Construyamos un horizonte republicano

Para tener un futuro republicano el día de mañana debemos desde hoy mismo asentar sus bases. Apunto esto en un primer momento porque a menudo reducimos este proyecto a una cuestión memorialista o a la capacidad de elección que deberíamos tener los ciudadanos de la jefatura del Estado, cuestiones realmente importantes, pero que no son los únicos puntos en la creación de un proyecto de mayorías que, bajo nuestro punto de vista, tiene como último objetivo que podamos vivir mejor. Para ello creo que debemos empezar por cuestionarnos el actual sistema democrático, sus carencias políticas y las contradicciones existentes entre la democracia y el sistema económico, continuar por ver qué entendemos por libertad, cómo podemos crear nuevos horizontes alejados de las lógicas neoliberales o la necesidad de una nueva institucionalidad. Estas son algunas de las cuestiones que trataremos de abordar para poder construir un proyecto republicano popular, solidario y federal en la actualidad.

Democracia y libertad

No debemos conformarnos con una versión de la democracia reducida a su sentido más formal, esto es, a las reglas del juego que operan en el sistema democrático a la hora de tomar decisiones. Si somos verdaderamente demócratas no podemos conformarnos con votar cada cuatro años. Hay algunos sectores a los que esto les parece suficiente e incluso otros a los que les parece una intromisión de la esfera política en sus vidas privadas. Bajo esta premisa, los liberales encontraron en el mercado aquel espacio donde poder tomar decisiones libremente, eso sí, libertad en un sentido negativo, donde aparentemente no hay interferencias, ya que no hay nadie que les coarte de forma directa ante la toma de decisiones.

Ahora bien, si queremos hablar de libertad en un sentido republicano necesariamente tenemos que hablar de democracia plena, también en su sentido sustantivo, es decir, de la garantía de unas condiciones de vida dignas para poder tomar cualquier tipo de decisión de manera libre. Dicho con otras palabras, si no hay una base material que nos permita la capacidad de elección, ¿de qué libertad estamos hablando? Para ello no podemos ver a la libertad y a la igualdad como categorías inconexas, mucho menos contradictorias, sino recíprocas entre sí, ya que debemos manejar unos escenarios de igualdad en todos sus planos, incluidos el social y el económico, para que los ciudadanos dispongan de condiciones materiales suficientes para poder emanciparse de las lógicas asfixiantes del capitalismo. Se trata de disfrutar de la libertad en su sentido positivo, cuando en última instancia los conocidos como derechos de existencia de Robespierre estén cubiertos. Esto es fundamental a la hora de hacer política, pues debemos luchar por “que todos los miembros de una sociedad puedan al menos vivir, esto es, tener cubiertas sus necesidades básicas”[1], mediante unas instituciones fuertes, democráticas y liberadoras de cualquier tipo de opresión[2].

Por lo tanto, la libertad republicana tiene como fin último liberarse de toda estructura de dominación, asegurar unas condiciones materiales para ello, y poder crear un escenario en el que seamos igualmente libres desde la propia pluralidad que constituye la comunidad. Así, es necesario crear mecanismos que aseguren todos esos derechos sociales establecidos en la Constitución, como el derecho a la vivienda, a un trabajo digno o a la educación entre otros. Poner en el centro, en definitiva, aquello que nos es común, pues solo así podremos hablar de libertad.

En relación con esto último, cualquier proyecto emancipatorio primero debe perseguir la liberación o “libertad de”, que consiste en la eliminación de toda opresión para poder satisfacer las necesidades más básicas, y desde la propia comunidad fundar la libertad o “libertad para” construir un modo de vida en común. Por lo tanto, bajo esta premisa, comunidad y libertad son conceptos inseparables a ojos de Arendt[3]. Tanto es así que la libertad de uno no termina donde empieza la libertad de otros, sino que más bien la libertad comienza entre los demás. Así se contempla que la libertad solo puede ser fundada en la esfera de lo social, en un espacio común entre libres e iguales. Sin esta premisa no podemos hablar de res publica.

