecha española aprovechó el procés para conectar con un sentido común siempre complejo y dirigirlo hacia posiciones más conservadoras. Aunque a partir de aquí, lo demás sea por todos conocido, cabe recalcar el error del PSOE al intentar disputarle el partido a la derecha en su propio campo. Acudir a unas elecciones con la crisis catalana en su punto más álgido es un disparate no solo en términos políticos sino también electorales:

«La tensión independentista creó un marco en la mente de muchos votantes que contiene varias emociones negativas: miedo, por el declive económico, y la inestabilidad a la que llevaría la separación de un territorio rico; indignación, porque se atribuye a los independentistas egoísmo, sentimiento de superioridad y menosprecio a España; orgullo, porque el menosprecio lleva a la autoafirmación; ira, por la irritación que produce la provocación nacionalista; y hasta celos y envidia, porque cualquier éxito de una comunidad que vota a los independentistas resulta frustrante»[6].

Gobierno de coalición: transformismo o transformación

La estrategia de Pedro Sánchez resultó errónea, pues no logró ninguno de sus objetivos. Ni subió de forma considerable (al contrario, bajó), ni hundió a Unidas Podemos, ni consiguió una correlación de fuerzas distinta para una política de alianzas más flexible. Para más inri, el comodín Ciudadanos queda descartado tras un desplome sin precedentes. Así las cosas, barajamos las tres mismas alternativas que tras elecciones del 28 de abril: gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos con apoyo del bloque de la moción de censura, gobierno de Concertación Nacional entre el PSOE y el PP o nuevas elecciones. De momento, se abre paso la posibilidad de un gobierno de coalición que ya cuenta con la firma de un preacuerdo inicial.

Empezamos diciendo que nada de lo que viene ocurriendo en España en los últimos años se puede entender sin la centralidad de la crisis de régimen. Llegados a este punto podemos concretar y afirmar que la batalla política, más allá de porcentajes y discursos, está atravesada por una pulsión entre la restauración y la ruptura democrática. Desde esta perspectiva tenemos que analizar la posibilidad del gobierno de coalición, sus riesgos y oportunidades. Desde una perspectiva más política que moral.

La restauración nunca se concretó en una única alternativa de gobierno. Si el bloque de poder nunca es monolítico sino que está compuesto por diversas clases y fracciones de clase con intereses divergentes, la propuesta política nunca puede ser monolítica. Sin esto no se puede entender la fulgurante carrera de Albert Rivera o el propio ascenso de Vox. No obstante, la alternativa de gobierno mayoritaria parecía ser una coalición «centrista» en torno al PSOE y Ciudadanos. Una «revolución pasiva»: un movimiento de reacción desde arriba, de «contragolpe», tras una ofensiva desde abajo insuficiente para una ruptura democrática pero suficiente para generar ciertos cambios. Un «cambio sin cambio» que permita retomar la iniciativa al bloque de poder y desarticular a la alternativa de izquierdas a través, por ejemplo, de su marginalización. La «autonomización» de Albert Rivera, que le acabaría costando su carrera, impidió esta posibilidad tras el 28 de abril y la resistencia de Unidas Podemos tras el 10 de noviembre. La política nunca se puede simplificar en una pizarra: ¿cómo podría pactar el PP con el PSOE una política de «concertación nacional» para garantizar la gobernabilidad con Vox por encima de los 50 diputados en un escenario de polarización generado por una crisis tan profunda? Difícil.

Unidas Podemos resistió y cumplió el objetivo de mantener una posición determinante. A pesar de su debilidad, durante estos años ha sido el único obstáculo para el cierre restaurador que habían planeado desde arriba. Ahora se acerca la posibilidad de un gobierno de coalición que, aunque a corto plazo sea un éxito más que evidente frente al PSOE, plantea muchos riesgos y una oportunidad.

En cuanto a los riesgos, todos están relacionados con el principal: el transformismo. El espacio político de la izquierda debe fortalecerse echando raíces en la sociedad civil. La cooptación y la integración normalmente no se pueden explicar desde posiciones morales o como cuestiones de voluntad, sino como el resultado de determinas inercias y correlaciones de fuerzas. Lo que nos enseña la debacle de Ciudadanos es que sin autonomía no hay política y sin raíces no hay autonomía. La izquierda debe volcar todos sus recursos en la articulación de sociedad civil, la construcción de comunidad y el arraigo territorial. Sin eso, es muy difícil que resista a las tensiones inherentes de un cogobierno en las condiciones actuales.

La oportunidad: materializar las luchas de tantos años en avances sociales demostrando que hay alternativa y se puede gobernar al servicio de las familias trabajadoras. Ante el sentimiento de indefensión, desprotección y desamparo de las familias trabajadoras, el gobierno de coalición debe demostrar que la solución pasa por la izquierda o finalmente la alternativa será Vox. En política no existen los espacios vacíos: si Unidas Podemos gobierna es lógico pensar que las derechas recogerán el descontento y el malestar. Gobernar bien en términos materiales (políticas concretas) y culturales (reconstrucción de un nuevo sentido común más democrático) es la única oportunidad de la izquierda. Y la última.

Ángel De la Cruz (@angeldelacruziu) es responsable de Estrategia política de IU.

Notas

[1] Gramsci, Antonio. (2017). Escritos (Antología). Madrid: Alianza Editorial, p. 337.

[2] Poulantzas, Nicos. (1987). Estado, poder y socialismo. Madrid: Siglo XXI, p. 154.

[3] De la Cruz, Ángel. (12 de septiembre de 2019). «Estado, poder y hegemonía en La casa de papel (y en la investidura)». Revista de cultura y pensamiento LaU. Recuperado de: https://la-u.org/estado-poder-y-hegemonia-en-la-casa-de-papel-y-en-la-investidura/

[4] Jessop, Bob. (1991). Sobre la originalidad, el legado y la actualidad de Nicos Poulantzas. Estudios en Economía Política (34).

[5] De la Cruz, Ángel. (15 de diciembre de 2018). «Diez claves sobre la irrupción de Vox en Andalucía». Revista de cultura y pensamiento LaU. Recuperado de: https://la-u.org/diez-claves-sobre-la-irrupcion-de-vox-en-andalucia/

[6] Del Teso, E. (2019). Más que palabras. La izquierda, los discursos y los relatos. Asturias: Ediciones Trea.

Fotografía de Álvaro Minguito.