Estos deben ser nuestros puntos de partida sobre los que asentar las siguientes ideas enfocadas en la construcción de una concepción diferente de la política. Ahora bien, a la hora de pensar sobre el horizonte republicano este debe ir de la mano de una planificación democrática de la economía. El actual sistema económico y productivo genera las principales desigualdades rompiendo con el principio de libertad ya comentado. Por lo tanto, se trata de fundar un nuevo sistema en el que se pueda debatir tanto la producción como el consumo[4], pues para el republicanismo es fundamental la forma de organizarse como sociedad tanto en la forma de producir como en la redistribución de lo producido, siendo esto reflejo del espacio que se ocupa en la actividad productiva y de igual manera en las diferencias de renta y riqueza, pero también de las desigualdades en la redistribución de la libertad en su sentido positivo y del poder[5]. Dicho con otras palabras, la división del trabajo en cualquiera de sus formas crea jerarquías dentro de la sociedad bajo unas relaciones de dominación que se extrapolan desde la esfera de producción a la que tradicionalmente llamamos “esfera de la acción”, donde se toman las decisiones, a pesar de la artificial división entre ambos espacios, ya que están conectados, pero que nos ayudan para el desarrollo de un proyecto emancipatorio que pase por deconstruir lo ya establecido y sea capaz de establecer otros modos de vida posibles capaces de respetar los límites del planeta y en donde seamos igualmente libres.

Crear nuevos imaginarios

Para ello, es fundamental alejarse de la subjetividad propia de las lógicas hegemónicas neoliberales basadas en el darwinismo social, que en vez de constituir unas bases acordes al buen funcionamiento de la sociedad por parte de la propia comunidad se parece más bien a una jungla en la que todo vale, en la que se anteponen las preferencias individuales de unos pocos por encima de unos referentes morales compartido. Este vacío de valores compartidos es peligroso para la propia idea de libertad y de democracia, ya que termina por desvincular el deber moral de la comunidad y lo centra en el individuo. Ahora bien, cabe aclarar que compartir unos valores no es ni muchos menos la anulación del conflicto, sino más bien un punto esencial que nos da las herramientas para poder gestionarlo de una manera verdaderamente democrática, porque ser libres también consiste en que podamos discutir y debatir democráticamente desde nuestra pluralidad en una esfera pública que no esté deteriorada.

El verdadero peligro está en pensar que estas lógicas neoliberales que han degradado el sentido de la democracia son inmutables, ya que, nos dicen, vivimos en la sociedad del “sálvese quien pueda” y eso nunca cambiará. Ya conocemos la famosa frase: es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La tarea de fondo que tenemos aquellas personas que buscamos una alternativa posible al actual sistema es desmontar el asentado “sentido común” de acuerdo a la ideología de la clase dominante y que a la vez sirve como legitimación el poder hegemónico[6], que no es más que una forma de poder blando para asentar unas dinámicas de dominación de forma tácita tanto en el ámbito político-económico como en el cultural. La tarea consiste en construir unos valores arraigados en nuestra cotidianidad tirando del hilo rojo de la tradición republicana. Para realizar esta tarea no podemos reducir este proceso al ámbito institucional, del que hablaremos a continuación ante la necesidad de la apertura de un nuevo proceso constituyente, sino que hay que incidir y hacer política partiendo de las bases, desde abajo. Ahora bien, en muchas ocasiones buena parte de la izquierda se enroca en la lucha por la batalla de los significantes, ya que es un plano fundamental a la hora de crear subjetividades alternativas y construir nuevos marcos discursivos, pero es fundamental que no se desatiendan otros aspectos que tienen que ver con el cómo nos constituimos, y es tal vez por esta grieta por donde podría seguir penetrando la lógica neoliberal. Si queremos construir un nuevo horizonte es necesario recoger todas aquellas categorías que nos constituyen y que inevitablemente se interrelacionan entre sí, como son la clase, el género, la orientación sexual o la procedencia, entre muchas otras, para hacer del republicanismo un mínimo común denominador de todas ellas.

Cómo frenar este proceso de desdemocratización

Actualmente, la democracia está cuestionada, ya sea en su sentido procedimental o sustantivo al “convivir” junto al capitalismo, y tanto es así que se ha llegado a un punto en el la democracia está al servicio de las lógicas del mercado que no hacen más que actuar como “regulador” de la vida social. La racionalidad económica neoliberal ha inundado todos los ámbitos de la vida.

Esta crisis de la democracia liberal representativa ha hecho que nos encontremos en un contexto de diversas crisis entrelazadas: política, económica o institucional, entre otras, lo que se ha traducido en un proceso de desdemocratización, pues las decisiones se toman fuera de lo que tradicionalmente hemos llamado esfera política.

Ante esta situación, uno de las tareas imprescindibles a realizar es crear una nueva institucionalidad democrática que anteponga el bienestar común a los intereses particulares de unos pocos. Para ello, es necesario un proceso constituyente que culmine con la transformación de la institución de mayor rango, la constitución. Ahora bien, sería ingenuo pensar que un cambio de constitución puede llevarnos de manera automática a una nueva etapa plenamente democrática, pues cabe cuestionarse si una constitución formal es una herramienta lo suficientemente autónoma como para socavar las lógicas neoliberales que imperan en todas las esferas de nuestra vida.

La reforma constitucional se puede mirar con dos perspectivas. Por una parte, una reforma llevada a cabo desde arriba como resultado, por ejemplo, de un proceso “gatopardiano”, o bien una reforma constitucional como culminación de un proceso de participación popular. Con esto tratamos de poner en cuestión si es posible per se unos criterios morales objetivos con los que estemos de acuerdo, algo que en ningún caso sería posible en un sistema donde las relaciones de poder tan desiguales lo atraviesan todo. Todos podemos estar a favor de la libertad, pero la cosa se complica cuando nos preguntamos por la libertad de quién o para qué.

Es necesario luchar por una nueva institucionalidad en la que se ponga en el centro del debate la ruptura entre el momento constituyente y el pacto constituido actual. Partiendo de esta ruptura, tendríamos que preguntarnos cuál es la legitimidad con la que cuenta nuestra constitución, ya sea desde el momento de su creación o en la actualidad ante el incumplimiento de lo acordado. La retroalimentación continua entre el poder constituyente y el constituido es necesaria para dar legitimidad al pacto, además de ser una de las bases sobre las que se asienta el republicanismo.

Construyamos república

Retomando las ideas inicialmente presentadas y a modo de conclusión, la República tiene que ser ese proyecto que ponga en el centro a la clase trabajadora y a los sectores populares, que no se quede reducido al debate sobre la forma de Estado o la crítica a la monarquía, ya que si nos centramos en esto únicamente malgastaríamos demasiados esfuerzos en seguir señalando una evidencia ya conocida: que la monarquía es una institución corrupta en sí misma, además de un símbolo del pasado.

Por lo tanto, la República tiene que ser sinónimo de regeneración democrática, justicia social y defensa de lo público; un proyecto integral y renovador capaz de dar respuesta al conjunto de particularidades del Estado, esto es, a la plurinacionalidad y al mundo rural y abandonado, a la vez que recoge las necesidades, los problemas y los anhelos de la ciudadanía y los unifica en un proyecto que en última instancia servirá para que el pueblo viva mejor y esas mejoras se integren en la cotidianidad. En resumen, el republicanismo debe ser una manera alternativa e integral de entender la política, la economía y la sociedad.

Elena Torres Fernández (@ElenaaTorres99) es politóloga, estudiante del Máster en Teoría política y cultura democrática en la Universidad Complutense de Madrid y responsable de Republicanismo de Izquierda Unida.

Notas

[1] Castro-Gómez, Santiago. (2015). Revoluciones sin sujeto, Slavoj Zizek y la crítica del historicismo posmoderno. Madrid, Akal.

[2] Doménech, Antoni. (2004). El eclipse de la fraternidad, una revisión republicana de la tradición socialista. Crítica.

[3] Arendt, Hannah. (2016). La condición humana. Barcelona, Paidós.

[4] Rodríguez Rojo, Jesús & López Giménez, Jesús. (2 de julio de 2021). Planificar democráticamente la economía: futuro republicano y horizonte socialista. Revista laU. Recuperado de: https://la-u.org/planificar-democraticamente-la-economia-futuro-republicano-y-horizonte-socialista/

[5] Garzón, Alberto. (2014). La Tercera República. Construyamos ya la sociedad que necesita España. Barcelona, Península.

[6] Gramsci, Antonio. (2011). Odio a los indiferentes. Barcelona, Ariel.

Fotografía de Álvaro Minguito